La Muerte de Artemio Cruz (16 page)

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Authors: Carlos Fuentes

Tags: #Cuento, Relato

BOOK: La Muerte de Artemio Cruz
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Al fondo del despacho, junto a una luz verdosa, vio esos ojos atornillados al fondo del cráneo, esos ojos de tigre en acecho y bajó la cabeza y dijo: —A sus órdenes, señor Presidente… Para servir a usted incondicionalmente, se lo aseguro, señor Presidente…

Yo huelo ese óleo viejo que me embarran en los ojos, la nariz, los labios, los pies fríos, las manos azules, los muslos, cerca del sexo y pido que abran la ventana: quiero respirar. Lanzo este sonido hueco por las ventanillas de la nariz y los dejo hacer y cruzo los brazos sobre el estómago. El lino de la sábana, su frescura. Eso sí es importante. ¿Qué saben ellos, Catalina, el cura, Teresa, Gerardo?

—Déjenme…

—Qué sabe el médico. Yo lo conozco mejor. Es otra burla. —No digas nada.

—Teresita no contradigas a tu padre… digo, a tu madre… No ves que…

—Ja. Tú eres tan responsable como él. Tú por débil y cobarde, él por… por…

—Basta. Basta.

—Buenas tardes.

—Por aquí.

—Basta, por Dios.

—Sigan, sigan.

¿En qué estaba pensando? ¿Qué recordaba?

—… como limosneros ¿por qué obliga a Gerardo a trabajar?

¿Qué saben ellos, Catalina, el cura, Teresa, Gerardo? ¿Qué importancia van a tener sus aspavientos de duelo o las expresiones de honor que aparecerán en los periódicos? ¿Quién tendrá la honradez de decir, como yo lo digo ahora, que mi único amor ha sido la posesión de las cosas, su propiedad sensual? Eso es lo que quiero. La sábana que acaricio. Y todo lo demás, lo que ahora pasa frente a mis ojos. Un piso de mármol italiano, veteado de verde y negro. Las botellas que conservan el verano de aquellos lugares. Los cuadros viejos, de barniz descascarado, que recogen en un solo manchón la luz del solo de los candiles, que permiten recorrerlos pausadamente con la vista y el tacto, sentado sobre un sofá de cuero blanco con chapas de oro, con el vaso de coñac en una mano y el puro en la otra, vestido con un
smoking
ligero, de seda y zapatillas de charol suaves plantadas sobre un tapete hondo y silencioso de merino. Allí se posesiona un hombre del paisaje y de los rostros de otros hombres. Allí, o sentado en la terraza frente al Pacífico, mirando la puesta de sol y repitiendo con los sentidos, los más tensos, ah sí, los más deliciosos, el ir y venir, la fricción de ese oleaje plateado sobre la arena húmeda. Tierra. Tierra que puede traducirse en dinero. Terrenos cuadriculados de la ciudad sobre los que empieza a levantarse el bosque de varillas de la construcción. Terrenos verdes y amarillos del campo, siempre los mejores, cerca de las presas, recorridos por el zumbido del tractor. Terrenos verticales de las montañas mineras, cofres pardos. Máquinas: ese olor sabroso de la rotativa que vomita sus hojas con un ritmo acelerado…

«—Eh, don Artemio, ¿se siente mal?

«—No, es el calor. Esta resolana. ¿Qué hay, Mena? ¿Quiere abrir las ventanas? »

—Ahora mismo… »

Ah, los ruidos de la calle. De un golpe. No es posible separar unos de otros. Ah, los ruidos de la calle.

«—¿Qué usted desea, don Artemio?»

—Mena, usted sabe con cuánto entusiasmo defendimos aquí, hasta el último momento, al presidente Batista. Pero ahora que ya no está en el poder, no es tan fácil, y menos defender al general Trujillo, aunque siga en el poder. Usted representa a los dos y debe comprender… Resulta exiguo…

«—Bueno, usted no se preocupe, don Artemio, que yo veré de arreglarlo. Aunque con tanto siquitrillado… y ya que hablamos de eso, aquí le traigo ahora unas cuartillas explicando la obra del Benefactor… Más nada…

«—Cómo no. Déjemelas. Ah, mire, Díaz, qué bueno que llega. Publique esto en la página editorial con una firma inventada… Buenos días, Mena, espero sus noticias… »

Sus noticias. Noticias. Espero sus noticias. Noticias de mis labios blancos, aaay, una mano, denme una mano, ay otro pulso para reavivar el mío, labios blancos…

—Te echo la culpa.

—¿Te sientes aliviada? Hazlo. Cruzamos el río a caballo. Regresamos a mi tierra. Mi tierra.

—… quisiéramos saber dónde…

Por fin, por fin me dan ese placer de venir, físicamente arrodilladas, a pedirme eso. El cura ya lo anticipó. Algo debe rondarme muy de cerca cuando también ellas llegan hasta mi cabecera con ese temblorcillo que no escapa a mi atención. Tratan de adivinar mi burla, esa burla final que tanto he saboreado a solas, esa humillación definitiva cuyas consecuencias totales ya no podré gozar, pero cuyos espasmos iniciales me deleitan en este momento. Quizá será éste el último calorcillo de triunfo…

—Dónde… —murmuro con tanta dulzura, tanto disimulo… —. Dónde… Déjenme pensar… Teresa, creo que recuerdo… ¿No hay un estuche de caoba donde guardo los puros… .? Tiene doble fondo .

No necesito terminar. Las dos se incorporan y corren a la enorme mesa de herradura donde ellas creen que a veces, de noche, paso las horas de insomnio leyendo cosas: ellas quisieran que así fuera. Las dos mujeres forcejean las gavetas, desparraman papeles y encuentran, al fin, la caja de ébano. Ah, entonces allí estaba. Allí había otra. O la trajeron. Sus dedos deben abrir apresuradamente el segundo fondo, deslizándolo de la base con ese respeto. No hay nada. ¿Cuándo comí por última vez? Oriné hace mucho. Pero comer. Vomité. Pero comer.

«—El subsecretario al teléfono, don Artemio… »

Corrieron las cortinas, ¿verdad? Es de noche, ¿verdad? Hay plantas que necesitan la luz de la noche para florecer. Esperan hasta que salga la oscuridad. El convólvulo abre sus pétalos al atardecer. El convólvulo. En esa choza había un convólvulo, en la choza junto al río. Se abría al caer la tarde, sí.

«—Gracias, señorita… Bueno… sí, es Artemio Cruz. No, no, no, no hay conciliación que valga. Es un intento claro de derrocar al gobierno. Ya han logrado que el sindicato en masa abandone el partido oficial; si esto sigue ¿sobre qué se van a sostener ustedes, señor subsecretario?… Sí… Ése es el único camino: declarar inexistente la huelga, mandarles a la tropa, destruirlos a garrotazo limpio y encarcelar a los cabecillas… Cómo no va a ser seria la cosa, señor… »

La mimosa también, recuerdo que también la mimosa tiene sentimientos; puede ser sensitiva y púdica, casta y palpitante, viva, la mimosa…

«—… Sí, seguro… y algo más, para hablar claro: si ustedes se muestran débiles, yo y mis asociados de plano colocamos nuestros capitales fuera de México. Necesitamos garantías. Oiga, ¿qué pasaría si en dos semanas huyeran del país cien millones de dólares, por ejemplo?… ¿eh?… No, si ya entiendo. ¡No faltaba más!… »

Ya. Se acabó. Ah. Eso fue todo. ¿Eso fue todo? Quién sabe. No me acuerdo. Hace tiempo que no escucho las voces de esa grabadora. Hace tiempo que disimulo y en realidad estoy pensando en cosas que me gusta comer, sí, es más importante pensar en comida porque no he comido desde hace muchas horas y Padilla desconecta el aparato y yo he mantenido los ojos cerrados y no sé qué piensen, qué digan Catalina, Teresa, el Gerardo, la niña —no, Gloria salió, se fue hace un buen rato con el hijo de Padilla, se están besuqueando en la sala, aprovechando que no hay nadie— porque sigo con los ojos cerrados y sólo pienso en chuletas de puerco, en lomo asado, en barbacoa, en pavos rellenos, en las sopas que me gustan tanto, casi tanto como los postres, ah sí, siempre fui muy dulcero y aquí los dulces son deliciosos, dulces de almendra y piña, de coco y leche cuajada, ah, ah, leche quemada también, chongos zamoranos, pienso en los chongos zamoranos, frutas cristalizadas, y huachinangos, robalos, lenguados, pienso en ostras y jaibas.

—Cruzamos el río a caballo. Y llegamos hasta la barra y el mar. En Veracruz,

percebes y calamares, pulpos y ceviches, pienso en la cerveza, amarga como el mar, la cerveza, pienso en el venado yucateco, en que no soy viejo, no, aunque un día lo fui, frente a un espejo, y los quesos podridos, cómo me gustan, pienso, quiero, cómo me alivia esto, cómo me aburre escuchar mi propia voz exacta, insinuante autoritaria, desempeñando ese mismo papel, siempre, qué tedio, cuando podría estar comiendo comiendo: como, duermo, fornico y lo demás ¿qué? ¿qué?, ¿qué?, ¿quién quiere comer dormir fornicar con mi dinero? tú Padilla y tú Catalina y tú Teresa y tú Gerardo y tú Paquito Padilla, ¿así te llamas?, que te has de estar comiendo los labios de mi nieta en la penumbra de mi sala o de esta sala, tú, que eres joven todavía, porque yo no vivo aquí, ustedes son jóvenes, yo sé vivir bien, por eso no vivo aquí, yo soy un viejo, ¿eh?, un viejo lleno de manías, que tiene derecho a tenerlas porque se chingó, ¿ven?, se chingó chingando a los demás, escogió a tiempo, como aquella noche, ah ya la recordé, aquella noche, aquella palabra, aquella mujer: que me den de comer: ¿por qué no me dan de comer?, lárguense: ay dolor: lárguense: chinguen a su madre:

del nacimiento, amenaza y burla, verbo testigo, compañero de la fiesta y de la borrachera, espada del valor, trono de la fuerza, colmillo de la marrullería, blasón de la raza, salvavida de los límites resumen de la historia: santo y seña de México: tu palabra:

Tú la pronunciarás: es tu palabra: y tu palabra es la mía; palabra de honor: palabra de hombre: palabra de rueda: palabra de molino: imprecación, propósito saludo, proyecto de vida, filiación, recuerdo, voz de los desesperados liberación de los pobres, orden de los poderosos, invitación a la riña y al trabajo, epígrafe del amor, signo del nacimiento, amenaza y burla, verbo testigo, compañero de la fiesta y de la borrachera, espada del valor, trono de la fuerza, colmillo e la marrullería, blasón de la raza, salvavida de los limites resumen de la historia: santo y seña de México: tu palabra:

—Chingue a su madre —Hijo de la chingada —Aquí estamos los meros chingones —Déjate de chingaderas —Ahoritita me lo chingo —Ándale, chingaquedito —No te dejes chingar —Me chingué a esa vieja —Chinga tú —Chingue usted —Chinga bien, sin ver a quién —A chingar se ha dicho —Le chingué mil pesos —Chínguense aunque truenen —Chingaderitas las mías —Me chingó el jefe —No me chingues el día —Vamos todos a la chingada —Se lo llevó la chingada —Me chingo pero no me rajo —Se chingaron al indio —Nos chingaron los gachupines —Me chingan los gringos —Viva México, jijos de su rechingada:

tristeza, madrugada, tostada, tiznada, guayaba, el mal dormir: hijos de la palabra. Nacidos de la chingada, muertos en la chingada, vivos por pura chingadera: vientre y mortaja, escondidos en la chingada. Ella da la cara, ella reparte la baraja, ella se juega el albur, ella arropa la reticencia y el doble juego, ella descubre la pendencia y el valor, ella embriaga, grita, sucumbe, vive en cada lecho, preside los fastos de la amistad, del odio y del poder. Nuestra palabra. Tú y yo, miembros de esa masonería: la orden de la chingada. Eres quien eres porque supiste chingar y no te dejaste chingar; eres quien eres porque no supiste chingar y te dejaste chingar: cadena de la chingada que nos aprisiona a todos: eslabón arriba, eslabón abajo, unidos a todos los hijos de la chingada que nos precedieron y nos seguirán: heredarás la chingada desde arriba; la heredarás hacia abajo: eres hijo de los hijos de la chingada; serás padre de más hijos de la chingada: nuestra palabra, detrás de cada rostro, de cada rostro, de cada signo, de cada leperada: pinga de la chingada, verga de la chingada, culo de la chingada: la chingada te hace los mandados, la chingada te desflema el cuaresmeño, te chingas a la chingada, la chingada te la pela, no tendrás madre, pero tendrás tu chingada: con la chingada te llevas a toda madre, es tu cuatezón, tu carnal, tu manito, tu vieja, tu peor-es-nada: la chingada: te truenas el esqueleto con la chingada; te sientes a todo dar con la chingada, te pones un pedorrales de órdago con la chingada, se te frunce el cutis con la chingada, pones los güevos por delante con la chingada: no te rajas con la chingada: te prendes a la ubre de la chingada:

¿A dónde vas con la chingada?

oh misterio, oh engaño, oh nostalgia: crees que con ella regresarás a los orígenes: ¿a cuáles orígenes? no tú: nadie quiere regresar a la edad de oro mentirosa, a los orígenes siniestros, al gruñido bestial, a la lucha por la carne del oso, por la cueva y el pedernal, al sacrificio y a la locura, al terror sin nombre del origen, al fetiche inmolado, al miedo del sol, miedo de la tormenta, miedo del eclipse, miedo del fuego, miedo de las máscaras, terror de los ídolos, miedo de la pubertad, miedo del agua, miedo del hambre, miedo del desamparo, terror cósmico: chingada, pirámide de negaciones, teocalli del espanto

oh misterio, oh engaño, oh espejismo: crees que con él caminarás hacia adelante, te afirmarás: ¿a cuál futuro? no tú: nadie quiere caminar cargado de la maldición, de la sospecha, de la frustración, del resentimiento, del odio, de la envidia, del rencor, del desprecio, de la inseguridad, de la miseria, del abuso, del insulto, de la intimidación, del falso orgullo, del machismo, de la corrupción de tu chingada chingada:

déjala en el camino, asesínala con armas que no sean las suyas: matémosla: matemos esa palabra que nos separa, nos petrifica, nos pudre con su doble veneno de ídolo y cruz: que no sea nuestra respuesta ni nuestra fatalidad:

ora, mientras ese cura te embarra los labios, la nariz, los párpados, los brazos, las piernas, el sexo con la unción final: ruega: que no sea nuestra respuesta ni nuestra fatalidad: la chingada, hijos de la chingada, la chingada que envenena el amor, disuelve la amistad, aplasta la ternura, la chingada que divide, la chingada que separa, la chingada que destruye, la chingada que emponzoña: el coño erizado de serpientes y metal de la madre de piedra, la chingada: el eructo borracho del sacerdote en la pirámide, del señor en el trono, del jerarca en la catedral: humo, España y Anáhuac, humo, abonos de la chingada, excrementos de la chingada, mesetas de la chingada, sacrificios de la chingada, honores de la chingada, esclavitudes de la chingada, templos de la chingada, lenguas de la chingada: ¿a quién chingarás hoy, para existir?, ¿a quién mañana? ¿A quién chingarás: a quién usarás?: los hijos de la chingada son estos objetos, estos seres que tú convertirás en objetos de tu uso, tu placer, tu dominación, tu desprecio, tu victoria, tu vida: el hijo de la chingada es una cosa que tÚ usas: peor es nada

te fatigas

no la vences

oyes los murmullos de las otras oraciones que no escuchan tu propia oración: que no sea nuestra respuesta ni nuestra fatalidad: lávate de la chingada:

te fatigas

no la vences

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