Authors: Fran Ray
—¿Qué? —dice Ethan, que se despierta y mira por la ventanilla.
—Encontrar un lugar para aparcar delante del despacho.
En cuanto abre la puerta que da a la escalera, la luz se apaga y un olor picante le dificulta la respiración. Se cubre la nariz con la mano y piensa en refacciones, paredes húmedas, pegamento y...
—Quizás están reparando algo —dice Ethan.
Ella sube la escalera y al llegar arriba se detiene. La pesada puerta de seguridad del despacho está entreabierta. Ethan la abre de un puntapié. Después presiona el interruptor, las luces de neón la deslumbran y Camille no logra reprimir un grito.
Una capa blanca ha devorado la superficie de las mesas, las sillas y los ordenadores, un ácido que les impide respirar.
—¡Salgamos de aquí! —Ethan la agarra del brazo, pero Camille se abalanza sobre su escritorio y contempla el ordenador con expresión horrorizada.
—¿Quién pudo hacer algo así?
Ethan señala la pared, donde han pintado algo con pintura fosforescente verde.
¡ESTO ES LO QUE LES PASA A TODOS LOS SIMPATIZANTES
DE LA MAFIA AGROQUÍMICA!
Camille deja que Ethan la arrastre hasta las escaleras.
—¿Qué quieren decir con eso? ¿Qué diablos quieren decir? Nosotros no hemos tomado partido por Edenvalley. ¡La revista ni siquiera ha aparecido!
Él la obliga a avanzar.
—¡Vamos, antes de que nuestros pulmones se disuelvan!
—¿Quién sabía que he estado en Ginebra? —Camille se detiene—. ¿Quién?
Se le ocurren muchas respuestas pero las descarta.
—Hemos de avisar a la policía... —dice al salir a la calle.
—Parece que alguien se nos ha adelantado.
Las luces azules parpadean en la oscuridad y el aullido de la sirena se aproxima.
—Larguémonos, después tendremos tiempo de torturarnos con preguntas.
—¿Adónde vamos?
—Primero a tu apartamento. Necesitamos tu Notebook.
—Pero si la policía...
—No tardaremos nada.
Ella le tiende las llaves del coche.
«Bonito nuevo mundo el de los investigadores genéticos», escribió el asesino junto al cadáver de Frost.
—Hay algo que no entiendo —dice Camille—. Es como si esas palabras las hubiera...
—... las hubiera escrito Aamu. —Ethan acaba la frase.
Ella asiente.
Pero Aamu está muerta.
Berlín
Ahora son cinco. Cinco matrimonios en el pasillo de la unidad de cuidados intensivos. Stefanie conoce a las madres de Karl y Julia, y al padre de Fiona.
A través del cristal observa a Quint en su cama, hay otras seis ocupadas. En una ha reconocido a Julia gracias a su cabello rubio. «Esos niños, conectados a todos esos tubos y electrodos parecen... muertos.»
—No lo comprendo. Intoxicación alimentaria, pensé... —La madre de Julia no ha dejado de hablar.
Stefanie hace un gesto afirmativo, a veces la escucha, otras no. Intoxicación alimentaria también fue lo primero que se le ocurrió a ella, pero el doctor Feigenwinter ya lo ha descartado.
—Era obvio, ¿no? —dice la madre de Julia—. A fin de cuentas, todos los niños comen en la escuela y esos temblores y lo demás aparecieron de repente.
El matrimonio turco calla y los demás sólo hablan en voz baja.
—¡Esto no es normal! —La madre de Julia alza la voz, se pone de pie y se pasea con nerviosismo—. Uno no enferma de algo así sin más. ¿Dónde está ese médico? Hace rato que no aparece. ¿Y si todos se han ido a dormir mientras nuestros hijos mueren?
—Se lo ruego,
frau
Michels. —Stefanie sacude la cabeza. «Yo no pierdo el control así, no delante de los demás.»
—¿Por qué, acaso no es verdad? —
Frau
Michels le lanza una mirada agresiva, pero Stefanie no tiene la culpa, sólo quiere evitar que se mencione lo peor.
Frau
Michels alza el mentón.
—Hablaré con ese médico ahora mismo. ¡Como si con esas máquinas carísimas no hubieran tenido tiempo suficiente para descubrir qué les pasa a nuestros hijos!
—Espere —dice Stefanie, y se pone en pie—. Iré con usted.
En ese momento, Bernd abre la puerta con brusquedad. Stefanie comprende que ha sucedido algo.
—¿Qué...? —Se interrumpe y vuelve a sentarse en la silla de plástico.
Bernd permanece a su lado, con la vista clavada en el suelo.
—He bajado a la primera planta, donde hay conexión a internet. —Está muy pálido y cuando Stefanie le coge las manos nota que están heladas y húmedas.
—¿Y bien? —pregunta, armándose de valor.
Él cierra los ojos y después la mira directamente.
—Todos esos síntomas, ¿sabes con qué enfermedad se presentan?
«¡Claro que no lo sé!»
—Con la de Creuzfeldt-Jakob...
Por un segundo ella se queda perpleja, pero al punto lo recuerda: la enfermedad de las vacas locas.
—¡Nuestro Quint no tiene ese mal! ¡Tarda diez o doce años en aparecer!
Los otros padres la miran fijamente.
—¡Él sólo tiene ocho años!
París
Lo primero que hizo fue pensar en Océane Rousseau y que podría tratarse de una advertencia, pero después le pareció un disparate. ¿Y si Océane tiene razón y Nature's Troops sólo pretende desacreditar a Edenvalley? Pero entonces recuerda la llamada al móvil. ¿Y si fuera verdad que Océane le encargó a Aamu que asesinara a Sylvie?
Pero en ese caso, ¿a qué venía su perorata acerca de salvar la Tierra?
—Christian se subirá por las paredes —dice, cuando enfilan la Rue Coetlogon—.
Tout Menti!
es su criatura.
Le ha dejado un mensaje en el móvil y le ha pedido que la llame.
—Creí que también era la tuya, y la de Lucien y Annabelle —replica Ethan.
—Su padre nos proporcionó ayuda económica para lanzar la revista y Christian se ha implicado especialmente. Siempre he tenido la sensación de que un buen día a todos se nos ocurriría dejarlo para emprender otra cosa, algo nuevo... pero a Christian no.
Casi se siente aliviada al no encontrar un lugar para aparcar delante de su casa sino a cien metros más allá, al otro lado de la calle.
—Yo me adelantaré —dice Ethan ante la puerta de entrada.
—¿Crees que alguien también ha entrado en mi apartamento...?
Camille empieza a relajarse al comprobar que, como siempre, la puerta está cerrada con llave y acaba por tranquilizarse cuando la luz ilumina las habitaciones y comprueba que todo está en orden. Ni policía ni frases pintadas en la pared, y, aliviada, se quita el abrigo.
—Si quieres tomar una ducha... —dice, señalando el baño.
Ethan tiene un aspecto lamentable, dados los arañazos, las dentelladas y las rozaduras. Si no estuviera tan rendida incluso sentiría compasión por él, pero aún está furiosa porque no le dijo nada del millón y medio de euros. No confía en ella, y eso la hiere y la ofende.
Cuando Ethan se mete en el baño, Camille prepara té en la cocina pero derrama el agua y rompe una taza. «¡Dios mío, Camille, contrólate!» Las manos le tiemblan y en ese momento suena el móvil.
—¡Camille! —grita Christian—. ¡Me ha despertado la policía! ¿Acaso es verdad que alguien ha derramado ácido...?
—Me temo que sí. —En el fondo se oyen gritos de niños.
—¿Sabes lo que eso significa?
—Que alguien está muy enfadado... y que el tema con el seguro será largo, probablemente.
—¡Ya lo creo! Los ordenadores, las impresoras, las fotocopiadoras... todo está estropeado. Hemos de enviarle los contratos de
leasing
a la aseguradora. ¿Tienes idea del tiempo que llevará?
—Pues tendremos que encontrar una solución provisional...
—Nadie podrá trabajar en esta oficina durante semanas. Voy a colgar, Camille, toda esta situación me saca de quicio. —Y cuelga.
¡Como si ella no estuviera furiosa! ¿Y ahora qué pasará con la revista? Abre el Notebook y lo conecta. Tal vez haya más información, a lo mejor alguien ha reconocido ser el autor del atentado. No puede creerse lo ocurrido. Un momento: ¿qué es esto?
Ethan sale del baño, se ha aplicado tiritas en las heridas, pero aún tiene un aspecto lamentable.
—Edenvalley me ha enviado un e-mail.
Él se sienta frente a ella ante la mesa.
Camille carraspea y lee.
—«Estimada
madame
Vernet, nos alegra su interés por nuestros productos. En cuanto a su pregunta, el maíz DR fue desarrollado en los últimos diez años porque puede crecer de manera productiva en terrenos secos. Al igual que todos nuestros productos, el maíz DR fue sometido a diversas series de ensayos. La serie de ensayos con animales que Edenvalley encargó a la empresa Porade se corresponde totalmente con las directivas de la OCDE. Los grupos de ratas alimentados con maíz DR no enfermaron y su cuadro hemático no sufrió cambios; tampoco muestran diferencias con las ratas del grupo de control, que no fueron alimentadas con maíz DR sino con forraje normal. Por ello, Edenvalley no repetirá el ensayo. Todos los datos están a disposición de las autoridades europeas correspondientes, y éstas han considerado que los datos son suficientes. Y la Autoridad Europea de Seguridad Alimentaria (EFSA) tampoco manifestó ningún reparo. Así pues, esperamos que sus dudas respecto a la seguridad del maíz DR hayan desaparecido. En caso de que tuviera más preguntas, las contestaremos con mucho gusto. Atentamente, Matthias Marthaler, portavoz de prensa de Edenvalley, Central Europea, Ginebra.»
Camille alza la vista.
—¿Esperabas algo diferente? —dice él.
—No, pero me sorprende que hayan contestado con tanta rapidez. ¿Y ahora qué hago?
Ethan titubea.
—Necesitamos el enfoque de otro, el de Nicolas Gombert. El vídeo y las anotaciones de Frost. ¿Recuerdas la clínica de Uganda? Frost mencionó a un médico, el doctor...
—Bleibtreu —recuerda Camille.
—Correcto.
Menos mal que ha cambiado de tema, piensa ella, e introduce el nombre. Aparece «Prolife Clinic, Kisoro».
—Hay un blog de un tal Henrik Klipp, estudiante de medicina... pero... —«Debe de tratarse de un error...»
—¿Qué pasa?
—La página está clausurada.
Ethan se acerca y se inclina por encima del hombro de ella. «La página no está disponible por el momento», lee.
—Busca más información sobre la clínica.
Ella asiente y señala la pantalla.
—Aquí hay una página de los así llamados militantes conspirados, se denomina
Global Lies.
Aquí pone... que tras el melodioso nombre de clínica Prolife se oculta nada menos que Adana Pharmaceutics, la empresa suiza de productos farmacológicos, una filial al cien por cien de Edenvalley, la empresa agroquímica suizo-estadounidense. Y prosigue: resulta muy práctico si una empresa farmacológica puede testar sus medicamentos directamente con humanos, prescindiendo de la molesta burocracia, por supuesto. Los médicos del hospital Prolife tienen la obligación de utilizar sólo medicamentos de Adana Pharmaceutics, y los reciben gratis. Bonito, ¿verdad?
—Si eso es verdad, entonces Edenvalley guarda una relación directa con la clínica. Y Frost dijo que Edenvalley dispone de campos de ensayos en Uganda.
—Así, los médicos de la clínica pueden comprobar directamente los efectos que el consumo del maíz tiene en los seres humanos que habitan en los alrededores de la clínica. Cuando enferman, se dirigen al hospital...
—Al parecer, este Klipp...
—... descubrió algo. —Camille acaba la frase—. ¡Eso es sencillamente... sencillamente increíble!
—Llamemos a Bleibtreu y a Klipp por teléfono.
Tras cuatro intentos, ella encuentra el teléfono del hospital. Ethan descuelga, marca el número y ella conecta el altavoz. Suena un rato, al final una voz femenina contesta.
—Prolife Hospital.
Ethan carraspea.
—Soy Tom Henderson, quisiera hablar con Henrik Klipp.
Sólo oye un zumbido. Ethan le lanza una mirada de perplejidad a Camille y repite:
—Oiga, ¿está Henrik Klipp...?
—No, ya no trabaja aquí —responde la voz.
—¿Dónde puedo encontrarlo?
Otra pausa prolongada.
—Oiga, ¿dónde...?
—No dejó ninguna dirección.
—¿Puede ponerme con el doctor Bleibtreu?
—Acaba de marcharse a casa. Volverá mañana, mañana a partir de las nueve.
—Gracias.
Ethan cuelga.
Henrik Klipp ha desaparecido y la expresión de Ethan le revela a Camille que él también se teme lo peor.
—No hemos pasado por todo esto para abandonar ahora —dice lentamente—. En ningún caso haremos lo que ellos quieren: que abandonemos. A mí debían asesinarme en Ginebra. ¿Qué querían de ti?
—No lo sé... —Ella esquiva su mirada.
Él no la cree.
—¡Recibiste una invitación personal de Océane Rousseau! Así que...
Ella no contesta. Él la agarra del brazo.
—El tema es demasiado grave para andarse con gazmoñerías. ¿Qué te exigió ella?
—¡Nada! —Camille trata de zafarse, pero él la aferra con más fuerza.
—¡Piensa, maldita sea! ¡Piensa!
«¡No tiene derecho a hablarme de ese modo!»
—Suéltame, Ethan —dice en tono frío.
Ethan obedece.
—Bien. Océane Rousseau afirma que los de Nature's Troops envenenaron las semillas para despoblar el planeta. Me pidió que no informara de ello, ni de Ellesmere.
Ethan enarca las cejas.
—¿Tú la crees?
—Ella habló del hapkido y que la energía del atacante se vuelve contra él...
—¡Llámala!
—¿A Océane?
—Sí. Y cuéntale lo que ha ocurrido.
Ella ya había pensado hacerlo. Puede que la reacción de Océane le permita averiguar quién estaba detrás del atentado, pero algo la detiene. A lo mejor tiene miedo de lo que sentirá al oír la voz de Océane.
—¡Ethan,
Tout Menti!
no es una revista importante y encima es una publicación satírica, no
Le Monde
o el
New York Times
!
Él guarda silencio, luego dice en tono reflexivo:
—Ella pretende otra cosa de ti...
—¿Quién? —Pero sabe a quién se refiere.
—Océane Rousseau.
—¿Y sí sólo quiere hacerme... un favor?
—¿De verdad eres tan ingenua, Camille?
Su tono despectivo le resulta hiriente.
—Tal vez considere que soy interesante. —«Otra vez esa expresión de desdén.»