La pesadilla del lobo (25 page)

Read La pesadilla del lobo Online

Authors: Andrea Cremer

Tags: #Fantástico, Infantil y juvenil, Romántico

BOOK: La pesadilla del lobo
3.56Mb size Format: txt, pdf, ePub

—Pues somos dos —dijo Connor—. Y yo, que esperaba refuerzos lobunos.

—Si hay que luchar, lucharemos —gruñó Nev cuando las cadenas cayeron de sus brazos. Entonces se convirtió en lobo, gruñó y renqueó hasta Mason.

—¡Joder! —Ethan retrocedió y alzó la ballesta.

—¡Déjalo ya! —exclamé—. No son tus amigos.

En cuanto le quitaron las cadenas, Mason también se convirtió. Ambos lobos caminaban en círculo, olisqueándose y lamiéndose, buscando consuelo a través del contacto. Los observé; ansiaba unirme a ellos pero quería disfrutar del reencuentro.

—Un momento —murmuró Ethan cuando Mason mostró los dientes, clavó los colmillos en el hombro de Nev y bebió la sangre que brotaba.

—No pasa nada —dije con voz baja—. Si beben sangre, sus heridas cicatrizarán y podrán luchar junto con nosotros.

Nev bebió de la sangre que manaba del pecho de Mason; sentí el poder de su vínculo a medida que sus heridas cicatrizaban y ellos recuperaban las fuerzas.

—Me alegro de que eso haya funcionado —dijo Connor; al parecer, él también había notado que la tensión que reinaba en la celda se desvanecía—. Pero hemos de ponernos en marcha.

—Un momento. —Ethan frunció el entrecejo.

—¿Qué pasa? —preguntó Connor.

—El tema de la sangre supondrá un problema —dijo, dirigiéndose a mí—. ¿Cómo diablos lograrás matar a los demás?

—¿De qué estás hablando? —gruñí.

—Si vosotros los lobos os pegáis mordiscos, ¿acaso no cicatrizaréis en cuanto tragáis?

Tuve que esforzarme por no pegarle un puñetazo en la cara.

—No es así como funciona —dijo Monroe.

Lo miré, desconcertada, aunque dada su relación con un intento de rebelión de los Vigilantes, quizá no debería sorprenderme de que ya hubiese descubierto el secreto del modo en el que los miembros de la manada se curaban a sí mismos.

Puse los brazos en jarras y le dirigí una mirada furibunda a Ethan.

—Las heridas no sólo cicatrizan bebiendo sangre de Vigilante. La sangre ha de ser una ofrenda; de lo contrario, sólo es sangre.

—¿Una ofrenda? —Ethan me miraba fijamente.

Mason, que había escuchado la conversación, se convirtió en humano.

—Tiene razón —dijo—. La sangre no se puede tomar, ha de ser ofrendada para convocar su poder curativo. —Los moratones de su rostro no habían desaparecido, pero eran mucho menos evidentes.

»Esto está mucho, mucho mejor. —Sonrió, me tendió los brazos y yo me arrojé en ellos.

—Me alegro de que estés a salvo —dijo—. Estaba bastante seguro de que estabas muerta.

—Una ofrenda —murmuró Ethan una vez más; su rostro expresaba desconcierto y asombro.

Nev no se convirtió en humano, permaneció junto a Mason con actitud protectora, pero cuando le sonreí, meneó la cola.

—Connor, Ethan —dije, señalando a los Buscadores—, os presento a Mason y a Nev. Monroe está al mando. No es la primera vez que ayuda a los Vigilantes.

Mason alzó las cejas.

—Lo dicho: os lo explicaré después —añadí, sacudiendo la cabeza—. ¿Dónde están los demás?

—No lo sé —repuso—. Nos trasladaron de un lado a otro. Nos separaban y nos emparejaban de manera diferente. Siempre estábamos en pareja.

Hizo una pausa y tragó saliva.

—Deben de haber considerado que confesaríamos más rápidamente si nos obligaban a observar cómo un espectro torturaba a otro compañero de manada. Nev y yo hemos ocupado la misma celda durante un tiempo, pero no sé cuántos días han transcurrido. No sé cuánto hace que vi a los demás por última vez.

—¿Crees que aún están vivos? —preguntó Monroe.

—Sí —suspiró Mason—. Los Guardas no celebran ejecuciones silenciosas. Si hubiesen matado a otro lobo a causa de lo ocurrido, nos habrían obligado a presenciarlo.

—Tu mamá, Cala —dijo, lanzándome una mirada apenada—. Lo… lo siento.

—Lo sé —murmuré, interrumpiéndolo cuando se me hizo un nudo en la garganta—. Ansel me lo dijo. Él nos encontró.

—¿Está bien? —Mason palideció—. Lo que le hicieron…

—Está muy afectado —dije—, pero está a salvo.

—Has dicho que os trasladaban —interrumpió Monroe—. ¿Adónde?

—Aquí abajo hay cuatro pabellones de celdas —dijo Mason—. Cada uno está conectado a la Cámara.

—¿Qué es la Cámara? —preguntó Ethan.

—El lugar donde la violencia se convierte en espectáculo —dijo Mason con una sonrisa lúgubre—. He compuesto una canción sobre el tema. Mentalmente. Ya sabes, para pasar el rato. Es donde mataron a Naomi.

Me encogí de dolor y Mason me cogió la mano.

—Y donde castigaron a Ansel… y a Ren.

Al pronunciar el nombre de Ren su mirada se cruzó con la mía, una mirada llena de preguntas. La sangre me ardía, la necesidad de encontrarlo me aceleraba el pulso.

—Hemos de examinar los otros pabellones —dijo Monroe; su voz expresaba la misma urgencia que la mía—. En marcha.

Connor comprobó que la última celda del pabellón estaba vacía. Allí Mason y Nev eran los únicos prisioneros.

—Supongo que en ese caso es la puerta número cinco —dijo Connor, dirigiéndose a la puerta situada en el extremo opuesto del pasillo.

El lobo de pelaje cobrizo y gris acero junto a Mason empezó a gruñir.

—¿Qué le pasa a tu perro guardián? —preguntó Ethan.

Monroe le lanzó una mirada severa.

—No pretendía ofenderte —añadió Ethan con rapidez.

—Conduce a la Cámara —dijo Mason, y sus manos empezaron a temblar.

—¿Hay algún otro modo de acceder a los demás pabellones? —preguntó Mason.

Mason hizo un movimiento negativo con la cabeza.

—Abre la puerta —dijo Monroe.

20

En la Cámara no zumbaban los plafones fluorescentes. En vez de eso, diminutas lucecitas flotaban y se agitaban alrededor de la habitación, como una multitud de lámparas de aceite emitiendo sombrías señales de advertencia. Bañado en esa luz amarillenta y ondulante, el amplio espacio se abría como una boca hambrienta. Mi corazón era como una taladradora que me golpeaba las costillas.

—¿Acaso hemos viajado en el tiempo o algo por el estilo? —preguntó Connor.

—O eso, o bien ésta es la sede del festival renacentista más deprimente del mundo —dijo Ethan y entró en el recinto con la ballesta dispuesta a disparar.

Miré en torno y procuré tragar el nudo que se formaba en mi garganta. Tenían razón: a diferencia de los estériles y modernos pabellones de celdas, esta habitación había sido construida con losas apiladas una encima de la otra, como montones de babosas de un gris viscoso que parecían permanentemente empapadas. El espacio débilmente iluminado estaba vacío, a excepción de un estrado, una burla gótica de un escenario que sobresalía de una pared. En las piedras que revestían la parte de atrás de la plataforma había unas palabras talladas.

Oh vosotros que entráis, abandonad toda esperanza.

Dante. Me estremecí, recordando las imágenes infernales colgadas de las paredes del despacho de Efron en la planta superior, y pensando que tal vez esas escenas se recreaban en esta cámara. El recinto olía a moho, telarañas, orina… y sangre. Muchísima sangre. Me tambaleé. El hedor era abrumador. El olor a muerte me llenó los pulmones, me revolvió el estómago. Mason me cogió del brazo evitando que cayera.

—Lo sé —fue todo lo que dijo.

No lograba despegar la mirada del estrado, aunque procuré hacerlo. Aquí habían matado a mi madre. Asesinada por Emile Laroche mientras mi padre era obligado a presenciarlo. Mi hermano había sido mutilado. Y Ren. ¿Qué le habían hecho a Ren? Las lágrimas se derramaron por mi cara hasta que Monroe me rozó la mejilla con la mano y las secó.

—Un día, todo esto será derribado piedra por piedra —dijo—. Por eso luchamos.

Asentí, incapaz de hablar.

—Los pabellones de celdas se abren desde ambos lados de la Cámara —dijo Mason, señalando la puerta más próxima, idéntica a la que acabábamos de atravesar.

—¿Siempre está vacía? —preguntó Monroe y su voz rebotó en la tenebrosa Cámara, recalcando sus palabras.

—Mientras yo estaba aquí, no —contestó Mason—. Estaba repleta de Vigilantes aguardando los dictámenes de los Guardas.

—No me gusta —dijo Ethan.

—A mí tampoco —repuso Monroe, mirándome—. ¿Puedes conducirnos hasta donde están los demás?

Tomé aire y casi vomito. El suelo había absorbido los rastros de la tortura: era como si tratara de seguir un rastro en medio de un montón de cadáveres en descomposición. Las náuseas hicieron que volviera a tambalearme.

—No están aquí —dije—. A lo mejor están en los otros pabellones iguales al que acabamos de abandonar.

—Hemos de hacerlo lo más rápido posible —dijo Monroe—. Connor, Ethan y los lobos se pondrán en cabeza, yo abriré las puertas.

Primero nos dirigimos a la puerta situada al sur. Monroe abrió la cerradura con la ganzúa mientras Connor y Ethan vigilaban la habitación por si se producía una emboscada. Tanto Mason como Nev se habían convertido en lobos, dando vueltas alrededor del grupo, olfateando el aire con las orejas gachas y mostrando los colmillos ante el embate de los hedores que nos envolvían.

Monroe abrió la puerta y lo seguí. Aunque todavía eran desagradables, los olores en el interior del pabellón no resultaban abrumadores. Avancé unos pasos antes de convertirme en humana.

—Éste está vacío —dije—. Pasemos al próximo.

—¿No hubo suerte? —preguntó Ethan cuando egresamos a la Cámara.

Monroe negó con la cabeza.

—¿Y ahora adónde vamos? —Connor relajó los hombros y recorrió todos los accesos a la Cámara con la mirada.

—Al pabellón occidental —contestó Monroe y atravesó la habitación. Miré en torno. El orden seleccionado por Monroe suponía que, si no encontrábamos a nadie en las celdas siguientes, el último pabellón que registraríamos sería el del norte. Era el que estaba más cerca del estrado… y no deseaba aproximarme a las piedras manchadas con la sangre de mi madre. ¿Se destacaría entre las otras manchas? ¿Me desmoronaría si olfateara el olor de su sangre derramada en esas piedras?

Cuando aparté la vista del estrado, me pareció ver un movimiento, como si las sombras cercanas al cielorraso se hubieran agitado. Me detuve y escudriñé en la oscuridad.

—¿Cala? —Ethan se detuvo a mi lado.

Aguardé, vigilando el punto donde me pareció ver un movimiento. Sólo vi sombras. La tensión me hacía ver cosas que no estaban allí.

—No es nada —dije, y corrí tras Monroe.

Cuando llegamos a la puerta del sur, Nev soltó un aullido y rascó el espacio entre el marco de la puerta y el suelo.

—¿Qué pasa? —preguntó Monroe.

Nev se convirtió en humano.

—Puedo oler a Sabine. Está ahí dentro. Y también otros lobos.

Mason aulló y giró en círculo bajando la cabeza.

—¿Cuántos más? —Connor aferró las espadas.

—No estoy seguro —dijo Nev—. Pero no sólo Sabine se encuentra al otro lado de la puerta.

—¿Y el resto de tu manada? —pregunté—. ¿Ren estaba allí dentro?

—Si es así, el olor de los otros lobos ocultaban el suyo —dijo Nev—. No lo percibo.

—¿Pero olfateas a esa tal Sabine? —Ethan frunció el ceño.

—Ella huele a jazmín, es un olor distinto. Fácil de distinguir, incluso en medio de una multitud.

—Bueno… vale —dijo Ethan, lanzándole una mirada de curiosidad—. ¿A jazmín?

—¿Podemos dejar la conversación sobre aromas para después? —dijo Connor en tono irritado—. Sospecho que tras esa puerta nos aguarda una lucha.

—Estamos preparados —dijo Nev y se convirtió en lobo; tenía el pelaje erizado y gruñía.

—Abriré la puerta —dijo Monroe—. Habéis de estar preparados para lo que sea.

La cerradura hizo clic. La puerta se abrió y me convertí en lobo con el pelaje erizado.

El pasillo estaba vacío, al igual que los otros que ya habíamos registrado.

—¿Cuál de las puertas? —susurró Monroe, mirando a Nev.

Nev pasó junto a las dos primeras celdas, olisqueando y con el morro pegado al suelo. Mason le pisaba los talones con las orejas gachas.

Se detuvo ante la puerta de la derecha y miró a Monroe, que asintió. Monroe hizo girar el picaporte, Connor y Ethan alzaron las armas. Monroe vaciló y echó un vistazo a los demás.

—No está cerrada con llave —dijo, articulando para que le leyeran los labios.

Los buscadores intercambiaron una mirada sombría y enderezaron los hombros al tiempo que Monroe abría la puerta.

Oí los gruñidos antes de que dos Bane mayores se abalanzaran fuera de la celda. El primero chocó contra Connor y soltó un aullido cuando un puñal se clavó entre sus costillas. Ethan disparó dos flechas que fueron a clavarse en el pecho del segundo lobo, que golpeó contra el suelo, aullando pero aún de pie y se giró, dispuesto a lanzarse al ataque. Mason arremetió contra el Bane herido. Rodaron por el suelo formando una maraña de dientes y garras. Nev corrió a ayudar a Mason y Ethan entró en la celda.

—Ve con él, Cala —ordenó Monroe—. Si tus compañeros de manada están dentro, tendrás que convencerlos de que somos aliados.

Asentí y me deslicé dentro de la celda. Ethan mantenía la vista clavada en un tercer Bane, agazapado ante una figura flácida junto a una pared. Vi los cabellos oscuros, la curva de las extremidades delgadas apenas cubiertas por los jirones de un vestido: Sabine. Se Me heló la sangre. ¿Estaba muerta?

—¿Cala? —me volví al oír que me llamaban y creí que me estallaría el corazón. Bryn me contemplaba con una expresión incrédula. Estaba encadenada a la pared, como lo habían estado Mason y Nev. Tenía el rostro demacrado y su vestido estaba casi tan hecho jirones como el de Sabine. Se me hizo un nudo en la garganta al comprender que aún llevaban los vestidos de fiesta de la noche de la unión… o lo que quedaba de ellos.

Solté un aullido, pero cuando me disponía a acercarme a ella, la voz de Ethan me detuvo.

—Apártate de esa chica, por tu propio bien —dijo, apuntando al Bane que gruñía, agazapado delante de Sabine.

El lobo aplastó las orejas contra la cabeza y no desprendió la vista de Ethan. Se inclinó sobre Sabine con los colmillos pegados a su garganta. Percibí el placer vicioso que se confundía con su gruñido bajo e incesante.

Sabine soltó un gemido suave y abrió los ojos. El alivio de comprobar que seguía viva se trocó en espanto cuando el Bane bajó el morro y rodeó el cuello de Sabine con los dientes.

Other books

A Crafty Christmas by Mollie Cox Bryan
Beautiful Sacrifice by Elizabeth Lowell
Mesmeris by K E Coles
Forever Yours by Rita Bradshaw
Grandes esperanzas by Charles Dickens
Summertime Dream by Babette James
Under the Same Blue Sky by Pamela Schoenewaldt
As Tears Go By by Lydia Michaels