La cuarta K (49 page)

Read La cuarta K Online

Authors: Mario Puzo

Tags: #Intriga

BOOK: La cuarta K
8.72Mb size Format: txt, pdf, ePub

Estaban bebiendo vino, con la botella colocada en un cubo de plata. Hocken le sirvió una copa a Jatney.

La comida fue deliciosa, el aire suave, el jardín sereno, y Jatney tuvo la sensación de que ninguna de las preocupaciones habituales del mundo exterior podrían penetrar hasta allí. Los hombres y mujeres sentados a las mesas exhalaban confianza en sí mismos; se trataba de personas que controlaban la vida. Se dijo que, algún día, él también sería como ellas.

Se pasó la mayor parte de la cena escuchando y hablando poco. Estudió a las personas sentadas a la mesa. Llegó a la conclusión de que Dean Hocken era tan legítimo y amable como parecía ser, aunque también pensó que eso no significaba necesariamente que fuera una buena persona. Fue consciente de que, aun cuando estaba claro que aquélla era una ocasión social, tanto Rosemary como Hock estaban tratando de convencer a Gibson Grange de que hiciera una película con ellos.

Al parecer, Rosemary Belair también era una productora; en realidad, se trataba de la productora más importante de Hollywood.

David Jatney escuchó y observó, sin tomar parte en la conversación; cuando permanecía inmóvil su rostro era tan agraciado como aparecía en las fotografías. Las otras personas sentadas a la mesa registraron ese hecho, pero él no les interesó como persona, y Jatney fue consciente de ello.

Y eso, por ahora, le parecía muy bien. Siendo invisible, podría dedicarse a estudiar este mundo tan poderoso que confiaba en conquistar. Hocken había organizado la cena para dar a su amiga Rosemary una oportunidad de hablar con Gibson Grange y convencerle de que hiciera una película con ella. Pero ¿por qué? Existía una cierta facilidad de trato entre Hocken y Rosemary, que no habría estado allí a menos que ambos hubieran pasado por un período de relación sexual. Se observaba en la forma en que Hocken sosegaba a Rosemary cuando ésta se excitaba demasiado en sus intentos por convencer a Grange. En un momento determinado, ella dijo a Gibson:

—Es mucho más divertido hacer una película conmigo que con Hock.

—Pasamos algunas épocas muy buenas, ¿verdad, Gib? —replicó Hocken echándose a reír.

—Sí, todo era trabajo —asintió el actor sin dejar de sonreír.

Gibson Grange era lo que en el mundo cinematográfico se denominaba una estrella con «gancho bancario»; es decir, cuando se acordaba hacer una película con él, esa película era financiada inmediatamente por cualquier estudio. Ésa era la razón por la que Rosemary lo perseguía tan ansiosamente. Su aspecto también era exactamente el correcto, un poco al estilo estadounidense de Gary Cooper, larguirucho, de rasgos francos; tenía el aspecto que habría tenido Lincoln, si Lincoln hubiera sido agraciado. Su sonrisa era amistosa y escuchaba a todos con atención cuando hablaban. Contó algunas anécdotas humorísticas sobre sí mismo, que hasta fueron divertidas. Ése era un gesto suyo especialmente atractivo. También vestía de acuerdo con un estilo más hogareño que el de Hollywood: pantalones muy holgados y un suéter ancho, aunque evidentemente caro, con la chaqueta de un traje viejo sobre una sencilla camisa de lana. Y, sin embargo, llamaba la atención de todos los presentes en el jardín. ¿Era quizá porque su rostro lo habían visto tantos millones de personas, y por haber sido captado de una forma tan íntima por la cámara? ¿Había misteriosas capas de ozono donde su rostro permanecería para siempre? ¿Se trataba de alguna clase de manifestación física no solventada todavía por la ciencia? El hombre era inteligente, eso lo podía ver hasta el propio Jatney. Mientras escuchaba a Rosemary, sus ojos tenían una expresión divertida, pero no condescendiente, y aunque siempre parecía estar de acuerdo con lo que ella decía, en ningún momento se comprometió con nada. Era el hombre que David Jatney soñaba con llegar a ser.

Se alargaron con el vino. Hocken pidió el postre, unas maravillosas pastas francesas; Jatney nunca había probado nada tan bueno. Tanto Gibson Grange como Rosemary Belair se negaron a tocar el postre, ella con un estremecimiento de horror, y él con una ligera sonrisa. Pero sería Rosemary la que, sin duda, se dejara tentar en el futuro. Grange era una persona más segura, pensó Jatney, y era capaz de no volver a tocar un postre en su vida si así lo decidía, pero la caída de Rosemary era inevitable.

Ante la insistencia de Hocken, David Jatney se comió los postres de los demás y luego siguieron hablando relajadamente. Hocken pidió otra botella de vino, pero sólo bebieron él y Rosemary, y entonces Jatney observó la existencia de otra corriente subterránea en la conversación. Rosemary estaba montando toda una representación para Gibson Grange.

Ella apenas si había hablado con Jatney durante toda la velada, y ahora lo ignoró de una forma tan completa, que él se vio obligado a charlar con Hocken sobre los viejos tiempos en Utah. Pero, finalmente, los dos se sintieron tan atraídos por la contienda entablada entre Rosemary y Gibson, que guardaron silencio.

A medida que fue transcurriendo la velada y Rosemary bebió más vino, ella montó toda una operación de seducción de una intensidad alarmante, en la que hizo un impresionante despliegue de voluntad. Presentó sus virtudes. Primero utilizó los movimientos del cuerpo y el rostro y, de algún modo, la delantera del vestido se deslizó un poco más hacia abajo, para mostrar un poco más de sus pechos. También hubo movimientos de las piernas, que se cruzaban y volvían a cruzar, y el vestido se elevaba un poco más con cada movimiento, para mostrar un atisbo del muslo. Movía las manos de un lado a otro, llegando a tocar el rostro de Gibson cuando se sentía entusiasmada con lo que ella misma decía. Mostró su ingenio, contó anécdotas divertidas, y reveló experiencia y madurez. Su hermoso rostro adquirió viveza para demostrar cada una de las emociones que sentía, su afecto por las personas con las que trabajaba, sus preocupaciones por los miembros de su familia inmediata, así como por el éxito de sus amigos. Se permitió incluso demostrar un profundo afecto por el propio Dean Hocken, hablando de lo bueno que había sido él al ayudarla en su carrera, recompensándola con buenos consejos e influencia. En ese punto, el bueno y viejo Hock la interrumpió para decir lo mucho que ella se merecía aquella ayuda gracias a lo duramente que había trabajado en sus películas y a la lealtad que le había demostrado y, mientras decía esto, Rosemary le dirigió una mirada de agradecido reconocimiento. En ese momento, Jatney, completamente encantado, dijo que debió de haber sido una gran experiencia para ambos, pero Rosemary, ávida por reanudar su insistente despliegue y persecución de Gibson, interrumpió a Jatney a mitad de la frase.

Jatney sintió una pequeña conmoción ante la rudeza de aquella mujer, pero, sorprendentemente, no experimentó resentimiento. Era tan hermosa, tan intensa a la hora de conseguir lo que deseaba... Además, lo que deseaba se estaba poniendo de manifiesto cada vez con mayor claridad. Quería tener aquella noche a Gibson Grange en su cama. Su deseo tenía la pureza y la franqueza de una niña, lo que hacía que su rudeza fuera casi atractiva.

Pero lo que Jatney admiró más fue el comportamiento de Gibson Grange. El actor era perfectamente consciente de lo que estaba ocurriendo. Observó la descortesía cometida con Jatney y trató de paliarla, diciendo:

—David, algún día también tendrás la oportunidad de hablar.

Con ello casi pareció pedir disculpas por el egocentrismo de los famosos, que no demostraban ningún interés por quienes no habían alcanzado aún la fama de la que ellos disfrutaban. Pero Rosemary también le interrumpió a él. Y Gibson la escuchó con amabilidad. Aunque, en realidad, fue algo más que amabilidad. Poseía un encanto innato que formaba parte de su ser. Consideraba a Rosemary con verdadero interés. Cuando ella le tocaba con las manos, él le daba unas palmaditas en la espalda. No dejó la menor duda al respecto: le gustaba aquella mujer. Su boca también aparecía partida en una sonrisa que desplegaba una dulzura natural que suavizaba un tanto el rostro nudoso hasta convertirlo en una máscara humorística.

Pero, evidentemente, no respondía de la forma adecuada para Rosemary. Ella estaba martilleando un yunque que no despedía chispas. Rosemary bebió más vino y finalmente se decidió a jugar su última carta: revelar sus sentimientos más íntimos.

Se dedicó a hablar directamente con Gibson, ignorando a los otros dos hombres presentes en la mesa. De hecho, había movido su cuerpo de forma que éste quedara muy cerca del de Gibson, aislándolos de David Jatney y Hocken.

Nadie podía dudar de la sinceridad apasionada de su voz. Había incluso lágrimas en sus ojos. Le estaba exponiendo su alma a Gibson.

—Quiero ser una persona real —dijo—. Quisiera abandonar de una vez por todas esta mierda de apariencias, este negocio del cine. No me satisface. Quiero dedicarme a conseguir que el mundo sea un lugar mejor donde vivir, como hicieron la madre Teresa o Martin Luther King. No estoy haciendo nada para ayudar al mundo a mejorar. Podría ser enfermera, o médico, o asistenta social. Odio esta clase de vida, estas fiestas, ese estar siempre en un avión para asistir a reuniones con personajes importantes. Ese continuo tomar decisiones acerca de alguna condenada película que no ayudará para nada a la humanidad. Quiero hacer algo real.

Y al decir esto, se inclinó hacia adelante y tomó a Gibson Grange de la mano.

A David Jatney le pareció maravilloso comprender por qué Grange se había convertido en una estrella tan poderosa en el mundo del cine, por qué controlaba las películas en las que aparecía. Porque, de algún modo, Gibson Grange había colocado su mano en la de Rosemary, se las había arreglado para apartar un poco la silla de ella y para ocupar la posición central en la mesa. Rosemary seguía mirándolo fijamente, con una expresión apasionada en el rostro, a la espera de su respuesta. Él le sonrió cálidamente y luego giróla cabeza hacia abajo y a un lado, dirigiéndose a Jatney y a Hocken.

—Ella es muy zalamera —dijo con un afectuoso gesto de aprobación.

Dean Hocken se echó a reír y David Jatney no pudo reprimir del todo una sonrisa. En un primer instante, Rosemary pareció quedarse atónita, pero se recuperó en seguida.

—Gib, nunca te tomas nada en serio, excepto tus condenadas películas —le dijo con un ligero tono de reproche.

Y para demostrarle que no se sentía ofendida por ello, extendió una mano que Gibson Grange besó gentilmente.

David Jatney estaba asombrado por todos ellos. Eran tan sofisticados, tan sutiles. Al que más admiraba era a Gibson Grange. El hecho de que pudiera rechazar a una mujer tan hermosa como Rosemary Belair era algo capaz de imponer respeto, pero que se pudiera burlar de ella con tanta facilidad era ya casi divino.

Rosemary había ignorado la presencia de Jatney durante toda la velada, aunque el joven reconoció su derecho a que lo hiciera así. Después de todo, se trataba de la mujer más poderosa del negocio más espectacular de todo el país. Tenía acceso a hombres mucho más valiosos que él. Por lo tanto, tenía todo el derecho a mostrarse un tanto ruda. Jatney se dio cuenta de que no lo hacía así por malicia, sino, simplemente, porque era como si él no existiera para ella.

A todos les sorprendió darse cuenta de que ya era casi medianoche y que se habían quedado casi solos en el restaurante. Hocken se levantó y Gibson Grange ayudó a Rosemary a ponerse de nuevo la chaqueta, que ella se había quitado en medio de su apasionado discurso anterior. Cuando Rosemary se incorporó se tambaleó un poco. Estaba bebida.

—Oh, Dios —exclamó—. No me atrevo a conducir yo sola. La policía de esta ciudad es tan terrible. Gib, ¿podrías llevarme de regreso a mi hotel?

—Eso está en Beverly Hills. Yo y Hock vamos a mi casa, en Malibú. David te acompañará, ¿verdad, David?

—Desde luego —intervino Dean Hocken—. No te importará, ¿verdad, David?

—Claro que no —contestó David Jatney.

Pero sus pensamientos giraban a toda velocidad. ¿Cómo demonios se había llegado a esta situación? El bueno y viejo de Hock parecia sentirse en una situación un tanto embarazosa. Evidentemente, Gibson Grange había mentido. Lo que sucedía era que no deseaba acompañar a Rosemary a su casa porque no quería verse obligado a seguir rechazándola. Y Hock se sintió incómodo porque tuvo que seguir la mentira ya que, de no hacerlo así, podía enemistarse con una gran estrella, algo que un productor cinematográfico evitaba a toda costa. Luego vio que Gibson le dirigía una ligera sonrisa y comprendió lo que pensaba aquel hombre. Y desde luego, por eso había llegado a ser tan gran actor gracias a su capacidad para conseguir que el gran público pudiera conocer sus pensamientos sólo con un leve encogimiento de las cejas, un movimiento de la cabeza, una sonrisa deslumbradora. Sólo con aquella mirada, sin malicia alguna, pero con un buen humor celestial, le estaba diciendo a David Jatney: «Esta bruja te ha ignorado durante toda la velada, y se ha mostrado muy descortés contigo, así que ahora se lo voy a hacer pagar debidamente». Jatney miró a Hocken y observó que éste sonreía ahora y ya no se sentía incómodo. De hecho, parecía contento, como si él también hubiera comprendido la mirada del actor.

—Conduciré yo misma —dijo Rosemary con brusquedad, sin dignarse siquiera mirar a Jatney.

—No puedo permitir eso, Rosemary —dijo Dean Hocken con suavidad—. Eres mi invitada, y creo que te he servido demasiado vino. Si no te gusta la idea de que David te conduzca hasta tu hotel, entonces, desde luego, lo haré yo mismo. Desde allí pediré una limusina a Malibú para regresar.

Jatney se dio cuenta de la maestría con que se hizo todo. Por primera vez, detectó un matiz de insinceridad en el tono de voz de Hocken. Desde luego, Rosemary no podía aceptar la oferta de Hocken. Si lo hacía así estaría insultando gravemente al joven amigo de su mentor y causaría grandes inconvenientes, tanto a Hocken como a Gibson Grange. Y, de todos modos, tampoco habría conseguido su propósito inicial de lograr que Gibson la llevara a su hotel. Se encontró metida en una situación imposible.

Fue entonces cuando Gibson Grange le propinó el golpe final.

—Demonios, iré contigo, Hock. Echaré una cabezadita en el asiento de atrás para hacerte compañía en el viaje hasta Malibú.

Rosemary se volvió y dirigió una brillante sonrisa a David.

—Espero que no sea mucho problema para ti —dijo.-No, no lo será —dijo David Jatney.

Hocken le dio una palmadita en el hombro, y Gibson Grange le dirigió una sonrisa luminosa y un guiño, transmitiéndole a Jatney otro mensaje. Aquellas dos personas estaban a su lado como hombres. Una mujer solitaria y poderosa había avergonzado a otro hombre, y ellos se encargaban de castigarla. Además, ella se había dedicado demasiado a Gibson, y no era propio de una mujer hacer eso con un hombre más poderoso que ella. Los dos hombres se habían limitado a administrarle un golpe patriarcal a su ego, para ponerla en su lugar. Y todo eso lo hicieron con un buen humor y una amabilidad maravillosas. Además, había otro factor. Estos hombres recordaban la época en que habían sido tan jóvenes e impotentes como el propio Jatney lo era ahora, le habían invitado a cenar para demostrarle que el éxito de ambos no les impedía tener fe en sus compañeros, los hombres, una práctica perfeccionada a lo largo de muchos siglos para impedir cualquier venganza envidiosa. Rosemary no había tenido en cuenta esa práctica, no había recordado la época en que sólo fue una mujer sin ningún poder, y esta noche, ellos se habían limitado a recordársela. Y, sin embargo, Jatney estaba de parte de Rosemary, a la que consideraba demasiado hermosa como para herirla.

Other books

One Hot Daddy-To-Be? by Christenberry, Judy
Thick as Thieves by Peter Spiegelman
A Question of Motive by Roderic Jeffries
Friday Barnes 3 by R. A. Spratt
The Moths and Other Stories by Helena María Viramontes
Freddy Goes to Florida by Walter R. Brooks