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Authors: Elaine Cunningham

La hija de la casa Baenre (6 page)

BOOK: La hija de la casa Baenre
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Liriel era con mucho la hembra más popular de su pandilla, un grupo de jóvenes adinerados tanto nobles como plebeyos que perseguían el placer y la intriga con típica pasión drow. La muchacha era más joven que la mayoría de ellos —no había cumplido aún su cuadragésimo cumpleaños, lo que la situaba en medio del largo y tumultuoso período de la adolescencia— y poseía la fresca belleza de una humana que no hubiera cumplido los diecisiete. Disfrutaba también de las riquezas y posición social de una noble de la casa Baenre. Y aunque también muchas de las jóvenes drows de la ciudad disfrutaban de riquezas, posición y belleza, Liriel era excepcional por su risa fácil y un entusiasmo por la vida que resultaba poco frecuente en la sombría Menzoberranzan. Si bien había que reconocer que resultaba excéntrica en sus gustos, pues prefería perseguir la aventura y los conocimientos mágicos a la intriga social. Pero, no obstante, pocos podían negarle su peculiar encanto, y muchos jóvenes drows competían por la posibilidad de compartir sus aventuras. Aquellos que sobrevivían podían contar con una incrementada posición social, así como unos cuantos relatos interesantes que compartir en la ronda de fiestas de la noche.

Incluso con tan agradable perspectiva ante ellos, los compañeros de Liriel se sentían cada vez más intranquilos. La total oscuridad del corredor no les causaba molestia alguna, pero el silencio los atemorizaba profundamente. En Menzoberranzan, el ruido de la ciudad se fundía en un constante murmullo ahogado por la magia, sazonado con algún chillido ocasional; en aquellos túneles, sus silenciosas pisadas golpeaban sordamente en sus oídos con un sonido hueco y resonante, como piedras al caer en un pozo profundo. Liriel avanzaba como una sombra, merced a sus hechizadas botas elfas y a dos docenas de años de experiencia en tales exploraciones. Su andar era ligero y vivo, y sus ojos estaban puestos en la aventura que les aguardaba.

De todos modos, la joven no era ajena al malestar de sus compañeros. Conocía bien a Bythnara Shobalar; las dos se habían educado juntas desde una edad temprana. Al parecer, Gomph se había cansado de su precoz hija casi inmediatamente después de haberla adoptado, y la había enviado a la casa Shobalar para ser criada y formada dentro de aquel clan de hechiceras. Una rivalidad infantil había surgido entre Liriel y Bythnara que se había mantenido a través de los años, aunque Liriel se lo había tomado con tranquilidad, y de hecho le resultaba bastante divertido. Agudizaba los esfuerzos de ambas y añadía un condimento necesario a su amistad. A pesar de su mutuo interés en la magia, las dos tenían pocas cosas en común, pues Bythnara no compartía el gusto de Liriel por la aventura ni su sentido del humor. La hechicera podía mostrarse distante en ocasiones —y manifiestamente aburrida el resto del tiempo— pero Liriel estaba muy acostumbrada a los límites de la amistad.

—¿Estamos llegando ya? —se quejó Bythnara a su espalda.

—Pronto.

—¡Pero llevamos horas andando y a estas alturas sólo Lloth sabe dónde podríamos estar! ¡Podríamos morir aquí y nadie se enteraría!

Liriel echó una mirada a su espalda y guiñó un ojo a su amiga, aunque no aminoró el paso.

—Una rectificación, Bythnara: tú podrías morir aquí y no te enterarías.

—¿Acaso es eso una amenaza? —Los ojos de la hechicera se entrecerraron.

—Claro que no —repuso la otra con suavidad, devolviendo la atención al sendero que tenía ante ella—. Es un insulto. Cuando yo muera, sin duda me daré cuenta de que algo ha cambiado. Tú, sin embargo...

—Tal vez no corro por la vida a tu ritmo, pero eso no es motivo para burlarse. La cautela es la mayor parte de la sabiduría —citó la aludida con voz tensa.

—Y la mayor parte del aburrimiento —replicó Liriel, alegremente—. ¿Qué dices tú, Syzwick? —preguntó al drow. El último consorte de Bythnara, hijo de un acaudalado comerciante de perfumes, era obscenamente rico, muy decorativo y enérgico aunque manejable; todas ellas cualidades que lo hacían muy popular entre las mujeres de su pandilla—. ¿También te lo estás replanteando?

—Claro que no —respondió él con firmeza, cambiando la lanza de uno al otro hombro—. De todos modos, hace bastante tiempo que marchamos.

—Valdrá la pena todo ello —prometió Liriel, y se detuvo de improviso, alargando una mano para indicar que debían hacer lo mismo. Luego señaló al suelo y sus dos compañeros lanzaron una exclamación.

El trío se encontraba en el borde de la orilla de un río que discurría muchos metros por debajo formando una tranquila y oscura extensión de agua. El río era profundo, silencioso y muy frío, y se decía que sus aguas provenían de tierras cubiertas de hielo situadas muy por encima de la Antípoda Oscura. Aunque el aire allí era más caliente que el agua, una constante nube de bruma flotaba sobre la corriente como un espectro guardián.

—El bote está amarrado justo debajo de nosotros —indicó la joven, señalando un largo y estrecho esquife.

Saltó a las oscuras aguas, y haciendo uso de su habilidad natural para levitar, flotó en el aire un instante para a continuación descender hasta aterrizar con suavidad en la proa de la embarcación. Sus compañeros la imitaron con menos entusiasmo, y se sentaron a toda prisa para tranquilizar la balanceante barca, pues sabían que no podían permitir que volcara, y no sólo por las heladas aguas.

Lo cierto era que estaban allí para cazar
pyrimos
, unos pequeños y feroces peces que podían dejar en los huesos a una montura lagarto adulta en cuestión de minutos. Eran peces terriblemente agresivos, capaces de saltar fuera del agua para atacar a los animales que iban a beber a la orilla del río. Sus dientes eran tan afilados y tan poderosas sus mandíbulas que el primer mordisco resultaba a menudo indoloro, y pasaba desapercibido; pero el dolor no tardaba en aparecer, pues cualquier rastro de sangre en el agua atraía a docenas de los feroces peces. Su caza era un deporte peligroso, y los accidentes eran bastante frecuentes.

El primer desafío era conseguir llegar tan lejos, pues los túneles que conducían al río eran muy poco frecuentados y casi nunca los recorrían patrullas. El río en sí era un riesgo: engañosamente tranquilo, dado a repentinos remolinos y a fuertes y fortuitas resacas. Y los peces eran peligrosos incluso muertos; su carne era delicada y sabrosa... y muy venenosa. Preparados con cuidado, los
pyrimos
resultaban más potentes que el vino y cualquier fiesta en la que se sirvieran se convertía al instante en un acontecimiento. De vez en cuando sucedían desgracias entre los comensales, pero no eran algo corriente, pues los
pyrimos
los preparaban jefes de cocina cuidadosamente adiestrados que sabían que sus vidas dependían del resultado.

Pero para la fiesta faltaban bastantes horas, y ante ellos se extendía el desafío de la cacería. Liriel plantó una de las botas que cubrían sus pies en la orilla y empujó con fuerza, y su embarcación, sujeta a la rocosa orilla por una fina cadena de mithril, se deslizó hasta el centro del río. Cuando la nave se inmovilizó, la joven tomó su lanza y se colocó de pie en la proa, con los pies bien apuntalados para no perder el equilibrio. Bythnara imitó su postura en la popa, mientras que Syzwick se acomodaba en el centro para estabilizarla. El bote estaba diseñado de modo que pudieran cazar dos a la vez, uno en cada extremo y bien separados entre sí, pues los peces atacaban incluso después de atravesados, y más de un drow había resultado mordido por la captura ensartada de su compañero. Aunque si había sido por accidente o a propósito, ¿quién podía asegurarlo?

Liriel sacó dos pequeños frascos de la bolsa que colgaba de su cintura y arrojó uno a su amiga. Los recipientes estaban hechizados para mantener su contenido —sangre fresca de rote— caliente. La muchacha abrió el suyo y vertió una única gota de sangre en el agua; para los ojos sensibles a los infrarrojos de la drow, la gotita aparecía de un brillante color rojo, aunque resultaría visible sólo unos instantes, ya que las heladas aguas la enfriarían enseguida. Liriel preparó su lanza y observó con atención. El reluciente resplandor se apagó, de repente y por completo.

El arma de la drow penetró como un rayo en el río y a continuación ésta la alzó con expresión triunfante: un pez del tamaño de su mano se revolvía y retorcía en su extremo. Los
pyrimos
eran imposibles de ver en el agua, ya que su temperatura era idéntica a la del gélido río, pero ahora, claramente visible en el aire más caliente, el pez tenía una suave forma ovalada, con escamas plateadas y delicadas aletas; una belleza de no ser por las aceradas mandíbulas erizadas de dientes que ocupaban toda la anchura de su cuerpo.

—Cógelo, Syzwick —indicó Liriel, como si tal cosa, y con un veloz movimiento de su lanza arrojó el letal pez al muchacho.

El drow palideció y se encogió a un lado. No había necesidad: la captura chocó con un golpe sordo contra el fondo de la caja situada a sus pies.

—Si hubieras fallado... —empezó a decir él.

—¡No ha sucedido aún! —ronroneó ella, dirigiéndole una sonrisa picara—. No te preocupes, cariño, lo último que quiero es arrojar a un
pyrimo
hambriento a tu regazo. Un mordisco, y no le servirías de nada a nadie.

Los labios de Bythnara se tensaron; al darse cuenta, Liriel reprimió un suspiro. ¡Su amiga podía resultar tan posesiva en ocasiones! Ella sólo había querido tomar un poco el pelo a Syzwick, pues sabía que el apuesto joven apreciaba el humor obsceno. Pero Bythnara siempre confundía tales comentarios por una declaración de intenciones.

Syzwick no se dio cuenta de la expresión malhumorada de la hechicera; dedicó una sonrisa lasciva a Liriel y enarcó una ceja.

—¿Un mordisco? —retó.

—Quizá dos —concedió ésta, recorriendo su cuerpo con una apreciativa mirada.

Bythnara resopló y dio a su frasco de sangre una violenta sacudida, que desperdigó sobre el río brillantes gotas de sangre.

—No eches tanta sangre al agua de una sola vez —advirtió Liriel con severidad—. Atraerías demasiados peces.

La idea calmó a la celosa hechicera y durante un buen rato las dos mujeres cazaron en silencio. Encaramada en la punta misma del bote, Liriel trabajaba veloz, inclinándose sobre el agua y ensartando un pez tras otro. A ella personalmente le importaban muy poco los
pyrimos
, más allá del reto que significaba la caza, pero los peces poseían otro valor para ella que sus compañeros no podían ni imaginar. La perspectiva de otra peligrosa aventura llamaba a Liriel en aquel día, y ésta no estaba demasiado satisfecha con la vida para permitir que la pataleta de Bythnara la pusiera de malhumor.

La embarcación se movió ligeramente y por el rabillo del ojo Liriel vio que su compañera se había sentado y dejado a un lado la lanza. La hechicera hizo una mueca y se frotó el cuello, luego introdujo la mano en su bolsa de viaje y extrajo una pequeña botella. Vertió un poco del acre linimento en la mano y empezó a darse masaje a ambos lados del cuello.

Una lucecita de advertencia se encendió en la mente de Liriel. Había cazado
pyrimos
muchas veces, y conocía bien el agotamiento producido por la tensión y la velocidad a la que había que asestar los lanzazos. Bythnara frotaba los músculos equivocados.

Por un instante, la joven drow sintió una conocida sensación de vacío en el pecho, el sordo dolor vacuo que regresaba de nuevo con cada traición. Lo dejó de lado veloz y con frialdad, al tiempo que estudiaba subrepticiamente a su amiga de la infancia. Tal como sospechaba Liriel, los dedos en movimiento de Bythnara trazaban un complicado y familiar dibujo. La hechicera efectuaba un conjuro. No se trataba de un conjuro corriente, pero Liriel lo acababa de aprender la semana anterior de su nuevo y poderoso tutor, y su compañera, desde luego, no lo sabía, porque el maestro de la joven drow le había prohibido que compartiera con nadie los hechizos que le enseñaba, y por una vez ésta bendijo la codiciosa y paranoica naturaleza de los hechiceros de Menzoberranzan.

Bythnara se puso en pie, ignorando que su presa había percibido su doble juego. Liriel sabía que el siguiente movimiento de la hechicera sería lanzar una mano al frente y enviar una chisporroteante bola de fuego en dirección a la proa de la barca.

Manteniendo los pies separados en posición de caza, Liriel volvió a convocar la magia natural de la levitación, y, a continuación, con un veloz y fluido movimiento, se elevó por los aires, se volvió y arrojó su lanza como si fuera una jabalina. La punta de púas penetró en el pecho de su compañera, y el lánguido bostezo de la hechicera se convirtió en un rotundo «Oh» de sorpresa y dolor. Moviendo los brazos como un molinete, la mujer se desplomó de espaldas en el agua.

Al instante, los
pyrimos
cayeron sobre ella, y Liriel flotó sobre la nebulosa mortaja del río, observando con expresión impasible cómo el agua a sus pies se agitaba y revolvía, al tiempo que se volvía roja en la oscuridad a medida que la calentaba la sangre de su traicionera amiga.

Cuando el violento balanceo de la embarcación cesó y las aguas volvieron de nuevo a ser oscuras y heladas, la drow descendió de nuevo. Syzwick permanecía tumbado sobre el fondo del bote, adonde se había sabiamente arrojado en un esfuerzo por evitar que la embarcación volcara.

La joven contempló al apuesto drow un buen rato como si meditara qué podía hacer con él. El perfumado linimento que la hechicera había usado procedía sin duda de la tienda de su padre, y parecía probable que Syzwich hubiera intrigado con Bythnara. A lo mejor la difunta había contado algo a su consorte que podría servir a Liriel para comprender el motivo de aquel ataque. De ser así, pensaba obtener respuestas. Le asestó una patada.

Syzwick gateó hasta el asiento central, con expresión frenética mientras sus ojos se encontraban con la implacable mirada carmesí de su oponente.

—Juraré cualquier cosa que desees —indicó el joven, y las palabras surgieron casi a borbotones—. Diré que Bythnara te atacó. Es más que creíble, teniendo en cuenta lo mucho que te odiaba. Siempre te ha odiado, eran celos más que otra cosa, y jamás se molestó en ocultarlo. Todo el mundo lo sabe. Todos nos creerán —siguió farfullando—, pues ha mencionado muchas veces que quería verte muerta. La verdad es que, por lo que yo sé no había planeado realmente actuar en tu contra. Y ¡lo juro... lo juro por la octava pata de Lloth!... que ¡jamás habría tomado parte en tal plan, incluso aunque ella hubiera pedido mi ayuda! Lo sabes, Liriel. Todos sus discursos sobre verte muerta no eran más que palabras; ya sabes cómo son esas cosas.

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