Read La pesadilla del lobo Online
Authors: Andrea Cremer
Tags: #Fantástico, Infantil y juvenil, Romántico
Cuando una mano me rozó el hombro, me sobresalté.
—Primero los asuntos pendientes —dijo Monroe, sonriendo—. Te prometo que después visitaremos el lugar.
—Vale —dije y lo seguí a lo largo del pasillo a la derecha. Me ruboricé; tenía la esperanza de no haber parecido demasiado azorada al contemplar el edificio.
Este pasillo era mucho más ancho que el anterior y además era recto. Había puertas a derecha e izquierda y dos altas puertas de madera directamente delante de nosotros. Cuando los alcanzamos solté un grito ahogado; en cada una aparecía una talla del símbolo alquímico de la Tierra, el mismo triángulo que indicaba la Caverna de Haldis en las páginas de
La guerra de todos contra todos.
—Ella ha hecho los deberes —dijo Connor—. Silas estará complacido.
Monroe y Ethan no le prestaron atención, yo me mordí los labios y procuré recordar que debía ocultar mis reacciones, pero lo olvidé todo cuando Monroe abrió las puertas y entramos en una gran habitación con una única mesa en el centro. Era redonda y enorme, como salida de la corte del rey Arturo. Estantes llenos de libros cubrían las paredes, antiguos y encuadernados en cuero, como los que habíamos examinado en la finca Rowan. El parecido me puso nerviosa.
Con el rabillo del ojo vi que junto a los estantes dos hombres hablaban en voz baja y examinaban los títulos de los lomos. Uno era alguien a quien conocía, y amaba.
Shay mantenía la cabeza ladeada y escuchaba lo que decía la muchacha a su lado. Parecía tener mi edad, grandes ojos pardos y cabellos color caoba que se escapaban del rodete sostenido por una hebilla metálica. Era la primera vez que veía a una Buscadora no armada hasta los dientes, aunque, al igual que los demás, llevaba un traje de guerrera: desgastados pantalones de cuero, botas de tacón grueso y una ceñida túnica de lino, la misma ropa que ahora llevaba yo. De un cinturón que le rodeaba las caderas colgaban dos extraños y delgados pinchos de metal que no logré identificar. Medían unos sesenta centímetros de largo y parecían traviesas plateadas y muy afiladas. Sostenía un fajo de papeles plegados con los que se golpeaba el muslo.
Me enfurecí al ver que apoyaba la mano en el brazo de Shay y sentí la punzada de los celos: no quería que otra chica lo tocara, Shay era mío.
Shay alzó la cabeza, como si me hubiera leído el pensamiento, pero cuando se giró comprendí que había reconocido mi aroma y corrí hacia él, lanzándole una mirada amenazadora a la chica al pasar junto a ella.
—¡Cala! —exclamó, y me tendió los brazos— ¿Estás bien?
El corazón me latía aceleradamente y casi no podía respirar. Había temido que no volvería a verlo, que ninguno de los dos sobreviviría a esta dura prueba.
Asentí con la cabeza y se me doblaron las rodillas, pero Shay estaba allí e impidió que me desplomara. Me aferré a él, sabiendo que ahora era tan fuerte como yo, que no le haría daño si lo abrazaba. Shay me estrechó entre sus brazos y me apreté contra su pecho. Me acarició la cabeza y sus labios rozaron mis cabellos.
Shay. Shay. Inspiré profundamente. Me sumergí en su aroma, el aroma de la primavera, cálido y esperanzado como la luz del sol que iluminaba este lugar.
Hundí las manos en sus cabellos y acerqué su rostro al mío. Cuando lo besé, saboreé su sorpresa, dulce y alegre. El dulzor se volvió tibio y después caliente cuando sus labios rozaron mi mejilla.
—Cala —susurró, mordiéndome la oreja, un gesto lobuno que correspondí besándole el cuello. «Mío. Es mío.»
—No estar contigo me estaba matando —dijo, retirándose para poder contemplarme—. Dios, ¡qué bueno que estés aquí!
Connor soltó un silbido y la chica le lanzó una mirada pícara. Pese a mi alivio por la presencia de Shay, maldije silenciosamente mi momentánea falta de preocupación. Debería haber sido más reservada, esto no era una reunión privada, observaban todo lo que hacíamos. Había echado de menos a Shay, deseé tocarlo en cuanto lo vi, pero los Buscadores no tenían por qué saberlo. Procuré ponerme firme y me zafé de su abrazo.
—Estoy bien, Shay —dije, tratando de no sentirme deprimida ahora que sus brazos no me rodeaban—. En general. Sólo un tanto confusa.
—Por eso estamos aquí —dijo Monroe, acercándose—. Espero que estés perfectamente, Shay.
—Ahora sí —dijo Shay, sin quitarme los ojos de encima. Ignoró mis esfuerzos por apartarme de él y volvió a abrazarme.
—Me complace que también Cala se haya recuperado por completo —dijo Monroe—. Perderla hubiera sido una tragedia.
—¿Perderme? —dije, soltando una carcajada brusca—. Creo recordar que él me disparó. —Ethan no se inmutó cuando le lancé una mirada acusadora, antes de volver a dirigirla hacia Monroe—. Y que tú me dejaste inconsciente.
Monroe hizo un gesto afirmativo y me ofreció una sonrisa de disculpa.
—Teníamos que averiguar más cosas sobre ti, para saber si podíamos considerarte una aliada.
Le lancé una mirada suspicaz.
—He hicimos todo lo posible para asegurar que te recuperaras rápidamente —añadió.
—Sí, como si yo tu viera algún motivo para confiar en vuestros curanderos —bufó Shay.
Mi recuerdo de lo ocurrido entre la batalla en la finca Rowan y mi despertar en este lugar era confuso en el mejor de los casos, y aterrador en el peor. Era obvio que algo me había curado, pero no recordaba en qué momento me trataron las heridas.
—No sé qué te hicieron —dijo Shay, mirando a Monroe con expresión airada. Éste sólo se encogió de hombros.
—Las flechas de la ballesta impidieron que recobrara la consciencia durante bastante tiempo —dijo Monroe—. Para eso sirven. Nuestros curanderos se aseguraron de eliminar todas las toxinas de su sangre. No debería haber efectos secundarios.
«Aullé y me arrastré hacia él. Cada paso era una tortura. Las flechas aún estaban clavadas en mi pecho y la sangre que me llenaba los pulmones me estaba asfixiando.
»Cuando llegué a su lado me convertí en humana, hundí las manos en su pelaje y lo sacudí.
»—¡Shay! ¡Shay! —Pero mientras me aferraba a él, sentí que las fuerzas me abandonaban.
»—Son flechas hechizadas; espero que disfrutes del viaje. —Dirigí la mirada hacia la voz áspera de Ethan, que volvía a apuntarme con la ballesta—. ¿Eres tú quien lo convirtió? —preguntó.
»Me ardía el pecho, y mi visión se volvió borrosa. Asentí y me desplomé, rodando junto a Shay.»
Volví a llevarme la mano al pecho, el recuerdo me puso tensa, el recuerdo de las flechas que me perforaban la carne. ¿Qué impidieron que recobrara la consciencia?
—¿Cuánto tiempo? —susurré.
—¿Qué? —exclamó Shay, cogiéndome de la mano.
—¿Durante cuánto tiempo estuve inconsciente? —pregunté—. ¿Cuánto hace que abandonamos Vail?
—Alrededor de una semana.
Una semana. Desde cierto punto de vista no parecía mucho, pero al pensar en lo que quizá le había ocurrido a mi manada durante esa semana, en unas horas, una vez descubierta mi huída de la unión, me pareció una eternidad.
Y Ren. ¿Qué le habían hecho? Mintió para que pudiéramos escapar de la manada de los Bane y seguro que los Guardas habrían descubierto su traición. Me eché a temblar, y Shay me abrazó con más fuerza, pero, mentalmente, yo estaba en brazos de otro.
La voz de Ren parecía surgir a mis espaldas.
«—No sé cómo creerte. Cómo creerme todo esto. ¿Acaso hay algo más? Esto es lo que somos.
»—Eso no hace que esté bien. Sabes que no abandonaría a mi manada a menos que me viera obligada a hacerlo —dije en voz baja—. A menos que fuera el único modo de ayudarles.
»Su mirada se encontró con la mía, tensa y vacilante.
»—No tenemos mucho tiempo —añadí—. ¿Cómo lograste adelantarte a los demás?
»Ren dirigió la vista hacia el punto en que Shay y yo surgimos del bosque.
»—Cuando descubrieron el cadáver de Flynn se armó un revuelo enorme, pero encontré tu rastro y me largué. Los demás aún se están reagrupando. La manada de mi padre. Los Bane mayores.
»Se puso rígido y sentí un escalofrío.
»—¿Y los Nightshade? —pregunté.
»—Los están interrogando.»
—¿Qué sucedió en Vail? —tenía que apartarme de Shay, orientarme.
Nadie me contestó y reprimí un estremecimiento, como la noche en la que escapamos.
Ahora no podía dejar que me consumiera el temor de lo que quizá les había ocurrido a mis compañeros de manada. La única manera de ayudarles era conservando mis fuerzas con voluntad de hierro.
—¿Y la lucha? ¿Cómo nos encontraste? ¿Mataste a Bosque Mar?
—¿Matar a Bosque Mar? —Connor soltó una carcajada—. Nadie puede matar a esa cosa.
—¿Cosa? —Shay arqueó las cejas—. ¿Qué quiere decir «cosa»?
—Nadie puede matar a Bosque Mar, aún —dijo Monroe, mirando a Shay antes de dirigirse a mí—. Todavía intentamos descubrir qué está ocurriendo en Vail.
—¿Habéis descubierto algo?
—Cuidado con ese tono, lobita —dijo Ethan, acomodando la ballesta que le colgaba del hombro—. Si no fuera por nosotros, habrías muerto desangrada en aquella biblioteca.
—¡Tú eres el motivo por el cual me desangraba! —Me lancé hacia delante, no me convertí en lobo pero agarré a Ethan de la chaqueta, lo arrojé contra la mesa, me incliné hacia abajo y le mostré los colmillos—. Jamás me digas que cuide mi tono de voz, no sabes con quién estás tratando.
—¡Cala! —exclamó Monroe, apartándome—. Por favor, esto no es necesario.
Ethan se enderezó.
—Domina a tu perro, Monroe.
—Será mejor que aprendas a no llamarme perro —dije con una sonrisa.
La chica que acompañaba a Shay cuando llegamos se echó a reír.
—Muy bonito —dijo.
—Vete al infierno, Ariadne. —Ethan seguía furioso.
—¡Esa boca! —Ariadne hizo chasquear la lengua.
—Necesitamos a Cala —dijo Monroe, haciendo caso omiso de las miradas furiosas de Ethan—. Eso no es negociable.
—Es verdad, y además, tiene razón —añadió Connor y me lanzó una mirada de admiración—. Le disparaste un montón de flechas.
—Tonterías —dijo Ethan—. Primero negociamos con este chico y ahora con el lobo. Nos merecemos algo mejor.
—El chico es el Vástago —dijo Monroe, clavándole la mirada—. Y un lobo alfa podría ser la clave para ganar esta guerra.
—El Vástago no ha hecho nada por nosotros —bufó Ethan—, y no serán los lobos quienes ganarán esta guerra. ¡Es nuestra lucha, y ellos están en el otro bando!
—Estoy convencido de que, ahora que Cala se ha unido a nosotros, las cosas cambiaran. —Monroe arqueó una ceja y miró a Shay.
—Sí, supongo —dijo éste, metiendo las manos en los bolsillos.
—Con eso no basta, Shay —dijo Monroe con expresión irritada.
—¿De qué está hablando? —pregunté.
Shay dejó de lanzarle miradas furiosas a Monroe.
—Me negué a decirles nada sobre Vail o lo que encontramos en la biblioteca hasta que estuvieras aquí, sana y salva.
—Oh. —Logré no ruborizarme, pero una oleada de calor me recorrió el cuerpo.
Ethan apretó los puños y caminó de un lado a otro.
—Me importa un pimiento que sea el Vástago. En nuestro mundo es casi un bebé. Ha de cumplir órdenes, no imponer condiciones.
—Puedo marcharme cuando quieras —gruñó Shay—, si es que ya no soy bienvenido.
—La puerta está allí. —Ethan la señaló.
—¡Ya basta! Las cosas son así, Ethan —dijo Monroe—. De ahora en adelante. ¿Te ha quedado claro?
Ethan lo miró en silencio y por fin se volvió y atravesó la habitación.
—Bien —dijo Ariadne—. Puesto que supongo que no podemos hablar de Vail hasta que llegue Anika, quizá sería hora de presentarnos.
Se aproximó con aire relajado, como si la tensión reinante no existiera.
—¿Presentarnos? —gruñó Monroe.
—Claro —dijo Ariadne—. Por lo visto has olvidado que éste es mi gran debut. Dado el alboroto causado por la presencia de Shay, nadie le da importancia, pero tengo órdenes de informarte, Monroe. Confío en que estés satisfecho con mi formación en la Academia —añadió, golpeándole el pecho con el fajo de hojas de papel—. Estoy preparada para cumplir con mi misión en Haldis.
Monroe cogió los documentos con un suspiro.
—Sí, Ariadne. Te felicito por haber completado los exámenes. Estamos muy orgullosos de poder contar contigo.
Ella le lanzó un simulacro de sonrisa.
—Dime Adne —protestó—. Ariadne es demasiado largo.
—Si insistes… Has completado tu formación con velocidad asombrosa y es verdad que tus preparadores te han encomiado —dijo Monroe—. Puedes elegir la misión que más te guste.
—Lo sé —dijo ella.
—No es necesario que trabajes en el grupo Haldis.
—Lo sé —dijo, apretando la mandíbula—. Está decidido, ¿vale? Tendrás que aceptarme.
—Sabes que no quise decir eso —dijo Monroe, pero ella sacudió la cabeza.
—Olvídalo.
Se quitó el flequillo de los ojos y sonrió a Connor.
—¿Te alegras de verme? Hace alrededor de tres meses que estás en el puesto de avanzada, ¿no?
—Más bien seis —dijo él—. Y es obvio que me has olvidado por completo. Cuando entramos, vi cómo coqueteabas con nuestro Vástago.
—No estaba coqueteando —dijo ella, pero cuando miró a Shay de soslayo, creí ver que se ruborizaba—. Sabías muy bien dónde estaba y por qué debía permanecer allí. No te abandoné.
Shay me lanzó una mirada culpable y yo me clavé las uñas en las palmas de las manos. ¿Quién era esta chica?
—Un hombre sabe cuando lo han dejado por otro. —Connor se llevó una mano al corazón.
—¿Así que ahora te consideras un hombre? —preguntó ella con una sonrisa irónica—. La palabra que se me ocurrió fue títere… o quizá simulador.
—No —dijo Connor—. Creo que nos quedaremos con «hombre». ¿Quieres que te lo demuestre?
—Te agradecería que te negaras, Ariadne. —Monroe hizo una mueca, pero tras su expresión irritada se ocultaba una sonrisa.
—Ni pienso preguntarte si me echaste de menos —soltó Ariadne y la sonrisa de Monroe se desvaneció.
—Pues estoy encantado de verte —dijo Connor con rapidez cuando Monroe hizo una mueca y se aproximó a ella, se inclinó y le dio un beso en la mejilla—. Tess e Isaac siempre están fuera, Ethan es demasiado gruñón para resultar divertido y es mucho menos guapo que tú.
Volví a mirarla. Era bonita… demasiado bonita. ¿Había flirteado con Shay mientras yo estaba inconsciente?