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Authors: Kevin J. Anderson

La búsqueda del Jedi (39 page)

BOOK: La búsqueda del Jedi
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La escotilla de la lanzadera se abrió con un siseo, y la atmósfera un poco más densa de Carida salió del casco. Dos soldados de las tropas de asalto bajaron por la rampa con rifles desintegradores de ceremonia equipados con bayonetas al hombro. Su armadura blanca brillaba como resultado de una concienzuda labor de limpieza y frotado. Se movían como androides, y Leia les vio bajar por la rampa y separarse para flanquearla y quedar totalmente inmóviles mientras una segunda pareja de soldados de las tropas de asalto seguía sus pasos y esperaba al pie de la rampa.

El embajador Furgan bajó por la rampa, moviéndose sobre sus cortas piernas con tanta pomposidad como si estuviera avanzando acompañado por los compases de una banda de música. Su uniforme estaba salpicado por una multitud de placas, insignias y cintas, muchas más de las que nadie podía haber ganado en una sola existencia.

Dos oficiales de las tropas de asalto siguieron al embajador rampa abajo, y después Furgan tragó una honda bocanada de aire y clavó la mirada en la lejanía ignorando por completo a Leia.

—Ah, el aire del Centro Imperial... —Se volvió hacia el comité de recepción que le había estado aguardando, y frunció sus espesas cejas—. Pero ahora tiene un olor acre y desagradable. Ha sido contaminado por la pestilencia de la rebelión.

Leia hizo caso omiso del comentario.

—Bienvenido a Coruscant, embajador Furgan —dijo—. Soy la Ministra de Estado Leia Organa Solo.

—Sí, sí... —replicó Furgan con visible impaciencia—. Después de todo lo que dijo Mon Mothma sobre la extremada importancia de Carida, esperaba que enviaría a alguien con un cargo mucho más elevado que el suyo para que me recibiese. El que la haya enviado a usted... Bueno, es como si me acabaran de abofetear en público.

Leia tuvo que recurrir a algunos de los ejercicios de Luke para controlar las emociones, y empleó una técnica Jedi que dejaba la mente en blanco y que le permitió reprimir la ira que intentaba adueñarse de ella.

—Veo que no se ha tomado el tiempo necesario para familiarizarse con la estructura de nuestro gobierno, embajador —dijo—. Mon Mothma es la Jefe de Estado de la Nueva República, pero el auténtico órgano de gobierno es el Gabinete, del que la Ministra de Estado y mi cuerpo diplomático subordinado quizá seamos los brazos más importantes.

Leia se interrumpió de repente. Estaba irritada con Furgan por haberla provocado, y consigo misma por haber permitido que el embajador la manipulase arrastrándola a aquellos juegos mezquinos. Mon Mothma le había dado instrucciones de tratar al embajador con la máxima cortesía diplomática. Leia deseó que Han o Luke estuvieran a su lado.

—Mon Mothma tiene otros muchos deberes a los que atender, pero ha preparado una breve entrevista más avanzado el día —dijo Leia—. Hasta que llegue ese momento, quizá preferiría que le enseñara sus aposentos... ¿Le apetece alguna bebida después del viaje? Los ojos de Furgan le hicieron pensar en dos bayas diminutas que habían empezado a pudrirse cuando dirigió su mirada hacia ella.

—Mis guardaespaldas irán a mis aposentos antes de que yo entre en ellos —dijo el embajador—. Examinarán cada centímetro de las habitaciones y cada sistema e instalación, cada pared y cada suelo a fin de eliminar los aparatos de escucha escondidos o los artefactos asesinos que pueda haber en ellos. Los guardias restantes permanecerán conmigo en todo momento. Me proporcionarán comida y bebida procedente de sus suministros para protegerme contra cualquier posibilidad de envenenamiento.

Leia quedó atónita y horrorizada ante sus insinuaciones. Su primer impulso fue insistir en que no era necesario que Furgan hiciese todo aquello, pero se contuvo porque indudablemente era justo lo que el embajador esperaba de ella, y lo que hizo fue reaccionar con una leve sonrisa de indulgencia.

—Por supuesto. Si eso hace que se sienta más a gusto...

—Mientras tanto, me gustaría recorrer el Palacio Imperial —siguió diciendo Furgan—. Haga los arreglos necesarios de inmediato. He venido en peregrinación para ver el hogar de mi Emperador y presentarle mis respetos.

Leia vaciló.

—Bueno, eso no entraba en nuestros planes y...

Furgan alzó una mano. Los soldados de las tropas de asalto que permanecían inmóviles en posición de firmes junto a él se pusieron todavía más tensos. El embajador dio un paso hacia Leia, como si intentara parecer amenazador.

—Aun así, hará los arreglos necesarios de inmediato.

Por la tarde Mon Mothma estaba inmóvil en la cámara de audiencias sumida en la penumbra, esperando junto a la base de los controles del holoproyector. Tenía otras mil obligaciones a las que atender, pero Carida parecía ser el lugar donde había más probabilidades de que se produjera un estallido de resistencia capaz de amenazar la estabilidad de la Nueva República. Mon Mothma había dejado muy claro a Leia que consideraba ese sacrificio de tiempo como una inversión para evitar una posible guerra.

Mon Mothma parecía llenar toda la estancia con su presencia tranquila e imponente, y no necesitaba moverse para conseguirlo. Leia siempre sentía una gran admiración ante su innegable pero sutil poder, que Mon Mothma lograba exhibir a pesar de que nunca había recibido adiestramiento Jedi.

Leia siguió al embajador Furgan mientras el caridano bajaba por la rampa que llevaba hasta la base del holoproyector. El embajador volvió la cabeza para lanzar una mirada malhumorada a sus guardaespaldas de las tropas de asalto, que se habían detenido en la entrada de la cámara. Furgan se había negado a separarse de ellos, y Mon Mothma se había negado a permitir que hubiera soldados de las tropas de asalto cerca de ella aunque estuvieran desarmados. El forcejeo había sido breve pero intenso, y al final Mon Mothma acabó permitiendo que los soldados esperaran allí donde el embajador pudiera verles, aunque fuera de la cámara.

Pero también había obtenido una concesión aparentemente menor. Mon Mothma había exigido que los soldados se quitaran los cascos mientras permanecían en su presencia. Los soldados habían quedado desenmascarados y tenían que sostener aquellos cascos tan parecidos a calaveras debajo del brazo, con lo que quedaban revelados como meros seres humanos, jóvenes cadetes que seguían llevando armadura pero a los que se había despojado de su anonimato.

—Póngase allí, embajador Furgan —dijo Mon Mothma sin saludarle formalmente—. Hay algo que me gustaría enseñarle.

El holoproyector empezó a brillar con un resplandor iridiscente y la galaxia conocida llenó la estancia, miles de millones de puntitos estrellas desperdigados en brazos giratorios que se movían por todo el recinto. Las luces se debilitaron automáticamente cuando la espuma de estrellas se hizo visible. Los soldados de las tropas de asalto estiraron los cuellos y alzaron las cabezas en el umbral para poder contemplar la enorme imagen. Mon Mothma y el embajador Furgan, inmóviles en el suelo de la cámara, parecían insignificantes.

—Ésta es nuestra galaxia —dijo Mon Mothma—. Hemos incluido todos los sistemas que figuran en los archivos. Estas estrellas... —movió una mano, y una oleada azul centelleó a través de los brazos de la galaxia— ya han jurado lealtad a la Nueva República. Otras han permanecido neutrales, aunque no son hostiles a nuestra causa.

Un rociado de verde apareció entre las estrellas.

—La zona oscura es lo que queda del Imperio Ssi Ruuk. —Mon Mothma señaló una mancha de negrura que ocupaba una parte de un brazo de la espiral—. Todavía no hemos llevado a cabo una exploración completa de sus mundos, aunque ya han transcurrido varios años desde que las fuerzas imperiales y las de la Alianza se unieron en Bakura para expulsar a los invasores.

»Finalmente —siguió diciendo Mon Mothma—, existen los sistemas que continúan siendo leales al Imperio caído. —Una pincelada roja mucho más pequeña se esparció por la imagen, concentrada básicamente en el núcleo galáctico desde el que el Emperador resucitado había lanzado a sus fuerzas—. Como puede ver, el apoyo con que cuentan está disminuyendo rápidamente.

Furgan no parecía muy impresionado.

—Cualquiera puede pintar puntitos en un mapa —dijo.

Leia, que estaba cada vez más furiosa aunque mantuviera su fachada de impasibilidad, se asombró ante la tranquilidad con la que Mon Mothma manejaba la situación. La Jefe de Estado no alzó la voz, y se limitó a contemplar al embajador con la mirada tranquila de sus profundos ojos.

—Puede hablar con cualquiera de los embajadores de esos planetas para confirmar sus lealtades —dijo.

—Los embajadores pueden ser sobornados con tanta facilidad como se pueden cambiar los colores en una proyección cartográfica.

Cuando volvió a hablar, la voz de Mon Mothma había adquirido una sombra casi imperceptible de aspereza.

—No existe ningún soborno que pueda alterar los hechos, embajador Furgan.

—En ese caso, a veces es preciso cambiar los mismos hechos —replicó Furgan.

Leia no pudo contenerse y puso los ojos en blanco. En cierta manera todo aquello resultaba bastante divertido, pero parecía un desperdicio de tiempo. Furgan era tan imposible de alterar como un hombre congelado en carbonita.

Toda la superficie planetaria de Coruscant había quedado cubierta por capa sobre capa de edificios que habían sido reconstruidos y demolidos y vueltos a reconstruir. Los gobiernos galácticos habían ido cambiando a lo largo de los milenios, pero Coruscant siempre había sido el centro de la actividad política.

Las complejas pautas de construcción y los enormes pináculos de metal y transpariacero hacían que la predicción climatológica resultara muy difícil. De vez en cuando tormentas inesperadas brotaban del agua que se evaporaba por los millones de respiraderos y conductos de ventilación, condensándose y subiendo desde los bosques de rascacielos y creando pequeños chaparrones que dejaban caer su carga de agua sobre las duras superficies de los edificios.

La recepción diplomática en honor del embajador Furgan celebrada en los Jardines Botánicos de la Cúpula Celeste acababa de empezar cuando una repentina andanada de goterones cayó sobre los paneles transparentes, ocultando los resplandecientes telones de la aurora de Coruscant.

El reconstruido Palacio Imperial se alzaba en la lejanía cerca del horizonte, elevándose como una mezcla de catedral y pirámide que mostraba señales de muchas eras distintas. Leia no había querido que la recepción en honor de Furgan se celebrase en ningún lugar que recordara la opulencia y grandeza del Emperador caído.

Los Jardines Botánicos de la Cúpula Celeste se encontraban en el primer nivel de un rascacielos aislado. El gigantesco terrario había sido construido por un filántropo de la Vieja República que se había enriquecido al establecer el Servicio de Noticias Galáctico, y era una instalación meticulosamente atendida y con muchos entornos distintos aislados en compartimentos que alojaban y mostraban flora exótica o los últimos ejemplares existentes de especies extintas de muchos sistemas de la galaxia.

Leia llegó acompañada por Cetrespeó y sus dos hijos justo cuando la lluvia empezaba a caer sobre el techo transparente. Cruzó el umbral adoptando una postura defensiva, con las justificaciones por su retraso ya preparadas en la punta de la lengua. Sabía que la presencia de los gemelos podía causar una cierta conmoción en la envarada recepción diplomática, pero le daba igual.

Furgan había convertido su día en una pesadilla. La había llevado de un lado a otro entre continuas quejas y exigencias, comportándose prácticamente en todo momento de forma bastante grosera. Leia había renunciado a su tiempo con los gemelos para estar al lado del embajador, y había acabado decidiendo que el sacrificio no merecía la pena. Podía ser una miembro muy importante del Gabinete de la Nueva República, pero también era una madre que seguía intentando adaptarse a las nuevas exigencias que acababan de alterar su forma de vida. Mientras se cambiaba de ropa en sus habitaciones preparándose para acudir a la recepción. Leia había sentido cómo el resentimiento y la irritación que se habían estado acumulando dentro de ella empezaban a hervir de una manera incontrolable. ¡Si no iba a poder estar nunca con ellos, a efectos prácticos tanto daba que hubiese dejado a Jacen y Jaina con Winter!

Además iban acompañados por Cetrespeó, y el androide era un modelo de protocolo. Podría vigilar a los gemelos, y en el caso de que llegara a ser necesario también podría echarle una mano con las complejas minucias del ceremonial diplomático y las tareas de traducción.

Desde que Han había desaparecido, Leia pasaba la mayor parte de su tiempo casi enferma de preocupación. Luke y Lando aún no se habían puesto en contacto con ella. Leia necesitaba algún punto estable en su vida, y casi albergaba la esperanza de que alguien le reprocharía que hubiera traído consigo a los gemelos porque eso le proporcionaría la ocasión de dar rienda suelta a su furia y nerviosismo.

Los matones de Furgan la detuvieron en cuanto cruzó el umbral. Los soldados de las tropas de asalto seguían sin llevar el casco y parecieron sentirse un poco incómodos cuando sus miradas se encontraron con la de Leia, pero aun así se interpusieron en su camino sin ninguna vacilación. Detrás de los soldados de las tropas de asalto había otros tantos guardias de la Nueva República que no les quitaban los ojos de encima y que permanecían rígidamente inmóviles en posición de firmes.

—¿Cuál es el problema... —Leia lanzó una rápida mirada a la insignia del soldado que tenía delante y equivocó deliberadamente su rango—, teniente?

—Capitán —la corrigió el soldado—. Estamos registrando a todo el mundo. Es una precaución contra los asesinos.

—¿Asesinos? —exclamó Leia, optando por mostrar diversión en vez de enfado—. Comprendo.

Un soldado fue hacia ellos con un detector manual y lo movió alrededor del cuerpo de Leia buscando armas ocultas. Leia se sometió al examen manteniendo una gélida impasibilidad.

—Es por la seguridad del embajador... —dijo el soldado, y después lanzó una mirada de desaprobación a Jacen y Jaina—. No se nos informó de que asistirían niños.

—¿Teme que uno de ellos vaya a asesinar al embajador Furgan? —Leia clavó los ojos en el rostro pálido y desnudo del hombre, y frunció el ceño hasta que vio cómo éste desviaba la mirada—. Eso no dice mucho en favor de sus capacidades como guardaespaldas, capitán.

Leia pensó que verle tan nervioso y alterado bastaba para justificar cualquier molestia que el capitán pudiera llegar a causarle con sus exámenes de seguridad.

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