La puta de Babilonia (19 page)

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Authors: Fernando Vallejo

BOOK: La puta de Babilonia
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Un siglo después de la Palabra verdadera de Celso, el filósofo neoplatónico Porfirio escribió su libro Contra los cristianos, cuyas copias fueron sistemáticamente destruidas a partir del año 448 cuando los emperadores cristianos Teodosio II (de Oriente) y Valentiniano III (de Occidente) ordenaron de común acuerdo la destrucción de "todo escrito que pueda despertar la cólera divina y herir las almas", en cuyo caso estaba el libro de Porfirio, y por ambas razones. Más devastador para el cristianismo que el libro de Porfirio no ha habido otro. ¡Cuál Voltaire! Voltaire fue una mansa paloma. Nacido en el 232, Porfirio era por lo tanto un jovencito en el 248 cuando Orígenes escribió Contra Celso. Sabemos que estudió con el gran filósofo neoplatónico Plotino cuya biografía escribió, que oyó predicar a Orígenes, que desarrolló una verdadera animadversión por el cristianismo, que estudió la Biblia hebrea y los evangelios cristianos y que consideraba a éstos como unas obras sin valor literario ni profundidad filosófica y escritos en un griego de mercado. Al cristianismo lo veía como una enfermedad perniciosa que infectaba al imperio; a los evangelios como la obra de unos charlatanes; al llamado "príncipe de los apóstoles", o sea Pedro, como el más grande cobarde; y a Jesús como un criminal y un taumaturgo de segunda. Pero lo devastador de sus críticas no está en los calificativos (éstos al fin de cuentas los pone cualquier Fidel Castro) sino en algo más ingenioso por lo simple del recurso: tomar lo que dicen los evangelios y demás sagradas escrituras tanto judías como cristianas al pie de la letra negándose a aceptar nada como alegoría ni las contradicciones como misterios o paradojas.

A mi modo de ver el arma que ha descubierto Porfirio es demoledora: negarles a los charlatanes judíos o cristianos la posibilidad de que sus inconsecuencias, contradicciones, inmoralidades, incongruencias y estupideces se califiquen de alegorías, misterios o paradojas. No: la inmoralidad es inmoralidad y la estupidez es estupidez y basta. ¿Y es que acaso está marcado en las Sagradas Escrituras con letra roja lo que uno tiene que entender como alegórico para distinguirlo de lo que uno tiene que entender en sentido estricto? Puesto que no es así y todo va en letra negra, Dios tendría entonces que mandarnos al arcángel San Gabriel para que viniera a sacarnos de dudas en los casos equívocos. Cómo debemos interpretar los seis días en que Dios creó el mundo: ¿como días de veinticuatro horas o como eras geológicas de millones de años? A una objeción de Porfirio a la advertencia de Cristo de que ''No he venido a traer la paz sino la espada y a enfrentar al hijo contra el padre, a la hija contra la madre y a la nuera contrala suegra, y los enemigos del hombre serán los de su propia casa" (Mateo 10:34-36), Macarius Magnes contesta: "Estas palabras tienen un sentido alegórico: el hijo separado del padre significa los apóstoles separados de la Ley. La hija es la carne y la madre la circuncisión. La nuera es la Iglesia y la suegra es la sinagoga. La espada que corta es la gracia del Evangelio". Lo cual es una absoluta estupidez. La disparatada amenaza de Cristo no tiene defensa posible.

Porfirio fue un gran hombre. Grande de verdad. El solo título de uno de sus libros, Sobre la abstinencia de carne, para mí encierra una moral más elevada y más bondad que cuanto hubiera dicho de noble Cristo, que en última instancia es muy poco y siempre ajeno, nada suyo. ¡Que hay que amar a los enemigos! ¿Y si uno no tiene enemigos? De lo que se trata es de no tener enemigos. Mi abuela Raquel Pizano nunca tuvo enemigos y cuantos la conocieron la quisieron. Ella, por lo tanto, murió sin poder cumplir el precepto evangélico pues para que hubiera podido amar a los enemigos primero habría tenido que tenerlos. Entre tantas cosas hermosas de ella recuerdo antes que nada su bondad con los animales. Pero volviendo a Porfirio, de su obra en quince libros Contra los cristianos sólo han quedado unos cuantos párrafos en la refutación que de él intentó hacia el año 400 Macarius Magnes titulada Respuesta del Unigénito a los griegos, conocida abreviadamente como el Apocriticus. Pero con esos párrafos basta. Porfirio se sabía de corrido, como telepredicador gringo de nuestros días, la Biblia hebrea, los cuatro evangelios canónicos, los Hechos de los Apóstoles, las epístolas de Pablo y el escrito apócrifo el Apocalipsis de Pedro. Y como les decía Celso a los cristianos, "vuestros escritos se refutan solos", para rebatirlos con uno que los conozca basta. Ahora bien, Porfirio tenía la ventaja inmensa sobre nosotros de que no estaba contaminado por los dieciocho siglos de oscuridad cristiana que han corrido desde su tiempo hasta el nuestro con la machacona insistencia en que Jesús existió y que fue el Hijo de Dios. Libre de este cuento burdo con que nos lavan el cerebro en Occidente y el Oriente cristiano desde que nacemos, Porfirio tenía la posibilidad de ver las estupideces como tales y no como teología profunda. ¡Pero qué digo teología profunda! La teología es como la astrología, la frenología, la alquimia: una pseudociencia digna del papa Ratzinger.

Queda poco de Porfirio, pero todo espléndido, fresco, lúcido: contra los evangelistas, contra Pedro, contra Pablo, contra el Reino de los Cielos, contra la resurrección de la carne, contra lo que dijo e hizo Cristo. "Los evangelistas eran inventores de leyendas y no historiadores de los hechos de Jesús. Cada uno de los cuatro contradice a los otros en su versión de sus sufrimientos y de la crucifixión" (Apocriticus, 11, 12). Y pasa a hacer ver que según uno de los evangelistas (Mateo) Jesús dice: "Eloi, Eloi, lama sabacthani, que quiere decir, Señor, Señor, ¿por qué me has abandonado?" Según otro (Juan) dijo: "Todo está consumado". Según otro (Lucas) dijo: "Padre en tus manos encomiendo mi espíritu". Y comenta Porfirio: "Si estos hombres no son capaces de ponerse de acuerdo respecto a la forma en que murió y se basan en rumores, ¡qué esperanzas con el resto de la historia!" Y tras observar que uno de los soldados le perforó a Cristo el costado con una lanza comenta: "Sólo Juan lo dice, ninguno de los otros. Con razón Juan jura que es veraz su relato diciendo: 'El que lo vio lo atestigua y sabemos que su testimonio es verdad"', ¡El mismo caso de Pablo cuando dice que no miente!

Y pasando a la resurrección pregunta Porfirio: "¿Por qué Jesús no se le apareció a Pilatos, o a Herodes el rey de los judíos, o al Sumo Sacerdote, o a muchos a la vez y que fueran dignos de crédito y en especial a los romanos del Senado y del pueblo? ¡Pero qué! Se le apareció a María Magdalena, una mujer ordinaria que venía de una aldehuela miserable y que había sido poseída por siete demonios, y a otra María, igualmente desconocida, una campesina, y a unos cuantos desconocidos más. Y sin embargo él había dicho: 'Veréis entonces al Hijo del Hombre sentado a la diestra del poder y viviendo entre las nubes'. Si se hubiera presentado a gente importante, nadie habría castigado a sus seguidores acusándolos de inventar historias monstruosas y no habrían tenido que sufrir por su culpa" (Apocriticus, 11,14).

Y sobre el episodio que pasa en la región de los gerasenos, y que cuentan los tres sinópticos, en que Jesús expulsa a los demonios de un endemoniado y los hace entrar en una piara de cerdos que corren a ahogarse en el mar, Porfirio comenta: "Si la historia es verdad y no una fábula, que es lo que creo, es una bajeza de Cristo permitir que los demonios sigan haciendo daño sacándolos de un hombre y pasándolos a unos pobres cerdos. Y no sólo esto sino que pone en fuga a los porqueros y causa el pánico en toda una ciudad". (Apocriticus, 11l, 4) Lo que va de Porfirio a Cristo está en esa palabra pobres dicha de unos cerdos. A Cristo no le dio su almita pequeñita para sentir el dolor de los animales; a Porfirio sí le dio para ello su alma grande. No hay una sola palabra de amor o de compasión por los animales en todos los evangelios. En cambio Porfirio escribió el libro ya mencionado Sobre la abstinencia de carne, cuyo solo título nos dice tanto. Ese respeto a los animales con la consiguiente defensa del vegetarianismo, que le venía directamente de su maestro Plotino, en realidad se remontaba entre los griegos hasta muchos siglos atrás, hasta Pitágoras, con quien empieza la filosofía. ¡Pero qué! Cristo viene de la religión de Yavé el carnívoro y sus levitas carniceros que oficiaban con cuchillo y fuego en la gran carnicería del templo de Jerusalén que en buena hora Tito destruyó. De ese Yavé viene Cristo, ése es su padre. De tal palo tal astilla.

Del dicho de Jesús de que "es más fácil que un camello pase por el ojo de una aguja que un rico entre al Reino de los Cielos", que está en los sinópticos, ya había comentado Celso que Platón había expresado la misma idea en una forma más noble cuando dijo que "era imposible que un hombre excepcionalmente bueno fuera excepcionalmente rico" (Leyes, 743A). Porfirio por su parte comenta: "Si fuera verdad que un rico que se ha abstenido de todo pecado —del asesinato, el robo, el adulterio, el fraude, los juramentos impíos, los desenfrenos corporales y el sacrilegio— no puede entrar al llamado Reino de los Cielos, ¿entonces de qué sirve que sea bueno? Y si los pobres son los que están destinados al cielo, ¿qué les impide cometer todos los delitos pues no es la virtud la que le gana al hombre el cielo sino la pobreza? De lo cual deducimos que el pobre no tiene para qué practicar la virtud pues su sola pobreza lo salvará sin importar los males que haga, en tanto el cielo está cerrado para el rico. Me parece entonces que Cristo no ha podido sostener esto si es que traía la verdad, sino unos desposeídos que querían quitarles a los ricos sus bienes. El otro día, con el cuento de que 'Vende lo que tienes y dáselo a los pobres y tendrás un tesoro en el cielo', unos cristianos despojaron a unas mujeres de noble cuna de lo que tenían y las convirtieron en mendigas" (Apocriticus, III, 5). A los del Opus Dei les recomiendo que no publiquen más Biblias porque son espadas de doble filo, bumerangs que se pueden volver contra ellos. No hay peor enemigo de la Biblia que la Biblia y de los evangelios que los evangelios, y no hay mejor refutación de Cristo que sus palabras y sus hechos. Bien hizo la Puta en mantener las Sagradas Escrituras durante toda la Edad Media, mil doscientos años, protegidas del vulgo ignaro por el latín y resguardadas en los monasterios. El pueblo está para dar limosna y para servir de esclavo. Y el papa, que tiene las llaves de San Pedro para entrar al cielo, es el rey de reyes, el emperador de este mundo.

"Porque os digo que si tuvierais fe como un grano de mostaza podrías decirle a esta montaña: 'Muévete y lánzate al mar' y se movería, y nada os sería imposible" (Mateo 17:20, 21). Palabras de Jesús que le merecen el siguiente comentario a Porfirio: "De lo que tenemos que concluir que el que no sea capaz de mover una montaña no se puede contar entre los creyentes. Y así no sólo los cristianos del común sino también vuestros obispos y sacerdotes quedan excluidos en virtud de ese precepto" (Apocriticus, III, 17).

"Otro famoso dicho del maestro es éste: 'A menos que comáis mi carne y bebáis mi sangre, no tendréis vida en vosotros'. Este dicho es bestial y absurdo. ¡Que un hombre coma carne humana o beba la sangre de un miembro de su familia o de su pueblo, y que por eso obtenga la vida eterna! Si así se hiciera, ¡en qué salvajismo no se convertiría la vida! No sé de mayor chifladura en toda la historia de la impiedad. Ni siquiera las Furias les enseñaron esto a los bárbaros. Ni siquiera los potideanos habrían llegado a eso, salvo que se estuvieran muriendo de hambre. ¿Qué sentido tiene ese dicho contrario a toda vida civilizada?" (Apocriticus, III, 15). A lo cual Macarius Magnes contesta con un fárrago de varias páginas en que nos sale con esto: "Considera, por favor, el caso de un niño recién nacido: salvo que coma la carne y beba la sangre de la madre que lo tuvo no vivirá. Es cierto que el alimento viene en forma de leche, pero la leche es igual que la sangre; es sólo su contacto con el aire lo que le da su color claro. Así como el Creador hace que las aguas sucias del abismo broten en una clara fuente, así de los pechos de una mujer, por un complicado mecanismo, sale sangre de las venas en una forma aprovechable. Dime de dónde los hijos de Dios pueden vivir y ser nutridos acabando de nacer ¿si no es probando la mística carne y bebiendo la mística sangre de la que los tuvo? Pues es ni más ni menos la sabiduría de Dios la que constituye la madre que prepara la mesa para sus hijos y mezcla su propio vino vertiéndolo ricamente de los dos Testamentos como si fueran dos pechos. La carne y la sangre de Cristo o de su Sabiduría (que es lo mismo) son las palabras del Antiguo y el Nuevo Testamentos dichas con sentido alegórico y que los hombres deben devorar con cuidado y digerir para ganarse con ellas no la vida temporal sino la eterna" (Apocriticus, III, 23). ¡Con razón todos los Padres de la Iglesia, desde Metodio de Olimpo, el historiador Eusebio y Jerónimo hasta Agustín temían meterse con Porfirio, con el "veneno de su pensamiento" en palabras de Apolinarío de Laodicea! Sin el arma de la alegoría quedaban indefensos. "Pasando a considerar otra doctrina, aun más asombrosa que las anteriores e igual de oscura, está escrito que 'El Reino de los Cielos es como un grano de mostaza', o que 'El Reino de los Cielos es como la levadura', o que 'El Reino de los Cielos es como un mercader que busca unas perlas preciosas'. Estas imágenes disparatadas no son dignas de hombres sabios, ni siquiera de las sibilas. Cuando alguien quiere decir algo referente a lo divino tiene que expresarse con claridad usando imágenes de todos los días. Pero esas imágenes no son sensatas: son tontas e ininteligibles. E impropias para explicar lo que se pretende. No tienen sentido" (Apocriticus IV, 8).

Basándose en los Evangelios, en la Epístola a los Gálatas y en los Hechos de los Apóstoles, Porfirio considera a Pedro un hombre de juicio débil, un cobarde, un desleal y un hipócrita. La opinión que le merece este Sancho Panza no puede ser más adversa. Y así se asombra de que Jesús le haya dicho (Mateo 16:18): ''Y yo te digo que tú eres Pedro y sobre esta piedra edificaré mi Iglesia y te daré las llaves del Reino de los Cielos" (que es en lo que la Puta de Babilonia Roma empezaba a basar su pretensión de supremacía sobre las iglesias de Alejandría, Antioquía y Jerusalén), ya que pocos versículos después lo rechaza diciéndole: "¡Apártate de mí, Satanás! Me escandalizas pues no sientes las cosas de Dios sino las de los hombres" (Mateo 16:23). Y el comentario de Porfirio es el que haría cualquiera que no tenga absolutamente sorbido el seso desde que nació por la Puta: "Si Jesús tenía en tan poco concepto a Pedro como para llamarlo Satanás, por favor díganme cómo hay que interpretar esta maldición al llamado jefe de los discípulos. O bien Jesús estaba borracho y con la mente confusa cuando llamó a Pedro 'Satanás', o bien estaba trastornado cuando le prometió las llaves del cielo. ¿Cómo Pedro, un hombre de juicio equivocado en tantas ocasiones, podía servir como fundamento de una Iglesia? Máxime que después de que se lo había advertido Jesús lo negó tres veces aterrorizado ante una pobre criada. Si Jesús tenía razón al llamar a Pedro 'Satanás', significando uno que carece de toda virtud, entonces fue inconsistente e imprevisor cuando le ofreció la conducción de su Iglesia" (Apocriticus, III, 19). Lo cual es obvio. Como también es obvia la cerrazón mental bimilenaria de los cristianos que creen oír la palabra de Dios en esa sarta de necedades y contradicciones que son los evangelios.

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