La radio de Darwin (68 page)

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Authors: Greg Bear

BOOK: La radio de Darwin
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—Es una estrella nueva —dijo Kaye. Le seguían fallando las piernas. Sentía el vientre flojo y dolorido, y en ocasiones el dolor entre las piernas le hacía sentirse mal, pero mejoraba con rapidez. Se sentó a un lado de la cama—. Mi abuela se llamaba Stella. Significa estrella. Pensaba en llamarla Stella Nova.

Mitch tomó a la niña de entre los brazos de Felicity.

—Stella Nova —repitió.

—Suena atrevido —dijo Felicity—. Me gusta.

—Ése es su nombre —dijo Mitch, acercando a la niña a su cara. Le olió la cabeza, el calor húmedo de su pelo. Olía a su madre y a mucho más. Podía sentir cascadas de emociones, como bloques que se situasen en su lugar en su interior, estableciendo unos cimientos fuertes.

—Controla tu atención incluso cuando duerme —dijo Kaye. Medio consciente, se llevó la mano a la cara y retiró un trozo de máscara, mostrando la nueva piel que había debajo, rosácea y sensible, con un resplandor de pequeños melanóforos.

Felicity se acercó y examinó a Kaye más de cerca.

—No puedo creer que esté viéndolo —dijo—. Yo soy la que debería sentirse privilegiada.

Stella abrió los ojos y se estremeció como si estuviese inquieta. Dedicó a su padre una mirada larga y perpleja, y luego empezó a llorar. Era un llanto agudo y alarmante. Mitch se la pasó con rapidez a Kaye, quien se apartó la bata.

La niña se acomodó y dejó de llorar. Kaye volvió a saborear el placer de su leche fluyendo, el encanto sensual de la niña en su pecho. Los ojos de la niña examinaron a su madre, y luego apartó la cabeza, llevándose el pecho con ella, y miró hacia Felicity y Mitch. Los ojos pardos salpicados de oro derritieron a Mitch por dentro.

—Tan avanzada —dijo Felicity—. Es un encanto.

—¿Qué esperabas? —preguntó Kaye con dulzura, adoptando un ligero gorjeo en la voz. Con sorpresa, Mitch reconoció en la madre algunos de los tonos de la niña.

Stella Nova gorjeaba al chupar, como un dulce pajarillo. Cantaba mientras comía, mostrando su alegría, su felicidad.

La lengua de Mitch se movía tras los labios en inquieta simpatía.

—¿Cómo lo hace? —preguntó.

—No lo sé —dijo Kaye. Y era evidente que por el momento no le importaba la respuesta.

—En algunos aspectos, es como un bebé de seis meses —le dijo Felicity a Mitch mientras llevaba las bolsas desde el Toyota a la caravana—. Ya parece capaz de enfocar, reconocer rostros... voces... —susurró para sí misma, como si quisiese evitar lo que realmente separaba a Stella de otros recién nacidos.

—No ha vuelto a hablar —dijo Mitch.

Felicity le abrió la puerta.

—Quizá fue una ilusión auditiva —dijo.

Kaye tendió a la niña dormida en una pequeña cuna en la esquina del salón. Puso una manta ligera sobre Stella y se enderezó con un breve gruñido.

—Oíamos perfectamente —dijo.

Se acercó a Mitch y le arrancó un trozo de máscara de la cara.

—Ahh —dijo—. No está lista.

—Mira —dijo Kaye, de pronto científica—. Tenemos melanóforos. Ella tiene melanóforos. La mayoría, si no todos, de los nuevos padres van a tenerlos. Y nuestras lenguas... conectadas a algo nuevo en nuestras cabezas. —Se golpeó la sien—. Estamos equipados para tratar con ella, casi como iguales.

Felicity pareció confundida por ese cambió de nueva madre a una Kaye Lang objetiva y observadora. Kaye le devolvió la mirada sonriendo.

—No pasé el embarazo como una vaca —dijo—. A juzgar por estas nuevas herramientas, nuestra hija va a ser una niña difícil.

—¿Y eso? —preguntó Felicity.

—Porque en algunos aspectos nos va a dar mil vueltas —dijo Kaye.

—Quizás en todos los aspectos —añadió Mitch.

—No lo dices literalmente —dijo Felicity—. Al menos, no sabía moverse al nacer. El color de la piel, los melanóforos, como los llamas, puede ser... —Agitó la mano, incapaz de completar la idea.

—No son sólo color —dijo Mitch—. Puedo sentir los míos.

—Yo también —dijo Kaye—. Cambian. Imagínate a esa pobre chica.

Miró a Mitch. Éste asintió y le explicaron a Felicity su encuentro con los adolescentes de West Virginia.

—Si perteneciese al Equipo Especial, establecería oficinas psiquiátricas para los nuevos padres cuyos hijos hayan muerto —dijo Kaye—. Puede que se enfrenten a una nueva especie de pena.

—Preparados y sin nadie con quien hablar —dijo Mitch.

Felicity inspiró profundamente y se llevó la mano a la frente.

—He sido obstetra durante veintidós años —dijo—. Ahora me siento como si debiese dimitir y correr a ocultarme en un bosque.

—Trae a la pobre dama un vaso de agua —dijo Kaye—. ¿O prefieres vino? Yo necesito un vaso de vino, Mitch. Hace más de un año que no tomo un trago. —Se volvió hacia Felicity—. ¿Mencionaba el alcohol el boletín?

—No hay problema. Para mí, vino también, por favor —dijo Felicity.

En la cocina, Kaye acercó el rostro al de Mitch. Lo miró con intensidad, y casi perdió el foco durante un momento. Sus mejillas palpitaban en beige y oro.

—Dios —dijo Mitch.

—Quítate esa máscara —dijo Kaye—, y realmente tendremos algo que mostrarnos el uno al otro.

90. Condado de Kumash, este de Washington

JUNIO

—Vamos a llamarla la fiesta de la Nueva Especie —dijo Wendell Packer al pasar por la puerta y entregarle a Kaye un ramo de rosas. Oliver Merton vino a continuación con una caja de chocolates Godiva y una gran sonrisa, e inmediatamente movió los ojos por todo el interior de la caravana.

—¿Dónde está la pequeña maravilla?

—Dormida —dijo Kaye, aceptando su abrazo—. ¿Quién más ha venido? —gritó encantada.

—Hemos conseguido meter a Wendell, Oliver y Maria —dijo Eileen Ripper—. Y, maravilla de las maravillas...

Movió los brazos en dirección hacia la furgoneta aparcada en el camino de gravilla bajo el roble solitario. Christopher Dicken bajaba con algo de dificultad del lado del pasajero, con las piernas rígidas. Aceptó un par de muletas de Maria Konig y se volvió hacia la caravana. Miró a Kaye con el ojo bueno, y ésta pensó por un momento que iba a llorar. Pero él levantó una muleta, la agitó en su dirección y Kaye sonrió.

—Hay muchos baches —gritó.

Kaye dejó a Mitch atrás para correr a abrazar a Christopher con cautela. Eileen y Mitch permanecieron juntos mientras Kaye y Christopher hablaban.

—¿Viejos amigos? —preguntó Eileen.

—Probablemente almas gemelas —dijo Mitch. Le alegraba ver a Christopher, pero no podía evitar sentir una punzada de preocupación masculina.

La sala de estar era demasiado pequeña para todos ellos, así que Wendell apretaba el brazo contra el armario del salón y miraba desde arriba al resto. Maria y Oliver estaban sentados juntos bajo la ventana. Christopher estaba sentado en la silla de vinilo azul, con Eileen colgada de un brazo. Mitch trajo de la cocina montones de copas de vino en cada mano y una botella de champaña bajo cada brazo. Oliver le ayudó a disponerlas sobre la mesa circular al lado del sofá y abrió las botellas con cuidado.

—¿Del aeropuerto? —preguntó Mitch.

—Del aeropuerto de Portland. No tienen una gran selección —dijo Oliver.

Kaye trajo a Stella Nova en un capazo rosa y la colocó sobre la pequeña y rayada mesa de café. Estaba despierta. Movió somnolienta los ojos por toda la habitación mientras emitía una burbuja de saliva. Ladeó un poco la cabeza. Kaye le ajustó el pijama.

Christopher la miraba como si fuese un fantasma.

—Kaye...

—No es necesario —le respondió Kaye, y le tocó la mano llena de cicatrices.

—Sí que es necesario. Me siento como si no mereciese estar aquí contigo y con Mitch, con ella.

—Calla —le dijo Kaye—. Allí estabas cuando empezó todo.

Christopher sonrió.

—Gracias —respondió.

—¿Cuánto tiempo tiene? —susurró Eileen.

—Tres semanas —dijo Kaye.

Maria alargó la mano y puso el dedo en el puño de Stella.

La niña cerró los dedos con fuerza, y Maria tiró con suavidad. Stella sonrió.

—Ese reflejo sigue en su sitio —dijo Oliver.

—Oh, calla —dijo Eileen—. Sigue siendo un bebé, Oliver.

—Sí, pero tiene un aspecto tan...

—¡Hermoso! —insistió Eileen.

—Diferente —persistió Oliver.

—Ya no lo noto tanto —dijo Kaye, sabiendo lo que Oliver quería decir, pero sintiéndose un poco a la defensiva.

—Nosotros también somos diferentes —comentó Mitch.

—Tenéis buen aspecto, con estilo —dijo Maria—. Va a ponerse de moda en cuanto las revistas del ramo os echen el ojo encima. Petite y hermosa Kaye...

—Duro y guapo Mitch —dijo Eileen.

—Con mejillas de calamar —completó Kaye la descripción.

Todos rieron y Stella se agitó en el capazo. Luego gorjeó y una vez más se hizo el silencio en la sala. Honró a cada uno de los invitados por turnos con una segunda y larga mirada, moviendo la cabeza a medida que los buscaba por la habitación, terminando de nuevo en Kaye y agitándose al ver a Mitch; le sonrió. Mitch sintió que se le enrojecían las mejillas, como si fluyese agua caliente por debajo de su piel. Lo que quedaba de la máscara se le había caído ocho días antes, y mirar a su hija era toda una experiencia.

Oliver dijo.

—¡Oh, Dios mío!

Maria miró a los tres, con la boca abierta.

Las mejillas de Stella Nova se cubrieron de oleadas beige y doradas, y sus pupilas se dilataron ligeramente, con los músculos alrededor de sus ojos y párpados tirando de la piel para formar curvas delicadas y complejas.

—Va a enseñarnos a hablar —dijo Kaye con orgullo.

—Es absolutamente asombrosa —dijo Eileen—. Nunca he visto un bebé tan hermoso.

Oliver pidió permiso para examinarle más de cerca y se inclinó.

—Sus ojos no son realmente tan grandes, simplemente lo parecen —dijo.

—Oliver opina que los nuevos humanos deberían tener el aspecto de alienígenas salidos de un ovni —dijo Eileen.

—¿Alienígenas? —preguntó Oliver indignado—. Niego tal afirmación, Eileen.

—Es totalmente humana, totalmente del presente —dijo Kaye—. No es una separación, no es lejana, no es diferente. Es nuestra hija.

—Claro —dijo Eileen, enrojeciendo.

—Lo lamento —dijo Kaye—. Llevamos demasiado tiempo aquí, y hemos tenido demasiado tiempo para pensar.

—Eso lo comprendo bien —dijo Christopher.

—Tiene una naricilla realmente espectacular —dijo Oliver—. Tan delicada, pero tan amplia en la base. Y la forma... creo que va a convertirse en una belleza espectacular.

Stella lo observaba seria, con las mejillas incoloras, luego apartó la vista aburrida. Buscó a Kaye, quien se situó en el campo de visión de la niña.

—Mamá —gorjeó Stella.

—¡Oh, Dios mío! —volvió a decir Oliver.

Wendell y Oliver fueron en coche a la tienda Little Silver y compraron sándwiches. Comieron todos juntos en una pequeña mesa de picnic tras la caravana aprovechando que la tarde refrescaba un poco. Christopher apenas había hablado, limitándose a sonreír fríamente cuando lo hacían los demás.

Se comió su sándwich en una zona de hierba seca, sentado en una silla de camping.

Mitch se le acercó y se sentó en la hierba a su lado.

—Stella duerme —dijo—. Kaye está con ella.

Christopher sonrió y tomó un sorbo de la lata de 7Up.

—Quieres saber por qué he venido hasta tan lejos —le dijo.

—Exacto —respondió Mitch—. Es un comienzo.

—Me sorprende que Kaye me perdone con tanta facilidad.

—Hemos sufrido muchas transformaciones —dijo Mitch—. Debo confesar que me parece que nos abandonaste.

—Yo también he sufrido muchos cambios —dijo Christopher—. Estoy intentando recomponer las cosas. Me voy a México pasado mañana. Ensenada, al sur de San Diego. Por mi cuenta.

—¿No son vacaciones?

—Voy a investigar la transmisión lateral de antiguos retrovirus.

—Es una bobada —dijo Mitch—. Se lo han inventado para mantener el Equipo Especial en activo.

—Oh, hay algo muy real —dijo Christopher—. Cincuenta casos hasta el momento. Mark no es un monstruo.

—Yo no estoy tan seguro. —Mitch miró sombrío al desierto y a la caravana.

—Pero estoy pensado que podría no estar causado por los virus que han encontrado. He estado repasando viejos archivos de México. He encontrado casos similares de hace treinta años.

—Espero que lo demuestres pronto. Aquí lo hemos pasado bien, pero podíamos haber estado mucho mejor... en otras circunstancias.

Kaye salió de la caravana trayendo un monitor infantil portátil. Maria le pasó un sándwich en un plato de cartón. Se unió a Mitch y Christopher.

—¿Qué opinas de nuestro césped? —preguntó.

—Investiga las enfermedades mexicanas —dijo Mitch.

—Pensaba que habías dejado el Equipo Especial.

—Así es. Los casos son reales, Kaye, pero no creo que estén relacionados directamente con el SHEVA. Hemos tenido tantos giros y vueltas en este asunto... herpes, Epstein-Barr. Supongo que recibiste el boletín del CCE sobre la anestesia.

—Nuestra doctora lo recibió —dijo Mitch.

—Sin él, podríamos haber perdido a Stella —dijo Kaye.

—Ahora nacen más niños SHEVA con vida. Augustine tiene que manejar esa situación. Simplemente quiero allanar un poco el terreno descubriendo qué está pasando en México. Todos los casos se han producido allí.

—¿Crees que se debe a otra fuente? —preguntó Kaye.

—Voy a descubrirlo. Ya puedo caminar un poco. Voy a contratar un ayudante.

—¿Cómo? No eres rico.

—He recibido una beca de un excéntrico millonario de Nueva York.

Mitch abrió los ojos.

—¡No será William Daney!

—El mismo. Oliver y Brock están intentando organizar un golpe periodístico. Pensaron que yo podría reunir pruebas. Es un trabajo, y mierda, creo en él. Ver a Stella... a Stella Nova... hace que lo crea de verdad. Simplemente no tuve fe suficiente.

Wendell y Maria se acercaron, y Wendell sacó una revista de una bolsa de papel.

—Pensé que querrías ver esto —le dijo Maria pasándoselo a Kaye.

Miró la portada y rió en voz alta. Era un ejemplar de
WIRED
, y sobre una brillante portada naranja estaba impresa la silueta de un feto con un signo de interrogación verde en medio. El titular decía «Humano 3.0. ¿No un virus sino una actualización?»

Oliver se unió a ellos.

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