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Authors: Patrick Graham

La hija del Apocalipsis (45 page)

BOOK: La hija del Apocalipsis
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El general Hollander se acerca a la consola y mira los parámetros. Shepard está alucinando. Se nota por las imágenes que transmite su cámara portátil. Primeros planos que saltan recorriendo los rostros contraídos. Hollander frunce el entrecejo. Él mismo ha seleccionado a los hombres para esta misión. Tipos duros que no se dejan dominar por el pánico al ver algunos cadáveres.

—Shepard, aquí Hollander. ¿Qué hace?

—¡Santo Dios!, todos estos muertos… Se han devorado entre sí. Algunos todavía tienen trozos de carne en la boca. Estaban masticando trozos de cadáveres cuando han muerto.

—Cálmese, Shepard. Debe concentrarse en la misión.

—¿Que me calme? Sí, tío, claro que voy a calmarme. Pero lo que me pregunto es qué porquería hay que haber respirado para intentar morder a otro mientras la estás palmando. ¿No te parece increíble, Red?

Hollander se vuelve hacia uno de sus consejeros, que consulta febrilmente el expediente de Shepard. Red era el nombre de su compañero, caído dos meses atrás en una operación de infiltración. Murió entre los brazos de Shepard. Hollander levanta los ojos hacia los parámetros del sargento. Su ritmo cardíaco acaba de superar las cien pulsaciones. Su temperatura sube.

—Shepard… Red ha caído. Está muerto. ¿Me lo confirma?

—Sí, tío, lo sé, acabo de verte en el pasillo. Pero jamás se te habría ocurrido comerme si yo hubiera muerto antes que tú, ¿verdad? Habrías cogido mi placa, pero no me habrías abierto el vientre para arrancarme las tripas, ¿o sí?

—No, Shep, lo sabes perfectamente.

—¡Eh, Red!

—Te escucho.

—Tengo que salir de esta tumba.

—¿Por qué tienes que salir, Shep?

—Porque aquí dentro apesta a carroña. ¡Santo Dios, si supieras cómo huele a muerte en este agujero!

Hollander pasa al receptor personal del oficial que está al mando de la sección.

—¿Hax…?

—¿Mi general…?

—No reaccione de ningún modo cuando oiga lo que voy a decir. ¿Me ha comprendido?

Hollander mira la silueta de Hax, que avanza por el campo de visión de la cámara del hombre que lo precede. Los músculos del oficial apenas se han crispado. Continúa avanzando como si tal cosa. Sin embargo, sus movimientos se han hecho imperceptiblemente más lentos. Está preparado.

—Shepard ha perdido el control. Sus parámetros se han disparado. ¡Santo Dios, Hax, no se vuelva!

La cámara del teniente regresa a la hilera del pasillo.

—¿Síntomas?

—Percibe los olores. Dice que apesta a carroña.

—Eso significa que su traje ha dejado de ser estanco.

—Su reacción es excesiva, Hax. Ralentice su ritmo cardíaco. Muy bien, ahora vuélvase como si diera una orden a sus hombres. Necesito una confirmación visual.

La cámara de Hax gira. La sección entra en su campo visual. Parece un grupo de cosmonautas inspeccionando una nave espacial a la deriva. Hax escruta a sus hombres a través de las viseras estancas. Los ojos de Shepard brillan de terror. La cámara de Hax toma un primer plano de su traje. Enfoca. Acaba de descubrir un rasgón a la altura de la rodilla. Una pequeña rotura por la que sale un hilo de oxígeno coloreado. Sus ojos suben lentamente hasta la visera. Se queda paralizado. Ya no hay miedo en la mirada de Shepard, sino un destello de locura asesina. Un ruido metálico sobresalta a Hax, que baja de nuevo los ojos. Shepard acaba de quitar el pasador de una granada térmica. Un pequeño objeto asesino que centellea en su guante. Sonríe. Sus dedos se abren. Hax tiene el tiempo justo de empujar a uno de sus hombres hacia un entrante antes de que un charco de luz blanca inunde las pantallas de la sala de conferencias.

107

—Hax, ¿me recibe?

Hollander se seca la frente. Todas las pantallas de la sala de conferencias se han apagado. Las líneas de los parámetros vitales de los miembros de la sección son rectas. El presidente habla en voz baja con sus consejeros. La voz de Hollander rompe de nuevo el silencio.

—Hax, ¿me recibe?

Un chisporroteo. Unos golpes suenan en los altavoces. Parece que alguien da palmadas contra algo. Otro chisporroteo, más golpes. Una voz lejana.

—¡Joder! ¡Material comunista de mierda!

Todos los consejeros levantan los ojos en el momento en el que la pantalla que corresponde a Hax vuelve a encenderse tras unos parpadeos. Plano fijo de una hilera de ordenadores. La imagen es borrosa. La mano enguantada del oficial entra en el campo visual.

—¿Hax…?

Nuevo crepitar. La cámara de Hax se vuelve lentamente hacia un cuerpo desplomado al fondo de la habitación. El cabo Mills. Tiene aspecto de estar ido.

—Mills, ¿estás vivo?

—Afirmativo, mi teniente.

—¿Y tu aparato?

Mills da unas palmadas sobre su cámara portátil. Ruido de metal y de cristal roto.

—No funciona.

—El mío tampoco.

—¿Cómo lograremos comunicarnos con los de arriba, mi teniente?

—Estoy en ello.

Hax comprueba los cables de su batería. Una señal sonora. Sus parámetros vitales acaban de reaparecer. Pulso rápido y estable. Tensión arterial baja.

—Casa Blanca, aquí Puzzle. Hay supervivientes del Task One. Corto.

—Los de arriba le reciben, Hax.

El pulso del teniente se acelera al captar la respuesta de Hollander.

—Me alegro de oírle, mi general.

—Estimación de los daños…

—Mills y Hax operativos. Conseguimos meternos en una habitación blindada antes de la explosión. Saltamos un poco por los aires antes de que la puerta se cerrara, pero estamos bien.

—¿Y sus trajes?

—No hemos tenido tiempo de revisarlos, pero si nos ponemos hechos una furia les avisaremos.

—Su localizador está averiado. ¿Cuál es su posición?

—Nivel menos 6. Una sala de control informático.

El campo de visión de la pantalla de Hax se amplía mientras vuelve la cabeza hacia un cadáver en bata blanca desplomado sobre las consolas. El hombre todavía sujeta el arma con la que se ha saltado la tapa de los sesos.

—Creo que hemos encontrado al tipo que mandó el último mensaje.

—Muy bien, Hax. Eso significa que el local está contaminado y que primero tienen que reactivar el ordenador principal para neutralizar la amenaza. Necesito saber qué porquería han liberado y quién lo ha hecho.

—Recibido. Muévete, Mills.

Hax aparta el cadáver del investigador y se sienta ante la consola principal. Sus dedos enguantados se mueven torpemente sobre el teclado. Acaba de encontrar los últimos informes de alerta. Su pulso se dispara.

—¿Qué ocurre, Hax?

—Confirmo que la sustancia liberada es un neurotóxico de la clase Hidra.

El general se vuelve hacia los médicos, que buscan en sus pantallas. Uno de ellos envía la respuesta a la consola de Hollander.

—¿Hax…?

—¿Mi general…?

—El antídoto de Hidra es el lote 8, nombre en clave Argonauta.

—Habría preferido vitamina K.

—¿Por qué?

—Porque el que llevaba los antídotos era Shepard.

—Muy bien. Permanezca en línea.

Hollander lee la respuesta de los especialistas en su pantalla. Los mira con la punta del dedo índice apoyada en su sien. Los médicos levantan los brazos en señal de impotencia. Hollander se aclara la garganta.

—Muy bien, Hax, procederemos de otro modo. El Hidra es un neurotóxico aerobio, es decir, necesita oxígeno para sobrevivir. Así que va a ordenar a la computadora que haga el vacío.

—¿Con nosotros dentro?

—Sus reservas de aire están casi a cero. Si tiene una idea mejor, le escucho.

Sin tomarse la molestia de contestar, Hax reactiva el ordenador central y le exige que neutralice el oxígeno en todos los niveles. La voz sintética de Casandra suena en los altavoces.

—Los escáneres han detectado dos organismos programadores en el nivel menos 6.

—Lo sé, somos nosotros. ¿Más supervivientes?

—Negativo, pero el reciclado matará a los organismos que los escáneres han detectado en el nivel menos 6.

—Buena observación.

—Me es imposible iniciar un proceso que ponga en peligro la vida de dos organismos programadores.

Hax introduce un código de cifras y letras para obligar al programa a ejecutar la orden. La voz de Casandra suena de nuevo.

—El código de necesidad absoluta ha sido validado. Los dos organismos se consideran secundarios. La neutralización comienza en este momento.

Las luces rojas parpadean cada vez más deprisa a medida que un gas blanco y frío sale de las rejillas de la climatización. Hax contiene instintivamente la respiración. Sabe que Casandra está liberando las reservas de hidrógeno en todos los compartimientos de la base. Empiezan a formarse charcos de agua en el suelo mientras el gas se mezcla con las moléculas de oxígeno. Parece que llueva sobre los trajes de los militares. Voz de Casandra:

—Alerta crítica: el porcentaje de oxígeno acaba de bajar de treinta.

—¿Hax…?

—¿Mi general…?

—No olvide respirar. Y Mills tampoco.

—Recibido.

Los médicos observan cómo descienden los parámetros de los soldados a medida que su respiración se estabiliza. Sus reservas están al once por ciento. Demasiado estrés. Tapando el micro con una mano, Hollander se vuelve hacia uno de ellos y le pregunta:

—¿Cuánto tiempo necesitamos?

—Bajo presión, once minutos.

—¿Y si aspiramos el aire exterior para acelerar el proceso?

—Mi respuesta ya tenía en cuenta ese parámetro.

La voz de Casandra suena de nuevo en los altavoces.

—El porcentaje de oxígeno es inferior a dos.

Hollander levanta los ojos hacia las pantallas. Los trajes de los militares están empapados. Aparta la mano del micro.

—Hax, el proceso va bien para el neurotóxico, pero andamos cortos de reservas. Aísle los niveles 6 a 8 y ordene la reoxigenación prioritaria de este perímetro. Volveremos a cargar el resto más tarde.

—Recibido, mi general.

Hax escribe en el teclado. El flujo de hidrógeno se interrumpe y es inmediatamente sustituido por el silbido del oxígeno bajo presión. El teniente vigila el cursor, que sube lentamente. Continúa examinando los informes de alerta que el sistema emitió en el momento de la contaminación. Según los detectores, el lote fue liberado por un dispositivo de retardo colocado en los conductos de climatización en el octavo nivel, el que alberga el laboratorio personal de Burgh Kassam.

—¿Ordenador central…?

—¿Sí…?

—¿Se encuentra Kassam entre los cadáveres?

—Negativo. El organismo mencionado salió de la base dos horas y siete minutos antes del inicio de la contaminación.

La cámara de Hax hace un zoom sobre el cursor, que acaba de llegar a la zona verde. Inmediatamente imitado por Mills, se quita el casco y aspira el aire helado a pleno pulmón.

—Mi general, vamos a continuar hacia los últimos niveles. Me pondré de nuevo en contacto con usted en cuanto la zona esté bajo control.

—Recibido, Hax. Le seguimos en las pantallas.

Hollander observa cómo sus hombres abandonan la sala de control. Hax no dedica ni una sola mirada a lo que queda de su sección. Bajan al nivel menos 7 y recorren los laboratorios de la Fundación. La cámara de Hax se acerca a las pantallas rotas y a los armarios derribados. Jaulas llenas de ratas muertas, montones de papeles esparcidos por el suelo mojado. Una decena de cadáveres están reunidos alrededor de gigantescos frascos que han estallado y liberado el líquido espeso que contenían. Hax se detiene y toma un plano fijo de los cables que unían los frascos a unas hileras de pantallas pulverizadas.

—Hemos encontrado los ordenadores de proteínas de la Fundación. No funcionan.

Al ver una pantalla intacta, el teniente escribe en un teclado.

—Es raro…

—¿El qué?

—Se diría que han vaciado las memorias centrales. Es como si alguien hubiera destruido todos los datos antes del inicio de la contaminación.

—Continúe.

—Recibido.

Hax y Mills toman una última escalera metálica. Acaban de llegar a la puerta blindada que protege el laboratorio privado de Kassam. No hay pomo, solo una plataforma para pesar situada delante de la puerta.

—Dispositivo de detección morfológica.

—Cuando la tecnología falla, hay que saber volver a los métodos primitivos.

Hax mira cómo el cabo coloca unas cargas de Semtex en los puntos neurálgicos de la puerta. Voz de Hollander:

—Es una idea genial, Mills.

—Gracias, mi general.

Mientras en las pantallas los miembros del comando se ponen a cubierto, un consejero recoge un montón de faxes y le dice algo al oído al presidente, quien a continuación murmura unas órdenes. El consejero asiente con la cabeza y descuelga un teléfono. El presidente lee los faxes y hace unas anotaciones. Levanta los ojos hacia las pantallas en el momento en el que la deflagración hace crepitar los altavoces. Una lluvia de cascotes. Hax y Mills se incorporan. Una brecha se abre en la puerta. Los dos hombres penetran en una gran sala rectangular donde están alineados decenas de ordenadores de proteínas, cuyas pantallas muestran arabescos multicolores. Al lado de unas botellas llenas de líquido intracelular, unas impresoras escupen metros de listados que se apilan en el suelo. Hax y Mills avanzan entre filas de ordenadores.

—¿Hax…?

—¿Mi general…?

—Mis especialistas le piden que se acerque a la pantalla 12.

Hax se detiene delante de una pantalla gigante de plasma por la que desfilan miles de millones de secuencias.

—Parecen líneas de combinaciones, mi general, como si la máquina intentara descifrar un código secreto.

—No, es otra cosa. ¿Puede acercarse y enviar las imágenes ligeramente en diferido y despacio?

Hax obedece. En las pantallas de la sala de conferencias, las secuencias empiezan a desfilar más lentamente. Los especialistas escriben en sus teclados. El presidente suspira.

—¿Y bien…?

Un investigador con bata blanca carraspea.

—Son códigos cuaternarios, señor.

—Sea bueno y haga como si le hablara a un idiota.

—Los únicos códigos de este tipo son los códigos genéticos. Los que estamos viendo son muy numerosos y particularmente complejos.

—¿Está diciéndome que ese tal Kassam ha conseguido descifrar el ADN de la momia?

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