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Authors: Isaac Asimov

Tags: #Historia

La formación de Francia (28 page)

BOOK: La formación de Francia
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La moral inglesa quedó afectada por la muerte de Salisbury, pero el mando fue tomado por William de la Pole, Earl de Suffolk, e inmediatamente puso a las tropas inglesas a construir una cadena de puestos fortificados alrededor de la ciudad.

Torvamente, los ingleses mantuvieron el sitio mes tras mes, y lentamente la situación en el interior de la ciudad comenzó a empeorar. Pero las fuerzas sitiadoras también sufrieron. Ambas partes tenían una aguda necesidad de suministros a medida que avanzaba el invierno, y los franceses empezaron a hacer grandes esfuerzos para hacer llegar suministros a la ciudad y a impedir que llegasen para los ingleses.

El 12 de febrero de 1429, cuando el asedio estaba llegando al cuarto mes, una columna francesa trató de interceptar un tren de carretas enviado a los ingleses desde París. Entre otras cosas, había muchos barriles de arenque seco, pues era la época de la Cuaresma y había gran demanda de pescado. El tren de suministros estaba al mando de sir John Fastolfe, que había combatido bien en Azincourt y en Normandía.

Tan pronto como Fastolfe tuvo noticia de que los franceses se acercaban, tomó vigorosas medidas para la defensa. Colocó sus carretas en una línea que servía como fortificación improvisada. Detrás de la protección de las carretas, colocó a sus arqueros ingleses de arcos largos en un flanco y ballesteros parisinos (éstos aún eran cálidamente proborgoñeses y antiarmañacs) en el otro.

Los franceses lucharon bien, pero poco era lo que podían hacer contra los arqueros protegidos por las carretas, y los ingleses ganaron nuevamente. Los barriles reventados esparcieron arenques por todo el campo, por lo que esa acción es llamada la «Batalla de los Arenques». Las fuerzas de socorro francesas quedaron particularmente desalentadas por su fracaso, ya que ésta parecía una más de una interminable serie de victorias ganadas por los ingleses en el campo de batalla. Parecía inútil luchar, y lo que quedó de esas fuerzas se marchó apresuradamente. Ni se enviaron otras fuerzas con intención de presentar batalla. Orleáns fue abandonada a su destino, y cuando transcurrieron dos meses mas, pareció que Orleáns debía caer y que el Bastardo, pese a su resolución y su capacidad, sencillamente tendría que rendirse.

Y entonces ocurrió una cosa muy extraña, una de las más extrañas de la historia, y de la que se habría hecho mofa por considerarla increíble si hubiese aparecido en una obra de ficción.

Una muchacha campesina apareció en la escena. Su nombre era Jeanne Darc y había nacido alrededor de 1412 en la aldea de Domrémy, en los bordes orientales de Francia, a 260 kilómetros al este de París. Después del Tratado de Troyes, Domrémy estaba en la parte de Francia que había sido cedida al señorío del rey inglés.

Jeanne Darc, o Juana Darc en español, nunca es llamada por este nombre. Su último nombre ha sido erróneamente escrito «D'Arc», como si ella fuera de la nobleza, por lo que en castellano es invariablemente conocida por Juana de Arco, aunque no hay ningún lugar llamado Arc del cual ella proviniese o sobre el cual tuviese algún derecho.

En su adolescencia, tenía visiones, oía voces y se imaginaba llamada a salvar a Francia. En 1429, esas visiones y voces la empujaron a la acción. Carlos VII aún no había sido coronado en Reims, aunque habían pasado seis años desde la muerte de su padre. Peor aún, el sitio de Orleáns podía terminar en otra victoria inglesa que podía dejar definitivamente derrotado a Carlos. Juana pensó que su misión debía comenzar de inmediato, que debía ir en socorro del asedio y coronar a Carlos.

En enero de 1429, Juana abandonó Vaucouleurs, a veinte kilómetros al norte de Domrémy, donde había un puesto fortificado que aún era leal a Carlos VII. Su capitán quedó suficientemente impresionado por ella (o estaba suficientemente ansioso de librarse de ella) como para enviarla a Carlos VII con una escolta de seis hombres. Carlos se hallaba por entonces en Chinon, a 140 kilómetros al sudoeste de Orleáns y a 430 kilómetros de Domrémy. Juana tuvo que atravesar territorio dominado por los ingleses para llegar a Chinon, por lo que se puso ropa de hombre para evitar el tipo de problemas que una muchacha podía tener si era encontrada por soldados. Llegó a Chinon el 24 de febrero de 1429, dos semanas después de la batalla de los Arenques que puso fin a los intentos de emprender alguna acción relacionada con el sitio de Orleáns.

Era una época supersticiosa. Cuando una muchacha se anunciaba como una doncella milagrosa enviada por Dios, era posible que se la tomara por tal; o por una bruja peligrosa enviada por el Diablo para atrapar hombres. No era fácil saberlo. Carlos VII recibió a Juana, que luego fue interrogada por eruditos teólogos durante tres semanas para determinar si era de inspiración divina o diabólica.

Quizá algunos de los hombres mundanos que rodeaban a Carlos no se preocupaban mucho por lo que ella era realmente, y tal vez no creyesen que fuera una cosa ni otra. Quizá trataban de llegar a una decisión sobre si sería aceptada por los soldados como una doncella milagrosa o no. Si podía hacerse que los franceses y (más aún) los ingleses creyeran que Dios luchaba de parte de los franceses, esto podía tener un importante efecto sobre la moral de ambas panes.

La decisión a la que se llegó fue (teológicamente) que Juana había sido enviada por Dios y (desde el punto de vista político práctico) que esta actitud inspiraría convicción. Por ello, fue enviada a Orleáns con una escolta de unos 3.000 soldados bajo el mando de Juan, duque de Alencon, quien había conducido las fuerzas francesas en la perdida batalla de Verneuil y, como resultado de esto, había estado en cautividad por un tiempo. El 29 de abril de 1429 Juana y su escolta se deslizaron al interior de la ciudad. Es importante comprender ahora que las fuerzas defensoras de la ciudad eran muy importantes y, en verdad, que superaban en número a la delgada línea de asediantes ingleses. Lo que impedía a los franceses salir a presentar batalla no era la falta de medios, sino la falta de voluntad. Los franceses, sencillamente, eran incapaces de creer que podían ganar. Más aún, los ingleses habían sufrido considerablemente en el curso de medio año de sitio, y todo lo que los mantenía allá era, sencillamente, que no podían creer que pudiesen perder.

Era sólo una cuestión de moral lo que mantenía la situación tal como estaba, contra todo sentido militar. Cuando llegó la noticia de que una doncella milagrosa iba a acudir en ayuda de los franceses, la situación con respecto a la moral cambió súbita y espectacularmente, y lo que siguió fue casi inevitable. Aunque pocos sucesos de la historia han parecido tan milagrosos como el realizado por Juana de Arco, realmente no fue tan milagroso como parecía.

Muy probablemente, el Bastardo de Orleáns contaba con el efecto que produciría Juana sobre la moral de ambas partes y, a la semana de la llegada de ella, lanzó un ataque, el 4 de mayo, contra los puestos fortificados establecidos por los ingleses en las cercanías del este de la ciudad. Ni siquiera se molestó en decírselo a ella. Pero al enterarse, Juana se lanzó a las murallas orientales. Los soldados franceses, estimulados por su aparición, lucharon salvajemente y los ingleses retrocedieron.

El primer signo de victoria francesa puso en movimiento un círculo vicioso para los ingleses. Si los franceses avanzaban más de lo acostumbrado, era un signo de que Juana estaba enviada por el Cielo o por el Infierno, pero, en cualquier caso, sería una ayuda milagrosa para los franceses y no algo contra lo cual los hombres pudiesen luchar. Los ingleses estarían tanto más dispuestos a retirarse aún más, y a aceptar esta retirada como una nueva prueba.

Cuando Juana fue alcanzada por una flecha, los ingleses prorrumpieron en vítores, pero era una herida superficial y, cuando ella apareció nuevamente en las almenas, fue fácil creer que era invulnerable. Y los ingleses se retiraron aún más prestamente.

Para el 8 de mayo, los ingleses habían abandonado el asedio, dejando sus puntos fortificados, su artillería, sus muertos y sus heridos. Se apresuraron a salir del alcance de la influencia de Juana.

Orleáns fue el Stalingrado de la Guerra de los Cien Años. El sitio de Orleáns fue el punto culminante del avance inglés en Francia. El mito de la invencibilidad inglesa estaba roto, el deslumbramiento de Azincourt se apagó; y de allí en adelante, las fuerzas inglesas no harían más que retroceder.

La Coronación de Carlos

Juana, después de haber ocasionado la salvación de Orleáns, quería efectuar inmediatamente la coronación de Carlos en Reims. Pero los generales franceses no estaban totalmente preparados para ello.

Hasta entonces, sólo se había conseguido levantar un sitio, y eso no era suficiente. También se había levantado el sitio en Montargis, dos años antes, pero eso no había detenido la ofensiva inglesa, solamente la había postergado. Quedaba más por hacer; los ingleses debían ser perseguidos y derrotados. Los ingleses nunca habían sido derrotados en una batalla campal importante en todo el curso de la Guerra de los Cien Años (que ya duraba casi un siglo). Si los franceses podían obtener una victoria en el campo de batalla, entonces, y sólo entonces, podían arriesgarse a marchar sobre Reims.

Pero, ¿era aconsejable buscar esa victoria? Los generales franceses deben de haber comprendido que si el ejército francés era frenado, aun de un modo secundario, todo el encanto de Juana desaparecería inmediatamente y su influencia se esfumaría. Los ingleses podían, entonces, avanzar por segunda vez, poner sitio nuevamente a Orleáns y, esta vez, desengañada de Juana, la ciudad seguramente caería enseguida.

Fue una dura decisión, pero, no antes de que transcurriera más de un mes desde el levantamiento del sitio, los franceses se lanzaron a la persecución de los ingleses. Sólo el 28 de junio de 1429 las dos fuerzas se encontraron en Patay, a veinticinco kilómetros al noroeste de Orleáns. (Tan cerca estaban los ingleses, aún ocho semanas después de levantar el sitio.)

El ejército inglés, al mando de Talbot y Fastolfe, fue cogido por sorpresa. Nunca se les había ocurrido que un ejército francés podía estar en su búsqueda. No tuvieron tiempo de protegerse detrás de las habituales estacas con puntas.

Fastolfe, considerando la situación con calma, señaló que las tropas inglesas eran superadas en número. Esto, por sí solo, podía no ser decisivo, pero los ingleses estaban desalentados, y no podía contarse con que combatiesen en su mejor forma. Fastolfe, pues, recomendó una nueva retirada, evitando, así, la batalla. Luego, el ejército podía esperar la llegada de refuerzos y una mejor ocasión.

Pero Talbot no quería oír hablar de retirada. Ahora fue el turno de los ingleses en dejarse llevar por sueños, y no ver la realidad, pues Talbot pensaba que unos pocos ingleses siempre podían derrotar a cualquier número de franceses, al estilo de Azincourt.

Mientras Fastolfe y Talbot discutían, los franceses, alentados por la presencia de Juana, atacaron y, aunque Talbot luchó con temerario heroísmo, todo resultó como Fastolfe sabía que iba a resultar. Los franceses ganaron y, al terminar el día, 2.000 muertos yacían en el campo de batalla. Fastolfe logró retirar al resto sobreviviente de los ingleses, pero Talbot fue tomado prisionero.

En la posterior mitología concerniente a la Guerra de los Cien Años, la reputación de Talbot fue salvada haciendo de Fastolfe un cobarde cuya defección ocasionó la pérdida de la batalla. Pero esto ha sido pura difamación, y la reputación de un general valiente y sensato fue sacrificada para proteger la de un tonto irreflexivo. Esta difamación ha adquirido eternidad por su figuración en la obra de Shakespeare
Enrique VI, Parte Primera
.Además, Shakespeare usó una forma del nombre de Fastolfe, «Sir John Falstaff», para designar al inmortal gordo de sus obras
Enrique IV, Parte Primera
y
Enrique IV, Parte Segunda
.

La batalla de Patay fue una oportuna culminación del levantamiento del sitio de Orleáns. Esta primera victoria de los franceses sobre los ingleses en el campo de batalla en un siglo de lucha cambió todo.

Los franceses pudieron ahora aprovechar su ventaja desplazándose hacia el norte. Seguramente, el pueblo francés, alentado y orgulloso por la victoria, se levantaría contra los ingleses en todos lados.

Pero, ¿adónde debían los franceses marchar ahora? Desde el punto de vista estrictamente militar, el objetivo natural habría parecido que era París, pero Juana de Arco insistió en que debía ser Reims, e indudablemente tenía razón. Hacer coronar a Carlos VII con todo el boato religioso que, en la tradición, había formado parte de la coronación en Reims durante mil años presentaba una abrumadora ventaja psicológica.

Se optó por Reims. Se reunió un considerable ejército francés en Gien, ciudad de orillas del Loira, situada a sesenta y cinco kilómetros aguas arriba de Orleáns. El 29 de junio de 1429 inició el viaje de unos trescientos cincuenta kilómetros hacia Reims, a través de regiones que, en teoría, estaban bajo la dominación de ingleses y borgoñones.

Los jefes franceses tenían razón. En todas partes, franceses delirantes aclamaban al primer ejército francés victorioso y confiado que habían visto nunca. Con Juana de Arco marchando a la cabeza, Francia pasó por una especie de conmoción religiosa. Muchos se unieron al ejército como si fuesen a una peregrinación o una cruzada. Más aún, las guarniciones de las ciudades que encontraban a su paso no tenían ánimo para luchar. Los ingleses, vapuleados y desalentados, no se movieron.

El 10 de julio, el ejército francés llegó a Troyes, a ciento diez kilómetros al sur de Reims y donde se había firmado el vergonzoso tratado con Enrique V nueve años antes. Se pensó que la ciudad estaba de corazón con Felipe de Borgoña, pero cuando el ejército francés exigió su rendición, amenazando atacarla en caso contrario, cedió de inmediato. Pocos días más tarde, Chálons, a cuarenta kilómetros al sudeste de Reims, se entregó con igual facilidad. Y con cada una de estas fáciles victorias, aumentaba la aureola de lo milagroso y hacía tanto más segura y más fácil la victoria siguiente.

El 16 de julio de 1429, Carlos VII y Juana de Arco entraron cabalgando en Reims a la cabeza del ejército. No hubo lucha. Y el 17 de julio de 1429 Carlos VII fue coronado en Reims, según todo el estilo tradicional, en presencia de Juana. Cuando la coronación terminó, Juana se arrodilló ante él. Hasta entonces, ella se dirigía a Carlos llamándolo «Delfín», pero en ese momento lo llamó, con el más profundo respeto, su rey.

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