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Authors: Elaine Cunningham

La hija de la casa Baenre (33 page)

BOOK: La hija de la casa Baenre
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Entre tanto, había ciertas cosas que Zeerith podía hacer. Había arriesgado mucho con su severa declaración: su informal y tácita alianza con la casa Baenre, su reputación como una diplomática justa e imparcial. Había sido reprendida públicamente y aquello no había sentado bien a la orgullosa matrona. Sin embargo no había perdido por completo, ya que la nueva magia sería confiada a Sorcere, donde siete hechiceros Xorlarrin servían como maestros. Ninguna casa en Menzoberranzan poseía más poder mágico que Xorlarrin, y cualquier secreto que los hechiceros descubrieran sería susurrado a los oídos de la matrona Zeerith antes de ser revelado al consejo regente.

Tampoco se había perdido por completo la oportunidad de vengarse de la casa Baenre. Puede que ninguna sacerdotisa de Lloth pudiera actuar contra la joven Liriel, pero morían más drows víctimas de dagas envenenadas y hechizos que bajo los látigos de cabeza de serpiente de las grandes sacerdotisas.

Reconfortada por aquellos agradables pensamientos, la matrona sonrió y se relajó sobre los almohadones de seda de su litera. Tenía una tarea en mente para su querido hermano Kharza-kzad. Según se decía, el viejo estúpido estaba excesivamente encariñado con su hermosa y joven alumna.

«Y ¿por qué deben ser sólo las hembras las que soportan la carga de sacrificar a aquellos más próximos a sus corazones?», pensó Zeerith.

Desde la ventana de su oscuro estudio, Gomph Baenre observó cómo la ciudad despertaba. Mientras gran parte de Menzoberranzan dormía, él a menudo pasaba las horas de ese modo, solo en su mansión de Narbondellyn. No dormía —jamás había sido capaz de dormir— y ahora confiaba en la magia que lo mantenía joven para sustentar su vida sin el beneficio del descanso. Durante sus primeros pocos siglos de vida, Gomph había encontrado tranquilidad y regeneración en el profundo y vigilante ensueño que era su herencia elfa; pero ahora, desde hacía muchas décadas, a pesar de la formidable disciplina de su preparación mágica, la habilidad para sumirse en aquel trance le había esquivado. El archimago de Menzoberranzan había olvidado cómo soñar.

De modo que permaneció sentado a solas, sumido en una taciturna cólera e hirviendo con la interminable frustración que definía su existencia. Su estado de ánimo no mejoró cuando la alarma mágica de su insignia Baenre empezó a vibrar con una silenciosa pero insistente llamada. Parecía que su querida hermana Triel por fin requería el placer de su compañía.

Durante un buen rato, Gomph sopesó la idea de resistirse a la convocatoria. Pero no se atrevió. Triel reinaba en la casa Baenre y su vida no valdría nada si provocaba su ira.

Aunque tampoco es que su vida valiera mucho ahora, se dijo con amargura. Sin preocuparse por una vez en ponerse la túnica y esclavina que proclamaban su poderoso cargo, el archimago pronunció las palabras que lo transportarían a la casa Baenre.

Encontró a Triel paseando por la capilla familiar. La matrona se abalanzó sobre él con ojos enloquecidos y lo sujetó por los antebrazos.

—¿Dónde está ella? —inquirió—. ¿Dónde la has escondido?

Gomph comprendió al instante, pues por encima de la cabeza de su hermana se alzaba la imagen mágica de Lloth, creada por su poder y su magia. La hermosa ilusión le sonreía con sardónico regocijo en los dorados ojos. Los ojos de él y de su inesperadamente ingeniosa hija.

El hechicero se liberó de las crispadas manos de la matrona.

—Podrías ser más concreta —preguntó con frialdad—. No hay escasez de hembras en Menzoberranzan.

—Sabes a quién me refiero —escupió Triel—. Liriel no está en Arach-Tinilith. Le diste permiso para marchar y me has hecho quedar como una estúpida. ¡Dime por qué marchó, dónde está, y cuéntame todo lo que ha hecho!

—Liriel sólo dijo que tenía unos asuntos personales de los que ocuparse —respondió él, encogiéndose de hombros—. No tengo por costumbre cuestionar las acciones de una hembra Baenre.

—¡Es suficiente! —aulló la sacerdotisa—. No hay tiempo para tales juegos. ¿Dónde está Liriel, y dónde está el objeto?

Se produjo un instante de estupefacto silencio.

—Liriel no dijo nada de un objeto —respondió Gomph, despacio.

Triel lo creyó. La familiar expresión codiciosa del rostro del hechicero la convenció más allá de toda duda. Los objetos eran raros, incluso en la rica en magia Menzoberranzan, y no era probable que Gomph permitiera a su hija poseer un artículo así si conocía su existencia y su peligroso poder.

—Entonces no sabes que Liriel ha hallado un modo de transportar magia drow a las Tierras de la Luz —declaró.

Gomph sacudió la cabeza despacio, más como señal de asombro que de negación.

—No sabía qué tenía ni qué planeaba hacer. Desde luego, se lo habría quitado.

—Y eso debes hacer —insistió Triel—. Si no lo haces, el artilugio acabará en Sorcere, con sus secretos accesibles a todos. Encuéntralo y tráelo aquí. Tú y yo solos compartiremos su poder, para nuestro beneficio personal y la gloria de la casa Baenre.

—¿Y qué pasa con Liriel?

—La mitad de Menzoberranzan la busca —respondió ella con indiferencia—. Con o sin tu participación, no es probable que la muchacha sobreviva a este día. Nadie sabrá qué mano asestó el golpe, y es mejor que sus esfuerzos fortalezcan la casa Baenre.

—Pero ¿y eso? —inquirió Gomph, señalando en dirección a la imagen de ojos dorados de Lloth que se alzaba sobre el altar—. Pocas veces habla la diosa con tanta claridad. Sin duda sería una locura hacer caso omiso de una señal así.

—Vuelve a mirar —repuso Triel en tono seco.

Incluso mientras lo decía, la imagen cambió y los ojos adoptaron su acostumbrado brillo rojo. Al cabo de un instante, volvían a ser ambarinos.

Gomph comprendió de inmediato. La Señora del Caos se deleitaba enfrentando a sus seguidores unos con otros, no sólo para su propio placer sino en la creencia de que el drow más fuerte era el que emergía de la contienda. Liriel podría haber encontrado el favor de Lloth, pero eso no garantizaba una vida larga y halagüeña.

—Se hará —asintió el archimago sin vacilación.

—Vaya, ¿sin ningún pesar? —se burló ella.

—Sólo el de no haber actuado antes y en solitario —declaró él sin andarse por las ramas.

—Ese momento ya pasó, querido hermano —ronroneó la matrona con una sonrisa, reconociendo la veracidad de sus palabras—. Tú y yo tenemos una alianza.

Pasó el brazo por el del archimago en actitud afable y lo sacó de la capilla.

—Tenemos mucho de que hablar, pues ha sido una noche llena de acontecimientos. Lloth ha decretado que la ciudad esté en paz para que podamos reconstruir nuestro poderío. Por ahora, la casa Baenre mantiene su puesto legítimo, pero debemos apuntalar nuestras defensas para cuando esta paz finalice.

Gomph dejó que su hermana lo condujera al exterior, aunque sabía que Triel lo estaba manipulando, que apelaba a su deseo de poder e influencia. Sin embargo mientras abandonaba la capilla, del brazo de la letal hembra, era consciente de que la alianza sólo lo sería mientras los beneficiara a ambos.

La noticia de la reunión y de lo acontecido se extendió deprisa, viajando desde las grandes casas incluso hasta los hogares humildes y comercios del distrito de Hacinas. Antes de que el enorme reloj Narbondel marcara el inicio del nuevo día, casi todo el mundo en Menzoberranzan estaba enterado de que Lloth había declarado un período de tregua, aunque nadie sabía exactamente cómo interpretarlo, y por toda la ciudad teorías y rumores fueron el plato del día junto con el almuerzo.

En sus aposentos de la torre que daba al Bazar, Nisstyre reflexionaba sobre aquellos nuevos sucesos. Por una parte, la pausa en la constante y enconada guerra prometía mejores negocios, y desde luego eso era una buena noticia para El Tesoro del Dragón. Pero el auténtico propósito del comerciante, la misión de su vida, no se cumpliría si Lloth recuperaba todo su poder en Menzoberranzan.

No se sintió complacido cuando su lugarteniente apareció en su puerta con la información de que una sacerdotisa Hunzrin exigía audiencia. Nisstyre no deseaba ver a ningún miembro del clero de la Reina Araña; pero antes de que pudiera dar la orden de que despidieran a la mujer, ésta empujó a su lugarteniente a un lado y penetró con paso firme en la habitación.

La sacerdotisa se detuvo muy tiesa ante su escritorio, con los brazos cargados de libros, en tanto que el comerciante se recostaba en su asiento y tomaba nota de los poco prometedores detalles: las negras vestiduras ribeteadas de púrpura de una sacerdotisa estudiante, el símbolo de una casa menor y la expresión fanática de su rostro cansado.

—¿Sí? —inquirió, y aquella única palabra consiguió transmitir una asombrosa falta de interés o de estímulo.

—Soy Shakti de la casa Hunzrin. Y tú —siseó la sacerdotisa—, ¡tú no veneras a Lloth!

—Observo que el arte de la conversación no forma parte de las asignaturas que se enseñan en Arach-Tinilith. —Nisstyre enarcó las cobrizas cejas.

—También eres un hechicero —prosiguió ella, inexorable en su propósito—. Un poderoso hechicero, y sin embargo no has realizado la prueba de lealtad a Lloth que se requiere de todos los que practican la magia en esta ciudad. Incitas el descontento entre los fieles a Lloth y los vuelves hacia Vhaeraun, ese llamado dios de los ladrones. ¡Por cualquiera de esas ofensas se te podría sumergir en queso fundido y atar a un poste para que te devoraran las ratas!

—Ya —murmuró Nisstyre. Meditó tal posibilidad por un instante, almacenándola para un futuro uso, antes de dedicar toda su atención a su visita.

»Debo reconocer, sacerdotisa, que posees un toque creativo en lo referente a torturas. Y sin embargo —añadió, inclinándose al frente y clavando en ella sus desconcertantes ojos negros—, algunos podrían llamarte imprudente. ¿Sospechas que poseo tal poder y vienes aquí, a mi casa, a amenazarme?

—Estoy aquí para hacer negocios —le corrigió ella—. Quiero que busques a cierta hembra. Te pagaré bien.

Él rechazó la oferta con un ademán.

—Sin duda hay gente más apropiada para la tarea que el capitán de El Tesoro del Dragón. A la ciudad no le faltan asesinos ni cazadores de recompensas.

—Observarás que no te he pedido que mates a la hembra —repuso Shakti recalcando las palabras—. Sólo pido que la encuentres y me traigas sus posesiones. Lo que hagas con ella es únicamente cosa tuya, siempre y cuando no se la vuelva a ver jamás en Menzoberranzan. Seguramente podrás llevar a cabo algo tan sencillo.

—También podría hacerlo una banda de mercenarios, por un precio mucho más módico. La ciudad tiene muchas de esas bandas. Ve a contratar una.

—No puedo —repuso ella de mala gana—. No puedo arriesgarme a que la información llegue a oídos de una de las matronas de la ciudad. Lloth ha prohibido que una sacerdotisa mate a otra.

—Empiezo a comprender tu dilema —repuso Nisstyre con un deje de regocijo, pues su reputación para llevar a cabo transacciones dudosas con gran discreción le había proporcionado muchas ofertas similares a través de los años—. Qué desagradable para ti, verte obligada a hacer negocios con un sospechoso de herejía. Pero ¿por qué yo, precisamente?

—Sé que tú vendiste estos libros. —Shakti arrojó los tomos sobre la mesa—. ¡Hablan del mundo de la superficie y están prohibidos en la ciudad!

—De modo que ahora volvemos a las amenazas —observó el comerciante—. Debo decir que esto empieza a resultar pesado. A menos que tengas algo interesante que ofrecerme...

—¡Te ofrezco a Liriel Baenre!

Nisstyre recibió el anuncio con un instante de silencio.

—No necesitas chillar —amonestó a la joven sacerdotisa, pero mantuvo el rostro cuidadosamente impasible a excepción de una tenue sonrisa sarcástica que curvó sus labios—. Admito que la oferta tiene cierto atractivo, pero ¿qué valor práctico tiene una princesa Baenre para una banda de comerciantes?

—Liriel Baenre lleva consigo un objeto mágico que podría ser muy útil en tu trabajo —declaró Shakti, apoyando ambas manos sobre el escritorio para inclinarse al frente—. Es algo que provoca grandes disputas entre las sacerdotisas de Lloth. No puedo decir más en este momento, pero tráemelo y compartiré sus secretos contigo.

—Pero tú eres una sacerdotisa de Lloth.

—Eso y tal vez más. —Shakti le devolvió la mirada sin pestañear—. De vez en cuando un clérigo de la Reina Araña es enviado a un culto rival como novicia para actuar como los ojos de Lloth. La Reina Araña permite ese espionaje, y en ocasiones lo incita. Es posible para una sacerdotisa de Lloth trabajar con los que siguen a Vhaeraun. La información puede transmitirse en ambas direcciones, para beneficio de todos. Es un riesgo enorme, pero estoy dispuesta a correrlo.

Nisstyre contempló a Shakti Hunzrin durante un buen rato, evaluando su sinceridad y meditando sobre el inmenso valor de su oferta. Sopesó el odio que se percibía en su voz cuando pronunciaba el nombre de Liriel, el fanático centelleo de sus ojos, y decidió aceptar la alianza. Pero, al contrario de la sacerdotisa, él no estaba dispuesto a hablar con tanta sinceridad, ni a comprometerse a algo tan peligroso.

—El Tesoro del Dragón es famoso por adquirir casi cualquier cosa, sin tener en cuenta el precio —dijo, eligiendo las palabras con cuidado—. Te conseguiré a tu princesa, pero te lo advierto, será mejor que la recompensa valga las molestias.

—Confía en mí —asintió ella, sombría.

La idea resultaba tan grotesca que tanto el comerciante como la sacerdotisa prorrumpieron en una carcajada.

16
Cazadores

S
olo en su estudio, Nisstyre reflexionó sobre la extraña alianza que había concertado. Había aceptado la oferta de Shakti Hunzrin, no sólo para colocar un espía en el baluarte del poder de Lloth, sino también para averiguar más cosas sobre el objeto mágico que la sacerdotisa había mencionado, pues creía saber cuál podría ser.

El hechicero rememoró la batalla en el bosque de Rashemen y el amuleto que se había llevado como único trofeo. Cuando su patrulla no regresó a Menzoberranzan con el amuleto, Nisstyre había considerado toda la incursión una pérdida. Luego vino su encuentro con Liriel y la recuperación de la patrulla perdida; aunque Nisstyre no encontró el amuleto en los cuerpos de los soldados drows ni en los dos muertos en la caverna ni entre los restos esqueléticos que había recuperado más tarde de la guarida de los murciélagos subterráneos. Había supuesto que el objeto se hallaba perdido en algún lugar de la cueva o que incluso un dragazhar podría habérselo tragado. La atención de Liriel parecía centrada por completo en su desconocido adversario y en la necesidad de asegurar que ese enemigo no la siguiera al interior de la Antípoda Oscura, por lo que a Nisstyre no se le ocurrió que la joven pudiera haber cogido el amuleto. Al parecer debería haber pensado en esa posibilidad.

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