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Authors: Paul Féval

Tags: #Humor, Terror

La Ciudad Vampiro (5 page)

BOOK: La Ciudad Vampiro
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Pero había que hacer algo. Los primeros destellos del amanecer comenzaron a iluminar las cortinas de las ventanas.
Ella
colocó en el centro de la habitación una pequeña maleta, y amontonó desordenadamente en su interior algunas pertenencias que podrían serle útiles. No estoy convencida de que ya entonces estuviese decidida a partir sin avisar para un viaje tan largo, en el mismo día de su boda.
Ella
siempre fue muy correcta, educada y respetuosa con las normas; pero evidentemente existen momentos en la vida en que se hace todo sin pensar.

Debían de ser las cuatro y media o las cinco de la madrugada. Todos en la casa dormían, mientras nuestra joven se deslizaba por los corredores cargando su maleta.

Grey-Jack, que era el encargado de todo tipo de servicios dentro de la casa, dormía en una habitación de la planta baja, junto a la cocina.
Ella
golpeó suavemente la puerta de su cuarto y le dijo:

—Jack, amigo mío, despertaos; tengo que avisaros de algo importante.

El fiel servidor saltó inmediatamente de la cama y abrió la puerta, mientras se frotaba los ojos.

—¿Qué ocurre, señorita? —preguntó—. ¡Hoy será un gran día para todos! Pero, ¿qué demonios hacéis levantada a estas horas?

Ella
contestó:

—Vestios inmediatamente, mi buen amigo Jack; os necesito.

Él se sintió aterrado al escucharla, y todavía más después de encender una lámpara y ver el estado en que se encontraba. Estaba más pálida que un cadáver. Jack balbuceó:

—¿Ha pasado alguna desgracia en la casa?

—Sí, una terrible catástrofe, pero no ha sido en esta casa. ¡En nombre del Cielo, Jack, vestios!

El anciano comenzó a temblar, pero se vistió rápidamente. Mientras lo hacía,
Ella
continuó:

—Grey-Jack, ¿os acordáis de vuestro amigo Ned Barton, que jugueteó en vuestro regazo, y de Corny, que llegó de Holanda cuando todavía era una cría?

—¡Que si recuerdo al señor Edward y a la señorita Cornelia! —exclamó el anciano—. ¡Por supuesto que sí! ¿No han de casarse hoy, al otro lado del mar?

—Los queríais mucho a los dos, ¿verdad, mi querido amigo?

—Naturalmente que sí, señorita, y los sigo queriendo.

—Pues bien, Jack, tenemos que enganchar a Johnny al coche y partir inmediatamente hacia la ciudad.

—¿Cómo? ¿Yo? —exclamó el pobre hombre, incrédulo—. ¡Que deje la casa el día de su boda! ¿Y vais a casaros sin que yo esté aquí, señorita?

—No me casaré sin que estéis aquí, amigo mío, porque me iré ahora mismo con vos.

Él intentó decir algo, pero ella le atajó:

—¡Se trata de un asunto de vida o muerte!

Grey-Jack, aturdido hasta la locura, corrió a la caballeriza sin pedir más explicaciones.

Iba muy a su pesar. Constantemente se volvía hacia las ventanas para ver si aparecía alguien. Pero todos se habían acostado tarde y estaban durmiendo a esas horas.

Ella
subió al coche y Grey-Jack se situó en el pescante.

Johnny
comenzó a trotar, sin que nadie en la casa se despertase.

Ella
sentía un peso terrible en su corazón. Aunque todavía no había escrito ninguna de sus famosas obras, ya tenía ese estilo noble y brillante que sir Walter Scott eleva hasta el cielo en su reseña biográfica, porque exclamó involuntariamente:

—¡Adiós, mi querido hogar! ¡Dulce refugio de mi adolescencia, adiós! Campos verdes, montañas orgullosas, bosques misteriosos llenos de sombras, ¿volveré a veros alguna vez?

Grey-Jack, refunfuñando, se giró y le dijo:

—En lugar de hablar sola, señorita, podríais decirme qué es lo que vamos a hacer en Stafford tan pronto.

—Grey-Jack —respondió ella solemnemente—, no estamos yendo a Stafford.

El sirviente la miró, estupefacto:

—Señorita —suplicó, juntando sus pobladas cejas—; lleváis veintitrés años siendo más dócil que un corderito; pero si me utilizáis para escapar de la casa de vuestros padres, me condenarán…

Ella
le interrumpió, alzando la mano, y añadió:

—Protestad cuanto queráis, Grey-Jack. ¡Pero vamos a Lightfield!

* * * * *

La más hermosa doncella del mundo no supo contarme más. Yo les relato la historia tal como me fue contada, porque
Ella
ni siquiera se detuvo para darme más detalles. Además, en su narración no aparecía la clásica división del tiempo en días y noches.
Ella
siempre se mantuvo por encima de esas vulgares mezquindades. Corría, llevada por los recuerdos que galopaban a lomos de ese caballo alado que es el símbolo de la imaginación poética: Pegaso.

Ella
comía; pueden ustedes suponerlo, como es lógico. Y también dormía, evidentemente, pero todas estas funciones que degradan nuestra elevada naturaleza serán pasadas por alto en su caso.

Tampoco le gustó nunca a Ann hacer la menor referencia al dinero o a los gastos. Sobre ambos, tanto usted, mylady, como usted, caballero, podrán creer lo que quieran. Sólo sé que el viaje fue largo, y que en él se dieron los obstáculos más extraordinarios. Constantemente se vio forzada a gastar dinero. ¿De dónde lo sacaba? No lo sé, y me desentiendo por completo de esta respuesta. Lo cierto es que pagaba todo al contado, y que regresó al redil sin haber dejado atrás la menor deuda de nada.

De camino a Lightfield, Grey-Jack, que había comido en abundancia, se hizo más charlatán.

—Estoy pensando, señorita, que miss Corny y ese pillo de Ned os esperarán allá con otro buen mozo. ¿Lo conozco yo? Supongo que William Radcliffe nada sabe de esto. Bueno, tampoco es la muerte. En Inglaterra nunca faltan sacerdotes para casar a dos jóvenes deprisa y sin ceremonias. Pero, ¿quién habría esperado esto de vos, señorita Ann? Yo nunca lo hubiese imaginado.

En lugar de contestar,
Ella
le preguntó:

—¿Qué opinión tenéis, Grey-Jack, de Otto Goëtzi?

El pobre sirviente estuvo a punto de caerse del pescante, tamaña fue su sorpresa.

—¡Cómo! Pero, señorita, ¡no puedo creer que estéis despreciando a ese joven educado por ese demonio despeinado! Puede que el señor William sea un pájaro negro, pero…

—¡Os pido, amigo Jack, que habléis de mi marido con mayor respeto!

—¡Vuestro marido! ¡Ahora sí que no entiendo una palabra!

—Os pregunto qué pensáis del señor Goëtzi.

—Bien —replicó el buen hombre, enfadado—; ya me gustaría estar en Lightfield para entender mejor toda esta trama. Del señor Goëtzi puedo deciros que no es el primer tunante al que veo bien alimentado y vestido en el seno de una familia de honra, con la excusa de educar a sus muchachos.

El caballo se encabritó y Grey-Jack se apresuró a santiguarse.

—Ya veis lo que ocurre sólo con pronunciar su nombre —masculló—. Todo el mundo sabe que es un vampiro.

—Vamos, amigo Jack —dijo ella con desdén—, yo no creo en los vampiros.

Lo cierto es que
Ella
se encontraba muy por encima de todas aquellas supersticiones que correteaban por las montañas, entre los condados de Stafford y Shorp.

—Haced lo que os plazca —contestó el hombrecillo—; pero haríais bien en creer en ellos. Proceden del país de los turcos, muy lejos, cerca de la ciudad de Belgrado. Aunque yo no sé exactamente lo que son. Usted, que sabe muchas más cosas que yo, ¿me lo podría explicar mejor?

A
Ella
le gustaba enseñar, como a la mayoría de las personas cultas.

—En el supuesto de que existiesen, los vampiros son esos monstruos de apariencia humana, que nacen, en efecto, en la baja Hungría, en la región que se extiende entre el Danubio y el Save. Se alimentan con la sangre de las jovencitas…

—¡Perfectamente, señorita! —exclamó inmediatamente Grey-Jack—. ¡Eso es exactamente lo que yo he visto con mis propios ojos!

—¿Alimentarse con la sangre de una doncella? —preguntó Ann horrorizada—. … ¿al señor Goëtzi?

—¡Algo parecido! Me refiero a
Jewel
, la perrita de la señorita Corny. ¡Qué encanto de animalito! ¿Lo recordáis?… Se bebió la sangre de aquella perrita como si fuese un zorro salvaje —añadió—. ¡Y en la cocina, robaba las costillas crudas! ¡Por las noches se levantaba también para hablar con las arañas! Todo el mundo sabe de qué murió Polly Bird, en la Granja Alta… aquella joven a la que encontraron dormida a orillas del lago, y que nunca despertó. Y siempre que él entraba en algún lugar, la luz de las lámparas se ponía verde. ¿Os atrevéis a negarlo? Incluso los gatos le saltaban encima, porque despedía el mismo mal olor de las gatas en primavera. A la lavandera le gustaba repetir, para quien quisiera escucharla, que todas sus camisas tenían una pálida mancha de sangre a la altura del corazón.

—Vamos, amigo mío, todo eso no son más que habladurías. Me gustaría que me dijeseis algo más concreto, como por ejemplo: ¿sabéis por qué despidieron al señor Goëtzi de la casa del
esquire
Barton?

—¡Por supuesto! Eso es algo que sabría hasta un chiquillo. Fue debido a la señorita Corny. El
esquire
Barton apreciaba realmente al señor Goëtzi, que es un hombre muy culto, y al igual que usted, tampoco creía en vampiros. Pero de repente la señorita Cornelia comenzó a quejarse de dolores en el pecho, y aseguró que empezaba a
verlo todo verde
… ¡Qué cosa más extraordinaria, señorita Ann… fíjese en la luna!

La luna, casi redonda, se levantaba en medio de un bosque de álamos sin hojas. Nuestra querida Ann tenía el valor de un guerrero, pero no pudo evitar un estremecimiento en aquella ocasión.

Estaban viendo la luna de color verde.

—¡Vamos, acabad vuestra historia —exclamó, sin embargo—, os lo ordeno!

—Siempre que se habla de él —susurró Grey-Jack— ocurre lo mismo. Cierto día encontraron a Cornelia desmayada en la cama. Tenía sobre su pecho izquierdo una pequeña picadura negra y Fancy, su doncella, vio una araña verde, de sorprendente tamaño, que se deslizaba por debajo de la puerta. Decidió seguirla. Pero la araña corría a tanta velocidad por el pasillo que Fancy no consiguió alcanzarla, a pesar de lo cual sí pudo verla entrar en la habitación del señor Goëtzi… Entonces fueron a buscar a Ned Barton, ese adorable joven que, la verdad sea dicha, no tenía precisamente los modales de su preceptor. Ned entró en la habitación del doctor Goëtzi y le dio tal paliza…

—¡Desgraciado! —exclamó Ann juntando las manos—. ¿Es cierto eso? ¿Ned llegó realmente a golpear a ese perverso y vengativo ser?

—Ya lo creo, señorita. Hubo puñetazos, patadas, bastonazos e incluso sillazos. El señor Goëtzi, entonces, se quejó al
esquire
, que le dio algo de dinero…

Finalmente llegaron a Londres, ya de noche. Nuestra querida Ann decidió asistir al circo olímpico de Southwarck, acompañada por Grey-Jack. En general no le agradaban mucho este tipo de frívolas representaciones. Pero los barcos que atravesaban el canal no partían con tanta frecuencia como ahora, y la idea de asistir a la representación circense vino motivada además por una circunstancia especial.

En el cartel que anunciaba la representación de diferentes números, una palabra había conseguido llamar la atención de la joven, y esta palabra era: VAMPIRO.

En medio del anuncio de la presencia del caballo
físico
, que era capaz de caminar sobre la cola; y de las hazañas del payaso Bod-Big, capaz de comerse un topo y devolverlo entero, podía leerse, escrito en letras verdes:

¡¡CAPITAL EXCITEMENT!!

EL AUTÉNTICO VAMPIRO DE PETERWARDEIN

DEVORARÁ A UNA JOVEN VIRGEN

Y BEBERÁ VARIAS COPAS DE SANGRE

COMO SIEMPRE, AL SON DE LA MÚSICA

DE LOS GUARDIAS ECUESTRES

¡¡WONDERFUL ATTRACTIONINDEED!!

Cuando
Ella
y Jack entraron en la carpa, el inmenso circo estaba repleto de espectadores, que contemplaban cómo una vieja pintada de amarillo galopaba completamente estática, a lomos de un caballo que atravesaba constantemente aros de papel, entre la desaforada algarabía de la muchedumbre. Se trataba de la famosa Lily Cow. Inmediatamente después se apagaron todas las antorchas, ya que en aquellos tiempos no había gas. En medio de la oscuridad brotó un resplandor fosforescente, que otorgó a todos los espectadores cercanos al anfiteatro el aspecto de cadáveres vivientes. Se escuchó un relámpago lejano, mientras el viento gemía con fuerza. La música comenzó a rechinar. Una gigantesca araña, con cuerpo de hombre y alas de murciélago, empezó a descender a través de un hilo que colgaba de la cúpula y se iba estirando bajo su peso.

En ese preciso instante, una muchacha checa, casi una niña, vestida de blanco y a lomos de un caballo negro, penetró en el anfiteatro, balanceando sobre su cabeza una corona de rosas. La joven era preciosa y delicada, con un leve parecido a la señorita Cornelia de Witt y, lo más sorprendente, más parecida a cada momento que la miraban.

La araña permanecía enroscada en el extremo del hilo, y ya no se movía; acechaba. Mientras estaba quieta, podía verse a su alrededor, claramente, un resplandor verdoso muy brillante en el centro, que iba esfumándose como si fuese una aureola.

La joven checa jugueteaba con su guirnalda mientras danzaba.

Repentinamente la araña se dejó caer al suelo, y sus largas y repugnantes patas se movieron frenéticamente sobre la arena del circo. La muchacha la vio venir y mostró su terror con unos gestos capaces de arrancar el aplauso del público.

El enorme insecto perseguía a la joven a toda velocidad, mientras ésta intentaba escapar a lomos del caballo negro. El monstruo daba saltos irregulares, y al ver que no conseguía dar alcance a la muchacha, utilizó los recursos propios de su especie.

No sé cómo logró hacerlo, pero el caso es que fue tendiendo de uno a otro lado unos hilos que, aparentemente, le brotaban de sus fauces, fabricando en un abrir y cerrar de ojos una especie de red… ¡una tela de araña!

La joven checa se colocó de rodillas sobre el caballo. Se quitó la guirnalda y los velos que la cubrían, quedando vestida únicamente con una malla de color carne, que resultaba todavía más impresionante.

Repentinamente la araña la atrapó en su tela. Fue algo espantoso. El caballo, libre de la jinete, galopaba de un lado a otro. Pudo escucharse entonces el sonido de huesos rotos.

Ahora no era a una araña, sino a un hombre al que se veía beber a grandes tragos la sangre roja, en medio de un incendio de destellos verdes.

BOOK: La Ciudad Vampiro
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