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Authors: Antonio Muñoz Molina

La noche de los tiempos (60 page)

BOOK: La noche de los tiempos
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Dos crímenes abominables en el transcurso de unas pocas horas. Un teniente de Asalto y el señor Calvo Sotelo asesinados en Madrid. El teniente Castillo fue agredido a tiros cuando salía de su casa a las diez de la noche del domingo. El jefe de Renovación Española fue secuestrado en las primeras horas de la madrugada, muerto de un balazo y su cadáver depositado, por sus mismos agresores, en el cementerio municipal. El cadáver del teniente Castillo es trasladado a la Dirección General de Seguridad. Los familiares del señor Calvo Sotelo explican cómo fue éste sacado con engaños de su domicilio. El señor Calvo Sotelo había pasado el domingo en Galapagar. Minutos antes de ser asesinado el teniente Castillo se despidió de su joven esposa en el portal de su domicilio. Numerosos turistas alemanes visitan Ceuta y Tetuán. Un automóvil arrolla a una moto y resultan gravemente heridos el conductor de ésta y su acompañante. En Detroit y Michigan los depósitos judiciales están atestados de personas muertas víctimas de la ola de calor que azota los Estados Unidos y los médicos forenses aseguran que jamás han conocido tal número de asfixiados. En Murcia fueron detenidas numerosas personas de filiación derechista. Un incendio destruye una barraca y resulta herido el trapero que la habitaba. Se tira desde un trampolín a una charca y se destroza la cara contra una piedra. Rafael Díaz Rivera, de trece años de edad, desesperado por haber perdido, jugando, noventa céntimos que se le habían dado para un encargo, se suicida en Priego ahorcándose de un árbol. Centenares de atletas, representantes de veintidós países, se congregarán en Barcelona el próximo domingo 19 de julio para celebrar la gran Olimpiada Popular. Un niño de once años asesta a otro una puñalada y lo deja gravísimo. El fantasma que creyeron ver algunos vecinos en Tarragona era una anciana que tenía perturbadas sus facultades mentales. Cuatro individuos armados asaltan la radio valenciana y amordazan al locutor para pronunciar un discurso en tono fascista en el que dicen que la hora está próxima y anuncian para una fecha cercana el movimiento salvador. Un grupo de gitanos tirotea y hiere gravemente a un labrador con el propósito de robarle. Ante el monumento a los muertos en Verdún los excombatientes alemanes fraternizan con los franceses en un homenaje que causó emoción profunda. Un camión atropella a un niño y el padre del muchacho hiere gravemente a uno de los conductores del vehículo. El pacto de paz germano-austríaco puede abrir camino a una alianza entre Alemania, Austria e Italia. Mussolini dice que el acuerdo debe ser saludado con satisfacción por los amantes de la paz. Con motivo del quinto aniversario de la fundación del Club de Natación de Sevilla se celebró un festival humorístico en el que los participantes lucían grotescos trajes de bañistas. El pasado domingo tuvo lugar en la embajada de Brasil una comida en honor del presidente de la República y señora de Azaña a la que asistieron miembros del gobierno, insignes diplomáticos y otras destacadas personalidades. El público forma cola a las puertas de la Dirección General de Seguridad para desfilar ante el cadáver del teniente Castillo. En la becerrada celebrada en Madrid a beneficio del Montepío de Ferroviarios hizo su presentación la señorita torera Julita Alocén. Todas las minorías parlamentarias del Frente Popular condenan los asesinatos de los señores Castillo y Calvo Sotelo y ratifican su adhesión y apoyo al gobierno de la República. Tres individuos atacan a un campesino y le extraen sangre después de anestesiarle. Con motivo de su cumpleaños le ha sido concedida a Litvinoff la Orden de Lenin. En la pensión donde se hospedaba intentó poner fin a su vida disparándose un tiro de pistola la señorita Lidia Margarita Corbette de nacionalidad suiza. El presidente de la República veraneará en Santander. Consideran que el Duce tiene la misión pacífica de organizar Europa. Cuatro vagones de un tren procedente de Bilbao caen por un terraplén y resultan cuatro personas muertas y sesenta heridos. La policía de Barcelona sorprende una reunión clandestina de afiliados a Falange Española. Por pescar truchas durante el baño perecen en el río. Una expedición soviética perdida en el desierto de Cazakstán. El director general de Seguridad ha manifestado que se trabaja con grandísimo interés para: descubrir a los autores de los asesinatos del teniente Castillo y del señor Calvo Sotelo. Un motorista embriagado extrema la velocidad de su máquina y se estrella contra un muro. El herrero de Coria del Río José Palma León «Oselito» va desde Sevilla hasta Barcelona corriendo dentro de un aro de carreta para participar en la Olimpiada Popular. Para efectuar la autopsia del cadáver del señor Calvo Sotelo se procedió al afeitado de la región occipital revelando dos orificios de entrada de dos balas disparadas a muy corta distancia. Con motivo de la fiesta de la Virgen del Carmen se han celebrado en el pintoresco pueblo de Santurce animadísimas fiestas, entre ellas una novillada. En la capilla ardiente el cadáver de don José Calvo Sotelo, amortajado con un hábito de franciscano y sosteniendo un crucifijo, se hallaba en una caja de caoba con herrajes de plata. Ejecutan en Londres por envenenar a su esposo a una mujer de treinta y tres años que era madre de cinco hijos. La hipopótama del Jardín Zoológico de Barcelona ha dado a luz felizmente un robusto vástago. La Diputación permanente de las Cortes prorroga el estado de Alarma. En la terraza del hotel Nacional ha tenido lugar el banquete homenaje al doctor don Guillermo Angulo, especialista de niños, por su reciente triunfo al ganar en reñidísima oposición la plaza de director del servicio de Puericultura del Instituto Nacional de Previsión Social. Ha sido entregado el sumario por la muerte del teniente Castillo al juez especial señor Fernández Orbeta, quien actúa con gran actividad. Un labrador penetra por una ventana en la habitación donde dormía una joven y es muerto por ella de un disparo. Los secuestradores del señor Calvo Sotelo cortaron los cables del teléfono para evitar que hiciera llamadas avisando de su detención. Gran auge de las fiestas medievales en la Alemania de Hitler. Una ciudad de Anatolia, pasto de las llamas. A partir de la próxima semana quedan suspendidas las audiencias en el Palacio Nacional hasta después del veraneo de su excelencia el presidente de la República. Los familiares del señor Calvo Sotelo explican cómo fue éste sacado de su domicilio con el pretexto de una investigación oficial. El ilustre astrónomo señor Comas y Solá nos relata las posibilidades de grandes perturbaciones electromagnéticas para el año 1938. El director general de Seguridad felicita a la policía de Murcia por la captura de un peligroso fascista fugado de la cárcel. El teniente Castillo y su joven esposa habían contraído matrimonio en Madrid el pasado mes de mayo. El ilustre profesor español señor García y Marín pronuncia el discurso inaugural en la solemne sesión de apertura del Congreso Internacional de Ciencias Administrativas de Varsovia. Cuando examinaba una pistola encasquillada el comandante militar de Las Palmas general Balmes se le dispara ésta penetrando el proyectil por el vientre y saliendo por la espalda. Un ingeniero catalán descubre un carburante a base de vino que sustituye ventajosamente a la gasolina. Las diligencias del juzgado especial logran determinar la persona que al frente de los secuestradores se presentó en el domicilio del señor Calvo Sotelo el pasado domingo. A bordo de un yate español fondeado en Gibraltar a una señorita se le dispara el revólver que manejaba dejándola gravemente herida. Cuando el soberano británico se dirigía a Hyde Park para entregar las nuevas banderas al regimiento de Guardia un individuo rompió el cordón policial y se precipitó revólver en mano hacia el monarca. No aparecen los autores de la muerte del capitán Faraudo y el fiscal pide siete años de cárcel para los cómplices detenidos. En el avión correo de Madrid a Lisboa ha partido en dirección a la capital de la vecina República el ilustre doctor Marañón acompañado por su familia. El autor del atentado contra el rey Eduardo VIII de Inglaterra es un reformador social que participó en campañas contra la pena de muerte. En el popularísimo teatro de la Latina se ha estrenado con éxito realmente extraordinario
Crimen en los barrios bajos
, melodrama de honda raigambre popular y bien estudiados ambientes de los notables literatos Antonio Casas y Manuel García Nogales. Un individuo que dio muerte a su madre y a su tía en Barcelona ha sido condenado a sesenta años de prisión. La viuda del señor Calvo Sotelo llegó ayer a Lisboa y se propone veranear con su familia en Estoril. Una parte del ejército que representa a España en Marruecos se ha sublevado contra la República, volviéndose contra su propia patria, realizando actos vergonzosos contra el poder nacional. El número de víctimas por la ola de calor en los Estados Unidos se eleva ya a 4.600. En este momento las fuerzas de aire, mar y tierra, salvo la triste excepción señalada, permanecen fieles al cumplimiento del deber y se dirigen contra los sediciosos para reducir este movimiento insensato y vergonzoso. El gobierno de la República domina la situación y afirma que no tardará muchas horas en dar cuenta al país.

«Volveré el jueves por la noche, el viernes por la mañana como más tardar», había dicho, no exactamente a Adela, sino en dirección a ella, porque Adela, aunque estuviera cerca de él, ahora no lo miraba a los ojos, desde que volvió del hospital, o no registraba del todo su presencia, y si era ella quien le hablaba lo hacía en un tono neutro que parecía eludir cualquier emoción. Sólo él lo notaba, y si acaso también su hijo demasiado sensible y siempre vigilante, esa actitud de desapego, de desquite sin huella, una herida hecha con un filo que no dejaba ningún rastro, como una sugerencia de descrédito hacia cualquier cosa que hiciera o dijera él, el marido adúltero cuya traición sólo ella conocía, el agobiado por una culpabilidad que sólo ella administraba, pues no se dispersaba en melodrama ni en escándalo, en oprobio público y ni siquiera familiar. Adela, contra lo que Ignacio Abel cobardemente esperaba, no dijo nada a nadie, no buscó refugio en sus padres ni tampoco en su hermano, que alimentaba tantas sospechas, que la interrogó con la seguridad ansiosa y vengativa de que la razón de que hubiera intentado quitarse la vida era la infidelidad del esposo, en quien él nunca había confiado. Ni siquiera delante del hermano reconoció que ésa hubiera sido su intención. Recobró la conciencia en la cama del hospital y al principio no recordaba nada ni sabía dónde estaba, y sin premeditarlo, mientras iba poco a poco acordándose, en fogonazos inconexos, de las cartas y las fotos, de la llave en la cerradura del cajón, de caminar con los tacones sobre el sendero mullido por agujas de pino, del sofoco del agua entrando por su nariz, decidió que no iba a explicar nada, al principio sólo por cansancio, luego para no dejar que nadie más interfiriera en un resentimiento que prefería volcar íntegro sobre quien la había humillado, porque pertenecería al secreto de su intimidad conyugal en la misma medida que el amor de otros tiempos, que su pasión sexual de mujer tímida y ya no joven a la que nadie imaginaba poseída por un arrebato. No levantaría la voz. No haría ninguna acusación. No rebajaría a espectáculo de despecho el agravio que el hombre en quien había confiado durante dieciséis años (a pesar de su rareza, de su desapego, de sus largos períodos de frialdad) le había infligido. No le daría a nadie, y menos a él, la ocasión de sentir lástima de ella; tampoco le ofrecería el espectáculo de una histeria que le permitiera a él sentirse justificado en el impulso de huir de una situación asfixiante. Ni siquiera le concedería el alivio de rechazar y luego poco a poco admitir sus explicaciones mentirosas, las promesas de enmienda que estarían provocadas tan sólo por la cobardía masculina, por el remordimiento más o menos transitorio. Lo único que hizo fue callar. Asentir distraídamente si él le hablaba, o mirar hacia otra parte, o indicarle con algún gesto sutil que ya no se creería nada que viniera de él, rebajándolo de la categoría de marido adúltero a la de mediocre impostor, de comediante trapacero y algo indigno. El domingo por la mañana, cuando ya estaban puestos los platos y los cubiertos en la mesa y se retrasaba la hora de la comida porque ella y sus padres aún tenían la esperanza de que Víctor llegara de Madrid (se lo había prometido a don Francisco de Asís y a doña Cecilia) vio que Ignacio Abel se acercaba a ella y a los chicos y comprendió que iba a decirles que se volvía a Madrid en cuanto terminaran de comer, y no por la noche, o a la mañana siguiente, como había asegurado el sábado por la mañana al llegar (el coche estaba averiado en un taller; el lunes o el martes le habían dicho que podría recogerlo; uno hace continuamente planes en la vida dando por supuesto el porvenir inmediato). Vio que se acercaba, pero que no se atrevía. Con algo de sarcasmo, con una clarividencia fría, casi con lástima (estaba tan desmejorado, tan ansioso en los últimos tiempos), Adela notó su nerviosismo, ella que lo conocía tan bien, mejor que nadie, el modo en que sin que él se diera cuenta sus gestos lo delataban, tan torpe para mentir, tan poco valiente siempre para decir con claridad lo que le apetecía. Hizo como que no se daba cuenta, como que dedicaba toda su atención a revisar el modo en que las criadas, siempre negligentes, habían dispuesto cubiertos y servilletas a los lados de los platos, bajo el emparrado, en el lado norte del jardín, que era el menos caluroso, donde un hilo de agua que manaba sobre una pila de piedra cubierta de musgo acentuaba la sensación de frescor. Estando solos era más incómoda la ficción que representaban habitualmente delante de los otros. Sin testigos no sabían cómo dirigirse la palabra. Él retrasaba el momento de decir que iba a marcharse después de comer; Adela le adivinaba el agobio de que se siguiera postergando la comida porque el hermano no venía; el tiempo paralizado y a la vez huyendo; la hora del tren acercándose sin que llegara la comida, sin que él dijera nada. Que don Francisco de Asís saliera al jardín con su anticuado reloj de cadena en la mano fue un alivio para Ignacio Abel. Quería asegurarse de que su reloj no atrasaba. También él esperando, preguntándose el motivo por el cual su hijo atolondrado y temerario tardaba tanto en llegar de Madrid. «Con lo que sabe que su madre se preocupa», decía don Francisco de Asís, ya sin teatro, más envejecido, la camisa sin cuello, los tirantes colgando a los lados del pantalón. «No será nada. Siempre llega tarde. Lo mejor será que empecemos nosotros a comer sin contar con él.» Adela se dirigía a su padre pero a quien le hablaba era a Ignacio Abel, a quien ni siquiera estaba mirando: le concedía un alivio para su impaciencia, le decía que a ella no le importaba que se volviera a Madrid esa misma tarde; que le importaba tan poco que ella misma hacía lo posible para que la comida estuviera lista cuanto antes y a él le sobrara tiempo para tomar ese tren en el que aún no había avisado que se iba.

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