La CIA en España (2 page)

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Authors: Alfredo Grimaldos

BOOK: La CIA en España
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Una anécdota hasta ahora inédita resulta muy ilustrativa para entender algunos aspectos de la trama del 23-F. Pocos días después de que se resuelva momentáneamente el asunto, con la liberación de los diputados y el encarcelamiento de Milans, Tejero y unos cuantos militares más, tiene lugar una reunión de oficiales de los servicios españoles de inteligencia para tratar algunos aspectos relacionados con el intento del golpe. La preside Javier Calderón, en ese momento secretario general del CESID. Todo parece indicar que se quiere dar carpetazo al tema sin rebuscar más de la cuenta ni apretar las clavijas a nadie. Cuando va a disolverse la sesión, el teniente coronel Guitián enseña un telegrama y pregunta: «Entonces, ¿qué hago con esto?». El sistema de comunicaciones que está a cargo de Guitián ha captado ese envío a última hora del día 23 de febrero. Lo abre y lee: «Jaime, ahora vas contra la Corona». Es una reunión con numerosos testigos. Entonces, visiblemente cabreado, Javier Calderón le dice, delante de todos: «Joder, Guitián, no tienes sensibilidad informativa».

Otro aspecto clave para entender el diseño de la política española realizado por los servicios norteamericanos es la toma del poder, dentro del PSOE, de Felipe González y los suyos en Suresnes, en 1974. El político sevillano acude a esta pequeña localidad francesa situada cerca de París escoltado por oficiales del SECED, el servicio de información creado por el almirante Carrero Blanco. Ellos son también quienes le proporcionan el pasaporte.

A la hora de garantizar la transición sin sorpresas desde el franquismo a un régimen más homologable internacionalmente, una pieza fundamental es el Ejército. El propio general Vernon Walters, que llega a director adjunto de la CÍA, es el encargado de tantear a relevantes mandos militares españoles a principios de los setenta, para tener bien amarrado el proceso de cambio. Franco está ya al final del camino y el príncipe heredero, preparado para ocupar el trono. Pero antes de que desaparezca Franco, se produce el atentado de ETA contra Carrero, muy cerca de la embajada norteamericana. Nadie duda de que los autores materiales del asesinato son miembros de la organización vasca, pero en la trastienda quedan muchas cosas sin aclarar. Hay demasiadas piezas que no encajan.

Los socialistas de Suresnes aguantan su «OTAN, de entrada», como reclamo electoral, hasta que llegan al poder, en 1982. Después del referéndum de 1986, por fin, España ya es demócrata y de la OTAN. Veinte años más tarde, los aeropuertos españoles continúan siendo una base segura para las acciones encubiertas de la CIA.

La transición de Langley

La Transición española se diseñó en Langley (Virginia), junto al río Potomac, en la sede central de la CIA. La fase final de esa compleja operación, que culmina con la restauración monárquica en la persona de Juan Carlos I de Borbón, se comienza a fraguar en 1971, tras la visita del general Vernon Walters a España para entrevistarse con Franco. La avanzada edad del dictador turba los sueños de Richard Nixon, cuyo insomnio pronto se va a agudizar mucho más, con el caso Watergate. Pero en ese momento, una de las mayores preocupaciones del presidente norteamericano, dentro del área internacional, es tener bien controlado el proceso de sucesión en España cuando se produzca la desaparición física de quien ha sido fiel y subordinado aliado de Estados Unidos desde el comienzo de la Guerra Fría.

Walters, que poco después será nombrado director adjunto de la CIA, comunica al entonces vicepresidente de Gobierno, Luis Carrero Blanco, la necesidad de coordinar la actuación de los servicios de información norteamericanos y españoles para tener todo previsto ante el eventual fallecimiento del Caudillo. Y unos meses después, los hombres del Servicio Central de Documentación, creado en marzo de 1972, bajo la dirección del teniente coronel José Ignacio San Martín, entran en acción.

Manuel Fernández Monzón es entonces un joven capitán que ha desarrollado la mayor parte de su incipiente carrera en los servicios de información, primero en Contrainteligencia y después en el SECED. A él le corresponde viajar a Washington, como enlace entre el organismo dirigido por el futuro golpista San Martín y los cerebros —norteamericanos, por supuesto— de la operación. En el propio Pentágono, Fernández Monzón es recibido por un coronel estadounidense. «Me puso frente a un gran mapa que tenían desplegado allí, lo señaló y me preguntó qué veía», recuerda el hoy general en la reserva. «Yo le contesté: "Un mapamundi". Y él insistió: "Pero ¿qué hay en el centro?". El mapamundi se puede desplegar de distintas formas, claro, y ellos lo habían hecho de modo que en el centro exacto quedaba la península Ibérica. Entonces le contesté: "En el centro está España". Y él, sonriente, remachó: "Pues por eso está usted aquí".»
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«No es verdad todo lo que se ha dicho de la Transición. Como eso de que el rey fue el motor. Ni Suárez ni él fueron motores de nada», continúa Fernández Monzón. «Sólo piezas importantes de un plan muy bien diseñado y concebido al otro lado del Atlántico, que se tradujo en una serie de líneas de acción, en unas operaciones que desembocaron en la Transición. Todo estuvo diseñado por la secretaría de Estado y la CIA, y ejecutado, en gran parte, por el SECED, con el conocimiento de Franco, de Carrero Blanco y de pocos más. Por ejemplo, cuando el Estado Mayor del Ejército de Tierra elaboró la Operación Diana, no sabía para qué lo estaba haciendo. Era la planificación de una intervención militar en el caso de que aquí se produjera un vacío de poder.»

Todo empieza con la visita de Vernon Walters, embajador «volante» de Nixon al palacio de El Pardo, lo que el propio general norteamericano ha calificado como «Una misión con la que ninguna puede compararse».
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Según Walters, Richard Nixon «se daba cuenta de la importancia que España tenía para el mundo libre». Y ese interés por nuestro país le induce a enviarle a España con la «misión especial» de entrevistarse con Franco, «para hablar de los años futuros en los que el generalísimo ya no fuera jefe de Estado».

Nixon, en el despacho oval de la Casa Blanca, le dice que ha estado pensando en la situación que se da en España, y en lo que puede ocurrir después de la muerte de Franco. «España era de vital importancia para Occidente, y el presidente no quería que allí se creara una situación caótica o anárquica», continúa relatando Walters en su libro.

Expresó la esperanza de que Franco elevara al trono al príncipe Juan Carlos. Estimaba que esa sería una solución ideal, que daría lugar a una pacífica y ordenada transición que el propio Franco podría dirigir. De no adoptarse esta solución, el presidente Nixon albergaba esperanzas de que Franco nombrara un primer ministro fuerte, que se encargara de llevar a cabo la transición del régimen de Franco a la monarquía.

Vernon Walters sigue muy de cerca la evolución política del régimen franquista. Con un intervalo de poco más de diez años, dos presidentes de Estados Unidos visitan España. Primero Eisenhower, en diciembre de 1959, después Nixon, en 1970. Walters viaja a España con ambos: «Tuve la suerte de acompañarles y hacer de intérprete en las conversaciones con las autoridades españolas». En sus memorias. Walters recuerda con cariño al dictador español:

Franco ofreció una cena oficial al presidente Eisenhower en el Palacio de Oriente. Se pronunciaron afectuosos brindis durante la cena y, luego, se celebró un buen concierto, a cargo de cinco violinistas. Todos ellos llevaban Stradivarius. Volvería a ver a Franco en El Pardo, muchos años después, para hablar con él de lo que ocurriría en España cuando él muriese. En esta última ocasión, Franco hablaría de su muerte con la misma serena frialdad con la que antes habló con Eisenhower.

La misión de Walters en El Pardo, en 1971, tiene similitudes con la de Martin Sheen en
Apocalypse Now
, cuando va a encontrarse con un enloquecido y sanguinario Marlon Brando. Pero a diferencia de lo que ocurre en la película de Coppola, en esta ocasión el general norteamericano no tiene el encargo de acabar con la vida del tirano, sino el de apuntalar su régimen para que se perpetúe con nuevas apariencias externas cuando él falte. Nixon ordena a Walters que se entreviste a solas con Franco e intente averiguar qué medidas políticas y militares ha tomado el dictador en previsión de lo que pueda ocurrir tras su propia muerte. «Decir que estas instrucciones me estremecieron sería decir muy poco», escribe Walters.

El primer problema que encuentra el «embajador volante» de Nixon es el de poder ver a Franco a solas, sin que la embajada de Estados Unidos en Madrid ni el propio Ministerio de Asuntos Exteriores español medien en el asunto. Y además, no es nada fácil tener que hablar a un hombre de su propia muerte. Ni siquiera a alguien tan frío como el jefe del Estado español. Al final, es el propio ministro español de Asuntos Exteriores, Gregorio López Bravo, quien le facilita el encuentro. Franco tiene un olfato y una astucia especiales para moverse en esas situaciones y enseguida se da cuenta de cuál es el motivo de la visita. Le dice a Walters que ya ha tomado las decisiones oportunas para que, cuando su Capitanía «llegue a faltar», «todo quede atado y bien atado». Como ya manifestó en su discurso de 1969, durante el acto de designación de Juan Carlos de Borbón como sucesor suyo a título de rey.
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Asegura al general norteamericano que la sucesión se efectuará de forma controlada. El príncipe es la única alternativa y el Ejército le apoyará. Le dice que se han creado diversas instituciones para asegurar una ordenada sucesión e insiste en transmitir a Nixon «que el orden y la estabilidad en España quedan garantizados por las oportunas medidas que estoy adoptando». Y añade: «Mi verdadero monumento no es aquella cruz en el Valle de los Caídos, sino la clase media española».

Pero Vernon Walters no tiene muy claro que esas explicaciones sean suficientes para quedarse tranquilo y poder concluir así la misión que le han encomendado. Considera que su presidente le ha confiado un delicado trabajo que, en realidad, exige que haga algo más que hablar con el general Franco. Con el pretexto de hallarse de permiso en Madrid, visita a «varios amigos de las Fuerzas Armadas españolas, que ocupan puestos clave en la estructura de mando». Y todos ellos le manifiestan claramente que darán su apoyo a la elevación del príncipe Juan Carlos al trono, después de la muerte de Franco. Además, expresan «su creencia en que no habrá desórdenes ni disconformidad política en la nación».

Todos esos «amigos» militares coinciden en considerar que Franco no pondrá al príncipe en el trono antes de su muerte. Sin embargo, sí creen que el Generalísimo accederá a nombrar un primer ministro. A continuación, Walters visita a Carrero Blanco. Y éste le pone en contacto con los responsables de su propio servicio de información, que pronto se constituirá «oficialmente» con el nombre de SECED. San Martín será el primer jefe de este organismo. En sus memorias póstumas, este militar, posteriormente implicado en el golpe del 23-F, recuerda aquel encuentro. Escribe que Vernon Walters estuvo en el despacho de Carrero, a quien «le sorprendió el dominio de idiomas del general y sus conocimientos de estrategia y política internacional. Sintonizaron en la importancia que Carrero daba al proceso subversivo instigado, según él, «por el comunismo internacional y esencialmente por la URSS».
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Walters le explica al almirante que los norteamericanos quieren llevar a cabo una serie de «líneas de acción» concretas para garantizar que, efectivamente, no va a suceder nada imprevisto en el proceso de cambio hacia la democracia. Y él le contesta que, para el planeamiento y la concreción de esas «líneas de acción», los servicios de información de Estados Unidos tienen que entenderse con los hombres que van a integrar el SECED.

«A los norteamericanos sólo les hemos interesado por nuestra posición estratégica», opina el general Fernández Monzón. «Realmente consideran que la península Ibérica es el centro de su mapa mundial y para ellos resulta fundamental el eje Rota-Morón-Torrejón-Zaragoza. Antes, por la Guerra Fría, y ahora, porque estamos en la ruta desde Estados Unidos hasta el conflictivo Oriente Medio. En ese orden de cosas, se explica que los Estados Unidos, al final del franquismo, quisieran tener la seguridad de que aquí no iba a pasar nada.»

El SECED es una nueva sigla dentro del disperso panorama de los servicios de información españoles de la época. La Guardia Civil tiene el suyo, cada uno de los ejércitos cuenta también con uno propio y, dedicado específicamente a la represión política, destaca el enorme protagonismo de la Brigada Político-Social, perteneciente a la Dirección General de Seguridad. El SECED se crea en marzo de 1972 y absorbe a la OCN (Organización Contrasubversiva Nacional). Es como un iceberg, tiene nueve décimas partes sumergidas, todo el bloque que proviene, en su mayor parte, de la antigua OCN, y está estructurado en distintos departamentos dedicados a perseguir subversiones variadas: la universitaria, la sindical, la de la Iglesia... «Luego, había una décima parte, formada por cuatro oficiales: el capitán Peñas Pérez, el capitán Peñas Varela, el capitán Peñaranda y yo», explica Fernández Monzón. «¿Por qué existía aquella parte abierta? Porque Carrero Blanco nunca quería ver a nadie y había mucha gente que sí le quería ver a él. Nos hacía ir a entrevistarnos con ellos y le redactábamos una reseña, para que él tomara sus decisiones y actuara.»

Carrero encarga a los miembros de este grupo, que posteriormente se va ampliando, trabajar en coordinación con los servicios de información norteamericanos y desarrollar las líneas de acción diseñadas en Langley, para tener controlada la situación cuando muera Franco. Eso se traduce, en primer lugar, en la Operación Lucero, que se desarrolla en el SECED. En ella se adopta una serie de medidas encaminadas a que, cuando muera Franco, durante su funeral y los días posteriores, la situación en las calles también quede «atada y bien atada». La Operación Lucero tiene como objetivo «la defensa de todas las instalaciones civiles consideradas vitales para asegurar el normal desenvolvimiento y cumplimiento de las acciones del gobierno provisional, durante la transición o relevo de mando en la jefatura del Estado», señala otro antiguo oficial de los servicios de información, el coronel Arturo Vinuesa. «Las fases de esta operación comprendían desde la designación de los objetivos a defender y ocupar, hasta el aviso domiciliario a todos los jefes y oficiales de las unidades, en la primera situación de alerta, cosa que, con un adecuado entrenamiento, se realizaba en un corto espacio de tiempo.»
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