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Authors: Gonzalo Giner

La cuarta alianza (11 page)

BOOK: La cuarta alianza
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—La Vera Cruz ha sido objeto de mi más profunda atención e interés desde que era muy joven. Hice el doctorado sobre ella y creo que la conozco todo lo bien que se puede llegar a conocer esa construcción llena de misterios, sobre todo por la poquísima documentación fidedigna que existe sobre ella. Perdóneme, señor Luengo, que de antemano haga una suposición sobre lo que creo que me iba a decir. Ahora recuerdo que por lo menos hay dos lápidas que tienen, efectivamente, el apellido Luengo.

—¡Veo que conoce bien ese templo! —exclamó Fernando, que seguía manoseando su pluma—. En efecto, tenemos dos lápidas con idénticos nombres; las de Juan Luengo y Paula Luengo y sus herederos. Fechada una en 1679 y la otra en 1680, en pleno siglo XVII. Ellos son las referencias más lejanas de los plateros Luengo.

Mónica, que sentía la necesidad de participar en la conversación y que empezaba a interesarse por el tema, se lanzó a preguntar:

—Perdónenme los dos, pero me gustaría que me aclarasen dos preguntas. ¿Dónde está la Vera Cruz? Y segunda, ¿qué tiene que ver todo esto, Fernando, con el suceso que llevó a tu padre a prisión?

—La iglesia de la Vera Cruz está muy cerca de Segovia —respondió Lucía volviéndose hacia ella—, camino del pueblo de Zamarramala. Es una iglesia muy peculiar por su estructura, ya que es dodecagonal. Se terminó en 1208, como testifica una placa que está en su edículo central. Es un bello ejemplo de construcción poligonal al más puro estilo templario, que actualmente pertenece a los caballeros de la orden de Malta, antiguamente llamados Hospitalarios de San Juan y contemporáneos de la orden religioso-militar del Temple. ¡Es una lástima que hoy no pueda tener tiempo para acompañarles a visitarla! ¡Merece la pena! Aunque suene un poco pedante decirlo, me considero, además, una experta en el mundo templario. Pero, bueno, podemos quedar otro día y la visitamos con todo el detenimiento que requiere. Verá, Mónica, que es un templo atípico, diferente a cualquier otro que haya podido ver en su vida y con el particular detalle de que contiene entre sus paredes una historia verdaderamente apasionante.

Fernando tomó la palabra y contestó a la segunda pregunta de Mónica:

—Mi padre fue detenido una noche en su interior. Había forzado la puerta y la policía le encontró tratando de levantar una de las lápidas de nuestros parientes, ayudado de una gran barra de hierro. Nunca supimos lo que pretendía hacer o buscar allí dentro, pero la mala fortuna hizo coincidir su detención con otro robo que se había producido en esos días, y del que también fue acusado. Al revisar todos los objetos de la iglesia, se echó en falta un pequeño cáliz antiguo que debía haber estado en uno de los altares. Él juró que no lo había robado y, de hecho, no le encontraron nada, pero al no dar con su paradero se le condenó a algo más de un año de prisión por violación de templo sagrado, robo de reliquias y daños al patrimonio histórico artístico.

—Pero ¿es posible que nunca os contase por qué quiso abrir las lápidas de la familia? —preguntó Mónica, sin poder contener su asombro.

—No, Mónica. De ese episodio, según me contó mi madre, mi padre nunca quiso hablar, jamás, y ni ella llegó a entender los motivos de su comportamiento.

Lucía se levantó del sillón y se puso a rebuscar entre un montón de papeles que había sobre su mesa. Sacó un viejo libro de pastas azules. Se volvió a sentar. Mónica observó que se había sentado aún más pegada a Fernando de lo que estaba antes. Lucía abrió una página que tenía marcada con un señalador amarillo.

—Éste es el registro de todas las altas y bajas de los presos que encontré entre la correspondencia. Aquí puede, bueno te tuteo, puedes ver el nombre de tu padre y la fecha de su salida de la prisión: 20 de agosto de 1933.

Mónica comenzó a pensar que la mujer se estaba tomando muchas confianzas. ¡Ya hasta le tuteaba!

—¡Seguro que era él! —exclamó Fernando—. La firma que aparece en el recuadro de la derecha es la suya. Pero Lucía, dime una cosa, ¿por qué no llegó a recibir el paquete, si iba dirigido a él y estaba preso en la cárcel en ese tiempo?

—Pues la respuesta no la sé todavía. Pero bajad conmigo al sótano. Allí guardamos todos los registros de entradas y salidas de mercancía, junto con todos los envíos realizados desde correos a la prisión. Con un poco de suerte podremos encontrar la fecha en la que se recibió y los datos del origen del envío. Espero que todo quedase registrado en su momento y eso nos ayude a salir de nuestras dudas.

Se levantó decidida del sillón y les invitó a seguirla, pasillo y escaleras abajo, hasta llegar a una puerta en el sótano que vieron que estaba cerrada con llave.

—Esperadme aquí un momento. Voy a buscar la llave. Pensé que habría alguien aquí trabajando.

Mónica, una vez que Lucía había desaparecido, quiso comentar con Fernando sus impresiones.

—¿Te has dado cuenta de que llevamos casi toda la mañana y aún no sabemos nada? Ya es cerca de la una y media y calculo que a este ritmo no salimos de aquí hasta las dos. A mí todo este asunto me está provocando un apetito tremendo.

—¡Tienes razón, Mónica! También a mí se me ha pasado el tiempo volando. Aunque la verdad es que estoy encantado de lo que hemos descubierto hasta el momento. He viajado a mi pasado y al de mi familia, sin ser consciente del tiempo que ya llevamos aquí. —Se golpeó la frente, a modo de señal de que había olvidado algo importante—. Por cierto, ahora que me acuerdo. He quedado con mi hermana Paula para comer los tres en un restaurante muy próximo a Segovia, en Torrecaballos, y he quedado a las dos y media. Espero que podamos llegar a tiempo. De no ser así, vas a comprobar en persona el carácter de mi hermana.

Mónica sintió que se le caían definitivamente todos los esquemas de su soñado día. ¡O sea, que ahora, encima, tampoco iban a comer solos!

Lucía apareció con la llave. Intentó abrir la puerta, pero la cerradura se resistía. Fernando se adelantó para ver si él tenía más suerte. Le cogió de las manos el llavero y al segundo intento lo consiguió. Lucía dio la luz y tras los parpadeos habituales de varios tubos fluorescentes se iluminó un gran almacén, lleno de estanterías, clasificadores, carpetas y archivadores. Mónica, ante la perspectiva de los muchos miles de papeles, documentos y libros mohosos, empezó a sentir los primeros síntomas de su fuerte alergia a los ácaros y estornudó tres veces seguidas. «Dios mío —pensó—, aquí debe de haber miles de millones de bichitos.» Dio un paso atrás y se disculpó por no entrar, alegando sus temores ante la presencia de tanto insecto junto. Aprovechó para fumarse un cigarrillo. No solía fumar más de uno o dos al día, pero estaba nerviosa y le pareció que la ocasión lo justificaba.

—En este archivador —le explicaba Lucía a Fernando— tenemos todos los documentos desde el año 1920 a 1933. Déjame que localice el libro que registraba las entradas de material y de correos.

Tras unos minutos rebuscando entre algunas cajas de cartón apareció el libro que buscaba. Lo abrió por la pestaña que señalaba el año 1933 y buscaron en el índice las referencias a entregas de paquetes o correos especiales. Fernando encontró el epígrafe. Escrito a mano, señalaba nada más que un código: A/C.1933.

—¿Qué pueden significar estas letras y números Lucía?

—Son las referencias del archivador que tenemos que buscar en la estantería «A». La «C» debe significar «correos» y 1933 el año. Sencillo, veo que no estás habituado a moverte por este mundo de los archivos. ¡Vamos a buscar la estantería «A»!

En pocos minutos tenían abierta una gran carpeta que guardaba unos cien avisos de correos. Se los repartieron y se sentaron, armados de paciencia, para localizar alguno en el que constase el nombre de Fernando Luengo. No pasaron más de cinco minutos cuando Lucía le enseñó uno.

—Bueno, me parece que ya lo hemos encontrado. Aquí tenemos un aviso de entrega a nombre de Fernando Luengo con fecha de 16 de septiembre de 1933.

—¡Pero si en esa fecha él ya había salido de la cárcel, Lucía! —En la cabeza de Fernando empezaban a encajar las primeras piezas de ese rompecabezas. Espontáneamente se lanzó a resumir lo que acababa de meditar—: Cuando llegó el paquete a la prisión ya hacía más de un mes que había salido de la cárcel. Hasta aquí entiendo que no pudiera verlo, pero sigo sin comprender qué pudo pasar para que nadie le avisase.

—No te puedo contestar con seguridad. Posiblemente el que fuera el encargado del correo durante esos años, al no encontrar su destinatario, lo dejó pendiente, y después lo olvidó o, peor aún, lo perdió. Piensa que a los tres años comenzó la Guerra Civil y ya nadie se preocuparía del asunto. La cárcel se llenó de soldados capturados en el frente y el paquete caería en el más absoluto de los olvidos. No se me ocurre otra explicación.

—Es posible —dijo Fernando—. ¿Se registra algún nombre en él? Necesito saber quién le envió el brazalete.

—¿De qué brazalete me hablas? —le preguntó Lucía a la vez que se lo quedaba mirando, sorprendida.

Fernando se lamentó de su falta de delicadeza por no haberle comentado el contenido del paquete.

—Perdona, tienes motivos para estar extrañada. Todavía no te había dicho que dentro del paquete apareció este brazalete. —Sacó la bolsita de fieltro del bolsillo y se lo enseñó.

Lucía lo observó con gran interés.

—Es precioso. Parece muy antiguo. Su estilo es peculiar. No sé, me resulta familiar pero no me siento ahora capaz de encuadrarlo en alguna época en concreto.

Fernando la observaba mientras ella lo estudiaba. Tenía unas manos preciosas. Contemplando su cara se sorprendió al reconocer, en aquel brillo especial de sus ojos, los de su mujer. Los labios de Lucía eran más finos y firmes, y tenían un color delicioso sin necesidad de llevar carmín. El resto de su rostro irradiaba una personalidad llena de madurez y de serenidad.

Le refirió lo que había averiguado hasta el momento sobre el brazalete y los pasos que había iniciado para determinar su antigüedad. No podía afirmar nada definitivo todavía, a expensas de la confirmación analítica del laboratorio de Holanda.

—Ahora comprendo mucho más tu interés por saber cuál es el argumento de esta historia. Tratemos de localizar quién envió y de dónde salió este brazalete. De ese modo podrás tener una buena pista para empezar a desenredar todo este barullo.

Lucía volvió su atención al documento. En el remitente aparecía un nombre, carios Ramírez Cuesta, con la dirección siguiente: calle República Española, 3. Y la población: Jerez de los Caballeros, Badajoz.

—¡Jerez de los Caballeros! ¡Claro! No había pensado en esa población. Cuando estudié la etiqueta original del paquete, sólo se podía identificar el final del nombre y pensé que se trataba de Ejea de los Caballeros. ¡Jerez de los Caballeros! —Fernando se transportaba a su infancia. Recordaba vagamente que habían pasado un verano allí con sus padres—. Creo que mi padre tenía allí unos amigos. Recuerdo que mi hermana y yo lo pasamos muy bien aquellas vacaciones, aunque debíamos ser muy pequeños. Recuerdo una piscina y también un columpio rojo donde pasábamos horas y horas... —El parpadeo de un neón a punto de cumplir su vida útil le devolvió a la realidad. Miró a Lucía—. ¿No tendrás algún papel donde pueda apuntarme estos datos?

—Pues papel no, pero me parece que tengo en el bolsillo alguna tarjeta de visita. Si te sirve, puedes anotar los datos en el reverso.

Tras anotar en ella la dirección y el nombre de su siguiente contacto, satisfecho por la información que acababa de obtener, le invadió la necesidad de demostrarle a aquella mujer su agradecimiento. Lucía no le dio ningún valor al hecho de haber conseguido localizar al señor Ramírez. Tratándose de una cárcel, todos los envíos debían quedar registrados por cuestiones de seguridad. Por eso había sido muy sencillo encontrarlo.

Cerraron todas las carpetas y tras volver a colocar todo en su sitio salieron del almacén. Fernando se encargó de cerrar la puerta una vez que ya había demostrado su dominio con aquella complicada cerradura. Mónica esperaba nerviosa a que salieran de una vez. No le había hecho ninguna gracia dejarles solos y no poder enterarse de nada.

—¿Habéis encontrado algo? —preguntó nada más verles salir, analizando sus rostros.

Fernando lucía una espléndida sonrisa como muestra de un completo triunfo.

—Mi querida Mónica, ya sé quién envió el brazalete a mi padre. —Sacó la tarjeta de visita de Lucía y se la leyó en voz alta—. La siguiente pista está en Jerez de los Caballeros, provincia de Badajoz. Allí tengo que encontrar, si aún vive, a un tal carios Ramírez. Él mandó el paquete a mi padre.

Se volvió hacia Lucía. Le agarró una mano, la besó con cortesía y volvió a demostrarle una vez más su agradecimiento.

—Lucía, me siento muy satisfecho por tu inestimable ayuda. Me has ayudado a aclarar mucho mis dudas. No sé cómo puedo devolverte el favor, ¿podría hacerlo invitándote a comer hoy con nosotros?

Ella, un tanto incómoda por la situación, retiró su mano y se disculpó:

—Me encantaría ir, pero la verdad es que he retrasado unos asuntos muy urgentes que debía terminar, y si salgo a comer ahora se me hará muy tarde. Gracias por la invitación. Queda pendiente para el día que volváis a Segovia. Bueno, y, además —fijó su mirada en Mónica—, me he comprometido a enseñarte a fondo la Vera Cruz. Cuando sepáis cuándo vais a venir me llamáis con unos días de antelación, si es entre semana. O mejor, venid un fin de semana y así cubriremos las dos cosas: la visita y una comida los tres juntos. ¿Os parece bien?

—Por mi parte, encantada —mintió Mónica, aliviada al menos por evitarse la comida ese día—. Cuando Fernando diga volveremos a vernos.

Él repasó mentalmente las fechas que tenía disponibles y pensó que hasta pasadas dos semanas no podrían comprometerse a realizar otro viaje a Segovia.

—Una vez terminadas las fiestas baja mucho la actividad en la joyería. El sábado próximo no, el siguiente, vendremos a verte. ¿Te va bien, Lucía?

—¡De acuerdo, sin problemas! Si no te parece mal, buscaré alguna información en la hemeroteca sobre el robo y el suceso que llevó a la cárcel a tu padre. Si veo algo interesante, te lo mando. ¿Me puedes dejar alguna tarjeta con un número de teléfono y un fax?

Fernando le dejó una tarjeta de la joyería. Lucía se despidió de Mónica con dos besos y les acompañó hasta la puerta del archivo, donde les deseó una feliz estancia en Segovia.

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