La pesadilla del lobo (9 page)

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Authors: Andrea Cremer

Tags: #Fantástico, Infantil y juvenil, Romántico

BOOK: La pesadilla del lobo
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Lo miré, desconcertada por la pregunta.

—No te lanzarás a nada —dijo Lydia, volviendo a abrazar a Tess—. Los Segadores se harán cargo; en esta misión sólo participarán los Arietes y el lobo.

—Y yo —dijo Adne.

—Me han dicho que eres la nueva Tejedora, Ariadne —dijo Isaac, sirviéndose una taza de café—. Bienvenida a bordo.

—Adne —dijo—, llámame Adne.

—¿Aún rebelándote contra tu padre, Ariadne? —preguntó Tess, apoyándose contra Lydia—. Ya hemos hablado de eso.

—Tú has hablado de eso —dijo Adne, pasó junto a ellas y se sentó ante la mesa de cocina al lado de Ethan, que mantenía la vista clavada en la taza de café y un plato lleno de galletas—. ¿Por qué no os vais a una habitación? Aquí no todos hemos tropezado con el verdadero amor y, sin embargo, ambas nos lo restregáis por las narices cada vez que se presenta la oportunidad.

—Cuidado con lo que dices —exclamó Lydia—. No se nos presentan muchas oportunidades, y tú lo sabes. Casi nunca compartimos el mismo huso horario.

—Además, sólo tienes dieciséis años, Ariadne —dijo Tess, lanzándole una mirada severa—. Aún no has tenido tiempo de tropezar con el verdadero amor.

—Claro que sí. —Connor se sentó junto a Adne y le rodeó los hombros con el brazo—. Sólo que todavía no se ha dado cuenta.

Adne soltó un gemido y apoyó la frente en la mesa.

—Me casaré con el primero que me consiga una taza de café. Me da igual quién es.

—¡Arrójame una taza, Isaac! —Connor se incorporó.

—Por favor… —murmuró Adne.

—¿Estás de broma? —dijo Connor—. ¿Una taza de café en vez de un anillo? Ésa es la clase de proposición que he estado esperando.

Rocé el frío anillo de metal que me rodeaba el dedo; cuando vi que Adne me observaba, oculté las manos bajo la mesa.

—Y la única que puedes permitirte —añadió Isaac.

—Bueno, eso también. —Connor rio.

—Aún no me han servido café —protestó Adne—, pese a mi generosa proposición.

—No abandones tan fácilmente, cariño. —Isaac sonrió y le alcanzó una taza humeante—. ¿Café, Cala?

—Bien, yo… —vacilé, porque todavía no comprendía ésta curiosa cháchara antes de la batalla inminente—. ¿No deberíamos centrarnos en el ataque? Anika dijo que sólo disponíamos de una breve oportunidad para que esto funcione.

De pronto reinó el silencio. Sostuve el aliento, era evidente que había dicho algo incorrecto.

Tess se apiadó de mí.

—Siempre hay tiempo para una taza de café, cielo —dijo, me cogió del brazo y me acompañó hasta una silla junto a Connor.

—Siempre hay tiempo para algo bueno cuando te enfrentas a la muerte —añadió Connor.

—Amén —murmuró Ethan.

Contemplé sus sonrisas sombrías y mi confusión se evaporó. Pensé en sus vidas, en aquello a lo que tenían que enfrentarse: Guardias, Vigilantes, espectros, criaturas de pesadilla.

La supervivencia: de eso se trataba. Los Buscadores eran guerreros, como los Vigilantes. Contemplaban cada batalla como si quizá fuera la última. Todo, tanto el café a deshora como las bromas inadecuadas de Connor, reforzaban sus defensas, sólo que no eran una armadura: eran un baluarte mental, un modo de evitar la desesperación.

Por extraña que pareciese, esta estrategia me convencía. Sobre todo si incluía el café, aunque me pregunté si la irritación causada porque no me lo servían supondría una ventaja durante la lucha.

—¿Qué es este lugar? —pregunté, tratando de comprender el significado del almacén, la sala de entrenamientos y la cocina.

—Tenemos puestos de avanzada anexos a los principales asentamientos de Guardas de todo el mundo, con dos objetivos fundamentales: mantener el vínculo con nuestros contactos en el mundo humano y usarlos como parada para asestar golpes contra los blancos de los Guardas.

—Es hogar dulce Purgatorio —suspiró Issac.

—Puede que sea el Purgatorio. —Lydia rio—. Pero el café es muy bueno.

—¿El Purgatorio? —Fruncí el entrecejo y después sonreí cuando Isaac me alcanzó una taza de café, negro como la brea.

—Ya sabes: ese lugar entre el cielo y el infierno donde te quedas atascado —dijo Connor—. La Academia es el cielo y el infierno es…

—Vail. —Ethan apartó la silla de la mesa y se dirigió al otro lado de la habitación: al parecer, ya no soportaba mi presencia.

Tess sacudió la cabeza, pero él la ignoró y bebió su café a solas y en silencio.

Decidí que evitar a Ethan quizá fuera lo mejor. Que confiara en mí o que le cayera bien no tenía importancia. No había acudido aquí para hacer amigos, estaba aquí para salvar a mi manada. Volví a dirigirme a Connor.

—¿Dónde nos encontramos exactamente?

Tuve que reprimir un estremecimiento al hacerle la pregunta; si estábamos tan cerca de los Guardas, ¿cuánto peligro corríamos?

Lydia y Tess regresaron a la mesa.

—Estamos en un almacén en Denver. Desde aquí, los Tejedores abren puertas que dan a los lugares que pensamos atacar. Los Arietes van y vienen, dependiendo de sus misiones.

—Y los Segadores pasan temporadas a solas —dijo Isaac con expresión melancólica.

Tess hizo chasquear la lengua.

—¿Estás diciendo que no soy una buena compañía?

—No, si ello significa que dejarás de cocinar para mí —dijo Isaac, sonriendo.

—¿Así que ahora cocinas para él? —preguntó Lydia—. Eres demasiado amable.

—¡Por favor, no estropees mi arreglo, mujer! —protestó Isaac—. Además, yo lavo los platos.

—Es verdad —dijo Tess.

Bebí un sorbo de café, tratando de comprender.

—¿Qué son los Segadores?

—Ya no quedan muchos Buscadores en el mundo. —La voz de Lydia era dura—. La mayoría permanece en la Academia, enseñando o entrenándose; sólo emprenden misiones cuando resulta necesario, pero los que siguen luchando todos los días viven en puestos de avanzada como éste. Nuestros equipos siempre están formados por el mismo número de miembros: diez personas y cada una tiene una misión específica. Los Segadores reúnen provisiones y venden bienes valiosos en el mercado negro, así conservamos nuestro cash-flow en las monedas del mundo contemporáneo.

—¿En el mercado negro? —pregunté, un tanto nerviosa.

—No te preocupes, Cala, no traficamos con cosas horrorosas como órganos humanos. —Tess soltó una risita y sacudió la cabeza. Reí, pero seguía inquieta.

—En su mayoría, son objetos de arte y antigüedades —se apresuró a añadir—. Objetos que sabemos dónde encontrar y a los que otros no tienen acceso.

—Intenta decirte que los Segadores son contrabandistas —dijo Connor—. Pero contrabandistas buenos.

—Sabes que nos entrenamos larga y duramente para esta tarea, Connor —dijo Isaac.

—Durante más tiempo que tú —añadió Tess.

—¿Durante cuánto tiempo? —pregunté.

—El entrenamiento estándar para convertirse en Buscador supone dos años de destrezas generales y otro de especialización para emprender misiones —dijo Tess—. Los Segadores se entrenan durante dos años más.

—¿Para aprender a contrabandear?

—Mira lo que has hecho, Connor. —Tess sacudió la Cabeza—. No, no funciona así. Los Segadores tienen grandes conocimientos de historia del arte y de los clásicos, y saben idiomas. Además de entrenarse para el combate. El trabajo de los Segadores es casi más peligroso que el de los Arietes.

—¿Y los Arietes son…? —carraspeé nerviosamente.

—Los Arietes son vuestros homólogos —dijo Lydia—. Están entrenados para ser la primera línea de ataque contra los Guardas; llevan a cabo ataques contra blancos enemigos específicos, pero, en general, eso significa que matan Guardas.

—Estupendo —dije y mis caninos se afilaron—. Y los Tejedores abren puertas. Y Monroe es vuestro…

Traté de recordar cómo lo llamaban.

—Guía —dijo Tess—. Es nuestro Guía.

Ethan se aproximó y golpeó la mesa con la taza vacía.

—Ahora que las clases de parvulario han pasado, ¿podemos ponernos en marcha? Anika tenía razón: sólo nos quedan unas horas antes de que anochezca.

—¡Ethan! —exclamó Tess, poniéndose de pie.

—Tranquila, chica. —Connor también se puso de pie—. Tiene razón. Hemos de ponernos en marcha.

Lydia me miró.

—Estoy segura de que todavía te quedan un montón de preguntas. Lamento que no podamos contestártelas ahora mismo.

—No te preocupes. —Me levanté de la silla con los músculos tensos. La cafeína y la idea de meterme en el bosque me daban ganas de echar a correr.

Era hora de que este alfa se reuniera con su manada.

6

Esta vez la puerta que Adne abrió daba a un paisaje conocido desde siempre: una ladera cubierta de nieve que brillaba bajo el sol de la tarde, sólo interrumpida por las sombras de los grandes pinos.

—Es la cara oriental —murmuré. Sentía la necesidad imperiosa de echar a correr, de rastrear a mis compañeros de manada; hice rechinar los dientes y traté de controlarme.

—Sí —dijo Adne—. ¿Crees que esto funcionará? El punto de encuentro está cerca y Grant se encuentra en un sendero de esquí de fondo situado aproximadamente a un kilómetro; está en la reserva natural que limita con las rutas que patrulláis. Pero esperemos que los lobos no lo ataquen.

—Detesto el invierno —protestó Ethan, y se anudó los cordones de las botas.

—Estoy impaciente por jugar con la nieve —contestó Connor, calzándose un par de raquetas de nieve.

—A veces no te soporto —dijo Ethan y cogió los guantes, pero noté que reprimía una sonrisa.

Lydia rio y se puso la ropa de invierno.

—Cala, Ethan y yo te acompañaremos mientras rastreas a tus compañeros de manada. Connor se dirigirá en dirección opuesta para reunirse con Grant.

Asentí con la cabeza, pero hubiera preferido que fuera Connor quien nos acompañara en vez de Ethan. Me molestó que Lydia se pusiera en cabeza cuando atravesamos el portal seguidos de Ethan. La idea de darle la espalda y estar a tiro de su ballesta me inquietaba.

—Os esperaré —dijo Adne, cerrando la puerta y apoyándose contra un árbol—. No tardéis demasiado. Creo que dada la altitud, ni las veinte capas de ropa evitarán que me congele.

Sus palabras impidieron que siguiera pensando en correr a través de la nieve.

—¿Por qué no nos esperas dentro?

Los Buscadores me miraron fijamente; les devolví la mirada sin comprender por qué fruncían el ceño. Cuando un portal estaba abierto, veías lo que había al otro lado de forma borrosa, pero no demasiado borrosa.

Ethan masculló algo en voz baja y Adne lo miró antes de lanzarme una breve sonrisa.

—Lo siento —dijo—. Hemos olvidado que tú no conoces todas las reglas: los portales nunca se dejan abiertos.

—Nunca —dijo Ethan, pisoteando la nieve—. Y los Tejedores nunca participan en un ataque, permanecen al borde de la zona donde se desarrolla la misión.

Adne parecía enfadada, pero Connor insistió.

—Sabes por qué es necesario, cielo.

—Cállate.

Lydia apoyó una mano en el hombro de Adne.

—Para los Buscadores, los Tejedores son los instrumentos más poderosos y valiosos. Procuramos no ponerlos en peligro.

—A eso me refería —dije; me frustraba ignorar tantas cosas acerca de mis supuestos aliados—. Si está al otro lado del portal, puede cerrarlo ante la primera señal de peligro.

—Por más cautos que seamos los Tejedores, no dejaremos de cometer errores —dijo Adne en tono tenso—. Algo podría abrirse paso.

—Creí que los Guardas no podían atravesar un portal —dije.

—Los Guardas no pueden crear portales —dijo Adne—, pero sí atravesarlos y también sus criaturas: Vigilantes, espectros, etcétera.

—Y si los Guardas logran atrapar a un Tejedor —dijo Lydia—, si obligaran a un prisionero a abrir portales, nunca los veríamos venir. Por eso cerramos los portales y por eso los Tejedores no pueden ser Arietes. Trabajan fuera de la zona de peligro… cuando menos lo más lejos posible.

Adne adoptó una expresión amarga.

—Por eso, si se acercara un extraño tú regresas al Purgatorio —le dijo Connor.

—Conozco el protocolo —dijo Adne—. Me he graduado, ¿lo recuerdas?

—¿Cómo podría olvidarlo? —Connor sonrió y le lanzó un beso antes de alejarse.

—Bien, Cala —dijo Lydia—, es obvio que eres la mejor rastreadora. Te seguiremos.

Me convertí en lobo y eché a correr a través de la nieve, aspirando el frío aire invernal. Ansiaba soltar un aullido. Un conejo escapó de debajo de un arbusto y me hizo la boca agua.

—¡Cala! —gritó Lydia.

Me detuve levantando una nube de nieve. «¡Ay!».

La excitación causada por la carrera me había hecho olvidar que no estaba en compañía de otros lobos. Los humanos eran lentos. Me giré, regresé junto a Lydia y Ethan y me convertí en humana.

—Lo siento.

—Puedes reconocer el terreno, pero no nos pierdas de vista —dijo Lydia.

—Si consideramos que te alejas demasiado, te dispararé una flecha en el trasero —dijo Ethan, acomodándose la ballesta en la espalda.

Lydia le lanzó una mirada furiosa.

—Sólo bromeaba —contestó él, pero la sonrisa que me lanzó no era amistosa.

Volví a convertirme en lobo y me adelanté a los Buscadores pero sin perderlos de vista. La nieve fresca era un incordio: apagaba los rastros, ocultaba las huellas frescas y borraba los rastros nuevos.

La puerta abierta por Adne estaba al sudoeste de la caverna de Haldis. Me dirigí al perímetro que supuse que recorrerían las patrullas de Vigilantes a esta hora de la tarde. Adaptarme a mis nuevos aliados no era fácil. En el mejor de los casos, la incapacidad de comunicarnos resultaba tediosa y, en el peor, muy frustrante. Cada vez que quería hablar con ellos tenía que retroceder, cambiar de aspecto y luego volver a avanzar, y eso sólo aumentaba mi desesperación por reunirme con mis compañeros de manada. Traté de recordar cómo había sido hacer este trayecto con Shay, cuando aún era un humano. Me había armado de paciencia mientras escalaba y los Buscadores estaban demostrando una gran capacidad de avanzar por el nevado terreno con rapidez. Aunque no era una asociación ideal, sabía que podía funcionar. Lo tuve presente mientras me abría paso a través de los montones de nieve acumulada.

Arañé la nieve para descubrir la tierra helada, alcé el morro y olisqueé, hice todo lo posible por encontrar el rastro de mis compañeros de manada, pero no encontré nada. Ni huellas ni rastros. Nada. «¿Dónde están?»

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