La Odisea (9 page)

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Authors: Homero

Tags: #Poema épico

BOOK: La Odisea
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593
Respondióle el prudente Telémaco: —¡Atrida! No me detengas mucho tiempo. Yo pasaría un año a tu lado, sin sentir soledad de mi casa ni de mis padres —pues me deleita muchísimo oír tus palabras y razones—; mas deben de aburrirse mis compañeros en la divina Pilos y hace mucho que me detienes. El don que me hagas consista en algo que se pueda guardar. Los corceles no pienso llevarlos a Ítaca, sino que los dejaré para tu ornamento, ya que reinas sobre un gran llano en que hay mucho loto, juncia, trigo, espelta y blanca cebada muy lozana. Ítaca no tiene lugares espaciosos donde se pueda correr, ni prado alguno, que es tierra apta para pacer cabras y más agradable que las que nutren caballos. Las islas, que se inclinan hacia el mar, no son propias para la equitación ni tienen hermosos prados, e Ítaca menos que ninguna.

609
Así dijo. Sonrióse Menelao, valiente en la pelea, y acariciándole con la mano, le habló de esta manera:

611
—¡Hijo querido! Bien se muestra en lo que hablas la noble sangre de que procedes. Cambiaré el regalo, ya que puedo hacerlo, y de cuantas cosas se guardan en mi palacio voy a darte la más bella y preciosa. Te haré el presente de una cratera labrada, toda de plata con los bordes de oro, que es obra de Hefesto y diómela el héroe Fédimo rey de los sidonios, cuando me acogió en su casa al volver yo a la mía. Tal es lo que deseo regalarte.

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Así éstos conversaban. Los convidados fueron llegando a la mansión del divino rey: unos traían ovejas, otros confortante vino; y sus esposas, que llevaban hermosas cintas, enviáronles el pan. De tal suerte se ocupaban, dentro del palacio, en preparar la comida.

625
Mientras tanto solazábanse los pretendientes ante el palacio de Odiseo, tirando discos y jabalinas en el labrado pavimento donde acostumbraban ejecutar sus insolentes acciones. Antínoo estaba sentado y también el deiforme Eurímaco, que eran los príncipes de los pretendientes y sobre todos descollaban por su bravura. Y fue a buscarlos Noemón, hijo de Fronio; el cual, dirigiéndose a Antínoo, interrogóle con estas palabras:

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—¡Antínoo! ¿Sabemos, por ventura, cuándo Telémaco volverá de la arenosa Pilos? Se fue en mi nave y ahora la necesito para ir a la vasta Elide, que allí tengo doce yeguas de vientre y sufridos mulos aún sin desbravar, y traería alguno de estos para domarlo.

638
Así dijo; y quedáronse atónitos porque no se figuraban que Telémaco hubiese tomado la rota de Pilos, la ciudad de Neleo, sino que estaba en el campo, viendo las ovejas, o en la cabaña del porquerizo.

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Mas al fin Antínoo, hijo de Eupites, contestóle diciendo: —Habla con sinceridad. ¿Cuándo se fué y qué jóvenes le siguieron? ¿Son mancebos de Ítaca escogidos o quizás hombres asalariados y esclavos suyos? Pues también pudo hacerlo de semejante manera. Refiéreme asimismo la verdad de esto, para que yo me entere: ¿te quitó la negra nave por fuerza y mal de tu agrado, o se la diste voluntariamente cuando fue a hablarte?

648
Noemón, hijo de Fronio, le respondió de esta guisa: —Se la di yo y de buen grado. ¿Qué hiciera cualquier pidiéndosela un varón tan ilustre y lleno de cuidados? Difícil hubiera sido negársela. Los mancebos que le acompañan son los que más sobresalen en el pueblo, entre nosotros, y como capitán vi embarcarse a Méntor o a un dios que en todo le era semejante. Mas de una cosa estoy asombrado: ayer, cuando alboreaba la aurora, vi aquí al divinal Méntor y entonces se embarcó para ir a Pilos.

657
Dicho esto fue Noemón a la casa de su padre. Indignáronse en su corazón soberbio Antínoo y Eurimaco; y los demás pretendientes se sentaron con ellos, cesando de jugar. Y ante todo, habló Antínoo hijo de Eupites, que estaba afligido y tenía las negras entrañas llenas de cólera y los ojos parecidos al relumbrante fuego:

663
—¡Oh dioses! ¡Gran proeza ha ejecutado orgullosamente Telémaco con ese viaje! ¡Y decíamos que no lo llevaría a efecto! Contra la voluntad de muchos se fue el niño, habiendo logrado botar una nave y elegir a los mejores del pueblo. De aquí en adelante comenzará a ser un peligro para nosotros; ojalá que Zeus le aniquile las fuerzas, antes que llegue a la flor de la juventud. Mas, ea, facilitadme ligero bajel y veinte compañeros, y le armaré una emboscada cuando vuelva, acechando su retorno en el estrecho que separa a Ítaca de la escabrosa Samos, a fin de que le resulte funestísima la navegación que emprendió para saber noticias de su padre.

673
Así les dijo. Todos lo aprobaron, exhortándole a ponerlo por obra y levantándose, se fueron en seguida al palacio de Odiseo.

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No tardó Penelopea en saber los intentos que los pretendientes formaban en secreto, porque se lo dijo el heraldo Medonte, que oyó lo que hablaban desde el exterior del patio mientras en este urdían la trama. Entró, pues, en la casa para contárselo a Penelopea; y ésta, al verle en el umbral, le habló diciendo:

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—¡Heraldo! ¿Con qué fin te envían los ilustres pretendientes? ¿Acaso para decir a las esclavas del divino Odiseo que suspendan el trabajo y les preparen el festín? Ojalá dejaran de pretenderme y de frecuentar esta morada, celebrando hoy su postrera y última comida. Oh, vosotros, los que, reuniéndoos a menudo, consumís los muchos bienes que constituyen la herencia del prudente Telémaco: ¿no oísteis decir a vuestros padres cuando erais todavía niños, de qué manera los trataba Odiseo, que a nadie hizo agravio ni profirió en el pueblo palabras ofensivas, como suelen hacer los divinales reyes, que aborrecen a unos hombres y aman a otros? Jamás cometió aquél la menor iniquidad contra hombre alguno: y ahora son bien patentes vuestro ánimo y vuestras malvadas acciones, porque ninguna gratitud mostráis a los beneficios.

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Entonces le respondió Medonte, que concebía sensatos pensamientos: —Fuera ese, oh reina, el mal mayor. Pero los pretendientes fraguan ahora otro más grande y más grave, que ojalá el Cronión no lleve a término. Intentan matar a Telémaco con el agudo bronce, al punto que llegue a este palacio, pues ha ido a la sagrada Pilos y a la divina Lacedemonia en busca de noticias de su padre.

703
Así dijo. Penelopea sintió desfallecer sus rodillas y su corazón, estuvo un buen rato sin poder hablar, llenáronsele de lágrimas sus ojos y la voz sonora se le cortó. Mas al fin hubo de responder con estas palabras:

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—¡Heraldo! ¿Por que se fue mi hijo? Ninguna necesidad tenía de embarcarse en las naves de ligero curso, que sirven a los hombres como caballos por el mar y atraviesan la grande extensión del agua. ¿Lo hizo acaso para que ni memoria quede de su nombre entre los mortales?

711
Le contestó Medonte, que concebía sensatos pensamientos: —Ignoro si le incitó alguna deidad o fue únicamente su corazón quien le impulsó a ir a Pilos para saber noticias de la vuelta de su padre, y tampoco sé cuál suerte le haya cabido.

715
En diciendo esto, fuese por la morada de Odiseo. Apoderóse de Penelopea el dolor, que destruye los ánimos, y ya no pudo permanecer sentada en la silla, habiendo muchas en la casa: sino que se sentó en el umbral del labrado aposento y lamentábase de tal modo que movía a compasión. En torno suyo plañían todas las esclavas del palacio, así las jóvenes, como las viejas. Y díjoles Penelopea, mientras derramaba abundantes lágrimas:

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—Oídme, amigas; pues que el Olímpico me ha dado más pesares que a ninguna de las que conmigo nacieron y se criaron: anteriormente perdí un egregio esposo que tenía el ánimo de un león y descollaba sobre los dánaos en toda clase de excelencias, varón ilustre cuya fama se difundía por la Hélade y en medio de Argos; y ahora las tempestades se habrán llevado del palacio a mi hijo querido, sin gloria y sin que ni siquiera me enterara de su partida. ¡Crueles! ¡A ninguna de vosotras le vino a las mientes hacerme levantar de la cama, y supisteis con certeza cuando aquél se fue a embarcar en la cóncava y negra nave! Pues, a llegar a mis oídos que proyectaba ese viaje quedárase en casa, por deseoso que estuviera de partir, o me hubiese dejado muerta en el palacio. Vaya alguna a llamar prestamente al anciano Dolio, mi esclavo, el que me dio mi padre cuando vine aquí y cuida de mi huerto poblado de muchos árboles, para que corra en busca de Laertes y se lo cuente todo; por si Laertes, ideando algo, sale a quejarse de los ciudadanos que desean exterminar el linaje, el de Odiseo igual a un dios.

742
Díjole entonces Euriclea, su nodriza amada: —¡Niña querida! Ya me mates con el cruel bronce, ya me dejes viva en el palacio, nada te quiero ocultar. Yo lo supe todo y di a Telémaco cuanto me ordenó —pan y dulce vino—, pero me hizo prestar solemne juramento de que no te lo dijese hasta el duodécimo día o hasta que te aquejara el deseo de verlo u oyeras decir que había partido, a fin de evitar que lloraras, dañando así tu hermoso cuerpo. Mas ahora, sube con tus esclavas a lo alto de la casa, lávate, envuelve tu cuerpo en vestidos puros, ora a Atenea, hija de Zeus que lleva la égida, y la diosa salvará a tu hijo de la muerte. No angusties más a un anciano afligido, pues yo no creo que el linaje del Arcesíada les sea odioso hasta tal grado a los bienaventurados dioses; sino que siempre quedará alguien que posea la casa de elevada techumbre y los extensos y fértiles campos.

758
Así le dijo y calmóle el llanto, consiguiendo que sus ojos dejaran de llorar. Lavóse Penelopea, envolvió su cuerpo en vestidos puros, subió con las esclavas a lo alto de la casa, puso la mola en un cestillo, y oró de este modo a la diosa Atenea:

762
—¡Oyeme, hija de Zeus que lleva la égida, Indómita! Si alguna vez el ingenioso Odiseo quemó en tu honor, dentro del palacio pingües muslos de buey o de oveja; acuérdate de ellos, sálvame el hijo amado y aparta a los perversos y ensoberbecidos pretendientes.

767
En acabando de hablar dio un grito, y la diosa oyó la plegaria. Los pretendientes movían alboroto en la obscura sala, y uno de los soberbios jóvenes dijo de esta guisa:

770
—La reina, a quien tantos pretenden, debe de aparejar el casamiento e ignora que su hijo ya tiene la muerte preparada.

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Así habló, pero no sabían lo que dentro pasaba. Y Antínoo arengóles diciendo:

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—¡Desgraciados! Absteneos todos de pronunciar palabras insolentes; no sea que alguno vaya a contarlas a Penelopea. Mas, ea, levantémonos y pongamos en obra, silenciosamente el proyecto que a todos nos place.

778
Dicho esto, escogió los veinte hombres más esforzados y fuese con ellos a la orilla del mar, donde estaba la velera nave. Primeramente echaron la negra embarcación al mar profundo, después le pusieron el mástil y las velas, luego aparejaron los remos con correas de cuero, haciéndolo como era debido, desplegaron más tarde las blancas velas y sus bravos servidores trajéronles las armas. Anclaron la nave, después de llevarla adentro del mar; saltaron en tierra y se pusieron a comer aguardando que viniese la tarde.

787
Mientras tanto, la prudente Penelopea yacía en el piso superior y estaba en ayunas, sin haber comido ni bebido, pensando siempre en si su intachable hijo escaparía de la muerte o sucumbiría a manos de los orgullosos pretendientes. Y cuantas cosas piensa un león al verse cercado por multitud de hombres que forman a su alrededor insidioso círculo, otras tantas revolvía Penelopea en su mente, cuando le sobrevino el dulce sueño. Durmió recostada, y todos sus miembros se relajaron.

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Entonces Atenea, la de ojos de lechuza, ordenó otra cosa. Hizo un fantasma parecido a una mujer, a Iftima, hija del magnánimo Icario, con la cual estaba casado Eumelo, que tenía su casa en Feras; y enviólo a la morada del divinal Odiseo, para poner fin de algún modo al llanto y a los gemidos de Penelopea, que se lamentaba sollozando. Entró, pues, deslizándose por la correa del cerrojo, se le puso sobre la cabeza y díjole estas palabras:

804
—¿Duermes, Penelopea, con el corazón afligido? Los dioses, que viven felizmente, no te permiten llorar ni angustiarte; pues tu hijo aún ha de volver, que en nada pecó contra las deidades.

808
Respondióle la prudente Penelonea desde las puertas del sueño, donde estaba muy suavemente dormida:

810
—¡Hermana! ¿A qué has venido? Hasta ahora no solías frecuentar el palacio, porque se halla muy lejos de tu morada. ¡Mandas que cese mi aflicción y los muchos pesares que me conturban la mente y el ánimo! Anteriormente perdí un egregio esposo que tenía el ánimo de un león y descollaba sobre los dánaos en toda clase de excelencias, varón ilustre cuya fama se difundía por la Hélade y en medio de Argos; y ahora mi hijo amado se fue en cóncavo bajel, niño aún, inexperto en el trabajo y en el habla. Por éste me lamento todavía mas que por aquél, por éste tiemblo, y temo que padezca algún mal en el país de aquellos adonde fue, o en el ponto. Que son muchos los enemigos que están maquinando contra él, deseosos de matarle antes de que llegue a su patria tierra.

824
El obscuro fantasma le respondió diciendo: —Cobra ánimo y no sientas en tu pecho excesivo temor. Tu hijo va acompañado por quien desearan muchos hombres que a ellos les protegiese como puede hacerlo, por Palas Atenea, que se compadece de ti y me envía a participarte estas cosas.

830
Entonces hablóle de esta manera la prudente Penelopea: —Pues si eres diosa y has oído la voz de una deidad, ea, dime si aquel desgraciado vive aún y goza de la lumbre del sol, o ha muerto y se halla en la morada de Hades.

835
El obscuro fantasma le contestó diciendo: —No te revelaré claramente si vive o ha muerto porque es malo hablar de cosas vanas.

838
Cuando esto hubo dicho, fuese por la cerradura de la puerta como un soplo de viento. Despertóse la hija de Icario y se le alegró el corazón porque había tenido tan claro sueño en la obscuridad de la noche.

842
Ya los pretendientes se habían embarcado y navegado por la líquida llanura, maquinando en su pecho una muerte cruel para Telémaco. Hay en el mar una isla pedregosa, en medio de Ítaca y de la áspera Samos —Asteris—, que no es extensa, pero tiene puertos de doble entrada, excelentes para que fondeen los navíos: allí los aqueos se pusieron en emboscada para aguardar a Telémaco.

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