Read La espada de Welleran Online

Authors: Lord Dunsany

La espada de Welleran (2 page)

BOOK: La espada de Welleran
4.53Mb size Format: txt, pdf, ePub
ads

Ahora bien, había un niñito en Merimna llamado Rold. Lo vi por primera vez, yo el soñador, sentado dormido junto al fuego, lo vi por primera vez en ocasión en que su madre lo llevaba a recorrer el gran recinto en que se guardaban los trofeos de los héroes de Merimna. Tenía cinco años y estaba allí de pie delante del gran cofre de cristal que guardaba la espada de Welleran y su madre dijo:

—La espada de Welleran.

Y Rold preguntó:

—¿Qué debe hacerse con la espada de Welleran?

Y su madre le respondió:

—Los hombres miran la espada y recuerdan a Welleran.

Y siguieron camino y se detuvieron delante de la gran capa roja de Welleran y el niño preguntó:

—¿Por qué llevaba Welleran esta gran capa roja?

Y su madre le respondió:

—Así prefería él hacerlo.

Cuando Rold fue algo mayor, abandonó la casa de su madre silencioso en medio de la noche mientras todo el mundo estaba acallado y Merimna dormía soñando con Welleran, Soorenard, Mommolek, Rollory, Akanax y el joven Iraine. Y descendió a las murallas para escuchar a la guardia vestida de púrpura que marchaba cantando cantos a Welleran. Y la guardia vestida de púrpura llegó con sus luces, todos cantando en el silencio, y las formas oscuras que se deslizaban por el desierto, se volvieron y huyeron. Y Rold volvió a casa de su madre sintiendo un vivo anhelo despertado por el nombre de Welleran, como el anhelo que sienten los hombres por las cosas muy sagradas.

Y con el tiempo Rold llegó a conocer el camino en torno a las murallas y a las seis estatuas ecuestres que guardaban allí a Merimna inmóviles. Estas estatuas no se asemejaban a ninguna otra: estaban talladas tan hábilmente en mármoles multicolores, que nadie podía estar seguro, hasta no encontrarse muy cerca, de que no fueran hombres con vida. Había un caballo de mármol moteado: el caballo de Akanax. El caballo de Rollory era de puro alabastro blanco, su armadura había sido tallada en una piedra que resplandecía y la capa del jinete estaba hecha de piedra azul, muy preciosa. Miraba hacia el Norte.

Pero el caballo de mármol de Welleran era perfectamente negro, y sobre él montaba Welleran, que miraba solemne hacia el Oeste. Era el de su caballo el cuello que prefería acariciar Rold, y era a Welleran a quien con más claridad veían quienes se acercaban al ponerse el sol en las montañas a atisbar la ciudad. Y Rold amaba las ventanas de la nariz del gran caballo negro y la capa de jaspe de su jinete.

Ahora bien, más allá de las Montañas Ciresias, crecía la sospecha de que los héroes de Merimna estaban muertos y se concibió el plan de que un hombre debía ir en la noche y acercarse a las figuras apostadas sobre las murallas y comprobar si eran en realidad Welleran, Soorenard, Mommolek, Rollory, Akanax y el joven Iraine. Y todos accedieron al plan y muchos nombres se mencionaron de quienes deberían ejecutarlo, y el plan fue madurando por muchos años. Y en estos años los vigías se apiñaban a menudo al ponerse el sol en las montañas, pero no se acercaban. Finalmente se trazó un plan mejor y se decidió que a dos hombres a quienes se había condenado a muerte se les concedería el perdón si descendían al llano por la noche y averiguaban si los héroes de Merimna vivían o no. En un principio los dos prisioneros no osaban partir, pero al cabo de un rato uno de ellos, Seejar, dijo a su compañero, Sajar-Ho:

—Considéralo: cuando el hachero del rey hiere el cuello de un hombre, ese hombre muere.

Y el otro afirmó que así era, en efecto. Luego dijo Seejar:

—Y aún cuando Welleran hiere a un hombre con su espada, no más le acaece a éste que la muerte.

Entonces Sajar-Ho meditó por un rato. Enseguida dijo:

—Sin embargo, el ojo del hachero del rey podría errar en el momento de asestar el golpe o flaquearle el brazo, y el ojo de Welleran no ha errado nunca ni su brazo ha flaqueado. Sería mejor quedarnos aquí.

Entonces dijo Seejar:

—Quizás ese Welleran esté muerto y algún otro lo reemplaza en su lugar en las murallas o aun una estatua de piedra es el guardián.

A lo cual respondió Sajar-Ho:

—¿Cómo puede Welleran estar muerto cuando escapó aún de dos veintenas de jinetes con espadas, juramentados a matarle y juramentados todos por los dioses de nuestro país?

Y dijo Seejar:

—Esta historia de Welleran la contó a mi abuelo su padre. El día que se perdió la batalla en los llanos de Kurlistan vio a un caballo en agonía cerca del río y el caballo miraba dolorosamente el agua, pero no podía llegar a ella. Y el padre de mi abuelo vio a Welleran llegarse a la orilla del río y traer de él agua en sus propias manos que le dio al caballo. Nos encontramos ahora en una situación tan grave como era la de ese caballo y como él tan cerca de la muerte; puede que Welleran se apiade de nosotros, mientras que eso no le es posible al hachero del rey por causa de la orden que de éste ha recibido.

Entonces dijo Sajar-Ho:

—Siempre supiste argüir con astucia. Tú fuiste el que nos trajo a este aprieto con tu astucia y tus artimañas; veremos si puedes sacarnos de él. Iremos.

De modo que la nueva se le transmitió al rey que los dos prisioneros bajarían a Merimna.

Esa noche los vigilantes les condujeron al borde de la montaña y Seejar y Sajar-Ho bajaron hacia la llanura por el camino de un profundo desfiladero, y los vigilantes custodiaron su partida. Enseguida sus figuras quedaron enteramente escondidas en el crepúsculo. Luego vino la noche, inmensa y sagrada, de los marjales baldíos hacia el Este y las tierras bajas y el mar; y los ángeles que guardan a todos los hombres de día cerraron sus grandes ojos y se durmieron; y los ángeles que guardan a todos los hombres de noche, despertaron y desplegaron sus alas azules, se pusieron en pie y velaron. Pero el llano se convirtió en un lugar misterioso habitado de temores. De modo que los dos espías descendieron por el profundo desfiladero y al salir al llano se lanzaron furtivos y veloces campo traviesa. No tardaron en llegar a la línea de centinelas dormidos en la arena y uno de ellos se agitó en sueños e invocó el nombre de Rollory y un gran temor se apoderó de los espías, que susurraron:

—Rollory vive.

Pero recordaron al hachero del rey y siguieron camino. Y luego llegaron a la gran estatua de bronce del Miedo, tallada por algún escultor de los viejos años gloriosos, en la actitud de volar hacia las montañas y llamar al mismo tiempo a sus hijos en su vuelo. Y los hijos del miedo estaban tallados a la imagen de los ejércitos de las tribus transciresias de espaldas a Merimna, con un rebaño en pos del Miedo. Y de donde él estaba montado en su caballo tras las murallas, la espada de Welleran se tendía sobre sus cabezas como siempre había sucedido. Y los dos espías se arrodillaron en la arena y besaron el inmenso pie de bronce del Miedo diciendo:

—Oh, Miedo, Miedo.

Y mientras estaban allí arrodillados vieron luces a lo lejos a lo largo de las murallas que iban acercándose más y más y oyeron a los hombres cantar el canto a Welleran. Y la guardia de púrpura se acercó y pasó junto a ellos con sus luces y se perdieron a la distancia todavía cantando el canto a Welleran. Y todo ese tiempo los dos espías estuvieron aferrados al pie de la estatua susurrando:

—Oh, Miedo, Miedo.

Pero cuando ya no les fue posible oír el nombre de Welleran, se pusieron en pie, se acercaron a las murallas, treparon a ellas y llegaron sin demora a la figura de Welleran; y se inclinaron hasta el suelo y Seejar dijo:

—Oh, Welleran, vinimos a ver si todavía vivías.

Y por largo tiempo esperaron con la cara vuelta a tierra. Por fin Seejar miró la terrible espada de Welleran que todavía apuntaba inmóvil hacia los ejércitos esculpidos que iban en pos del Miedo. Y Seejar se inclinó nuevamente hasta el suelo y tocó el casco del caballo y le pareció frío. Y deslizó su mano más arriba y tocó la pata del caballo y le pareció totalmente fría. Y por último tocó el pie de Welleran y la armadura que lo cubría pareció dura y rígida. Luego, como Welleran no se movía ni decía nada, Seejar se puso en pie por fin y tocó su mano, la terrible mano de Welleran, y era de mármol. Entonces Seejar rió en voz alta y él y Sajar-Ho se apresuraron por el sendero vacío y se toparon con Rollory, y también él era de mármol. Luego descendieron de las murallas y volvieron por el llano pasando despectivos junto a la figura del Miedo, y oyeron que la guardia volvía en torno a las murallas por tercera vez cantando siempre el canto a Welleran; y Seejar dijo:

—Sí, podéis cantar el canto a Welleran, pero Welleran ha muerto y la condena pende sobre vuestra ciudad.

Y siguieron adelante y encontraron al centinela, todavía inquieto en la noche, que llamaba el nombre de Rollory. Y Sajar-Ho musitó:

—Sí, puedes invocar el nombre de Rollory, pero Rollory ha muerto y nada hay que pueda salvar tu ciudad.

Y los dos espías volvieron vivos a sus montañas y al llegar a ellas, el primer rayo de sol surgió rojo sobre el desierto que se extiende tras Merimna y dio luz a sus chapiteles. Era la hora en que la guardia de púrpura solía volver a la ciudad con sus velas empalidecidas y sus vestidos de color más vivo, en que los centinelas entumecidos volvían trabajosamente de soñar en el desierto; era la hora en que los ladrones del desierto se escondían y volvían a sus cuevas de la montaña, era la hora en que nacen los insectos con alas de gasa que no han de vivir sino un día; era la hora en que los condenados a muerte mueren y a esa hora un gran peligro, nuevo y terrible, se cernía sobre Merimna, y Merimna no lo sabía.

Entonces Seejar se volvió y dijo:

—Mira cuán rojo es el amanecer y cuán rojos están los chapiteles de Merimna. Están enfadados con Merimna en el Paraíso y han prometido su condenación.

De modo que los dos espías volvieron y llevaron la nueva al rey, y por unos cuantos días los reyes de esos países estuvieron reuniendo sus ejércitos; y una tarde los ejércitos de cuatro reyes se sumaron todos en lo alto del profundo desfiladero, todos agazapados al pie de la cumbre a la espera de la puesta del sol. En la cara de todos había resolución y coraje; no obstante en su interior cada uno de los hombres rezaba a sus dioses, a uno por uno en sucesión.

Luego se puso el sol y era la hora en que los murciélagos y las criaturas oscuras salen y los leones descienden de sus cubiles y los ladrones del desierto van de nuevo a la llanura y las fiebres se levantan aladas y calientes del frío de los marjales, y era la hora en que la seguridad abandona el trono de los reyes, la hora en que cambian las dinastías. Pero en el desierto la guardia de púrpura salía de Merimna con sus luces cantando el canto a Welleran y los centinelas se echaban a dormir.

Ahora bien, no puede llegar dolor alguno al Paraíso, sólo puede repiquetear como lluvia contra sus muros de cristal; sin embargo, las almas de los héroes de Merimna tenían a medias conocimiento de algún dolor a lo lejos, como el durmiente siente en su sueño que alguien siente frío, pero no sabe que es él mismo quien lo siente. Y se estremecieron un tanto en su hogar estrellado. Entonces, invisibles, volaron hacia tierra a través del sol poniente las almas de Welleran, Soorenard, Mommolek, Rollory, Akanax y el joven Iraine. Ya cuando llegaron a las murallas de Merimna oscurecía, ya los ejércitos de los cuatro reyes empezaban a descender con metálicos sonidos por el profundo desfiladero. Pero cuando los seis guerreros volvieron a ver su ciudad, tan poco cambiada al cabo de tantos años, la miraron con una nostalgia que estaba más cerca de las lágrimas que nada que hubieran experimentado nunca antes, y clamaron:

—Oh, Merimna, ciudad nuestra; Merimna nuestra ciudad amurallada.

»Qué bella eres con todos tus chapiteles, Merimna. Por ti abandonamos la tierra, sus reinos y florecillas, por ti abandonamos por un tiempo el Paraíso.

»Es muy difícil alejarse del rostro de Dios: es como un cálido fuego, es como el caro sueño, es como un himno inmenso, aunque hay un profundo silencio alrededor de él, un silencio lleno de luces.

»Abandonamos el Paraíso un tiempo por ti, Merimna.

»A muchas mujeres hemos amado, Merimna, pero sólo a una ciudad.

»Mirad ahora a todo el pueblo que sueña, a todo nuestro amado pueblo. ¡Qué bellos son los sueños! En sueños los muertos viven, aun los que han muerto desde hace ya mucho y están sumidos en un gran silencio. Tus luces todas se han atenuado, se han apagado, no hay sonido en tus calles. ¡Paz! Eres como una doncella que ha cerrado sus ojos y duerme, que respira dulcemente y está perfectamente inmóvil, acallada e imperturbada.

»Mirad ahora las almenas, las viejas almenas. ¿Las defienden los hombres todavía como las defendimos nosotros? Se han desgastado un tanto las almenas —y acercándose más atisbaron ansiosos—. No es por la mano del hombre que nuestras almenas se han desgastado. Sólo los años lo han hecho y el Tiempo indomable. Tus almenas son como la faja de una doncella, una faja redondeada en su cintura. Mirad ahora el rocío que las cubre, son como una faja enjoyada.

»Te encuentras en grave peligro Merimna, porque eres hermosa. ¿Debes perecer esta noche porque no te defendemos, porque clamamos y nadie nos oye, como claman los lirios magullados sin que nadie haya nunca conocido sus voces?

Así hablaron esas firmes voces, hechas a dar órdenes en batalla, clamando a su querida ciudad, y sus voces no subieron más alto que el susurro de los pequeños murciélagos que se mueven en el crepúsculo de la tarde. Entonces la guardia de púrpura se acercó recorriendo el contorno de las murallas por primera vez esa noche, y los guerreros clamaron:

—¡Merimna está en peligro! Ya sus enemigos se agazapan en la oscuridad.

Pero sus voces no fueron oídas porque eran sólo fantasmas errantes Y la guardia siguió adelante y pasaron junto a ellos sin advertir nada, todavía cantando el canto a Welleran.

Entonces dijo Welleran a sus camaradas:

—Nuestras manos no pueden ya sostener la espada, nuestras voces no pueden oírse, ya no somos hombres con fuerza. No somos sino sueños; entremos en los sueños pues. Id todos, y también tú joven Iraine, y perturbad el sueño de todos los hombres que sueñan e instadlos a que cojan las espadas de sus predecesores que cuelgan de los muros y vayan a la boca del desfiladero; y yo hallaré un guía y haré que coja mi espada.

Luego pasaron por sobre las murallas y entraron a su querida ciudad. Y el viento soplaba aquí y allí mientras se trasladaba el alma de Welleran, que en su día había resistido la carga de tempestuosos ejércitos. Y las almas de sus camaradas y con ellos el joven Iraine entraron en la ciudad y perturbaron el sueño de todo aquel que dormía y a cada cual las almas le decían en sueños:

BOOK: La espada de Welleran
4.53Mb size Format: txt, pdf, ePub
ads

Other books

Taste of Torment by Suzanne Wright
The Persian Price by Evelyn Anthony
Middle of Nowhere by Caroline Adderson
Watson's Choice by Gladys Mitchell
Kelly Lucille by The Dragon's Mage (Dragon Mage)
MENDING FENCES by Williams, Brooke