La pesadilla del lobo (11 page)

Read La pesadilla del lobo Online

Authors: Andrea Cremer

Tags: #Fantástico, Infantil y juvenil, Romántico

BOOK: La pesadilla del lobo
4.79Mb size Format: txt, pdf, ePub

—Los lobos con los que nos encontramos nos atacaron sin vacilar —dijo Connor.

—Algo ha cambiado —dije; tenía la garganta seca.

—¿Qué? —preguntó Connor.

—Uno de los lobos que nos atacó era un Nightshade —proseguí—. No formaba parte de mi manada, era uno mayor y obedecía las órdenes de los Bane.

—¿Estás segura? —Anika frunció el ceño.

—Sí —dije, reprimiendo el temblor de mi voz—. El lobo que mató a Lydia era Emile Laroche.

—¿Qué has dicho? —Monroe estaba en el umbral, acompañado de Shay.

Adne atravesó la habitación y apoyó la cabeza en el pecho de Monroe.

—Hemos perdido a Lydia —dijo Connor, observando cómo Monroe abrazaba a su hija. Era la primera vez que se comportaban como padre e hija.

—¿Y fue Emile? —preguntó Monroe, acariciando los cabellos de Adne—. ¿El alfa Bane?

—Sí —dije.

El grupo de Buscadores próximos a Anika la rodeaban y hablaban en voz baja.

Shay se dirigió hacia mí y me acerqué a él sin vacilar cuando me tendió los brazos. La cabeza me daba vueltas. En Vail habían ocurrido cosas que no lograba comprender. Me apoyé contra él, aspiré su olor y dejé que me tranquilizara.

—¿Estás bien? —musitó.

—No estoy herida —contesté en voz baja—. Pero han pasado cosas.

—¿Qué cosas?

—Aquí no —murmuré. Shay me besó los cabellos.

Monroe nos lanzó una mirada sombría.

—Hemos de comentar este asunto con Silas.

—Debe de estar en su estudio. —Anika asintió.

Adne se había desprendido del abrazo de su padre y se secaba las lágrimas.

—Iré con vosotros.

—Deberías descansar.

—No. —Toda su vulnerabilidad se había esfumado, reemplazada por su habitual expresión de rebeldía.

—Entonces yo también os acompañaré —dijo Connor, mirando a Adne con expresión ansiosa.

Me pregunté por qué adoptaba esa actitud protectora. Adne me parecía una persona bastante feroz y dadas las circunstancias, se mantenía muy firme… «¡Oh!» De pronto comprendí a qué se debía la expresión de Connor.

Ésta había sido la primera misión de Adne como la nueva Tejedora, la primera salida con el equipo Haldis, y habíamos perdido a dos miembros. ¿Se lo estaba tomando con la misma tranquilidad que los demás Buscadores, o sólo la fingía hasta poder dar rienda suelta a su pena cuando estuviera a solas?

—Por aquí —dijo Monroe, y nos indicó que saliéramos de la habitación, pero miró a Adne frunciendo el entrecejo.

En vez de seguir por el pasillo, abrió las puertas cristaleras. Hacía mucho frío en el patio, pero Monroe no parecía afectado cuando enfiló la pasarela. Eché un vistazo hacia abajo y vi senderos serpenteantes y fuentes vacías. Todos guardaban silencio y nuestro aliento formaba nubecillas blancas. El patio era inmenso; recorrimos más de un kilómetro antes de que Monroe abriera las puertas situadas en el lado opuesto de la academia.

Aunque la arquitectura del pasillo era idéntica a la del ala Haldis, el diseño era notablemente distinto: tanto las paredes como las oscuras maderas de la sala de táctica de Haldis eran de un cálido tono ocre, rojo y caoba, mientras que el espacio en el que entramos brillaba como si fuera de hielo tallado. Las paredes eran de colores gélidos: azul, lavanda, plata y blanco resplandeciente. Los colores formaban remolinos, acompañados de un suave susurro, como el de una brisa ligera.

—¿Dónde estamos? —pregunté.

La ondulación constante de los colores en las paredes daba la sensación de que el edificio se movía.

—Ésta es el ala Tordis —dijo Monroe, mirando por encima del hombro. Me di cuenta de que él seguía avanzando y yo me había rezagado. Por muy impresionante que fuera este lugar, los Buscadores —e incluso Shay— debían de haberlo visto con anterioridad, porque su belleza no parecía llamarles la atención, o, de lo contrario, no los emocionaba lo bastante como para hacer un comentario.

—¿Cuántas alas hay?

—Cuatro —dijo Monroe cuando le di alcance—. Haldis, Tordis, Pyralis y Eydis.

—Tierra, aire, fuego y agua —murmuró Adne.

—Los cuatro elementos. —Shay también miraba las paredes. A lo mejor era la primera vez que las veía—. Tordis es aire.

—Cada elemento posee características específicas —dijo Monroe—. Necesitamos las de los cuatro elementos para sobrevivir, pero cada Buscador se especializa cuando entra en la Academia.

—¿Qué es Haldis?

—La tierra genera guerreros —dijo Connor, pellizcando la mejilla de Adne—. Somos más resistentes.

—Si con desear bastara… —Adne le pegó un puñetazo en el brazo—. Además, Pyralis también genera Arietes. Haldis es célebre por sus Segadores… y sus Guías —añadió, echándole un vistazo a Monroe, que inclinó la cabeza.

—¿Y tú? —le pregunté—. A ti no te entrenan en Haldis, ¿verdad? Pero trabajas con ellos.

—Lo dicho. —Monroe se detuvo ante una estrecha puerta de pino intrincadamente tallada—. Necesitamos los cuatro elementos para sobrevivir. Los Tejedores se entrenan con cada una de las divisiones: crear las puertas requiere el uso de todos los elementos al mismo tiempo.

—¡Guau! —exclamó Shay, y arqueó una ceja.

—No es tan impresionante como suena —dijo Adne, lanzándole una mirada sombría a su padre.

—Claro que lo es. —Connor le alborotó el pelo y ella le sacó la lengua.

—Pero la mayoría de nosotros permanece en una única división. —Monroe llamó a la puerta—. Tordis —el aire— es elemento de intelecto. Aquí viven y se entrenan los Escribas.

La puerta se abrió y apareció Silas con los brazos llenos de rollos de papel.

—¿Qué pasa? —masculló—. Estoy ocupado.

—Hemos perdido a Grant.

Los rollos cayeron al suelo y Silas se puso pálido.

—No.

—Lo siento —dijo Monroe y pasó junto a él, indicando que lo siguiéramos.

Cuando pasé a su lado, Silas aún permanecía inmóvil.

—Esto… —Shay miraba fijamente en torno—, ¿es su estudio?

Era una buena pregunta. La habitación en la que entramos parecía estar llena de diccionarios destrozados: el suelo estaba cubierto de papeles, montones de libros se inclinaban peligrosamente, como monumentos a punto de derrumbarse.

—No toques nada. —Silas, que por lo visto se había recuperado del shock, me apartó de un empujón y regresó a su escritorio, o lo que supuse que era un escritorio enterrado bajo más papeles y mapas, como quien atraviesa un campo minado.

Connor atravesó la habitación apartando libros y pilas de notas con el pie.

—¡Maldita sea, Connor! —gritó Silas—. ¡Ahora no podré encontrar lo que necesito!

—No es mi problema —dijo Connor, sentándose en una silla tras arrojar los libros que la ocupaban al suelo—. Tus privilegios de niño prodigio me importan un bledo. El hecho de que Anika te mime no significa que yo también lo haré.

Monroe atravesó la habitación con un poco más de cuidado, seguido de Adne y Shay. Yo opté por recorrer el camino abierto por Connor.

—¿Hay más sillas, Silas? —preguntó Adne.

—Éste es mi despacho —dijo Silas en tono desdeñoso—, no el archivo de Tordis. No suelo recibir visitas.

—Puedes sentarte en mi regazo. —Connor le guiñó un ojo a Adne y se golpeó los muslos.

—Eres todo un caballero —masculló ella y se apoyó contra el escritorio de Silas.

—Permaneceremos de pie —dijo Monroe.

—¿Me diréis cómo perdimos a un agente? —Silas rebuscaba entre los rollos de papel y cuando encontró un lapicero y un trozo de papel en blanco, empezó a escribir.

—No estamos seguros —dijo Monroe, mirándome.

Lo miré fijamente durante un instante y después comprendí que quería que me pusiera al mando. «Bien, ése es mi papel, ¿no?» Me puse derecha, complacida de que Monroe me reconociera como un alfa.

—Algo va mal con las manadas de los Vigilantes —dije—. No estoy segura de qué ocurrió, pero las patrullas que yo conocía ya no participan.

Silas frunció los labios y después me indicó que continuara.

—Emile Laroche dirigía a los lobos Nightshade —dije y me puse tensa al recordar la lucha con Sasha—. Todavía no lo comprendo.

Cuando pronuncié el nombre de Emile, Monroe apretó las mandíbulas.

—¿El alfa Bane patrullaba con los Nightshade? —Silas siguió escribiendo sin alzar la vista.

—No patrullaban —dije, y un escalofrío me recorrió el cuerpo—. Cazaban. Nos estaban cazando.

Silas dejó caer el lapicero y me contempló con los ojos muy abiertos.

—¿Crees que sabían que nuestro equipo estaría allí?

—Puede que no lo supieran, pero no se sorprendieron al vernos —contesté—. Creo que nos estaban esperando.

—Quizás obtuvieron información de Grant antes de matarlo —dijo Silas, suspirando.

—No lo creo —dijo Connor—. Fui yo quien lo encontró y me parece que le tendieron una emboscada y que murió instantáneamente.

—Entonces obtienen información de sus propias fuentes —dijo Silas.

—¿Quieres decir que aquí hay espías? —preguntó Shay—. ¿Crees que hay un topo?

—Claro que no —bufó Silas—. Los nuestros no son chaqueteros. Me refiero a los suyos —añadió, señalándome. Me quedé sin aire. En menos de un segundo me convertí en lobo y de un solo brinco aterricé encima de su escritorio. Le lancé una dentellada y Silas chilló, su silla se inclinó hacia atrás y él cayó al suelo.

—¡Cala! —gritó Monroe.

Volví a convertirme en humana, aún agazapada encima del escritorio.

—¿Qué quieres decir? —gruñí.

Silas me amenazaba con un abrecartas.

—Sabes que no es un hombre lobo, ¿verdad? —Shay le lanzó una sonrisa irónica al Escriba—. Esa cosa de plata no te servirá de nada.

—¡Monroe! —gritó Silas; los ojos se le salían de las órbitas y yo me disponía a lanzarme sobre él.

—Por favor, Cala —dijo Monroe.

—Dime qué quisiste decir, Silas —gruñí, sin mirar a Monroe.

Silas tragó saliva.

—Sólo quise decir que tus compañeros de manada son la fuente de información más probable acerca de ti y de Shay. Quizá los están interrogando.

Temblé y casi perdí el equilibrio.

«Los están interrogando.»

—Pero ellos no saben nada —tartamudeé—. Sólo Shay y yo sabíamos… ¡Ay, Dios mío!

—¿Qué? —Connor se inclinó hacia delante y palidecí.

—Ren —musité—. Ren lo sabía.

—¿Cuánto sabía? —graznó Monroe.

—Le conté lo de Corrine, que los Guardas la habían ejecutado —dije, luchando contra los recuerdos de aquella noche—. Le dije que Shay era el Vástago.

—¡Mierda! —exclamó Connor—. Adiós alianza.

—¿Por qué? —preguntó Shay.

Silas se puso lentamente de pie, y no despegó la mirada de mí.

—Porque habrán encerrado a esos lobos jóvenes hasta comprobar a quién son leales. No podremos comunicarnos con ellos.

Monroe se cubría el rostro con las manos. Soltó una maldición y derribó una pila de libros de un puñetazo.

—Lo siento —le dijo Adne. Su padre no contestó.

Connor se puso de pie, le acercó la silla a Monroe y éste la agradeció y tomó asiento, apoyó los codos en las rodillas y se ensimismó.

—¿Y ahora qué? —preguntó Connor—, puesto que esa opción ha dejado de existir.

Bajé del escritorio, ignorando el gesto aterrado de Silas cuando pasé junto a él.

—No quiero abandonar a mi manada —dije.

Había sabido que Ren corría peligro, pero la idea de que Bryn y Ansel fueran interrogados era aún peor. No sabían nada y yo era la única responsable de lo que les ocurriera. Mis secretos los ponían en peligro.

—No los abandonaremos —dijo Monroe—. Pero ahora hemos de pensar en montar una misión para rescatarlos, no en una alianza. Al menos no de inmediato.

—Y antes de pensar en rescatarlos, necesitamos más información —dijo Silas, y retrocedió contra una librería cuando le clavé la mirada.

—Tiene razón, Cala —dijo Adne—. No podemos ir a Vail a ciegas. Puede que sólo interroguen a Ren, pero quizá también interroguen a todos tus compañeros de manada.

Miré a Shay y él asintió de mala gana.

—¿Y entonces qué? —gruñí—. ¿Nos limitamos a esperar?

—No —repuso Monroe—. Esperar no es una opción.

—Es hora de emprender la guerra nuclear. —Connor le sonrió a Silas—. ¿Correcto?

—Ésa es una metáfora lamentable. —Silas volvió a su escritorio, protestando y recogiendo los papeles que yo había destrozado.

—¿De qué está hablando? —Shay frunció el ceño.

—¿Aún no lo has comprendido, chico? —Connor le lanzó una mirada de soslayo—. Hablamos de ti.

—¿De mí? —Shay parpadeó.

—Es hora, Silas. —Monroe alzó la vista con los ojos inyectados de sangre.

—¿Hora de qué? —pregunté. No dejaba de pensar en mi manada, en Ansel y en Bryn. Las imágenes de todo lo que podía haberles ocurrido, que tal vez aún les estaba ocurriendo, me producía un ardor en el pecho.

—De que Shay sepa quién es —dijo Monroe.

—Sé quien soy —dijo Shay.

—¿Qué te apuestas? —Connor rio—. Te aguarda una sorpresa… o cien. Te apuesto doble contra sencillo.

—Déjalo en paz —dijo Adne.

—¿Quieres que te lo cuente o quieres un plan? —preguntó Silas.

—Un plan —contesté en tono brusco—. ¿Qué puede hacer Shay para ayudarle a mi manada?

—Poco, por ahora —contestó Silas—. Primero hemos de reunir las piezas.

—¿Piezas? —Shay le lanzó una mirada furiosa al Escriba—. ¿Qué piezas?

—Las piezas de la cruz —respondió Silas en tono jovial, como si eso lo explicara todo.

—¿Las piezas de la cruz? —exclamó Shay, aún más enfadado.

Silas arqueó las cejas, se inclinó hacia delante y le lanzó una pregunta en tono casi acusador.

—¿Exactamente hasta dónde has leído
La guerra de todos contra todos
?

Salí en defensa de Shay.

—Oye, profesor —le espeté—, en cuanto comprendimos que el Vástago se convertiría en una víctima propiciatoria durante la celebración de Samhain, tuvimos que correr como alma que lleva al diablo. Y si no hubiéramos llegado aquí, vosotros os veríais obligados a tratar de rescatarlo y probablemente fracasaríais. Así que vete con cuidado —añadí, mostrándole los caninos.

Los demás se estremecieron. Cuando Silas volvió a coger el abrecartas, Connor soltó un bufido y una carcajada.

—Cala tiene razón, Silas —dijo Monroe, alzando la mano—, no todos pueden darse el lujo de dedicar su vida al estudio, como tú. Es una suerte que ambos estén aquí y criticarlos por no haber averiguado toda la historia antes de huir es inútil.

Other books

Oceánico by Greg Egan
Lover Unleashed by J. R. Ward
Stay Until We Break by Mercy Brown
Not Afraid of Life by Bristol Palin
The Night Visitor by James D. Doss
The Big Sister by Sally Rippin
Second Time Around by Allred, Katherine
Subterranean by Jacob Gralnick