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Authors: Luis Spota

Tags: #Drama

La plaza (27 page)

BOOK: La plaza
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—La ‘supuesta subversión’ como usted la llama, sólo exigía, como repetidamente se dijo, se gritó, se escribió, la observancia estricta de la Constitución…

—Sí, de una Constitución violada frecuentemente con sus desmanes por quienes demandaban su aplicación al pie de la letra… Como les decía, aparte de esos teorizantes ingenuos o idealistas furiosos, acuden a la subversión, y México 68 es un ejemplo, los intereses ajenos al pueblo de que se trate, que aprovechan los primeros, los alientan, les proporcionan ideas, ‘inspiración’, dinero y ánimo, para inducirlos al coup d’état…

—¿AI qué?

—Al golpe de estado, al gorilazo. Me parece que esto fue lo que se pretendió que sucediera aquí. La subversión estudiantil tuvo todas las oportunidades para progresar si hubiera respondido a los anhelos del pueblo.

—El pueblo sí estuvo con los estudiantes, señor. (VOCES:


Bueno, en realidad, estar, estar, no estuvo.

—El pueblo de Méxicosehavueitoapático. Lascosaspolíticasnoleinteresan. Lohan engañadotanto…

—Estoy de acuerdo. El llamado hombre de la calle, la base ciudadana, habla siempre mal del PRI pero en las elecciones vota invariablemente por su candidatos.


Es que el PRI sí sabe cómo lanzarlos. Escoge gente popular: locutores, artistas, tipos que uno conoce…)
.

—Señores: evitemos los diálogos particulares. Analizábamos el problema de la subversión.

—Sí, en eso estábamos… ¿No les parece raro que uno de los cuatro líderes visibles del Movimiento sea calificado de ‘agente de la CIA’, de traidor y delator, en cuanto acepta que el dinero que mantenía vivo al Movimiento, a las cabezas del Consejo, provenía de amargados políticos de tercera clase? ¿No es lógico sospechar que esa ‘confesión’ fue hecha para proteger al / a los verdaderos financiadores del Movimiento… a la agencia que aportó el oro, aunque no la inteligencia?

—Tlatelolco, ¿qué fue? ¿Va a negar que hubo un Tlatelolco? ¿Tratará de hacernos dudar también de las cosas que ocurrieron en la Plaza?

—Tlatelolco fue, en mi opinión, la gran trampa en la que cayó todo el país.

—¿Significa eso, señor, que el Gobierno armó una trampa?

—No he dicho eso. He dicho que fue una trampa, no que el Gobierno la haya tendido.

—¿Quién, si no él?

—Los organizadores del motín que empezó en julio. Ésos.

—Es un argumento insostenible, como la mayoría de los que nos ha expuesto.

—¿Por qué insostenible?

—Porque quiere hacernos creer que no fue el Gobierno el promotor de la matanza.

—Estoy seguro de que no lo fue.

—Soldados, agentes, helicópteros, toda esa maquinaria de guerra que atacó al pueblo, ¿fueron o no del Gobierno? ¿O los mandó la CIA? ¿o el Partido Comunista, o el Papa, o quién?

—No es necesario que grite…

—Calmémonos todos por favor.

—Perdón, pero hay cosas que indignan y lo que este cabrón acaba de decir: ‘El Gobierno no fue el promotor de Tlatelolco’, es una de ellas.

—Trataré, si me permiten hablar, de explicarme… de exponer mis razones.

—Tendrán que ser muy buenas, amigo.

—Espero que así les parezcan… Veamos: entre e! 22 de julio y el 2 de octubre, los provocadores…

—Ya cambie de disco, ¿quiere?

—… los provocadores sean de derecha o de izquierda, nacionales o extranjeros (en una palabra: los provocadores), no han logrado lo que se habían propuesto, o lo han logrado sólo a medias: desarticular al país, sabotear sus Juegos, comprometer a la clase media en el Movimiento. No habían logrado tampoco producir cadáveres.

—La clase media estuvo presente. ¿No pertenecen a ella los universitarios, los politécnicos?

—Déjenlo que hable. No lo interrumpan.

—Gracias… La gran mayoría de personas maduras, adultas, sensatas se mantuvo al margen del problema. Participó en él sólo como víctima; esa mayoría sufrió las vejaciones, los efectos del secuestro de autobuses, la exacción de los que pedían dinero dizque para sostener al Consejo Nacional de Huelga.

—¿Qué insinúa usted? ¿Qué ese dinero no…?

—Shhh… Que siga hablando.

—Esas grandes mayorías se marginaron porque se daban cuenta de que el Movimiento no tenía banderas razonables; vaya, ni siquiera banderas racionales… Todo era confuso, caótico, contradictorio en él.

—Sería cuestión de discutir eso.

—Sí, señor, pero creo que éste no es el momento. Estoy tratando de explicar Tlatelolco,
la noche lamentable.

—Y que lo diga…

—El Movimiento se iba debilitando. Acabo de leer un libro, escrito por uno de los líderes del Consejo, Dice en él que el Consejo, sus dirigentes, estaban preocupados porque «no pasaba nada»… porque no se les ocurría nada con qué mantener vivo algo que ya apestaba a muerto. La gente no había respondido, los muchachos se interesaban cada día menos. Los propios dirigentes acudían en escaso número a las asambleas del CNH. ¿No iban a tratar esos repetidos casos de ausentismo la noche que el ejército ocupó la Ciudad Universitaria?

—¿Qué tiene que ver todo ello con Tlatelolco? Hicimos preguntas concretas.

—Estoy concretando mi respuesta. Apoyándola en los antecedentes que la harán comprensible; que darán validez a los argumentos que expondré.

—Bien. Siga.

—Una agitación que muere por falta de oxígeno es una agitación fracasada. Las manifestaciones de la ‘época de oro’ del Movimiento languidecían, mostraban anemia, síntomas de decadencia. Era necesario un gran golpe, un ‘segundo aire’, un despliegue espectacular, algo, en fin, que hiciera ver que el Movimiento Estudiantil estaba ahí: todavía militante, poderoso, y entonces…

—Ahora va a insinuar que el Movimiento preparó su propio suicidio.

—El Movimiento, no, pero sí quienes lo utilizaban. Y no su suicidio, sino su asesinato.

—Será interesante oír cómo nos cuenta esa novela de cowboys.

—Recordemos, señores, lo que una italiana periodista, que sacó una nalga herida en Tlatelolco, dice: los estudiantes, los líderes, fueron a buscarla a su hotel para invitarla al mitin en la Plaza de las ‘Tres Culturas prometiéndole que vería ‘acción’. Muchos otros periodistas, italianos, franceses, norteamericanos, británicos, etc., que estaban en México para informar sobre los Juegos Olímpicos fueron también visitados por los caudillos e invitados a Tlatelolco. Incluso, como se publicó pues ellos lo afirmaron, el Movimiento les envió automóviles para que pudieran transportarse.

—¿Qué tiene eso de criticable? ¿puede censurarse al Movimiento Estudiantil por querer que los periodistas extranjeros conocieran el clima de represión en que vivía México en esos meses?

—Dice usted: ‘clima de represión en esos meses’. ¿Eso dice, verdad?

—Eso digo, sí.

—¿Cómo puede hablarse de ‘clima de represión’ cuando los líderes pueden ir de hotel en hotel, sin esconderse, invitando periodistas a Tlatelolco, prometiéndoles que la ‘cosa’ va a ponerse ‘buena’? Obviamente, señores, los organizadores de lo que habría de culminar en la matanza, sabían lo que traían entre manos y se disponían a ofrecer su gran espectáculo ante el mejor de los públicos: la prensa mundial.

—Muy seguro parece usted estar de lo que dice…

—No es cuestión de estar o no seguro; es cuestión de sentido común, de organizar las piezas del rompecabezas, de proceder con lógica, de atar un cabo con su correspondiente, y llegar así a una conclusión irrebatible…

—¿Qué es?

—Tlatelolco fue la celada en la que cayeron, como antes dije, el Gobierno y los estudiantes.

—Eso es lo más cínico que he oído decir. Ahora resulta que el ‘pobrecito’ del Gobierno fue emboscado en Tlatelolco.

—Permítanme, permítanme…

—Silencio, todos. Siga usted.

—Hay información fidedigna de que a muchísimos estudiantes se les pidió que llevaran armas al mitin de Tlatelolco.

—Se los pidió, ¿quién?

—Sus jefes inmediatos, los encargados de manejar las brigadas. ¿Para qué iban a llevar armas a un mitin supuestamente pacífico?

—Dígalo usted.

—No para hacer caricias, por supuesto. . . La mañana del 2 de ‘octubre de 1968, líderes del Consejo Nacional de Huelga y representantes del Gobierno celebraron una junta más. Esto no puede ser negado. En esa junta siguió buscándose una solución aceptable para las partes… Por la tarde, con toda la prensa del mundo reunida en la tribuna del Edificio Chihuahua, ocurre el mitin…

—Un momento, señor, no tan aprisa. ¿Cómo prueba usted que los líderes y el Gobierno estaban reunidos al mediodía de ese 2 de octubre?

—En el libro de memorias sobre el Movimiento Estudiantil que hace poco cité, encontrará usted el dato, la comprobación de lo que digo.

—Algo más, señor. Antes de contarnos lo que pasó en la Plaza, que ya lo sabemos, que ya lo sufrimos, sería conveniente que nos aclarara algunos otros puntos…

—¿Cuáles?

—El del Batallón Olimpia. ¿Fue o no formado para atacar a los estudiantes?

—No. El Batallón Olimpia fue creado antes del conflicto estudiantil y se le destinó a cumplir tareas de vigilancia especial durante los Juegos Olímpicos en la ciudad de México. El Batallón cuidaba las instalaciones deportivas y el orden dentro de éstas. Sólo por obra del azar participó en Tlatelolco.

—Otro punto que merece aclaración: ¿por qué se envió a sus miembros a que, vestidos de paisano, bloquearan las salidas de la Plaza?

—Por una muy simple razón: en todos los mítines siempre hubo agitadores, provocadores. ¡Los hubo dentro del Consejo! El Batallón Olimpia, con ropa civil, no despertaría sospechas, podría intervenir para mantener la calma entre los estudiantes en caso de que los agentes provocadores pretendieran romperla…

—Es una excusa muy endeble… tanto que cae por su propio peso, señor. El Batallón Olimpia fue mandado con premeditación, alevosía y ventaja a producir la masacre… Lo sabe usted, así que no se haga pendejo…

—Le exijo que no me hable de ese modo…

—Señores, calmados. Y no usen groserías. Siga usted…

—Como los que han hablado o escrito sobre Tlatelolco, ustedes sostienen la tesis de que el Gobierno quería «descabezar» al Movimiento y que por eso armó la trampa en la Plaza.

—¿No fue así?

—Claro que no… por estas razones: a la altura del 2 de octubre de 1968, el Movimiento estaba prácticamente desmedulado. Prueba: la escasa concurrencia, diez, quince mil gentes, muchas de ellas no estudiantes, en la Plaza: vecinos, niños, curiosos, etc. El Movimiento estaba, además, celebrando pláticas con el Gobierno, y no en público. Pláticas en privado, sin bombo publicitario. A sólo diez días de iniciarse los Juegos, el Movimiento había propuesto una llamada de tregua olímpica, que equivalía a un inicio elegante de retirada. El Movimiento prometía no estorbar la normal celebración de las competencias.

—Si usted lo dice…

—Así fue… Sean razonables, reflexionen, recuerden y tendrán que admitir que así ocurrían, entonces, las cosas… Es más: el Consejo se había reunido en el Edificio Chihuahua para notificar que no habría marcha al Politécnico, síntoma más que evidente de que el arreglo oficial Gobierno-Estudiantes estaba próximo…

—¿Por qué tal despliegue de tropas? ¿por qué tantos tanques y cinco mil soldados y helicópteros y asesinos de guante blanco?

—Inevitables, necesarias medidas de seguridad. Garantía de orden. El Gobierno sabía que una chispa, un grito, un disparo, podrían volver a encender esa tarde el fuego. Queríamos evitar que eso se produjera. Temíamos la provocación…

—El Gobierno fue el provocador. Eso hasta un ciego lo vio.

—Dígame, razonándolo, ¿por qué iba a ser el Gobierno el que provocara una matanza innecesaria que habrá de serle siempre reprochada? ¿ganaba algo, en vísperas de su Olimpiada, asesinando gente, poniéndose en plan de gobierno-de-un-país-de-buenos-salvajes-que-se-matan-a-balazos-sólo-porque la-vida-no-vale nada-y-son-muy-machos? ¿en qué podía beneficiar al Gobierno la sangre que se perdió? Si se buscaba proyectar una buena imagen, una imagen positiva de México hacia el mundo, ¿tenía caso mandar ametrallar a la multitud?

—Que precisamente fue lo que ocurrió.

—Pero no buscado por el Gobierno.

—¿Por quién, por quién, por quién?

—Por aquellos a quienes les importaba que el Gobierno se pusiera en evidencia: por esos a quienes se les escapaba la última oportunidad de provocar el drama… El de Tlatelolco iba a ser, era ya por acuerdo del Consejo, el último mitin. No habría más concentraciones de estudiante. Todos: Gobierno, líderes, base, pueblo, ciudad, país querían seguir viviendo en paz, ver los juegos. La marcha al Politécnico había sido suspendida. Caía el telón. Ahora o nunca habrán dicho los conspiradores.

—Eso suena a melodrama.

—Ahora o nunca y, cuando uno de los líderes del Consejo dice desde la tribuna que no habrá marcha y pide que cada quien se vaya en calma, y el jefe de la tropa se acerca, sin armas, con un megáfono a decir lo mismo, suena un balazo y el general cae… (VOCES:


Y alguien lanza las luces de bengala


Y los de guante blanco empiezan a disparar


Y llegan los soldados y atacan


Y el desastre se vuelve inevitable…)

—Ustedes lo están diciendo: así fue. Ése era el probable acto de provocación que se temía, el que debía impedir el Batallón Olimpia con su ropa de paisano y sus guantes blancos.

—Lo que usted dice es una enorme mentira.

—Cabe dentro de lo posible.

—Cabe, sí, pero me parece tan rebuscado…

—Es que Tlatelolco fue el resultado de una rebuscadísima conspiración…

—Que el propio Gobierno organizó.

—¿Para qué habría de organizarla, señora?

—Eso lo sabrán los que, como usted, eran entonces el Gobierno.

—No lo sé, no lo sabremos, quizá, nunca… Pero ocurrió Tlatelolco. La violencia, lo dije antes, se alimenta sola. Cuando las cosas estaban ya calmadas, liquidadas, ¡pum, un tiro…!

—Los soldados disparaban a matar, sin discriminar.

—No podría negarlo, así fue. Mas, ¿podría usted, siendo Presidente de la República, o Secretario de la Defensa Nacional, o Regente de la Ciudad, o Jefe de la Policía o Comandante de-esa fuerza militar; podría usted, digo, detener las balas, controlar a los que en la confusión agreden y son agredidos, atacan porque están siendo atacados…?

BOOK: La plaza
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