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Authors: Irving Wallace

La isla de las tres sirenas (47 page)

BOOK: La isla de las tres sirenas
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—Y después de esto, ¿quedó en libertad de hacer el amor con quien quisiera?

—No, no con quien quisiera. Las jóvenes solteras sólo pueden buscar el placer con jóvenes solteros… los hombres casados son tabú, excepto durante una semana al año o cuando tienen necesidad de acudir a la cabaña de Auxilio Social. Hoy no tengo tiempo de contárselo todo, lo haré en otro momento. Pero voy a responder a su pregunta. Sí, quedé en libertad de hacer el amor con quien deseara, a condición de que no estuviera casado. No se forme una idea equivocada sobre esto. Tom se la formó al principio, hasta que supo la verdad. Fue él quien me enseñó la palabra promiscuidad y lo que significa, como también la palabra selectivo. Nosotros no practicamos la promiscuidad. Somos selectivos. Yo nunca me he acostado con un hombre al que no quisiera.

—¿No se ha casado?

—No. Ya me casaré. Es posible que un día desee hacerlo y entonces me casaré. Ahora vivo mejor así. Soy dichosa.

Se alisó la hierba de la falda y echó su larga cabellera hacia atrás, sobre los hombros, disponiéndose a levantarse para regresar al poblado.

Marc tiró la colilla del cigarro.

—Ojalá hubiésemos tenido más tiempo. Deseo hacerle tantas preguntas.

—Me las hará la próxima vez. —Se levantó con ligereza y después se desperezó como una gata, separando las piernas y alzando los brazos, lo cual ensanchó y aplanó sus senos. Dejando caer los brazos a los costados, contempló a Marc por un momento.

—Yo también deseo hacerle una pregunta.

Marc estaba de pie, sacudiéndose el polvo de los pantalones. La miró sorprendido.

—¿Una pregunta? A ver, diga.

—Anoche usted se enfadó con su esposa cuando subió al tablado conmigo y mostró los senos. ¿Por qué se enfadó?

—Verá… —Tenía ante sus mismos ojos los senos de Tehura, y le pareció ver también los de Claire. Debía tener cuidado en explicar por qué los de ésta le molestaban sin insultar a aquella—. Usted ya sabe ahora, Tehura, que las costumbres de mi país son muy diferentes de las que se practican en su aldea. En mi país, por diversos motivos, históricos, religiosos, morales, el clima, las mujeres en público casi siempre llevan el pecho cubierto, salvo cuando se trata de bailarinas o artistas.

—¿Ah, sí? Entonces, hay algo que no entiendo. Tom me enseñó una vez unas revistas ilustradas americanas… en las que se ve cómo visten las mujeres. Todas llevaban el cuerpo tapado excepto por delante, donde el vestido era tan bajo, que mostraba medio pecho…

—Sí, eso se llama el escote. Como nuestras mujeres saben que esto atrae a los hombres, muestran parte del pecho, pero no todo. El pecho entero sólo lo enseñan en privado.

—¿Y por eso se enfadó usted con su esposa? ¿Porque faltó a ese tabú?

—Exactamente.

Tehura le dirigió una dulce sonrisa.

—No le creo.

Marc sintió una punzada de temor en el pecho. Se irguió dispuesto a contrarrestar la amenaza.

—¿Qué quiere dar a entender con esto?

—Sencillamente, que no le creo. Vámonos, ahora…

El le cerró el paso.

—No, espere… quiero saber por qué cree que me enfadé con mi esposa.

—No puedo explicárselo. Tengo la sensación de que existen otros motivos. Se trata también de algunas cosas que Tom me ha contado sobre los hombres norteamericanos. Quizá algún día podré decírselas. Ahora, no.

Vámonos, que es tarde.

Con expresión sombría a causa de la superioridad que ella demostraba, Marc se puso a caminar a su lado.

Tehura le miró con ojos risueños.

—No debería estar siempre tan enfadado con todo el mundo y consigo mismo. Usted no puede quejarse. Es un hombre apuesto…

—Gracias por el cumplido.

… que tiene una bella esposa. Yo también soy bella, y me enorgullezco de serlo, pero al compararme con ella, anoche, me sentí menos bella.

—No me diga que envidia a una pobre norteamericana.

—Oh, no. Yo tengo otras cosas que Ms. Hayden no tiene. No siento celos de ninguna mujer. ¿Qué más puedo desear? —Empezó a dirigirse hacia el sendero, se detuvo y se volvió lentamente—. Ese adorno brillante que le pendía del cuello. Nunca había visto una cosa así…

—Se refiere al medallón de brillantes?

—¿Es un objeto raro?

—Es caro, pero no se puede llamar raro. En Norteamérica son innumerables las mujeres que reciben esta clase de objetos como regalo de sus novios y maridos.

Tehura asintió, pensativa.

—Estas cosas son muy hermosas para una mujer… sí, muy hermosas.

Dio media vuelta y continuó por el sendero. El corazón de Marc empezó a palpitar desordenadamente. Hasta aquel mismo instante, la suficiencia y supremacía de Tehura le habían parecido inexpugnables. En el centelleo de los brillantes de Claire, pudo ver la hendidura que presentaba la armadura de la joven indígena. Aquella hija de la naturaleza, que parecía la perfección y el aplomo en persona, también era vulnerable. Era una mujer como todas, que podía seducirse y atraerse para ser finalmente comprada y conquistada.

Andando casi con vivacidad y con las manos en los bolsillos, Marc tomó el sendero siguiendo a la joven y pensando, por primera vez, que el futuro quizá le reservaba agradables sorpresas.

Media hora después del almuerzo, la Dra. Rachel DeJong, de pie en el vestíbulo de la cabaña vacía que Courtney le había conseguido para que le sirviera de consultorio, meditaba tristemente acerca de lo mucho que le faltaba.

En la desnuda estancia no había diván ni sillas, como tampoco mesas ni lámparas, librería ni archivadores, teléfono ni cuaderno para anotaciones. Si bien el primitivo consultorio era única y exclusivamente para ella, y tabú para todos cuantos no fuesen pacientes, no podía existir la necesaria atmósfera de intimidad a causa de los rumores de la aldea —gritos de la chiquillería, conversaciones de mujeres, voces de hombres y piar de aves—, que penetraban a través de las endebles paredes de caña.

¡Qué lejos estaba aquello del sosiego y el silencio que reinaban en su consultorio de Beverly Hills!, pensó Rachel. ¡Si sus doctos colegas, con sus interminables fines de semana en Ojai, su vida de sociedad, sus automóviles deportivos y sus decoradores, pudiesen verla! Esta idea hizo sonreír a Rachel, pues la encontró cómica. Con mirada práctica estudió la habitación, tratando de imaginar qué‚ podía hacer para mejorarla con vistas a sus futuras consultas.

Como no había otra cosa que las esterillas de pándano, se puso a arreglarlas. Trajo todas las esterillas sobrantes arrinconadas junto a las paredes y, formando un montón con ellas, construyó una especie de diván sin patas ni almohada, que elevaría al paciente a varios centímetros de altura sobre el suelo. Para sí misma, junto a la cabecera pero algo detrás de ella, se construyó una silla también sin patas mediante otras esterillas. Con esto quedaron agotadas sus posibilidades en cuanto a la fabricación de nuevo mobiliario.

El reloj indicó a Rachel que dentro de diez minutos llegaría el primero de sus tres pacientes.

Tan económica en lo tocante al tiempo como lo era con sus ingresos y sus emociones, Rachel se dispuso a aprovechar a fondo los diez minutos que le quedaban. Sacó la pluma y el cuaderno taquigráfico que llevaba en el bolso y, sentándose en su improvisada silla, continuó escribiendo su diario, suplemento a las notas clínicas cuya redacción inició la tarde de la víspera.

La mañana empezó con una conferencia de orientación que nos ha dado la doctora Hayden. Me ha gustado, pero como oradora, Maud me parece un cruce entre Mary Baker Eddy y Sophie Tucker. Casi todo fueron indicaciones de orden práctico, como las que Baden-Powell dirigía a los novatos. No haré caso de su consejo de que no influyamos emocionalmente en los indígenas. ¿Es que no sabe que son ellos quienes deben exponerme sus emociones y sentimientos, y no lo contrario? De todos modos, estuvo muy bien lo que dijo acerca de la necesidad de establecer relaciones con ellos y de observar su vida mediante una participación activa en la misma. Esto debo tratar de cumplirlo, dominando mi tendencia natural a mantenerme al margen, viendo las cosas de lejos y considerando a mis semejantes como ejemplares dignos de estudio. Supongo que ésta fue la muralla que se alzó entre Joe y yo. (Será mejor que dé un tono menos personal a este diario o de lo contrario apenas se ocupará de Las Tres Sirenas.)

Después de la conferencia, Courtney acompañó a Marc Hayden a la casa del jefe. Marc no deja de ser atractivo, pero su amabilidad parece forzada; me hace sospechar una esquizofrenia paranoide larvada… una excesiva egolatría maltrecha… una posible defensa paranoide ante una latente homosexualidad… aún no estoy segura.

Después, Courtney se fue con Orville Pence al otro lado del pueblo, donde está la cabaña de Auxilio Social. Pence me parece un diccionario de tendencias reprimidas. Casi me parece verle escribir la carta que John Bishop envió a Increase Mather: "Que el Señor confunda a este espíritu mundano, terrenal, profano, que anda suelto por el país"… Me gustaría conocer sus fantasías! Aún despierta mayor curiosidad en mí esa cabaña de Auxilio Social… curiosidad personal, para saber cómo es en realidad, y curiosidad respecto a Orville, para conocer sus reacciones. Lo oculta todo tras la máscara de su profesionalismo. Salvo sus ojos, que centellean. No hay duda de que es un voyeur.

La cabaña de Auxilio Social parece una pequeña montaña hecha de bambúes entretejidos. Yo no sabía qué encontraríamos dentro. ¿Francachelas? ¿Orgías? Pero resultó ser tan limpia y ordenada como la Casa del León de Brigham Young, salvo en una cosa. La abundancia de jóvenes de ambos sexos desnudos. La cantidad excesiva de carne vigorosa confería al centro un carácter sensual. ¿Cómo describir‚ esta mansión de placer? Su interior es comparable al de un enorme gimnasio con muchas habitaciones provistas de armarios. En realidad, existen habitaciones particulares, compartimientos abiertos y varias grandes salas de actos. Vimos a jóvenes de aspecto saludable y a hombres más maduros, sentados en cuclillas o reclinados, fumando y charlando. No pudimos saber por qué no trabajaban.

Vimos también a seis o siete mujeres haciendo la siesta o comiendo. Yo diría que las edades de esas mujeres oscilaban entre los diecinueve años y los cincuenta (de esa edad había sólo una).

Según Courtney, la cabaña de Auxilio Social es un punto central de reunión, una especie de club privado, destinado al esparcimiento de los indígenas solteros, divorciados o viudos, de ambos sexos. Allí pueden hallar pareja y sostener relaciones sociales y sexuales. Tiene una finalidad insinuada por Easterday, un método verdaderamente único de proporcionar plena satisfacción sexual a los habitantes de la aldea, pero Courtney se ha negado a revelar cuál es este método. Prefiere que esta información nos sea facilitada directamente por un indígena. La cabaña de Auxilio Social no se halla regida por carabinas, como podría esperarse, sino por personas encargadas de su administración y que adoptan las decisiones oportunas… una mujer de cuarenta y cinco años, Ana, y un hombre de cincuenta y dos, Honu. La mujer no estaba presente, pero el hombre sí… un sujeto erguido, enjuto de carnes y muy amable, que despertó mi simpatía instantánea.

Honu se ofreció para enseñarnos la casa con más detenimiento, pero Courtney me había preparado una cita con la Jerarquía Matrimonial y como esto concernía a mi tarea inmediata, me fui con él. Orville Pence se quedó con Honu y tendré que averiguar lo que éste le contó."

A Rachel le dolían los dedos de tanto escribir y dejó momentáneamente de anotar los hechos del día para darse masaje en la mano. Mientras lo hacía, releyó lo que había escrito y se preguntó si Joe Morgen tendría ocasión, algún día, de leer su diario.¿Qué pensaría de él, de su evidente capacidad para analizar francamente los sentimientos amorosos, con la objetividad clínica que la caracterizaba, a pesar de que era incapaz de afrontarlos en su propia vida?

Cuando envió una larga carta para informarle —si aún seguía estando interesado— del viaje de seis semanas que efectuaría a los Mares del Sur, aludiendo a ciertos problemas suyos que se hallaban en la raíz de su separación, él se apresuró a contestar. Se encontraron en terreno neutral, un tranquilo salón de té, y él se portó con mucha formalidad, pero sin poder ocultar su preocupación, que inspiraba risa y lástima a la vez. ¡Pobre oso desconcertado! Le aseguró que no estaba interesado por ninguna mujer (no mencionó a la actriz italiana), salvo Rachel. Mantenía en pie su proposición de matrimonio. Su mayor deseo era pasar la vida a su lado.

Aliviada al oír esto, y agradecida a su fidelidad, Rachel le reveló más aspectos de su yo secreto que en ninguna otra ocasión anterior… exponiéndole el miedo que le causaba sostener unas relaciones de verdad con un hombre y afrontar las consecuencias que estas relaciones podían causar en su matrimonio. Había llegado a pensar, le dijo, que podría resolver su problema gracias a aquel viaje. Si lo lograba, al regreso no tendría inconveniente en ser su esposa. Pero si no lo lograba, se lo diría, y aquello significaría el fin de sus relaciones. Aquel compás de espera, el viaje, que le daría tiempo para pensar en un ambiente distinto y durante seis semanas le permitiría forjarse una visión exacta de sí misma, y también de Joe en relación a ella, y si éste se hallaba dispuesto a esperar, le prometía hacer todo cuanto pudiera. El se lo prometió. Por su parte, Rachel prometió escribirle.

Sintió deseos de hacerlo en aquel mismo instante, sólo para establecer contacto con él, para cerciorarse de que ambos existían y de que ella no le olvidaba. Pero sabía que primero era el diario. Aún faltaban cinco días para que pasasen a recoger el correo y tendría mucho tiempo para explicarle sus aventuras, que aún no estaba muy segura de que pudieran ser de algún provecho.

Durante unos instantes miró, sin ver, el cuaderno que tenía en el regazo, recordó luego lo que deseaba anotar y continuó escribiendo su diario.

En una estancia de la cabaña del jefe, me recibieron los cinco miembros de la Jerarquía Matrimonial, tres mujeres y dos hombres; todos parecen frisar en los sesenta años. Su portavoz era una dama rolliza y de porte muy digno (lo que era un verdadero triunfo, pues no llevaba más que la falda de hierba y sus carnes eran obesas y fláccidas) que se llama Hutia y es la esposa del jefe. Cuando Courtney hubo hecho las presentaciones y se marchó, Hutia me explico cuál era, en términos generales, la finalidad de la asamblea, comisión o como queramos llamarla. En realidad, se destina a regular las relaciones matrimoniales y los divorcios que se producen en Las Sirenas, y a investigar y arbitrar las disputas conyugales. Viene a ser algo así como un servicio asesor para los casados, aunque no puedo afirmarlo con certeza.

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