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Authors: Elaine Cunningham

La hija de la casa Baenre (37 page)

BOOK: La hija de la casa Baenre
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Shakti empezó a comprender el significado oculto de las palabras de su interlocutora. ¡Se suponía que iba a servir a la casa Baenre como sacerdotisa traidora! De vez en cuando el matriarcado descubría a un espía entre el clero —por lo general un sacerdote varón— que servía a Lloth en apariencia, pero a Vhaeraun en realidad. Lo contrario era casi desconocido, y la perspectiva de obtener tal espía doble hacía relamerse de maligno gusto a Triel.

Shakti se quedó con la información, y de nuevo echó una ojeada al látigo de cabeza de serpiente introducido en su cinturón. Lloth la estaba cortejando. ¡A ella!

Triel siguió hablando, bosquejando la misión de Shakti con preciso detalle y alguna que otra amenaza, pero la sacerdotisa Hunzrin no escuchaba las palabras de la matrona. Otra voz, más poderosa aún, captaba su atención.

Fue un susurro al principio, una misteriosa voz insinuante en su cabeza. Suave y seductora, la voz fue aumentando de potencia a medida que entregaba a Shakti hechizos para ocultar los pensamientos. Se los daba. Shakti supo sin asomo de duda que podría conjurar los nuevos hechizos a voluntad, sin reposo o estudio.

Estos hechizos no son más que el primero de mis regalos. Con ellos puedes jurar ante Lloth
, insistió la voz,
pero mantener tu lealtad a mí.

La voz siguió hablando, ofreciendo promesas de poder, afirmando que podía conceder la inmortalidad, insinuando incluso que no había hallado aún una consorte drow digna de su persona.

Shakti jamás había orado a Vhaeraun, pero reconoció con temor la voz del Señor Enmascarado. ¡El dios drow no tan sólo era real, sino que era también lo bastante poderoso como para hablar en secreto en el sanctasanctórum de Lloth! Y ella escuchó, dejándose tentar, sin incurrir en la cólera de la Reina Araña. Los escudos mentales de Vhaeraun eran sin duda más poderosos que ningún otro que ella conociera, pues las cabezas de serpiente, que se hubieran vuelto de inmediato contra una sacerdotisa infiel, siguieron retorciéndose amistosamente a su lado. Hechizos como aquéllos podían significar la diferencia entre la vida y la muerte en Menzoberranzan, donde cada gran sacerdotisa podía leer los pensamientos de otra.

¡Dos deidades, se maravilló Shakti, rivalizando por su lealtad! Eso la colocaba en una situación altamente peligrosa, pero también le ofrecía poder más allá de sus sueños más oscuros. Puede que no sobreviviera, pero no iba a rehusar.

La entrevista de Nisstyre con Shakti Hunzrin no salió como él había esperado. Ella había acudido a su llamada con bastante rapidez, pero penetró contoneándose en el cuartel general de su socio con el látigo de una gran sacerdotisa en la cintura.

El hechicero camufló cuidadosamente su miedo, pues durante siglos, el clero de Lloth había convertido en tarea sagrada el descubrimiento y destrucción de los seguidores de Vhaeraun. Shakti carecía de pruebas contra él pero, ahora que era una gran sacerdotisa, una sola palabra acusadora sería suficiente para que lo despellejaran vivo y lo colgaran en pedazos de las diferentes esquinas de Arach-Tinilith.

Bien, las acusaciones podían lanzarse desde ambas direcciones; ella había ofrecido convertirse en una sacerdotisa traidora.

—Si eres sincera respecto a tu compromiso con Vhaeraun, esa cosa no te ganará precisamente la simpatía del Señor Enmascarado —comentó él en tono seco, señalando el arma con las cabezas de serpiente que no dejaban de moverse.

—Vhaeraun está conmigo —repuso con firmeza Shakti, dedicándole un sonrisa de suprema seguridad, y entonces pronunció una palabra de poder que Nisstyre —que también era un eficaz hechicero— no había oído jamás. Una oscura sombra hizo su aparición, revoloteando por la habitación y posándose luego en el rostro de Shakti, para adoptar la forma de un antifaz del terciopelo más negro. El hechicero reconoció la manifestación de Vhaeraun, el Señor Enmascarado.

Mientras Nisstyre observaba en anonadado silencio, la doble sacerdotisa extendió la mano, con la palma hacia arriba, y en su interior había una gema, un centelleante rubí del tamaño y la forma del ojo de un drow.

—Esto no es más que uno de los regalos que me ha hecho Vhaeraun —explicó la mujer con siniestro placer—. Yo te lo hago a ti.

Su máscara de terciopelo se disolvió, para volver a convertirse en la negra sombra. La oscuridad fluyó como humo para envolver al hechicero y la sorpresa de Nisstyre se transformó en terror cuando se dio cuenta de que no podía hablar ni moverse.

Shakti avanzó hacia él, con el rubí en la mano extendida, que presionó sobre la frente del hechicero. Con un abrasador susurro, la gema quemó su carne y se hundió profundamente en el cráneo. El dolor superó cualquier cosa que el drow hubiera podido imaginar y sólo el sostén de los brazos de su invisible y traicionero dios impidió que se desplomara al suelo.

Finalmente su padecimiento terminó y el dolor candente en el cerebro de Nisstyre se amortiguó hasta convertirse en ardientes punzadas. Shakti sonrió y pasó los dedos por la porción de gema que seguía visible.

—Un tercer ojo —explicó—. El rubí está armonizado con un cuenco de visión que me permitirá ver todo lo que veas, incluso en la Noche Superior.

Fue este término, más que otra cosa, lo que convenció a Nisstyre de que el dios drow estaba realmente con Shakti, pues sólo los seguidores de Vhaeraun se referían a las Tierras de la Superficie como la Noche Superior. El dios había hablado con la sacerdotisa y la había hecho suya a pesar de las armas de Lloth que empuñaba. Qué deidad podía declarar como suya la lealtad más completa, Nisstyre no lo sabía, y esa incertidumbre convertía a la sacerdotisa en sumamente peligrosa.

—A donde vayas, mis ojos estarán puestos en ti —continuó Shakti—. A través del poder de la gema puedo hablar a tu mente cuando quiera y puedo infligir un dolor terrible. Si intentas traicionarme, morirás —anunció con la recién hallada tranquilidad y seguridad de los realmente poderosos.

Se instaló en el sillón de Nisstyre, señaló otro asiento más pequeño y le indicó que se sentara. Él así lo hizo, sin que mediara su voluntad en ello.

—Has recibido un regalo de Vhaeraun. Ahora es el turno de Lloth.

El hechicero recibió el anuncio con silencioso terror. Si su propio dios lo había convertido en un virtual esclavo de aquella hembra, ¿qué podría hacer la Reina Araña? Entonces le llegó la segunda sorpresa: el regalo de Lloth era información.

Shakti le contó todo lo que sabía sobre el amuleto de Liriel Baenre, incluso le dio copias de las notas que la joven había escrito; los detalles de los experimentos de la joven hechicera no estaban explicados, pero al menos esto sí estaba claro: el amuleto de Liriel era el que Nisstyre había robado al guerrero humano, y le concedía el poder de trasladar tanto su magia drow innata como la hechicería de los elfos oscuros a la Noche Superior.

Nisstyre recibió aquella información con una emoción que superó su dolor y humillación. ¡Esa era la llave que buscaba, lo que podría atraer a los orgullosos drows fuera de su mundo subterráneo! Y si podían hacerse copias, ¡qué maravillas podrían conseguirse! Vio mentalmente un ejército de drows, una fuerza silenciosa e invisible barriendo los territorios de la superficie. Con algo así, el reino de Vhaeraun —y su propio reinado— quedaban virtualmente asegurados.

El hechicero clavó la mirada en los relucientes ojos rojos de Shakti y vio allí un ansia de poder igual a la suya.

—No hay ninguna razón por la que los intereses de Vhaeraun y Lloth tengan que chocar —aventuró, y al ver que su interlocutora no le interrumpía, siguió hablando con más confianza—: Sabes lo que este amuleto podría significar. Si cae en las manos del matriarcado, sólo aumentará su poder, alimentará el interminable caos. La ciudad seguirá como es durante siglos. Pero con esta magia en mis manos, podría convencer a un ejército de drows a salir a la Noche Superior. Tú eres joven; antes de que finalices tu segundo siglo de vida ese ejército podría regresar y marchar bajo tus órdenes. Podrías venir a gobernar Menzoberranzan.

—Y desde Menzoberranzan, la Antípoda Oscura —añadió ella, muy segura de sus palabras—. La primera directriz de Lloth no ha sido tenida en cuenta durante demasiado tiempo. Muchos drows se alegrarían de poder conquistar las Tierras de Abajo.

—Poseo muchas alianzas en el mundo de la superficie —continuó él—. Provisiones, esclavos, información... necesitarás todas esas cosas para conseguir tus objetivos. Cuanto más poder tenga, más ayuda te puedo ofrecer.

—Tu reino arriba, el mío abajo —asintió la sacerdotisa.

A pesar de todo, era un acuerdo muy satisfactorio. Nisstyre sonrió, y el agudo dolor en el centro de su frente desapareció mientras pronunciaban las palabras que sellaban su pacto.

Shakti corrió a sus aposentos privados en el recinto Hunzrin. Golpeó repetidamente y con fuerza la pared, y en respuesta a su llamada, el naga oscuro ascendió reptando por los túneles y a continuación penetró en su habitación.

—¿Qué has encontrado para mí? —preguntó la joven.

El naga expulsó un mapa del mundo de la superficie, y cuando Shakti alisó el pergamino hasta dejarlo plano, la criatura sacó la larga lengua azul para señalar un punto cerca de un enorme bosque.

—Aquí haber muchas cavernas —siseó el mago con aspecto de serpiente—. Ssasser estuvo allí, nació allí. Cerca superficie, no radiación mágica. Muchas veces Ssasser vio drows salir por portales allí. Si hembra drow ser hechicera, entonces este camino puede haber seguido. Ssasser llevar luchadores quaggoths, viajar por portal mágico. —El naga oscuro hizo una pausa para lanzar un tremendo eructo, que escupió una serie de peinetas, hermosos y caros objetos realizados con los caparazones de las gigantescas tortugas de la Antípoda Oscura y tachonados de piedras preciosas—. Esto Ssasser coger de casa de hembra drow. Los luchadores quaggoths sacarán de ellos el olor de la hembra, la localizarán.

Era un plan lógico, pero los ojos miopes de Shakti se entrecerraron suspicaces. El naga había recibido casi toda su preparación mágica en la casa Hunzrin, y las sacerdotisas casi nunca usaban hechizos de teletransporte. Mediante el poder de Lloth deambulaban por los planos, yendo y viniendo de los planos inferiores con facilidad, pero pocas veces poseían la habilidad mágica necesaria para controlar los portales que llevaban a éstos de un lugar a otro en el plano material.

—¿Y de dónde podrías haber sacado tú tal hechizo?

No esperó una respuesta. Un simple hechizo de lectura mental extrajo la imagen del libro de conjuros de los pensamientos del naga y ordenó a la criatura que lo entregara. Tímidamente, el ser volvió a eructar y sacó el libro robado, pero Shakti no lo abrió, porque sabía que no se debían leer hechizos no aprendidos.

—Veamos qué puedes hacer con él —dijo al naga.

La criatura abrió el libro con el hocico y empezó a leer los arcanos símbolos. Pero el portal que necesitaba estaba más allá de su poder; el naga oscuro gimoteó de dolor y se enroscó en una convulsionada masa de anillos ondulantes.

Shakti suspiró y se rindió ante lo inevitable: de nuevo tendría que contratar al costoso hechicero. Odiaba desprenderse de más oro, y sencillamente no podía permitirse involucrar a un extraño en sus actuales planes. Pero ¿qué otra cosa podía hacer?

El naga, una vez recuperado del terrible dolor provocado por el hechizo, se sintió más que complacido de poder marchar en busca del mago drow. Entre tanto, Shakti envió a un criado a buscar a un par de quaggoths amaestrados.

La casa Hunzrin mantenía y criaba a aquellos seres parecidos a osos para usarlos como guardas y tropas de choque, ya que los quaggoths eran ideales para ambas cosas. Con una altura de más de dos metros, de musculatura poderosa y protegidos por un duro pellejo cubierto de espeso pelaje blanco, los quaggoths tenían un aspecto espantoso y eran luchadores fuertes y feroces; también guardaban una desagradable sorpresa para aquellos que conseguían herirlos o enojarlos.

Shakti entregó a las criaturas las peinetas que Ssasser había hurtado de la casa de Liriel. Aquellos seres poseían un agudo olfato y eran excelentes rastreadores, siempre y cuando ella pudiera enviarlos en la dirección correcta. Había llegado el momento de poner a prueba el rubí de Nisstyre.

Cuando Ssasser regresó con el hechicero, Shakti entregó al drow el libro de conjuros y le pidió que abriera un portal cerca del punto marcado en el mapa. Intrigado, el varón pasó las hojas del libro hasta hallar el hechizo adecuado, y, tras un período de estudio, realizó el necesario conjuro. Un reluciente óvalo apareció en la habitación de la joven.

—¿Se cerrará el portal por sí solo o requiere otro conjuro? —preguntó ella.

—Durará sólo unos instantes, luego se disipará —le aseguró el hechicero.

Shakti asintió y las cabezas de serpiente de su cinturón empezaron a retorcerse de impaciencia. La nueva gran sacerdotisa empuñó el arma, disfrutando con el contacto de la fría empuñadura de adamantita en su mano, y descargó un latigazo contra el hechicero que había contratado.

Las cinco cabezas de serpiente se lanzaron al frente para hundir los colmillos en su carne y un dolor paralizante y abrasador recorrió el cuerpo del drow. Incapaz de moverse ni de lanzar un hechizo en su propia defensa, se desplomó sobre el suelo. El espectáculo provocó en Shakti un frenesí de malvado júbilo y azotó al indefenso hechicero una y otra vez.

Cuando no quedó la menor duda de que estaba muerto, la joven volvió a guardar el arma. Respiraba con dificultad —más por la excitación que por el esfuerzo de matar al varón— pero una curiosa expresión de calma inundaba su rostro; se sentía saciada por la muerte del hechicero, totalmente satisfecha ahora pero también deseosa de volver a matar.

—Llevaos el cuerpo a través del portal —indicó a Ssasser, y al ver que el naga vacilaba, añadió—: Tú y los quaggoths podríais tomar un bocado antes de iniciar la cacería. No dejéis el menor rastro de él.

El naga sonrió con ferocidad e hincó los azules colmillos en el cadáver del drow. Alzando el pesado cuerpo, la criatura se arrastró hasta el portal pesadamente y se deslizó al interior anhelante. Pero los quaggoths se mantuvieron a distancia, evidentemente recelando de la desconocida magia.

Shakti agarró su tridente y golpeó a una de las reacias criaturas —el varón, desde luego— en la espalda. El ser profirió un rugido de dolor y se lanzó al interior del reluciente óvalo; su compañera echó una mirada a la furiosa drow y luego se introdujo en el portal sin más vacilaciones.

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