Asombrados ante este claro ejemplo, dos psiquiatras de Chicago se dedicaron a buscar otros problemas de comportamiento y descubrieron niños que robaban, otros que provocaban incendios, algunos que tenían desviaciones sexuales y otros finalmente que hasta llegaron a cometer crímenes; todos actuaban impulsados por deseos inconscientes de sus padres. Cualquier adulto que se haya enfrentado aunque sea brevemente con sus propias fantasías, hallará esta idea demoledora. La madre sobreprotectora será algunas veces la culpable de que su hijo haga las cosas que ella más detesta. La madre que no soporta las mentiras, será la más propensa a tener un hijo mentiroso.
No obstante, las emociones reprimidas y las ambiciones subconscientes son parte del contexto psicológico de todo adulto normal. Los padres siempre han comunicado cosas de este tipo a sus hijos y la mayoría de ellos las han soportado bastante bien. En el futuro, seguramente, los estudios sobre la interacción entre padres e hijos nos enseñarán mucho más acerca de la forma en que se comunican las familias, pero pasará mucho tiempo hasta que logremos establecer la forma de enseñar a los padres a no transmitir ciertos sentimientos de manera no-verbal. Además, por supuesto, antes de lograr ser capaces de no comunicarlos, uno debe enfrentar valientemente el hecho de que los posee. En cuanto se refiere al aprendizaje no-verbal de los bebés, si tomamos seriamente los argumentos de Ashley Montagu ( y yo lo hago), debemos llegar a la conclusión de que todo nuestro sistema merece ser revisado. Los padres, los médicos y los hospitales deben tratar de lograr un medio para proveer al infante de una transición más suave desde el útero materno al mundo exterior. Debemos asegurarnos, según me parece, antes de llevar a niños pequeños a guarderías donde los tengan todo el día, de que serán convenientemente tratados, sostenidos en brazos, estrechados y en general "amados", "queridos" en proporción suficiente. Es maravilloso ofrecer a una criatura de edad pre-escolar un caudal de estímulo intelectual y la oportunidad de aprender a una edad temprana, como sucede en los buenos centros de atención infantil; pero el aprendizaje no-verbal que realiza en sus primeros años es tal vez más importante aun y la mejor forma de lograrlo es mediante una buena relación con los adultos que gozan de su compañía y tienen tiempo para dedicársela.
El código no-verbal durante la niñez
En sus estudios sobre animales, los etólogos han desarrollado técnicas de campo, que les permiten observar y registrar el comportamiento de manera muy objetiva y detallada, sin nociones preconcebidas. El etólogo se interna en el ambiente salvaje de los animales y permanece allí hasta que éstos lo aceptan como parte de su hábitat. Luego comenzará a tomar notas sobre pautas de comportamiento, observando qué acción precede cada uno de sus actos y cuáles son sus consecuencias. Sobre el terreno mismo o tal vez más tarde, mediante el análisis por computadoras, se extraerán los patrones de estas pautas, que llevarán a describir e identificar todos los elementos que intervienen en ellos: por ejemplo, en el ataque, la postura, la expresión facial, el comportamiento ocular, el efecto de los sonidos, etc. Una vez que todos estos patrones han sido identificados y señalados a un observador, las acciones aparentemente casuales de los animales adquieren un nuevo significado para él; literalmente, los verá de manera diferente.
Para los expertos en etología humana, los niños de jardín de infantes constituyen excelentes sujetos, puesto que son mucho más activos y desinhibidos que los adultos. Juegan juntos, forman pequeñas bandas, se atacan entre ellos y luego se baten en retirada; y en todo momento se comunican ampliamente por medio de expresiones faciales y gestos, rara vez con palabras.
Uno de los primeros estudios etológicos sobre niños fue realizado en 1963-1964 por N. G. Blurton Jones, que pasó meses observando en silencio desde un rincón, el comportamiento de los alumnos de un jardín de infantes en Londres, registrando en una libreta los mínimos detalles físicos y de comportamiento. Logró efectuar algunas curiosas comparaciones entre las actividades de los seres humanos jóvenes y las de los otros primates. Pudo notar, por ejemplo, que algunas de las expresiones faciales de los niños, son curiosamente parecidas a las de otros primates. Fijar la mirada, con el ceño levemente fruncido y las cejas juntas, muestra de la "cara de ataque", es muy similar en el niño y en el mono. La sonrisa de la "cara de juego" del niño —una mueca con la boca abierta que, sin embargo, no muestra los dientes— también se asemeja a la "sonrisa" de la "cara de juego" de los otros primates jóvenes. No obstante, Jones señaló que entre los seres humanos cuyas edades oscilan entre los tres y los cinco años, no parece existir un verdadero equivalente a la jerarquía que rige entre los primates, aunque puede ser que esta dominación exista entre niños mayores.
Jones notó también que, al igual que a los monos, a los niños les encanta realizar juegos bruscos, revolcándose por el suelo en una imitación de lucha. Existen evidencias que demuestran y confirman la naturaleza juguetona de este comportamiento, tanto entre los chicos como entre los monos. Los niños, por ejemplo, mantienen su "cara de juego". Se ríen y saltan con ambos pies juntos. Sólo tratan de aparentar que se agreden. Cuando se persiguen, lo hacen turnándose entre perseguidos y perseguidores, y así sucesivamente. Los monos actúan de manera similar.
Los monitos pequeños a los que se priva de jugar de esta manera con otros animales de su edad, se transforman en criaturas solitarias y antisociales, mucho peor aun que los niños separados de sus madres pero que tienen oportunidad de jugar con otros pequeños de su edad. Para los monitos, parece ser más importante la compañía de otros animales de su edad que la de su madre, en lo que se refiere al comportamiento social. Jones sugiere que también debe ser vital para los seres humanos, puesto que el repertorio no-verbal de los niños mientras juegan es mucho más extenso.
Jones observó que algunos de los niños no participaba en absoluto de esos juegos bruscos. Hablaban bien y con frecuencia con cualquiera que quisiera escucharlos; leían mucho y jugaban solos la mayor parte del tiempo. Como los patrones motores de estos juegos bruscos y sus expresiones aparecen ya a los dieciocho meses, o aun más temprano en algunos casos, Jones se preguntó si estas criaturas habrían sido privadas de esta experiencia vital en una edad crítica y ahora serían demasiado crecidos para asimilarla.
Otro grupo de etólogos reunido por el doctor Michael Chance en Birmingham, Inglaterra, se ha dedicado a estudiar niños de jardín de infantes. La descripción etológica está claramente ilustrada por el informe del equipo, acerca de la manera en que un grupo de niños se pelean por un juguete. Según éste, uno de los niños tendrá el ceño fruncido —con las cejas hacia abajo en los ángulos internos— y echará la cabeza y el mentón hacia adelante, manteniendo los labios apretados y echados hacia adelante. Presentará "el rostro iracundo". También podrá agredir al otro niño mediante un golpe característico. Este golpe es típico entre los niños de edad pre-escolar: el brazo levantado, los dedos apretados y las palmas hacia adelante. El niño agredido con frecuencia se agachará, llorará o emprenderá la fuga, manteniendo en su rostro todo el tiempo una expresión de huida. Las cejas más bajas en los extremos exteriores, la boca abierta y algo cuadrada y el rostro congestionado. Cuando los seres humanos están por atacar, raramente aparecen congestionados; según Desmond Morris es más frecuente que se pongan pálidos. El rubor suele ser un indicio de derrota.
El golpe de los niños suele ir precedido por lo que se llama "posición para pegar": la mano levantada hasta el nivel de la cabeza y mantenida allí por varios segundos. Si la mano se mantiene hacia atrás y lejos de la cabeza, es muy probable que se propine el golpe. Si la mano se mantiene hacia atrás y próxima a la cabeza, puede ser simplemente un gesto defensivo. Los etólogos citan otra gran variedad de posiciones de las manos entre estos extremos y, aparentemente, de eso depende la representación del equilibrio entre el deseo de atacar y el de huir. Ésta es, evidentemente, una señal de que el otro niño está preparado, pues al verse enfrentado con esta "posición de pegar", algunas veces girará sobre sus talones y huirá antes de que se produzca el golpe o podrá responder adoptando a su vez una postura defensiva para enfrentarlo.
El equipo de Birmingham prestó considerable atención a las expresiones faciales de los niños. De sus observaciones se deduce que existen seis maneras diferentes de fruncir el ceño, y que cada una de ellas corresponde específicamente a una posición de las cejas y una forma de arrugar la frente. También registraron ocho maneras diferentes de sonreír y cada una de ellas se emplea en una situación particular. Estos gestos faciales, aparentemente, se mantienen inalterables durante la vida del adulto.
La sonrisa más común es la empleada al saludarse; involucra solamente el labio superior y deja ver solamente los dientes de arriba. Sin embargo, existen variaciones sobre ella: por ejemplo, si se trata de una presentación formal, no será necesario mostrar los dientes; solamente se levantará levemente el labio superior. Al mismo tiempo, si se trata del encuentro entre dos amantes o cuando un niño corre alborozado hacia su madre, la boca podrá estar algo más abierta, aunque sólo se enseñarán los dientes superiores. La sonrisa del labio superior se transforma en la sonrisa con los labios hacia adentro, al hundir levemente el labio inferior sobre los dientes. La gente suele emplear este tipo de sonrisa cuando se encuentran con personas a quienes consideran sus superiores. La "sonrisa de gran intensidad" que deja ver tanto los dientes de arriba como los de abajo, se produce durante momentos de agradable excitación y es algo diferente de la "sonrisa radiante" en que la boca está totalmente abierta pero los dientes están cubiertos. Los niños emplean en sus juegos estos dos tipos, pero la versión de la "sonrisa de gran intensidad" parece ser la que mejor concuerda con la "cara de juego". Los etólogos registran también una sonrisa no sociable. La denominan la sonrisa simple y es la mueca enigmática de la Mona Lisa, que parece reflejar una alegría interior. Los labios se curvan hacia arriba pero la boca permanece cerrada. Probablemente es la sonrisa empleada por el individuo cuando está a solas. Una sonrisa fría es la que interesa solamente la boca. Los pequeños cambios sutiles que se producen alrededor de los ojos, son los que proveen calidez a la expresión. Aun una "sonrisa radiante" será poco convincente si los ojos se mantienen inalterables y no va acompañada por un arqueamiento de las cejas.
A pesar de que los niños mantienen algunas de estas expresiones hasta la edad adulta, otros gestos de la niñez desaparecen o se transforman. La posición para "golpear" raramente se encuentra entre niños mayores de seis años, a pesar de que pueden hallarse rastros de ella aun en el comportamiento de algunos adultos. Cuando una persona se toca el mentón o la mejilla con el pulgar e índice y la palma de la mano vuelta hacia afuera, en una posición incómoda, probablemente lo hará porque se siente amenazada. Dos de los etólogos de Birmingham, Christopher Brannigan y David Humphries han escrito:
En situaciones más defensivas, la mano se mueve hacia atrás en la postura de golpear, pero esto se disimula colocando la palma de la mano sobre la parte de atrás del cuello. Si usted se encuentra en una situación similar, examine sus motivaciones: se dará cuenta de que está muy a la defensiva. Entre las mujeres, especialmente, el movimiento de la mano hacia la nuca puede aparecer combinado con la acción de arreglar el cabello de forma sofisticada. Similarmente, un conductor que realice una falsa maniobra y sobrepase a otro coche demasiado rápido, con frecuencia efectuará un instintivo movimiento de la mano hacia la nuca, como queriendo acomodarse el peinado.
El significado social de los movimientos de la mano hacia la cabeza resulta algunas veces fácil de identificar, tanto en los niños como entre los adultos, puesto que el movimiento está destinado a cumplir una función: cubrirnos los ojos cuando no deseamos ver algo; taparnos la boca cuando nos preocupa hablar o tratamos de disimular una sonrisa. Gestos menos obvios como pasarnos los dedos entre los cabellos, rascarse la cabeza, frotarse la nariz o masajearse suavemente el mentón —o mesarse la barba cuando un individuo la posee— parecen relacionados con el cuidado del cuerpo pero en realidad se realizan cuando estamos indecisos o tratando de tomar una resolución.
Los expertos en cinesis norteamericanos han notado que la acción de frotarse la nariz se produce con frecuencia cuando una persona está por reaccionar de manera negativa. También señalan que acomodarse el cabello, indica una tendencia al deseo de galantear. Los etólogos británicos, en cambio, relacionan el arreglo del cabello con la indecisión. Afirman que pasarse los dedos por el cabello, por ejemplo, suele producirse en un momento de equilibrio, cuando el individuo se encuentra frente a la alternativa de tomar una decisión. Un niñito del jardín de infantes que estaba por tirarle de las trenzas a una compañera cuando la maestra lo llamó, se pasó los dedos por el cabello y luego dejó a la niña para ir hacia la maestra. Rascarse la cabeza, por otra parte, parece ser más un índice de frustración que de indecisión.
En nuestros días, la etología humana está refrescando algunas prácticas sumamente eficientes. Se emplean métodos etológicos para estudiar a los enfermos mentales, muchos de los cuales están imposibilitados o simplemente no desean hablar; esto hace que su lenguaje no-verbal adquiera gran importancia. Un científico británico, Ewan Grant, observó y registró una entrevista entre paciente y médico, realizó un análisis estadístico de los datos obtenidos y descubrió que podía agrupar todas las pautas de comportamiento observadas en cinco grandes unidades: afirmación, huida, relajamiento, contacto y autocontacto (arreglarse el cabello, etc.). También notó lazos de unión entre las unidades. La "huida", por ejemplo, puede estar relacionada con el "contacto" mediante la mirada. Una persona que parece decidida a rehuir una relación puede, luego de mirar directamente a la otra persona, comenzar a sonreír o mostrar otras señales representativas de un comportamiento de "contacto".
Aplicando el sistema de análisis de Grant, Christopher Brannigan y Kate Currie trabajaron con una criatura autista, una niñita de cinco años. Como muchas otras criaturas de su misma condición, hablaba raramente y era sumamente retraída. Pocas veces se aproximaba a los investigadores por su propia voluntad y en lo posible eludía hasta sus miradas. En términos etológicos, era completamente deficiente en su "comportamiento de contacto y afirmación". Brannigan y Currie decidieron tratar de condicionar a la criatura mediante nexos de comportamiento; aproximación y miradas, para ver si luego se realizaban los comportamientos de contacto. Mediante trozos de chocolate y cariñosas palabras como recompensa, le enseñaron primero a aproximarse a ellos y luego a mirarlos y sonreír. La sonrisa es un nexo entre el contacto y los comportamientos de afirmación y una vez que la criatura comenzó a sonreír, pasó luego a fruncir el ceño en señal de enojo, echar la cabeza hacia adelante y "golpear" —todas éstas, señales de afirmación—. Esto representó un gran adelanto para la criatura, aun cuando todavía no lograron que hablara.