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Authors: Jeff Carlson

Tags: #Thriller, #Aventuras, #Ciencia Ficcion

La Plaga (24 page)

BOOK: La Plaga
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Ruth fue cortante.

—Hablas como Kendricks.

—¿Te ha ido a ver? Lo iba diciendo. Pensaba que tal vez lo había convencido de que yo te tenía a raya, pero mierda, Ruth, allí arriba no causaste más que problemas, protestabas, siempre discutías. Y durante el último mes cada vez eras peor.

—Mantenerme ahí arriba era una pérdida de tiempo.

—No eres lo único importante.

Cuatro soldados salieron corriendo hacia ellos. James paró la silla y una amarga frustración recorrió los pensamientos de Ruth como un calambre. Se sentía impotente en tantos sentidos, física y mentalmente...

Los hombres esquivaron su silla de ruedas y continuaron su camino.

James volvió a empujar la silla. Ruth deseaba poder verle la cara, pero era como en los viejos tiempos, sólo una voz en el oído. Dijo:

—Mejor no te enfrentes con Kendricks.

—No, no lo haré. Apenas sabía quién era hasta que vino a soltarme el rollo.

—Este invierno hubo casos de canibalismo en algunas de las minas.

Lo dijo sin cambiar el tono suave de reprimenda, y Ruth agarró la rueda con la mano. Sintió una punzada de dolor como un latigazo. James tropezó. Ruth estiró el cuello y se volvió.

—Sí —dijo él—. No son sólo rumores. Hay pruebas de que ocurrió a gran escala.

Ruth intentó prever adónde se dirigía él. El hábito de analizar era, como siempre, más reconfortante que enfrentarse a sus propias reacciones emocionales.

Los militares y las reservas de la FEMA —la agencia federal que se ocupaba de las emergencias—, las miles de reses arreadas hasta las alturas, los esfuerzos por hurgar en la basura en busca de comida por debajo de la barrera, todo eso debería haber sido suficiente para alimentar a unas setecientas mil personas.

—Guardaron la mayoría de la comida desde el principio —dijo ella.

James empezó a empujarla de nuevo.

—La decisión es comprensible. El consejo quería asegurarse de que quedaran personas vivas en la fase final.

Ruth meneó la cabeza. Era un fenómeno muy humano convertir un miedo en una realidad con acciones que pretendían ser preventivas. Habían creado un problema que podría no haber surgido durante años, si es que surgía. Nunca había existido mucha vida allí arriba, hierbas, arbustos, roedores, pájaros, algunos alces, y al cortar los suministros habían provocado una rebelión. Sin duda había empezado poco a poco, con ladrones y acaparadores.

—¿Cuándo se organizó la oposición? —preguntó ella.

—Ruth, escucha.

El tono de amonestación, de paciencia cansada y paternal, la hizo reflexionar sobre sí misma. No tenía que demostrarle nada a James.

—El consejo estuvo repartiendo algo de comida —explicó—. Era una dieta ínfima, pero suficiente para mantener a la gente a la espera, dependientes, aunque casi nada llegaba a la parte más alta de los cañones.

Ella sabía que algunas de las minas más grandes estaban a más de siete kilómetros al este de Leadville, encajadas entre barrancos y cimas.

James suspiró y emitió un sonido que ella interpretó como el equivalente verbal a encogerse de hombros.

—En realidad, no sé si podrían haber hecho otra cosa, aparte de utilizar helicópteros para llevar suministros tan lejos. Es una situación terrible.

Era criminal, un asesinato, pero Ruth no dijo nada. Tenía razón, y en parte lo habían hecho para proteger los laboratorios.

El camino se bifurcó, y James decidió retroceder hacia el edificio principal y evitar una camioneta con una cubierta de lona.

—Siempre ha habido asaltantes —continuó—, chicos con rifles de caza, nada que pudiera hacer frente a las tropas militares, sobre todo porque el ejército recibía alimento todos los días.

A Ruth le salieron las palabras en un susurro:

—¿Qué hicieron?

—Estamos bajo la ley marcial. Ha sido así desde el principio. No en todas partes había una presencia militar sólida. —Profirió aquel sonido de resignación de nuevo—. El otoño pasado eso cambió. Enviaron un tercio de las tropas aquí, y establecieron guarniciones en puntos clave.

Querían control, orden, y calmaron la situación local deshaciéndose de miles de estómagos hambrientos.

—Salió mal —dijo James—. Las primeras nevadas cayeron pronto, y muchas de aquellas unidades quedaron atrapadas. Se pararon los esfuerzos por buscar comida. La cadena de mando ya era un caos, con diferentes grupos por todo el país, distintas ramas militares... El primer disidente fue la meseta del río White, en diciembre, y el paso Loveland se desentendió en febrero. Declararon la independencia y luego se hicieron con los pueblos y ciudades más próximos por debajo de la barrera.

Ruth cerró los ojos, pero era inútil negarlo, y los abrió enseguida. Las emociones que sentía ahora en su interior eran como aquel sueño de los tornados y su caída.

Él paró la silla junto a dos cobertizos de aluminio, el más cercano camuflado con falsa hiedra. Enfrente había una tienda amplia. Fuera había sentados media docena de soldados, sin hacer nada, sin jugar a las cartas ni lanzarse una pelota, simplemente descansaban allí en el suelo. Un hombre murmuró algo y los demás se volvieron para mirar.

James se arrodilló y señaló la planta superior del instituto, como si estuvieran comentando los laboratorios del interior. Así era su vida ahora, la de los dos. Ella siempre estaría fingiendo.

—No es una guerra —dijo él—. Nadie tiene recursos, y estamos demasiado lejos.

La región que Ruth llamaba Colorado en realidad se extendía por lo que habían sido varios estados del Oeste, a lo largo de la columna vertebral que formaba la línea continental. La separaban de las Montañas Rocosas de Canadá los amplios espacios de Montana, que ascendían hacia el sur, hasta Arizona y Nuevo México antes de caer al desierto. Gran parte de aquella remota línea de islas estaba separada por valles poco profundos que descendían durante decenas de kilómetros, pero Leadville se hallaba en el centro de la mayor masa de zona habitable.

La meseta del río White era una entidad independiente entre Leadville y las alturas de Utah. Ruth no entendía en qué podían cambiar las cosas si habían decidido convertirse en un pequeño reino. Por otra parte, el paso de Loveland se encontraba a sólo sesenta kilómetros al norte.

Por eso habían construido aquel muro en el extremo de la ciudad.

—De momento se dedican sobre todo al hostigamiento —dijo James—, patrullas y grupos de búsqueda de comida que se persiguen unos a otros. Pero en este estado había antes algunas enormes bases militares... a nadie le faltan armas. Los disidentes han armado a los refugiados y les han animado a derrocar al gobierno.

Gus debía de saberlo. Tenía que haberlo oído, vivía para sus transmisiones de radio, pero le había ocultado la verdad. ¿Por qué? ¿Por orden de quién? Ella siempre compartía todo lo que sabía de los laboratorios... y casi seguro que Gus había informado de la indiscreción de Ruth a Leadville...

También le dolía que James asumiera semejantes riesgos por ella.

La voz de James era baja e implacable.

—Por desgracia no se puede amurallar sin más una zona de estas dimensiones, sobre todo porque la gente necesita salir y entrar de las granjas. Las minas más próximas ahora son barracones militares, y han ido acumulando coches, tendiendo cables y apostando armas. Y colgando a gente.

—¡Doctora Hollister! —Un soldado de pelo negro salió agachado de la gran tienda. Uno de los hombres sentados enfrente debía de haber informado a los de dentro. Ruth creyó reconocerlo como parte de su escolta—. Señor, no debería estar tan cerca del perímetro.

James le dedicó una sonrisa.

—La doctora Goldman aún se está adaptando a la altura, necesitaba un poco de aire fresco.

El soldado la miró, luego a uno y otro lado. Era obvio que buscaba a un oficial. Había movido la mano hacia la clavícula como para agarrar la correa de un rifle que colgara de su hombro, aunque sólo iba armado con una pistola en la cadera.

—Volvamos —dijo James.

—¡El sol me hace daño en los ojos! —soltó Ruth demasiado alto, la sangre le hervía.

El hombre los vio irse, con la mano aún en el hombro.

James no se dio prisa.

—Mira, creo que, en parte, Kendricks votó por bajarte porque le vendí la idea de que, al tenerte bajo la autoridad directa del consejo, en vez de escondida bajo el paraguas de la NASA, mejoraría su posición. Por eso es tan importante que no fuerces las cosas. Si la heroína espacial va diciendo por ahí el pésimo trabajo que ha hecho todo el mundo, él sufrirá las consecuencias.

De nuevo, sintió un regusto de amargura en la garganta.

—¿Entonces por qué no me dejaron ahí arriba para siempre?

—No se trataba de ti, Ruth. Nunca se trató de ti.

¿De verdad podía ser que sólo quisieran sus aparatos? Sabía que habían perdido la mayor parte de sus equipos cuando la plaga se disparó dentro del NORAD, fue el caos absoluto...

—Evacuaron la estación espacial por Ulinov —dijo James.

«Basta.» Ya había oído suficiente. Ruth cerró los ojos.

—Eso no tiene sentido.

—Mierda. Esperaba que supieras por qué.

—¿Saber qué?

—Tengo contactos, pero no estoy dentro. Sólo oigo cosas. —James detuvo la silla, se inclinó y volvió a hacer la farsa de señalar el edificio—. Se rumorea que le necesitan para negociaciones en el más alto nivel con los rusos, porque los chinos se están movilizando.

Antes de que la plaga afectara a Asia, China había invadido y ocupado gran parte de la zona del Himalaya. Ya tenían un punto de apoyo en el Tibet, por supuesto, y ascendieron por aquella zona como una plaga humana. Entonces dejaron de comunicarse con el mundo.

James se volvió para verla, luego lanzó una mirada hacia atrás.

—La India ha hecho demasiado trabajo para encontrar cómo detener a los nanos para olvidarse de ellos sin más, pero no hay manera de que puedan contener a los chinos solos. A menos que utilicen armas nucleares.

Incluso entonces, en una situación extrema, nadie quería dar ese paso. Nadie podía permitirse contaminar los escasos fragmentos de tierra que quedaban por encima del mar invisible de nanos.

—Dicen que la India ha accedido a un trato de compra a cambio de protección, y los rusos están en apuros. Han sido prácticamente expulsados de las montañas del Cáucaso y Afganistán. —James se levantó y se colocó detrás de la silla. El comandante Hernández se dirigía hacia ellos, sin duda tras el aviso del soldado de pelo negro.

Ruth saludó y sonrió.

—Dicen que aviones norteamericanos van a transportar a los rusos para que puedan frenar a los chinos.

19

—Van a enviar otro equipo de búsqueda a California —anunció Aiko, al tiempo que apoyaba la cadera y ambas manos en el escritorio, demasiado cerca de Ruth.

Ruth se reclinó en la silla.

—¿Dónde has oído eso?

—En todas partes. Va en serio. Y esta vez algunos de nosotros tenemos que ir con los soldados, ahora mismo están decidiendo quién.

Aiko Maekawa era una chismosa, hablaba en voz baja pero no paraba. Timberline era una fuente de rumores incomparable, Ruth suponía que había demasiadas mentes privilegiadas, todas entrenadas para lanzar hipótesis, y Aiko parecía enorgullecerse de ser uno de los principales vectores de información. Eso le permitía ser la primera, la que revelaba los secretos a todos los que se le acercaban. Era bien sabido que no estaba aportando mucho al desarrollo del NAN.

Aquella chica era muy brillante, incansable y hábil, y había perdido la cabeza cuando meses atrás sus padres y dos hermanas no lograron salir de Manhattan.

Ésos eran los trapos sucios de Aiko.

Era la mañana del octavo día de Ruth en los laboratorios. Por lo general se limitaba a asentir y dejaba que Aiko le hablara. Cualquier comentario sólo prolongaba el asedio, porque Aiko confundía el estar atento con el consentimiento, disfrutaba repitiendo lo más destacado de cada historia... y a Ruth no le parecía una actitud inteligente ir hablando más de la cuenta por ahí.

Los laboratorios estaban repletos de aparatos de escucha.

La mayor parte de lo que Aiko tenía que decir era inofensivo: Ted sentía algo por Trish, que estaba casada; las cebollas que llevaba la pasta del día anterior eran frescas, de debajo de la barrera, etc. Aun así a Ruth le molestaba la distracción.

Los laboratorios provisionales ya eran un caos, estaban saturados, todas las superficies atestadas de equipo, ordenadores PC y Mac, amontonados, todo de acero, cromo y plástico.

En el espacio despejado ante Ruth destacaba un instrumento óptico multifuncional con una campana de atmósfera. Aquellas fundas de cristal estaban diseñadas para experimentos en entornos gaseosos, pero ahora estaban conectadas a un sencillo compresor de aire. También contenía una unidad de calentamiento de fluidos.

Estaba sentada a pocos centímetros de unos nanos vivos y activos.

—Sabes lo que le ocurrió a la última misión, ¿verdad? —Aiko miró al otro lado del laboratorio, a Vernon Cruise, para asegurarse de que no estaba escuchando con disimulo. Aquel día Aiko iba a seguir con su chisme todo lo que pudiera.

—Se quedaron sin aire y apenas pisaron el suelo —dijo Ruth, con la esperanza de evitar un relato morboso.

La idea era dura, pero sospechaba que el amor de Aiko por las noticias exclusivas procedía en parte de su belleza. Las chicas guapas crecían de forma distinta a los demás. La adoración que despertaban tenía un efecto diferente en su formación, convertía a muchas de ellas en engreídas. Aiko era bastante desagradable en eso, siempre intentaba ponerse por encima de su víctima, fuera hombre o mujer.

Ruth parecía una almohada blanca con el traje de laboratorio arrugado, no se le distinguían los pechos y sólo se le insinuaba la cadera. Aiko era demasiado delgada para enseñar nada tampoco, pero tenía el cuello largo y esculpido, la piel del color de la almendra y los ojos oscuros y exóticos. La doctora Deb no podía competir con ella.

—Por lo menos tienen que ir dos de nosotros —dijo Aiko—. Esta semana sin falta, lo antes posible.

—¿Qué ha pasado? —preguntó Ruth, muy a su pesar—. Quiero decir, ¿por qué ahora? —Tal vez los equipos del FBI habían revisado los registros y localizado una nueva ubicación.

—Algo huele mal ya en el equipo de parásitos —continuó Aiko, que dosificaba la información—. Tienen la certeza de que algunos de sus miembros serán elegidos porque son los que van más retrasados.

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