un viaje de LSD te muestra cosas que no abarcan las reglas. te muestra cosas que no vienen en los libros de texto, y cosas por las que no puedes reclamar a los concejales del ayuntamiento. la yerba sólo hace más soportable la sociedad presente. el LSD es otra sociedad en sí mismo. si tienes tendencia social, puede que etiquetes el LSD como «droga alucinógena», lo cual es fácil medio de eliminar y olvidar el asunto. pero lo de alucinación, la definición de ella, depende del polo desde el que operes. todo lo que te está sucediendo en el momento en que lo está, constituye la realidad misma: ya sea una película, un sueño, una relación sexual, un asesinato, que te maten a ti o el tomarse un helado. las mentiras se imponen más tarde; lo que pasa, pasa. alucinación es sólo una palabra del diccionario y un zanco social.
cuando un hombre está muriendo, para él es muy real. para los demás, no es más que mala suerte o algo que hay que esquivar. la funeraria se cuida de todo. cuando el mundo empiece a admitir que TODAS las partes ajustan en el todo, entonces empezaremos a tener una oportunidad. todo lo que ve un hombre es real. no lo puso allí una fuerza externa, estaba allí antes de que naciera él. no le acuséis de que lo vea ahora, no le reprochéis volverse loco porque la educación y las fuerzas espirituales de la sociedad no fueron lo bastante sabias para decirle que la exploración nunca termina. no le digáis que debemos ser todos mierdecitas encajonadas en nuestro abecé y nada más. no es el LSD la causa del mal viaje: fue tu madre, tu presidente, la chiquita de la puerta de al lado, el heladero de las manos sucias, un curso de, álgebra o de español obligatorios, fue el hedor de una cagada de 1926, fue un hombre de nariz demasiado larga cuando te dijeron que las narices largas eran feas; fue un laxante, fue la brigada Abraham Lincoln, fueron los caramelos y las galletas, fue la cara de F. Delano Roosevelt, fueron las gotas de limón, fue el trabajar diez años en una fábrica y que te echaran por llegar un día cinco minutos tarde, fue aquel viejo idiota que te enseñó historia en sexto curso, fue aquel perro tuyo atropellado y el que nadie supiera trazarte el mapa luego, fue una lista de treinta páginas de largo y seis kilómetros de anchura.
¿un mal viaje? todo este país, todo este mundo, es un mal viaje, amigo. pero te meterán en la cárcel por tomarte una píldora.
yo aún sigo con cerveza porque, en realidad, tengo ya cuarenta y siete años y ando muy enganchado. sería tonto del todo si me creyera libre de todas sus redes. creo que Jeffers lo expresó muy bien cuando dijo, más o menos, cuidado con las trampas, amigo, hay muchísimas, dicen que hasta Dios quedó atrapado en una cuando bajó a la tierra. por supuesto, ahora algunos no estamos tan seguros de que fuese dios, pero fuese quien fuese tenía trucos muy buenos, pero da la sensación de que habló demasiado. cualquiera puede hablar demasiado. hasta Leary. o yo.
ahora es un sábado frío. se hunde el sol. ¿qué hacer en el ocaso? si yo fuese Liza, me peinaría el pelo, pero no soy Liza. en fin, cojí este National Geograpbic viejo y las páginas brillan como si algo realmente estuviese pasando. no es así, por supuesto. a mi alrededor, en este edificio, hay borrachos. toda una colmena de borrachos de principio a fin. pasan las mujeres caminando ante mi ventana. emito, silbo, una palabra más bien cansada y suave como «mierda» y, luego, arranco esta cuartilla de la máquina. es vuestra.
dos veces he tenido la gripe la gripe la gripe. y la puerta sigue sonando, y cada vez hay más gente, y cada persona o personas creen tener algo especial que ofrecerme, y ring ring ring la puerta, y siempre lo mismo, digo —¡UN MOMENTO! ¡UN MOMENTO! y me enfundo unos pantalones y les dejo pasar. pero estoy muy cansado, nunca puedo dormir lo suficiente, hace tres &as que no cago, exactamente, de veras, estoy volviéndome loco, y toda esta gente tiene una energía especial, tienen todos buen aspecto, yo soy un solitario pero no un cascarrabias, pero es siempre siempre... algo. pienso en el viejo proverbio alemán de mi madre, que dice más o menos: «emmr etvas!», que significa: siempre algo. lo cual el hombre nunca entiende del todo hasta que empieza a enloquecer. no es que la edad sea una —ventaja, pero trae a colación la misma escena una y otra vez como un manicomio de película. es un tipo duro de sucios pantalones, recién salido de la carretera, que cree profundamente en su obra, y no es mal escritor, pero me fastidia su seguridad en sí mismo y a él le fastidia el hecho de que no nos besemos y nos abracemos y nos toquemos el culo en medio de la habitación. está representando, es un actor, tiene que serlo. ha vivido más vidas que diez hombres. pero su energía, bella en cierto modo, acaba cansándome. me importa „n niio el panorama poético o que telefonease a Norman Mailer o conozca a Jimmy Baldwin, y el resto. y todo el restante resto. y veo que no me entiende del todo porque no excito del todo sus preponderancias. pero vale, de todos modos me agrada. se merece novecientos noventa y nueve de mil. pero ay mi alma alemana no descansará hasta alcanzar el mil. estoy muy tranquilo y escucho, pero por debajo hay un hervor inmenso de locura que hay que cuidar en último término o acabaré pegándome un tiro, algún día, en una habitación de ocho dólares por semana, en Avenida Vermont. sí, no hay duda, mierda, sí.
en fin, él habla y es agradable. me río.
—quince de los grandes. conseguí aquellos quince grandes. se muere mi tío. entonces ella quiere casarse. yo estoy gordo como un cerdo. ha estado alimentándome bien. ella gana trescientos semanales en la oficina del consejero general, una cosa muy buena, y de pronto se empeña en casarse, en dejar el trabajo. nos vamos a España. muy bien, yo estoy escribiendo una obra de teatro, se me ocurrió esa gran idea para un obra de teatro, la tengo perfilada, así que bien, bebo, me jodo a todas las putas, y luego, el tipo de Londres quiere ver mi obra, quiere representar mi obra, vale, así que me voy a Londres y, cojones, a la vuelta descubro que mi mujer ha estado jodiendo con el alcalde del pueblo y con mi mejor amigo. y la agarro y le digo: MALA PUTA, JODER CON MI MEJOR AMIGO Y CON EL ALCALDE. DEBIA MATARTE AHORA MISMO Y ASI SOLO ME ECHARIAN CINCO AÑOS, PORQUE ERES UNA ¡ADULTERA!
pasea por la habitación, arriba y abajo.
—y qué pasó entonces —pregunto.
—ella dijo: « ¡adelante, apuñálame, mamón».
—vaya par de huevos —le dije.
—sí —dijo él—. yo tenía aquel cuchillo grande en la mano y lo tiré al suelo. tenía demasiada clase, más que yo. demasiada clase media alta.
muy bien. en fin, hijos de Dios todos: se fue.
volví a la cama. estaba sencillamente muriéndome. no le interesaba á nadie, ni siquiera a mí. otra vez los escalofríos. daba igual que me echara encima mantas. seguía teniendo frío. Y luego este pensamiento: todas las aventuras mentales de los seres humanos parecían falsas, parecían mierda, era como si nada más nacer te hubiesen metido en el caldero de los falsarios y si no entendías la falsedad o no jugabas del lado del falsario, estabas liquidado, del todo. los falsarios lo tenían todo bien cosido, lo tenían cosido desde siglos atrás, no podías reventar las costuras. él no quería romperlas tampoco, no quería conquistar, él sabía que Shakespeare escribía mal, que Creeley tenía miedo. daba igual. lo único que quería él era estar solo en un cuartito. solo.
le había dicho una vez a un amigo que en tiempos pensó que le entendía, le había dicho una vez a su amigo: «nunca me sentí solo».
y dijo su amigo: «eres un mentiroso de mierda». así pues, volvió a la cama, enfermo, estuvo allí una hora, volvió a sonar el timbre. decidió ignorarlo. pero los timbrazos y el aporreo cobraron tal violencia que pensó que podría ser algo importante.
era un chaval judío. muy buen poeta. pero, ¡joder! —¿Hank?
—¿sí?
cruzó la puerta, el joven, lleno de energía, convencido del fraude-poético, de toda esa mierda: si un hombre es un buen ser humano y un buen buenísimo poeta, será recompensado en algún sitio de este lado de este lado del infierno. el chaval simplemente no sabía. la gran beca ya estaba dispuesta para los ya bastante cómodos y gordos para chupar y acechar y enseñar primer curso o segundo de inglés en las míseras universidades del mundo. todo estaba dispuesto para el fracaso. el alma jamás vencerá la mentira. sólo un siglo después de la muerte, y entonces utilizarán esa alma como fraude para defraudarte fraudulentamente. todo fallaba.
entró. el joven y rabínico estudiante. —joder, que horror —dijo.
—¿el qué? —pregunté.
—el viaje al aeropuerto. —s sí?
—Ginsberg se rompió las costillas en el coche. a Ferlinghetti, el más gilipollas de todos, no le pasó nada. se va a Europa, a dar esas lecturas de cinco a siete dólares la noche, y no se hizo ni un rasguño. yo vi una noche a Ferlinghetti en escena e intentó hacer callar a un tipo tan mal, con unos trucos que daba pena. le silbaron, al final, le calaron. Hirschman suelta también mucha mierda de ésa.
—a Hirschman le tiene enganchado Artaud, no lo olvides. cree que el que no hace locuras no es un genio. hay que darle tiempo. quién sabe.
—oye —dice el chaval—, me diste treinta y cinco dólares por pasarte a máquina tu próximo libro de poemas. pero son demasiados. ¡JESUS! ¡no creí que fuesen TANTOS!
—yo creía que había dejado de escribir poesía.
y cuando un judío menciona a jesús, es seguro que está en un lío. así que me dio tres dólares y yo le di diez, y entonces los dos nos sentimos mejor. se comió también media rebanada de mi pan francés y un pepinillo en vinagre. luego se fue.
volví al saco y me dispuse a morir y, en realidad, sean buenos o malos chicos, escriban o no sus versos, flexionen o no sus musculillos poéticos, cansa ya, tantos, tantos intentando triunfar, tantos odiándose entre sí, y algunos de los que están arriba, claro, no merecen estar allí, pero muchos de los que están arriba merecen estar allí, pero la cuestión es demoler, destrozar, arriba y abajo, «conocí a Jimmy en una fiesta...» .
bueno, me trago esa mierda. estamos en que él se volvió a acostar. y vio cómo las arañas tragaban las paredes. aquello era lo suyo, desde siempre. no podía soportar a la gente, a los poetas, a los no poetas, a los héroes, a los no héroes... no podía soportar a ninguno de ellos. estaba condenado. su único problema en la condena era aceptar su condena lo más agradablemente posible. él, yo, nosotros, vosotros...
volvió a la cama, pues, temblando, frío. muerte como lomo de pez, agua blanquecina de balbuceo. todo el mundo muere. de acuerdo, pero yo y otra persona no. magnífico. hay diversas fórmulas. diversos filósofos. qué cansado estoy.
muy bien. la gripe la gripe, muerte natural de rústica frustración y descuido, aquí estamos, al fin, tumbados solos en la cama, sudando, contemplando la cruz, volviéndome loco a mi propio modo personal, al menos tenía eso, en otros tiempos, cuando nadie me molestaba, ahora hay siempre alguien llamando a la puerta, y no gano ni quinientos dólares al año escribiendo y siguen llamando a mi puerta. quieren VERME. él; yo, se acostó de nuevo, enfermo, sudando, muriendo, muriendo realmente, que me dejen solo, por favor, me importa un carajo ser un genio o un imbécil, que me dejen dormir, que me dejen por lo menos un día, sólo ocho horas, el resto para ellos, y entonces suena el timbre otra vez. podía ser Ezra Pound con Ginsberg intentando chupársela... y él dijo: —un momento, un momento que me vista. y todas las luces estaban encendidas, fuera. como neón. o cosquilleantes pelos de prostituta. el tipo era profesor de inglés de no sé dónde. —¿Buk? —sí. es que estoy malo, de gripe. muy contagiosa. —¿querrás un árbol este año? —no sé. estoy hecho polvo. la chica está en la ciudad. y yo me encuentro muy mal, es contagioso. da un paso atrás y me ofrece un paquete de seis botellas de cerveza y luego abre su último libro de poesía, me lo dedica, se va, sé que el pobre diablo no sabe escribir, nunca sabrá, pero está enganchado en unos cuantos versos que escribió una vez en algún sitio y que jamás repetirá. y no hay competencia en ello. en el gran arte no hay competencia, nunca. el gran arte puede ser gobierno o niños o pintores o chupapollas, o cualquier cosa, cualquiera. dije adiós al tipo y a su paquete de cervezas y luego abrí su libro: «... pasó el año académico de 1966–67 con una beca Guggenheim estudiando e investigando en.. . »tiró el libro a un rincón, sabiendo que no sería bueno. todas las ayudas iban a los ya sobrados de ellas que tenían el tiempo necesario y sabían muy bien dónde conseguir un impreso para solicitar las jodidas becas. él nunca había visto una. no las ves si andas al volante de un taxi o de mozo de hotel en Albuquerque, joder. volvió a dormir. sonó el teléfono. seguían llamando a la puerta. así estaban las cosas. dejó de preocuparse. entre tantos sonidos y visiones, dejó de preocuparse. llevaba tres días o tres noches sin dormir, no tenía qué cenar, y todo ya parecía en calma. lo más próximo a la muerte que se pueda estar sin ser tonto. y siendo casi tonto. era magnífico. pronto se largarían. y en el Cristo de su pared alquilada, se hicieron fisurillas y él sonrió cuando aquel yeso de dos siglos cayó en su boca, lo aspiró y se murió de asfixia.
me pasé la noche sin dormir, con John el Barbas. hablamos de Creeley, él a favor, yo en contra, y yo estaba borracho cuando llegué y llevaba cerveza conmigo. hablamos de muchas cosas, de mí, de él, simple conversación general, y pasó la noche. hacia las seis, me metí en el coche, arrancó y bajé de las colinas hasta Sunset. conseguí entrar en casa, busqué otra cerveza, la bebí, conseguí desvestirme, me acosté. desperté al mediodía, malo, salté de la cama, me enfundé la ropa, me limpié los dientes, me peiné. contemplé un rostro balanceante en el espejo, me volví de prisa, giraron las paredes, salí por la puerta y logré entrar en el coche, puse rumbo sur hacia Hollywood Park. lo de siempre.
aposté diez al favorito, 8 por 5, y me volví para salir y ver la carrera. un chaval alto de traje oscuro corrió hacia la ventanilla intentando apostar en el último minuto. el cabrón debía medir más de dos metros. intenté zafarme pero me arreó con el hombro en plena cara. casi me noquea. me volví: «cabrón hijoputa, ¡TEN CUIDADO!», grité. El estaba tan obsesionado con su apuesta que no me oyó siquiera. subí la rampa y vi entrar el 8 por 5. luego salí del club y entré en la parte de la tribuna principal y cogí una taza de café caliente, sin leche. toda la pista parecía un ondulamiento psicodélico. 5,60 veces 5. 18 pavos de beneficio, primera carrera. no quería estar en la pista. no quería estar en ningún sitio. hay veces que un hombre tiene que luchar tanto por la vida que ni tiempo tiene de vivirla. volví al club, acabé el café, me senté para no desmayarme. malo, malísimo. cuando me quedaba un minuto, volví a la cola. un tipejo japonés se volvió, y me dijo nariz con nariz: «¿a quién prefiere?», ni siquiera tenía programa. intentaba atisbar en el mío. los hay que son capaces de apostar diez o veinte pavos en una carrera y luego son tan tacaños que no compran un programa de cuarenta centavos que contiene además el historial de los caballos. «no me gusta ninguno». le dije, con un bufido. así me libré de él. se volvió a intentar leer el programa del que tenía delante en la cola. atisbaba por el costado del tipo, por encima del hombro. hice mi apuesta y salí a ver la carrera, Jerry Perkins corría como el jamelgo de catorce años que era, Charley Short parecía como dormido en la bici. quizás hubiese estado también despierto toda la noche. con el caballo. ganó Night Freight, 18 por 1, yo rompí los boletos. el día antes había ganado un 15 por 1 y luego un 60 por 1. querían empujarme al precipicio. tenía ropa y zapatos de espantapájaros. un jugador puede gastar en todo menos en ropa: el trago vale, comida, jodienda, pero ropa no. Mientras no estés desnudo y tengas tu verde, te dejan apostar.