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Authors: Kevin J. Anderson

La búsqueda del Jedi (38 page)

BOOK: La búsqueda del Jedi
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Si mostramos a los ciudadanos una arista tan potente e inmensa que sea capaz de desafiar cualquier ataque concebible, una arena que sea invulnerable y que resulte invencible en la batalla, esa arma llegará a convertirse en el símbolo del Imperio. Daala había leído el borrador del comunicado que Tarkin había enviado al Emperador, apremiándole a iniciar el proceso de creación de superarmas. Puede que sólo necesitemos un puñado de esas armas para subyugar a millares de planetas, con millones y millones de seres en cada uno de ellos. Un arma semejante debe ser lo bastante potente para destruir todo un sistema estelar, y el miedo que inspirará será lo suficientemente grande para que podáis gobernar toda la galaxia sin que nadie se atreva a desafiaros.

Después de haber obtenido el permiso para llevar a la práctica su plan. Tarkin había utilizado su nueva autoridad como Gran Moff para montar aquella instalación supersecreta en la que podría crear un auténtico tanque de cerebros que le permitiría aislar a los científicos y teóricos más brillantes, dándoles la orden de desarrollar nuevas armas para el Emperador. Tarkin siempre se atribuía todos los méritos sin revelar su origen, por lo que el Emperador ignoraba la existencia de la instalación.

Los trabajadores y arquitectos que habían construido el complejo subieron a la nave que les sacaría del cúmulo de agujeros negros creyendo haber terminado su trabajo, pero Daala se había ocupado personalmente de reprogramar sus ordenadores de navegación introduciendo un curso incorrecto para la travesía de las Fauces. En vez de volar hacia su libertad, se habían precipitado directamente en la boca de un agujero negro. No había quedado ningún cabo suelto.

El secreto de la Instalación de las Fauces había sido protegido. Después de que Tol Sivron y sus equipos demostraran que el concepto inicial de la
Estrella de la Muerte
podía ser convertido en una realidad, el Gran Moff Tarkin había llevado a Bevel Lemelisk, uno de los científicos más eminentes de la Instalación, al Borde Exterior para que supervisase la construcción del primer modelo de la
Estrella de la Muerte
.

Las últimas palabras que Tarkin dirigió a los científicos de las Fauces habían sido un desafío: «Bien, ahora debéis crear un arma todavía más poderosa. Sobrepasar a la
Estrella de la Muerte
quizá parezca inconcebible, pero debemos mantener nuestra superioridad y debemos mantener sumidos en el temor a todos los ciudadanos del Imperio. La
Estrella de la Muerte
es terrible. Pensad en algo peor. Ésa es la razón de vuestra existencia».

Tarkin les había dado nueve años de plazo para que desarrollaran su siguiente generación de arma definitiva. Tarkin había muerto y no había nadie más que estuviera al corriente de la existencia de la Instalación de las Fauces..., y eso significaba que Daala podía tomar sus propias decisiones y planear su propio curso de acción.

Daala llegó al pequeño campo gravitatorio del asteroide administrativo central y posó la lanzadera
Edicto
en el hangar de atraque. Después salió de la lanzadera y permaneció inmóvil junto a ella durante unos momentos haciendo profundas inspiraciones del aire polvoriento y saturado por los gases de los motores. Ya empezaba a desear poder estar de vuelta en las estériles cubiertas relucientes del
Gorgona
. Un contingente de tropas de asalto al que se había asignado la misión de vigilar la superficie fue rápidamente hacia ella para escoltarla.

—Seguidme —ordenó Daala.

Una demostración de fuerza cortaría de raíz cualquier posible protesta del administrador científico.

No anunció su llegada y cruzó las antesalas en línea recta y sin detenerse, sobresaltando a los hombres y mujeres que se ocupaban de las tareas administrativas. Los soldados se pusieron firmes al verla. Los empleados les miraron fijamente durante unos instantes y después volvieron a sentarse sin decir nada.

—Necesito hablar contigo, Tol Sivron —dijo Daala entrando en su despacho—. Tengo algunas noticias de gran importancia.

El despacho del administrador científico estaba abarrotado con un montón de cosas que no hubiesen debido encontrarse allí. Más burócrata que científico, Tol Sivron siempre exigía que los teóricos y diseñadores construyesen modelos conceptuales y diminutos prototipos de sus ideas que luego Sivron iba dejando sobre los estantes, encima de los muebles o en hornacinas. Daala suponía que Sivron se distraía jugando con ellos como si fuesen juguetes en sus ratos libres.

El despacho estaba lleno de montones de propuestas, estudios de diseño, informes de progresos y gráficos de parámetros optimizados que el administrador científico ordenaba le fueran entregados en forma de material impreso. Sus subordinados estudiaban esos informes, y después escribían sus propios informes resumiéndolos y llenándolos de referencias a nuevos documentos. Daala no creía que el administrador leyera ni uno solo de ellos.

Tol Sivron hizo girar su sillón para contemplarla con expresión de aburrimiento.

—¿Noticias? Hace una década que no tenemos ninguna noticia.

Sivron era un twi'lek, un alienígena sin vello y de rostro blanquecino con dos colas cefálicas en forma de látigo que colgaban de su cráneo. Los tentáculos caían por encima de sus hombros como dos anguilas color rojo sangre desprovistas de piel que estuvieran succionando la parte de atrás de su cabeza. Los ojillos porcinos y muy juntos de Sivron y su dentadura irregular y puntiaguda hacían que Daala lo encontrara todavía más repugnante. Los twi'leks no eran una raza muy digna de confianza, ya que se sabía que muchos de ellos mantenían relaciones con los contrabandistas y actuaban como esbirros para señores del crimen como Jabba el Hutt. Daala rara vez cuestionaba las decisiones del Gran Moff Tarkin, pero no comprendía cómo se las había arreglado Tol Sivron para obtener su cargo.

—Bueno, pues hoy tenemos noticias... Hemos capturado a tres prisioneros que entraron en las Fauces a bordo de una lanzadera imperial robada. Los tres han sido concienzudamente interrogados y por desagradable que pueda parecer, no veo que haya ninguna razón para poner en duda la veracidad de esta información.

—¿Y en qué consiste esa información tan desagradable?

Daala mantuvo el rostro totalmente rígido e inexpresivo.

—El Emperador ha muerto y los rebeldes han vencido. Unos cuantos señores de la guerra intentaron reconstruir el Imperio, pero sólo consiguieron causar años de guerra civil. El gobierno básico actual de la galaxia es una nueva República.

Sivron quedó tan sorprendido que se irguió en su sillón, y las colas cefálicas se enroscaron detrás de su cuello en una reacción nerviosa refleja.

—Pero... Pero... ¿Cómo ha podido ocurrir todo eso? Con nuestro diseño para la
Estrella de la Muerte
...

—El Gran Moff Tarkin construyó una
Estrella de la Muerte
, pero los rebeldes consiguieron robar los planos y después se las arreglaron para descubrir un defecto, una salida de ventilación que permitía que un caza de pequeñas dimensiones accediera al núcleo del reactor. Los rebeldes destruyeron la
Estrella de la Muerte
y mataron a Tarkin.

—¡Haré que un equipo inspeccione los planos para que podamos corregir ese defecto! —exclamó Sivron, obviamente herido en su orgullo—. ¡Lo haré de inmediato!

—¿Y de qué va a servirnos eso ahora? —replicó secamente Daala—. Tarkin contaba con Bevel Lemelisk. Después de que la primera
Estrella de la Muerte
fuese destruida, el Emperador pidió a Lemelisk que diseñara un modelo más grande eliminando el defecto ya conocido de los planos. La segunda
Estrella de la Muerte
todavía se hallaba en fase de construcción cuando los rebeldes la destruyeron.

Sivron torció el gesto, como si estuviera intentando encontrar la solución a un problema que ya tenía varios años de antigüedad. El tiempo había transcurrido implacablemente sin que llegaran noticias del exterior, y Sivron había enviado sondas automáticas provistas de mecanismos de autodestrucción a través de los muros de fuego de las Fauces, incluyendo en su interior transmisiones en código con la intención de ir manteniendo informado a Tarkin. Daala había recibido órdenes muy estrictas de no abandonar la Instalación de las Fauces, por lo que esperaron... y esperaron.

El gran error de Daala había estribado en sobrestimar las capacidades de Tarkin, su mentor. Daala se había graduado en la Academia Militar Imperial de Carida, uno de los centros de adiestramiento para la carrera militar más duros de todo el Imperio. Había destacado en todas las materias, había derrotado a muchos guerreros en combate singular y había utilizado sus habilidades estratégicas para acabar con ejércitos enteros en los juegos de guerra.

Pero era una mujer y los mandos femeninos eran una auténtica rareza en el servicio militar imperial, por lo que la academia de Carida asignó a Daala tareas difíciles en las que sus méritos nunca eran reconocidos mientras iba ascendiendo a los hombres de menos talento que habían sido superados una y otra vez por ella, otorgándoles posiciones de autoridad.

Daala había llegado a sentirse tan frustrada que creó una personalidad falsa en las redes de ordenadores, un seudónimo bajo el cual podía hacer sugerencias que serían escuchadas. Después de que un puñado de esas ideas realmente radicales dieran excelentes resultados, el Gran Moff Tarkin fue a Carida para conocer a ese nuevo genio de la táctica..., pero su labor detectivesca acabó descubriendo a Daala en vez de a un joven oficial.

Por suerte Tarkin tenía una mente más abierta y un talante más innovador que el Emperador. Reasignó lo más discretamente posible a Daala incluyéndola en su séquito personal, la llevó a los territorios del Borde Exterior junto con su flota de Destructores Estelares y dejó que trabajara a su lado.

Se convirtieron en amantes. Eran dos mentes idénticas, dos espíritus fuertes, decididos e implacables. Tarkin era mayor que ella, pero poseía un poder y un carisma que Daala admiraba. Delgado e incansable en su maldad callada y sin límites. Tarkin tenía una seguridad en sí mismo tan grande que no se acobardaba ni siquiera cuando estaba en presencia de Darth Vader.

Quería mantener oculta a Daala, por lo que le confió el mando de cuatro Destructores Estelares y le asignó la tarea de proteger y vigilar la Instalación de las Fauces. Pero eso ya pertenecía al pasado, pues Daala había obtenido nueva información de sus cautivos y todo había cambiado debido a esa información. Sí, todo había cambiado...

Sivron la estaba contemplando con los ojos llenos de ira.

—¿Dónde se encuentran esos cautivos ahora?

—En celdas de retención a bordo del
Gorgona
. Se están recuperando de..., de los rigores del interrogatorio.

—¿Y si alguien viene en su busca?

Sivron se volvió hacia la ventana de transpariacero de la pared de su despacho.

—Son fugitivos que han huido de las minas de especia de Kessel, y no tenían ni idea de adónde iban. Supondrán que han desaparecido en las Fauces... De hecho, no entiendo cómo lograron sobrevivir a la travesía del cúmulo.

—¿Y por qué no te has limitado a eliminarlos? —preguntó Sivron.

Daala logró no perder la paciencia con él, pero fue al precio de un considerable esfuerzo. Aquella pregunta no era más que otro ejemplo de la cortedad del twi'lek.

—Porque son la única conexión con el exterior que hemos tenido en toda una década —replicó—. Qwi Xux ya ha solicitado permiso para hablar con los prisioneros y obtener detalles sobre la
Estrella de la Muerte
. Quizá necesitemos sacarles más información..., antes de decidir qué vamos a hacer.

Los ojos porcinos de Sivron parpadearon.

—¿Qué vamos a hacer? ¿Qué quieres decir con eso? ¿Qué podemos hacer?

Daala se cruzó de brazos.

—Podemos salir de aquí con el nuevo Triturador de Soles y destruir a la Nueva República sistema por sistema —dijo, y sus gélidos ojos verdes le contemplaron fijamente y sin pestañear.

El twi'lek se removió nerviosamente.

—Pero el Triturador de Soles todavía no está terminado. Aún hay que hacer muchas pruebas, y tenemos que redactar muchos informes sobre...

—Llevas dos años perdiendo el tiempo, Sivron. Tu ineptitud y tu obsesión por los trámites burocráticos te han hecho acumular un considerable retraso sobre los planes previstos. El Gran Moff Tarkin no va a volver, y ya no tienes una excusa para seguir perdiendo el tiempo. Necesito el arma ahora, y voy a hacerme con ella.

La mente de Daala volvía una y otra vez a las palabras que Tarkin le había dicho cuando estaban inspeccionando los Astilleros de Kuat. Te estoy dando poder más que suficiente para convertir cualquier planeta en un montón de escombros, Daala. Y con el Triturador de Soles, la nueva arma diseñada por la Instalación de las Fauces, podría poner de rodillas a la Nueva República...

—Si Solo está diciendo la verdad —dijo Daala—, entonces mi flota muy bien podría ser el resto de la Armada Imperial más poderoso que existe actualmente en toda la galaxia. —Cogió uno de los modelos de Tol Sivron—. No podemos seguir esperando aquí por más tiempo, Sivron... Ahora es nuestro turno de demostrarles qué somos capaces de hacer.

20

El embajador de Carida y su séquito acababan de llegar a la plataforma oeste, que había sido reparada recientemente y se encontraba bastante alejada del Palacio Imperial. Su lanzadera diplomática hacía pensar en un lustroso escarabajo negro, y estaba erizada de sistemas de armamento que habían sido neutralizados a distancia antes de que la nave obtuviera el permiso para aproximarse a Coruscant.

Leia y todo un contingente de la guardia de honor de la Nueva República estaban esperando en la plataforma para recibir al embajador Furgan. El viento empezaba a intensificarse, y soplaba por entre los enormes edificios como si intentara hacer retroceder a la delegación de Carida en la dirección por la que había venido. Leia llevaba su atuendo ceremonial de las funciones gubernamentales, así como su insignia de rango de las fuerzas de la Alianza.

Su potente centro de adiestramiento militar hacía que Carida fuese uno de los pocos planetas de gran importancia estratégica que seguía siendo leal al Imperio. Si Leia conseguía establecer negociaciones con ellos, su hazaña diplomática tardaría mucho tiempo en ser olvidada. Pero el sistema caridano iba a ser una joya-fruto bastante difícil de abrir, especialmente estando representado por un embajador tan grosero y gélido como Furgan.

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