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Authors: Jeff Carlson

Tags: #Thriller, #Aventuras, #Ciencia Ficcion

La Plaga (18 page)

BOOK: La Plaga
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La sangre serpenteaba en el polvo que cubría un lado del rostro de Sawyer, un polvo salpicado por fibras verdes de la capucha. Pero parecía más desconcertado que gravemente herido. Lo peor eran los dos agujeros de la sien. Cam vio un hueso o tendón en el fondo de aquellos pequeños agujeros. Al parecer la descarga de la escopeta sólo le había rozado. Cam supuso que Sawyer estaba en el límite del alcance del arma. Waxman había disparado seguramente desde el lugar donde se acababa el bloque. La carga de perdigones se había dispersado y debilitado, por eso la nube de polvo era tan grande y la parte superior del cráneo de Sawyer no estaba hecha picadillo.

Cam sacó su pistola y disparó dos veces hacia el otro lado de la calle, enfrente. Debería bastar para impedir que avanzaran hacia ellos.

La escopeta volvió a tronar, luego el rifle, dos veces.

Se oyeron más disparos más allá, Cam giró la cabeza tan rápido como le permitían sus dolores, al tiempo que se preguntaba si Bacchetti intentaba perseguir al otro grupo para que se retiraran. El tiempo se había vuelto elástico. Temía haber perdido muchos minutos, pero Bacchetti estaba justo detrás, encima de Erin, con el revólver en la mano.

Sawyer le había dado el revólver del calibre 38, pero Cam sospechaba que estaba descargado. Sabía que Sawyer no compartía su fe en el hombretón.

El nuevo tiroteo tuvo un ritmo extraño, metódico, controlado, no fue un frenesí de ataque y defensa. Los disparos de pistola que se mezclaban con otros sonidos, metal que resonaba, estallidos leves.

—¡Price! —Sabía lo que estaban haciendo—. ¡Price!

Disparó de nuevo al otro lado de la calle, incapaz de detenerlos. Ni siquiera podía asomarse a la esquina.

Era obvio que el otro grupo había encontrado un vehículo que funcionaba. Estaban listos para marcharse y estaban inutilizando otros vehículos, agujereando los radiadores y reventando los neumáticos.

—Dime dónde podemos encontrar tu laboratorio —dijo, mientras le limpiaba las heridas a Sawyer.

Ya no tenía miedo de que Waxman o cualquier otro los atacara. Vació la mayor parte de la cantimplora en la cabeza de Sawyer y se la frotó con los dedos mientras Sawyer se estremecía. Luego se arriesgó a dar tres sorbos rápidos. Cada sorbo era de una dulzura increíble. Y casi seguro empapado en veneno. Los nanos inertes que llevaba en el estómago pronto despertarían, pero el olor de aquella agua sucia era demasiado tentador para negarse.

—Dímelo —dijo, poniendo mucho cuidado en el tono que utilizó.

Si ocurría algo más, si Sawyer no salía adelante, por lo menos les indicaría a los de Colorado qué hacer. En el laboratorio habría ordenadores, archivos, algo. Los programas de radio suplicaban a los supervivientes del Oeste que aportaran pistas.

—Para salvarnos —dijo—. Tienes que hacerlo.

Los ojos castaños de Sawyer seguían tan inexpresivos y vigilantes como los espejos de sus gafas.

—Creo que no.

—¡Por Dios, te ayudaré! ¡Te lo juro por Dios!

El incendio de los talleres de la concesionaria de autopistas se propagó rápido. Un grasiento humo negro ascendió en dos columnas gruesas, y Cam oyó que el fuego crepitaba como entre risas mientras ellos huían cojeando. Los tanques de combustible explotaron en un despliegue de estallidos que se extendieron por las paredes del valle y resonaron en cada centímetro que había entre la tierra y el cielo de la tarde.

Echaron a andar.

Caminaban separados, Sawyer daba grandes zancadas para ir delante, y Cam se martirizaba con la pregunta. «Dime dónde podemos encontrar tu laboratorio.» Si su pensamiento no estuviera tan fragmentado, lo habría preguntado antes. Debería de haber sido lo primero que saliera por su boca tras la confesión de Sawyer.

El hecho de dejar a Erin para echar una mano a Sawyer con el cuerpo de Nielsen y quitarle la capucha amarilla y las gafas baratas, era un ejemplo perfecto de en qué se habían convertido. Él la miró en ese momento. Las gafas de Erin era unas Smiths de buena calidad, luego pensó en ir a ver a Doug Silverstein y ver si su equipo era mejor.

No muy lejos, por detrás, el fuego de los vehículos que se propagaba por los bloques como un gigante que se abriera camino a patadas en la ciudad. Se vieron obligados a ir hacia el oeste y luego cortar hacia el norte de nuevo, por delante del desastre.

Fuera del centro de Woodcreek, el terreno ascendía en una pendiente y los pinos se cernían sobre la carretera de gravilla. Las casas allí eran pequeñas, antiguas y cómodas. Pasaron al lado de un todoterreno grande metido debajo de un cobertizo, luego ante un 4Runner y un Sedán aparcados junto a unas casas. Luego dejaron la carretera y se abrieron paso por el jardín de alguien, lleno de hierbajos. Podrían haber buscado llaves, arrancado un coche, pero ¿luego qué? ¿Rodear el incendio sólo para dar alcance a Price?

Hollywood había cruzado a pie. Les había dicho que la ruta 47 no era buena. Meterse en un coche era un truco, una trampa. Tarde o temprano Price y los demás se verían obligados a abandonar su vehículo y deshacer el camino a pie.

El rifle pesaba demasiado, Cam se quedó con la pistola.

La parte norte del valle, de cara al sol, tenía más plantas y árboles que la montaña que acababan de descender a pie, y la exuberante vegetación primaveral evitaría que el fuego los persiguiera. Por lo menos estaban a salvo de aquel peligro.

Treparon.

Treparon, y el gigante rugía tras ellos. Cam se animó al oír la explosión de un tanque de propano. A partir de entonces se dejó llevar. Estiró el brazo hacia donde la tierra se recortaba en el cielo infinito. En la cima había otras personas, vigilándolo. Si el grupo de Hollywood no había oído los disparos, algo poco probable, las explosiones hablarían por sí solas. El humo sería visible a ochenta kilómetros.

Subían hacia su sentencia.

Ascendían con los músculos hinchados y los pies rotos. Sus cuerpos procesaban ácido láctico e hidratos de carbono.

Salieron de la arboleda y entraron en un prado marrón. De pronto la tierra se elevó en forma de capas oscuras y onduladas. Miles y miles de saltamontes. Los cuatro retrocedieron, acribillados por cuerpos diminutos que los golpeaban, y Erin se desplomó, encogida y agarrándose las tripas. Eso la había destrozado. Se desangró en un santiamén, fue una sopa terrible que empapó sus pantalones.

En cierto modo fue una bendición, pero, como Silverstein, como Manny, conservaba un suspiro de vida incluso después de aquel golpe devastador. Levantó la mirada hacia Cam mientras le quitaba las gafas, con los ojos azules como gemas, abiertos de par en par, confusos.

Él le quitó los bichos de la cara y el pelo. No se podía hacer nada más. Pensó en besarla, pero entonces le salió espuma sangrienta por la boca.

Ascendían y la montaña era eterna. Subían como borrachos, alejándose de los árboles, chocando entre sí. Pasaron ante una cantimplora vacía y Cam avanzó unos diez metros antes de darse cuenta de que él iba delante. Se tambaleó y casi se cayó al alzar la vista del suelo.

Había alguien delante de ellos.

Cam se llevó la mano al ancho bolsillo del pecho, a la pistola. Se volvió hacia donde se ponía el sol. Sawyer se acercaba dando tumbos por detrás y se rascaba la capucha amarilla con su guante negro. ¿Habían ascendido lo suficiente para volver a encontrarse con Price? Tal vez. Quizás estaban ya casi en la cima, no lo sabían, sólo habían intentado situarse en el mapa dos veces desde que habían huido de Woodcreek... no. Estaba claro que faltaba poco para la cima. Era difícil saber cuánto más, pero Price no se habría cruzado en su camino tan pronto a menos que hubiera cruzado la montaña en línea recta.

Tendrían que haber sido buenas noticias. No iban a sorprender a nadie con los resuellos de Bacchetti y el eco de sus pasos resonando entre las piedras amontonadas, y no podían permitirse buscar una ruta distinta para evitar una emboscada. Un tullido podría dispararles con un arma y dejarlos lisiados también a ellos.

Tenía que ser Hollywood, así que iban por buen camino. Buenas noticias.

Sin embargo, Cam ya no creía en las buenas noticias.

Siguieron subiendo por un revoltijo de rocas del tamaño de un coche, Cam iba delante, probando los pasos. En lo alto de un talud, mantuvo el brazo que le escocía estirado hacia abajo para que Sawyer lo utilizara como una cuerda.

Ascendían demasiado despacio.

Sawyer se dejó caer al suelo y se dio un golpe en la sien. Si se hubiera limpiado y vendado las heridas se podría haber reducido la infección, pero de todos modos los nanos estaban en su interior.

Cam se inclinó y logró hablar.

—Dime dónde.

Sawyer sacudió la cabeza como un perro se sacude las moscas. Cam no estaba seguro de que fuera una respuesta.

—Dímelo, hijo de puta.

Sawyer levantó un guante destrozado. Fue su única respuesta. Se quedaron ahí, jadeando, hasta que Cam lo ayudó a levantarse.

Continuaron el ascenso, y Bacchetti les siguió el paso durante casi trescientos metros a gatas, con convulsiones y asfixiado. Cam miró atrás demasiadas veces. Aquel hombre probablemente no se salvaría ni con su ayuda. Pero jamás lo sabrían. Cam decidió quedarse con Sawyer.

El sol se ponía ya muy por debajo de ellos.

A aquella altura, a las mañanas primaverales les seguían atardeceres repentinos, y la tenue luz se había desplazado hacia el oeste. Pronto todo quedaría oculto tras una cresta.

Ascendían y se les nublaba la vista a medida que se acercaba el anochecer. Treparon por un campo de nieve sucia. Encontraron los primeros hielos. Cam sabía que aquello significaba algo. Rodeado de estrellas, con la conciencia atravesada por duros puntitos blancos, no se dio cuenta de que volvían a ser tres hasta que tropezó con una silueta y, al intentar levantar a Sawyer, el contorno del cuerpo le pareció desconocido.

Hollywood se había hecho heridas en la cara rascándose antes de perder el conocimiento, tal vez en un intento de permanecer despierto. A la luz de las estrellas la sangre era negra y viscosa, y dejaban entrever los dibujos que había trazado el sarpullido de su rostro.

—Eh —susurró Cam—. Eh, levanta.

Casi habían llegado, estaba seguro. En aquel lado del valle, la nieve se mantenía sólo en las cotas más altas. El sol había derretido el resto, y aquel paisaje lunar era el mismo que en casa. Casi habían llegado.

Hollywood había ganado. Había superado, por dos veces, una extenuante odisea que ellos ni siquiera habrían emprendido sin su ejemplo, y no cabía duda de que todo hubiera ido mejor y más rápido si fueran mejores personas. Si no hubieran discutido, mentido, asesinado.

Aquel joven merecía su ayuda más que nadie.

—Sawyer —dijo Cam, y miró a su alrededor—. Eh.

Sawyer ya estaba a su lado, dando golpecitos en el suelo, de rodillas. Pasó por el lado de Cam dando tumbos y metió una piedra entre los dientes de Hollywood.

El chico abrió los ojos de par en par, que desprendían brillantes destellos en la oscuridad.

—¡Arrrg! ¡Arg!

Cam gritó también y se interpuso.

—Para...

—Se cayó. Se cayó y se dio un golpe en la cabeza, pero cargamos con él en la subida. Cargamos con él durante todo el camino.

—¡Podríamos haberlo hecho! ¡Podríamos haberlo hecho!

Sawyer lanzó un bufido.

—Tenemos que hacerlo. Ser los buenos, por si Price sale vivo de ésta. Es su palabra contra la nuestra, y nosotros somos los buenos. Cargamos con su amigo.

—Podríamos haberlo hecho. Dios, podríamos haberlo hecho.

—Price quería hacerse con el control de la situación. Acuérdate. Eso es lo que tenemos que decirles. Price reunió todas esas armas y planeó tomar el control.

Llegaron a la barrera. Ascendieron con Hollywood en el medio, agonizando o ya muerto, la sangre le empapaba la parte delantera de su anorak. Luego, fue como si chocaran con un muro invisible.

El dolor no se desvanecía como por milagro. Se había desintegrado demasiado tejido, les habían invadido muchos nanos.

Cam lanzó un chillido y dio un golpe en el suelo, sin ser consciente del impacto. Sabía que la transición sería horrible. Pero nunca había sufrido una infección tan profunda.

Se retorció en el suelo como un manojo de nervios obstruido por un grueso músculo inerte. Se le formaban coágulos y manchas por las plantas de los pies, se expandían, se acumulaban en franjas de ampollas. Seguía subiendo, pero Hollywood pesaba mucho, le estorbaba el pie, y la pierna mala parecía tirar de él como una correa. No conocía su situación. No se percató de que se había detenido. Intentaba ascender, siempre lo hacía, y volvió a gritar cuando su propia sangre lo abrasó de la cabeza a los pies.

Sawyer se acercó. Se revolvía con el mismo frenesí animal, aunque no profería más que algún resoplido sofocado.

Las voces que contestaron a Cam procedían de arriba.

Nunca adivinaría cuánto tardaron los pasos y los haces de luz en alcanzarlo. Lo suficiente para que lo invadiera de nuevo aquella agonía de quemaduras y dolores. Lo bastante para preocuparse por si se trataba de Jim Price, por si había llegado antes y ahora los fueran a matar a los dos.

Lo bastante para preguntarse si tenía alguna importancia.

Sawyer aún sufría un fuerte ataque, rechinaba los dientes, y sacudía la cabeza contra el suelo.

Los desconocidos descendieron juntos en una aureola de luz, y los haces cortantes se clavaron en Cam y recorrieron su tembloroso cuerpo. Las figuras altas retrocedieron. Murmuraron entre ellos, rápido, con sonidos guturales, extraños. Luego se separaron y lo rodearon. Vio el mango de un bate de béisbol, el brillo de un hacha...

Al darse cuenta recuperó la lucidez.

El miedo de Sawyer era fundado, como tantas otras cosas. Allí la situación no era menos desesperada que en la otra cima. Aquella gente había enviado a Hollywood al otro lado para que volviera con comida. Su extraño entusiasmo, las ansias y promesas, todo tenía sentido. Buscaban ganado.

Merecían aquel destino, pero Cam habló sin fuerzas a las sombras sin rostro.

—Esperad. Yo...

Entonces la vacía oscuridad del valle lo envolvió y le nubló la mente antes de poder decir que dejaran a Sawyer con vida.

14

Las vibraciones sónicas de la lanzadera producían un ruido que parecían los retumbos de un gran cañón. La
Endeavour
se movía con suficiente rapidez para empujar el aire con el morro y sus alas, y emitió dos ondas de impacto en el cielo de Colorado.

BOOK: La Plaga
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