La conjura de Córdoba (8 page)

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Authors: Juan Kresdez

Tags: #Histórico, Intriga

BOOK: La conjura de Córdoba
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—A pesar del bálsamo de Al-Salim, a más de uno le has metido el miedo en el cuerpo. Fíjate en el Hachib, le hierve el cerebro.

—Está acobardado.

—Te equivocas, Hudayr. Al-Mushafi tiene en mente un elevado número de posibilidades. Como regente, y hasta el momento lo es, está en disposición de garantizarse adhesiones. Permite opiniones y observa actitudes con la intención de conocer cuántos efectivos tiene a favor. No le subestimes. Es astuto como un zorro.

—¿Busca traidores aquí dentro?

—Los hay. La dificultad estriba en que ni ellos mismos saben que lo son. El desprecio de Faiq por algunos de los presentes y su arrogancia le ha privado de tenerlos en sus filas. Al-Mushafi tampoco dará con los emboscados —dijo Abi Amir.

Hudayr le miró y pensó que su amigo leía en la mente de los hombres como un ser privilegiado. De estudiantes se había reído de Abi Amir cuando hacía gala de sus dotes adivinatorias y para su asombro se realizaron algunas de sus profecías.

—¿Cómo terminaremos con esto?

—Lo sabrás en su debido momento. Actúa como hasta ahora. Exprésate con espontaneidad, provoca. Verás el resultado.

Hudayr escuchaba a su amigo como si fuera un oráculo y veía a los convocados como peones en un tablero de ajedrez.

—Me desorientas. Disfrutas como si estuvieras en una cacería y no en este conciliábulo donde nos jugamos el futuro —se lamentó Hudayr.

—El destino está escrito en las estrellas y no podemos cambiarlo a nuestro gusto —sentenció Abi Amir, que usaba ese tipo de expresiones por el efecto que causaba en los demás y se adelantó para beber de su infusión.

ABU-L-ASBAG

Al-Mushafi, mientras recorría con la mirada los rostros de los reunidos intentando adivinar sus pensamientos, rememoraba su infancia, su primera entrada en el Alcázar. Contaba apenas ocho años cuando el califa Abd Al-Rahman III decidió nombrar a un gramático preceptor de su hijo y heredero Al-Hakam y llamó a Utman ibn Nasr. Al-Mushafi ibn Utman, de la mano de su padre, cruzó los grandes corredores embelesado en las columnas de mármol, los atauriques y artesonados de los techos, los hermosos jardines. Llegó al salón de recepciones donde se encontró con el gran Califa unificador, pacificador y fundador del califato de Córdoba sentado sobre unos cojines de seda y vestido con una simple túnica. Aturdido y desorientado por la ausencia del protocolo que había imaginado, no se dio cuenta de la entrada de unos niños que llegaron acompañados de un eunuco. Allí conoció al Príncipe heredero y a un esclavo rubio de ojos azules a su derecha, Galib. Compartieron lecciones y juegos. Durante los recreos, entre lección y lección, Galib marchaba al patio donde se ejercitaban los soldados y participaba con ellos en los duros ejercicios.

Al-Hakam algunas veces le acompañaba, sin embargo, Al-Mushafi prefería sentarse a la sombra de un árbol a leer las obras de la literatura árabe. Admiraba, como Al-Hakam, a ibn Salam al Harawi, a Abu Nuwas, a Abu Tammam y a otros poetas orientales. Recitaban composiciones y Al-Mushafi los imitaba en poemas que Al-Hakam aplaudía. Así nació la amistad que les había unido de por vida. Al-Mushafi con Galib no consiguió el mismo grado de afecto. En cambio, Al-Hakam y Galib se compenetraban. Estudiaban juntos las traducciones que llegaban a la biblioteca del griego y latín sobre la vida de los grandes generales, Alejandro, César, Pompeyo, Aníbal, la de los grandes conquistadores árabes, Tarif, Muza y la del odiado Abbas que a punto estuvo de exterminar a la familia Omeya después de arrebatarle el califato de Damasco.

Galib, muy afecto al califa Abd Al-Rahman III, se inclinó por el ejército. Participó en las campañas al lado del Califa y se distinguió por su valor y el inteligente sentido de la estrategia. Su personalidad resultaba tan atrayente que los soldados le seguían seguros de la victoria. A los veinte años, Abd Al-Rahman III le manumitió y le nombró general. Galib ibn Abd Al-Rahman. Estos éxitos los envidió Al-Mushafi.

Proclamado califa Al-Hakam II, no se separó de los dos amigos de la infancia, uno en la administración y el otro en el ejército fueron dos pilares donde apoyó el gobierno.

Las victorias de Galib las cantaba el pueblo, desmoralizaban a los enemigos y Córdoba disfrutaba de un periodo de prosperidad como nunca había conocido.

Por eso estaban reunidos para continuar, como habría deseado Al-Hakam II. Al finalizar la guerra del Norte de África, Al-Hakam II añadió a los títulos de su fiel amigo, visir y general de los ejércitos, el único que se había entregado en la historia del califato:
Caid du-l-Sayfayn
, «El de las Dos espadas».

«La traición de Galib es imposible y también es eslavo como Faiq al Nizami, Yawdar, Ziyad y otros muchos», se dijo el Hachib y buscó en los ojos de Ishaq Ibrahim una señal de sus intenciones. Por la expresión del rostro del alfaquí entendió que las duras palabras que profirió contra los eslavos no las había hecho extensibles a todos, si bien la vehemencia con que defendió la ortodoxia maliki parecía que sobreponía la etnia árabe sobre las otras y Al-Andalus estaba compuesto por un conglomerado de razas tan mezclado que la sangre de unos y otros había perdido su pureza. Abd Al-Rahman III tuvo por madre una esclava del Norte de la Península, fue nieto de la reina Toda de Navarra; Al-Hakam II, hijo de una vascona y el pequeño Hisham, de Subh la vasca. El concierto se encontraba en las instituciones islámicas y en la figura del califa, signo de la unidad religiosa, política y social.

“Ishaq Ibrahim no será un obstáculo y sus virulentas palabras me permitirán ver el fondillo de cada uno”, se dijo. Cruzó la mirada con Abi Amir y estuvo a punto de sonreír. “Este, descendiente de los primeros árabes que pisaron esta tierra, es hechura mía. Me debe su puesto como administrador de la Princesa Madre y de su hijo Hisham y los ascensos dentro de la corte”. A continuación se fijó en Ziyad. “Por mi influencia ha heredado el puesto de su hermano en Medina Al-Zahra, el palacio donde vive y los cargos que ocupan sus hijos y sus sobrinos, ¿se haría cargo de la ejecución? No. Apoyará a quien lo haga. Eso será suficiente y si hubiera que abrir un proceso para esclarecer el asesinato, nadie más adecuado para realizar las detenciones. Hisham ibn Utman, mi sobrino, fatuo, petulante, pudiera encargarse de la ejecución. No sabe conducir una batalla pero es un magnífico gallo de corral.

Aceptará cualquier cometido donde actúe con ventaja. ¡Cuando pienso cómo le nombré cadí de Valencia y Tortosa me entran ganas de vomitar! Se lo prometí a mi hermano y no pude zafarme del compromiso. Mi hijo Muhammad, ¡muchos odios ha sembrado! En menos de un mes colgaría de las almenas de la Puerta Al-Sudda y si me obstinase en defenderlo sería mi ruina. Qasim y Ahmad harían un buen trabajo.

Necesitan garantías y convencerse de la necesidad. Cualquiera de los dos es idóneo.

Ibn Nasr y Jalid, suficiente con su presencia para avalar lo que ocurra. Hudayr no creería en mí aunque fuera el Profeta”, dijeron los ojos del Hachib cuando los posó en el noble árabe.

Giró la cabeza y se encontró con Al-Malik cuchicheando con Al-Salim:

«Si le hubieran conjurado los eunucos sería peligroso, aquí, por muchos razonamientos que ponga, asentirá llegado el momento. Al-Salim se limitará a favorecer la proclamación del príncipe Hisham y redactará las actas de la jura de forma conveniente».

En el gran salón los reunidos hablaban entre ellos, intercambiando opiniones. Se había formado un murmullo zumbón de negros velos, cada cual escuchaba o hablaba con el vecino y se desentendía del resto.

—Conocemos las artimañas y subterfugios utilizados por los emasculados para encubrir sus actuaciones deshonestas —la voz del juez ibn Nasr hizo enmudecer a los asistentes—. Al-Malik ha apuntado como posibilidad que Faiq y sus seguidores tengan en mente varios candidatos entre los hijos del califa Abd Al-Rahman III, los hermanos más próximos de Al-Hakam II para elevar uno al califato ¡Que Dios le haya acogido!

—Es una probabilidad entre mil. Creen contar con la sorpresa, la ignorancia sobre la muerte de Al-Hakam II y con mi ayuda. Sabed que les convencí de recabar vuestro concurso para secundar su proyecto —objetó Al-Mushafi.

—No dudamos de ti, que nos has convocado y mostrado el peligro de esa descabellada confabulación para trocar la línea sucesoria del califato —intervino Al-Salim que quería escuchar a ibn Nasr. Le tenía por uno de los mejores informados o al menos un perfecto conocedor del carácter de los hombres.

—En los últimos meses, Abu-l-Asbag se ha reunido en numerosas ocasiones con Yawdar con la disculpa de adiestrar unos azores llegados de Zaragoza. Un regalo de Al-Tuchibi al Califa —continuó el viejo juez del mercado.

—Eso no demuestra nada. Estoy cansado de verlos juntos salir a volar los pájaros por el camino de Sevilla —adelantó Muhammad con voz hastiada.

—Pues bien, un esclavo del príncipe Abu-l-Asbag, presente en estos encuentros, me comentó que además de las conversaciones sobre cetrería se extendían con placer en criticar las decisiones del Califa. En concreto Abul-l-Asbag se mostró impertinente y despotricó contra su hermano por haber perdonado a los Hasaníes después de la sangrienta guerra en Berbería. Os repetiré las palabras que me trasmitió mi informante: «Mi hermano debió exterminarlos. Son seres inconstantes y volverán a la traición. Ellos traerán la destrucción del califato».

—Abu-l-Asbag es un pájaro de mal agüero y sus profecías dignas de un loco, carecen de fundamento —replicó de nuevo Muhammad.

—Despellejó a muchos de nosotros y aventó la duda sobre la eficacia con que desempeñamos nuestro trabajo. En concreto fue despiadado contigo, Muhammad.

Pero no acaba aquí su atrevimiento, osó ensuciarse la boca con denuestos e injurias contra la Princesa Madre y contra el príncipe Hisham, a quien calificó de «ave en pluma mala» —terminó ibn Nasr, molesto con el hijo del Hachib.

—Pudiera ocurrir que los ancestrales atavismos nómadas, el atractivo de la rebeldía y el amor a soluciones sangrientas siga vivo en nuestro interior —se lamentó Al-Salim.

—Abu-l-Asbag salió hace una semana hacia las marismas del Guadalquivir con ánimo de cazar con los azores de Zaragoza, los mismos que adiestró con Yawdar. Ha contraído fiebres y guarda cama en Sevilla envuelto en emplastos —informó Ziyad.

—¿Estás seguro? —preguntó Al-Malik.

—Se le han enviado desde el almacén de la botica de Medina Al-Zahra hierbas y preparados. Al parecer su estado reviste gravedad —aclaró el caballerizo mayor.

—Tiene la boca de una alcahueta, la desfachatez de un chimpancé y la soberbia de un irresoluto. Hoza en los cenagales y arremete en cualquier dirección al albur —explotó Muhammad, enfadado por la puntualización que hizo ibn Nasr.

—Por una vez estoy de acuerdo con Muhammad. Le he escuchado maldecir a la
Sayyida Al-Kubra
por la ascendencia que ejercía sobre el Califa. Difama del mismo modo a los eslavos y muy directamente a los grandes oficiales de palacio. Me atrevería a decir que incluso Yawdar y Faiq están en su punto de mira. No soporta verlos encumbrados en la corte: «Estas aberraciones son fruto de la mente obsesiva de mi padre. Pretendió gobernar a los árabes como a ovejas con los perros extranjeros y el tonto de mi hermano ha continuado su obra». Estas mismas palabras las escuchamos de su boca en casa de uno de los comerciantes de especias. Arruinó la velada y nos fuimos bajo la disculpa de embriaguez —apostilló Ahmad ibn Tumlus.

—¿Creéis posible incluir a Abu-l-Asbag como compañero en una conspiración?

Faiq no cuenta con él ni para recoger el estiércol de las cuadras. Yawdar le tolera por ser hermano del Califa. En su fuero interno desearían clavar su cabeza en una pica en la Puerta Al-Sudda. La estulticia le arrastra a la incontinencia verbal y esta a la locura. ¿Os imagináis a Abu-l-Asbag califa de Córdoba? —la intervención de Al-Mushafi levantó un murmullo preñado de ironías.

—Admirable exposición. Descartemos entonces a Abu-l-Asbag y también a Abu-l-Qasim, que tampoco se encuentra en Córdoba, y concentrémonos en lo que nos interesa. Opino como Jaid y el Hachib. El objetivo es Al-Mugira. Sobran razones para convencernos de la verdad contada por Al-Mushafi. Una y de primordial importancia es haberle dejado salir con vida del Alcázar después de participarle sus planes. Le han creído y le cuentan como aliado. Estamos acostumbrados a caminar por campos sembrados de recelos con el filo del entendimiento embotado, descifrando tortuosos argumentos que presentan esos retorcidos emasculados y nos desconciertan cuando se expresan con rectitud —Abi Amir se mostró tranquilo y desapasionado.

—Para cualquier ser normal es muy difícil desentrañar la mente de esos piojos que están chupando la sangre del cadáver de Al-Hakam II. ¡Que Dios le haya perdonado!

Por tanto, dudar de sus palabras es lo acertado. Cerciorémonos en lo posible de sus verdaderas intenciones antes de cometer un crimen. Eludamos cargar nuestras conciencias con estériles muertes y presentémonos limpios ante el Altísimo. Abi Amir, la juventud justifica tu impaciencia, nosotros tenemos próximo el día del Juicio. Tú tienes largos años para pedir clemencia, arrepentirte y llenar tus trojes con buenas obras. Nosotros escasos días para presentar nuestra contrición con humildad.

En nuestras alforjas no cabe un pecado más. Exprimir todas las posibilidades en honor de la justicia es cuanto nos pide el Creador con su sabiduría —exclamó ibn Nasr, desconcertado con la firmeza y resolución de Abi Amir y buscó atribulado una salida.

—Junto al nombre de Al-Hakam II están grabados en la piedra de la mezquita el tuyo y el de Jalid. ¡Dios está satisfecho de vuestra obra! Córdoba os lo agradece y el mundo conocerá el esfuerzo que hicisteis para engrandecer la casa de Dios y dar cabida a los creyentes en sus naves, poder postrarse y celebrar con la oración la gloria de Allah. Habéis realizado una de las más grandiosas obras de la tierra y Él os reconoce como hijos predilectos, pero hoy la obra a realizar no encierra esplendor, no la admirarán los ojos de los hombres, sin embargo engrandecerá el Islam y extenderá la palabra del Profeta como el sembrador la semilla por los campos.

Un silencio temeroso se extendió de nuevo tras las palabras de Abi Amir, que consideró innecesario entrar en discusiones morales y religiosas que cambiasen los ánimos y dispersasen las mentes de los convocados, por demás remisos a ser los autores materiales.

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