—No he hablado tan en serio en toda mi vida. Queremos casarnos cuanto antes. Antes de que me llamen a filas.
—Pero, cariño, ¿de quién se trata? ¿Por qué no me has hablado de ella? ¿Es guapa? ¿No tienes una foto? —Fui a mi habitación y cogí la nada imaginativa foto de los Bachrach Studios que me había dado Gloria—. ¡Vaya, menudo bombón! —dijo la tía Mame—. ¡Hum! La boca parece un poco perversa…
—¡Tía Mame!
—Cariño, sin duda es cosa de la fotografía. Créeme, si de verdad vas en serio con ella y la quieres, te aseguro que seré la mujer más feliz del mundo…, te lo prometo. Sólo espero que estés seguro de lo que haces.
—Tan seguro como de que me llamo Patrick Dennis —dije—. Todo está arreglado. Anoche hablé con su padre.
—Cariño, deberías habérmelo dicho. Tendré que ir a visitarles.
—¿Por qué?
—¿Que por qué? Pues porque es lo que se hace en estos casos. La familia del joven siempre va a visitar a la de la chica. Al fin y al cabo, soy toda tu familia.
—Tonterías —respondí.
—Pues claro que es una tontería, cariño. ¡Oh!, nunca olvidaré la riada de padres de pretendientes que fueron a visitar al pobre papá los años que me dio por comprometerme.
—No es lo mismo —repuse enfadado.
—Claro que no, tesoro, pero aun así tendré que hacerles una visita. No querrás que tus suegros piensen que tu tía es una ermitaña ignorante que desconoce las sutilezas más elementales que conlleva un compromiso matrimonial. Alcánzame esos papeles de ahí y les escribiré ahora mismo. ¿Cómo dijiste que se llaman?
* * *
No tenía por qué sentirme avergonzado de la tía Mame. Sin embargo, estaba un poco preocupado por su primer encuentro con los Upson. La tarde antes de la visita estuvo probándose un vestido tras otro.
—Vamos, cariño —decía—, quiero que seas totalmente sincero conmigo. Esto de ser la madrina del novio me pilla por completo de nuevas, pero quiero que te sientas orgulloso de mí. No deseo parecer trasnochada, pero por otro lado cometería un error igual de grave si diese la impresión de ser demasiado sofisticada. ¿Cómo es esa señora Upjohn?
—Upson —le corregí.
—Sí, Upson. ¿Qué cosas lleva?
—No sé, ropa —respondí.
—Ya imaginaba que no se presentaría con una faldita de plátanos. Cariño, ya sabes a qué me refiero. ¿Es chic?
—Sí, no esta mal —contesté—. Un poco ajada. No tiene tan buena figura como tú.
—¡Caramba, cariño! —gorjeó encantada la tía Mame—. Había pensado ponerme este vestido estampado de Schiaparelli
[12]
, pero es del año pasado, así que no servirá. También tengo el vestido de gasa azul lavanda, aunque es demasiado juvenil para mi posición matriarcal. O el de crepé blanco, lo malo es que es más caliente que la entrepierna de…
—¡Ni se te ocurra hablar así esta noche! —rugí.
—Pero, Patrick, ¿acaso se te ha ocurrido pensar por un momento que, después de pasar por tres audiencias papales y una presentación en la corte de St. James, no voy a saber comportarme?
—Lo siento, pero los Upson no son como nosotros.
—Pues el negro transparente. El negro es un valor seguro. Aunque ése es precisamente su mayor inconveniente. O el de seda azul marino…
A las nueve en punto, la tía Mame, vestida en tonos tostados, con sombrero favorecedor y atrevido y un magnífico collar de perlas, subió con delicadeza a mi coche y condujimos hasta casa de los Upson.
—Me siento como si fuese a inaugurar un rastrillo benéfico —repetía una y otra vez.
La velada fue breve y exitosa. La tía Mame ocupó elegantemente un sofá estilo Luis XIV y habló del calor, la humedad y el cambio de tiempo en Nueva York, de lo guapa que era Gloria, lo buen chico que era yo, y las probabilidades de que América entrase en guerra.
Le eché una mirada que ella interpretó correctamente como «no hables de política», y ella observó que era una pena que, con toda Europa en guerra, no pudiéramos viajar allí de luna de miel.
Noté que la señora Upson echaba de reojo una mirada de aprobación al sombrero, el vestido, las pieles y las joyas de la tía Mame, y, cuando la señora Upson salió de la habitación para ir a buscar unas fotos de Gloria cuando era un bebé, vi cómo los ojos de mi tía recorrían el convencional salón del apartamento de Park Avenue. Sonrió al demorarse en el recargado marco de un paisaje decimonónico, movió imperceptiblemente la cabeza al reparar en un retrato al óleo de la señora Upson pintado alrededor de 1927, toqueteó los flecos de la pantalla de una lámpara y soltó una nada disimulada risita al ver el reloj de Tiffany que había sobre la repisa de la chimenea. Carraspeé bruscamente. Ella se sobresaltó y concentró con elegancia toda su atención en el señor Upson, que estaba diciendo:
—… no está mal para ir de visita, pero no me gustaría vivir allí. En cuanto esos franceses ven a un americano, le roban hasta la camisa. Y en cuanto a los ingleses, no movería un dedo por esos estirados ni por…
No obstante, la tía Mame, que era una franco–anglofila furibunda, se comportó con una contención admirable. Empleó su voz de dama elegante toda la noche y se soltó un poco —pero no demasiado— con su tercer combinado. Contuvo la lengua, se relajó lo bastante para contar unas cuantas anécdotas ingeniosas y cuidadosamente seleccionadas, e invitó con mucha cordialidad a los Upson a cenar con ella en Washington Square a final de semana.
—¡Oh!, pero esos días estaremos haciendo el equipaje —se quejó la señora Upson, dividida entre su deber y la ocasión de visitar la que era en realidad una de las casas más famosas de Nueva York.
—Razón de más para venir. Así será más fácil para sus criados —dijo con un gesto que parecía aludir a docenas de sirvientes invisibles—, que no tendrán que cocinar para los tres. Venga, por favor —añadió con la cabeza ladeada y una sonrisa cautivadora—. No será nada excesivo, se lo prometo. Sólo una cena familiar. ¿Quedamos el jueves?
Se puso en pie y se dirigió con delicadeza hacia la puerta.
—Patrick, cariño, no te preocupes por llevarme a casa. Tendría que haberlo pensado y traer el Royce, pero puedo coger un taxi.
—¡Oh no! —rió la señora Upson, extasiada de ser uña y carne con la lady Vere de Vere de Greenwich Village—. Voy a tener que ordenarle a su sobrino que se vaya. Mañana Gloria tiene que sacarse fotografías, para los periódicos, ya sabe, y no quiero que parezca que pasó la noche anterior en vela.
—Tu tía me parece un sueño —me susurró Gloria cuando íbamos hacia la puerta—. Por supuesto, había leído acerca de ella en las revistas, pero ¡conocerla y hablar con ella! ¡Y esa esmeralda!
La Sociedad para la Admiración Mutua se despidió calurosamente.
—¿Y bien? —pregunté mientras la tía Mame se quitaba el sombrero y se aflojaba el cinturón en el coche.
—Dios, ¡qué calor hace! —dijo—. Bueno, son un poco estilo los grandes almacenes B. Altman, pero, eso sí, las plantas más caras, ¿eh? Muy agradables. Y Gloria es preciosa.
De vuelta a casa estuvo extrañamente silenciosa.
El día de la cena en casa de la tía Mame, Gloria y yo fuimos a almorzar juntos y pasamos por Cartier. En menos de quince minutos aprendí un montón sobre diamantes. Con los ojos ciegos y los oídos sordos por el amor, observé a Gloria rechazar tres bandejas de terciopelo con solitarios y sonreír extasiada al contemplar su mano extendida y el enorme diamante redondo que destellaba en su dedo anular.
—Sí —dijo decidida—, me quedo con éste.
Apenas consciente de lo que hacía, firmé un cheque por el valor de mis ingresos de los próximos años. Gloria me dio un beso de despedida y se alejó por la Quinta Avenida con el diamante centelleándole en el dedo.
Al volver a Washington Square encontré la casa en pleno bullicio. Se hallaba repleta de orquídeas blancas, e Ito estaba colocando una última vela en el candelabro del salón. En la larga mesa veneciana del comedor había cubiertos para ocho personas, y había dos hombres de pinta extraña deambulando por ahí con librea azul.
Corrí al dormitorio de la tía Mame, donde la encontré tumbada y leyendo una pila de viejas novelas de Edith Wharton.
—¿Qué demonios está pasando aquí? —pregunté.
—¿A qué te refieres, cariño? —dijo sonriendo.
—Ya me has oído. ¿Quién más viene a cenar y quiénes son esos tipos vestidos de lacayos?
—Pero, cariño, hoy es la noche en que vienen los Upson. ¡No puedes haberlo olvidado!
—Pues claro que no lo he olvidado, pero ¿qué hay de los sitios de más, de las coronas funerarias y de esos dos estirados con librea?
—Pero, Patrick, cariño, sólo quería planear una velada agradable. Después de todo, si esos Upson son tan importantes, tu pobre tía tendrá que esforzarse todo lo posible, ¿no crees?
—No me vengas con pamplinas. ¿Quién más va a venir?
—Con groserías no irás a ninguna parte, jovencito. Puedo ser el doble de desagradable que tú, y lo sabes muy bien.
—Lo que quería saber, majestad, es a quién habéis invitado a compartir la cena con nosotros esta noche.
—Gracias por la cortesía, aunque llega un poco tarde —respondió sacándome de quicio—. He invitado a mi mejor amiga, Vera Charles, y al honorable Basil Fitz–Hugh. No he podido encontrar a los Guggenheim.
—¿Los Guggenheim?
—Sí. Una familia muy conocida. Estoy segura de que oirás su nombre alguna vez antes de morir. Y en cuanto a mí, si no tienes objeciones en que una pobre viuda tenga un compañero en la cena, he invitado al príncipe Henri–René de la Tour. Siempre que no te importe, claro.
—¿Y los lacayos?
—Son dos excelentes actores que participaron en la obra de teatro que acaba de representar Vera. Pensó que sería divertido traerlos.
—Escucha, para Vera y para ti puede que esto sea divertido, pero para mí se trata de algo muy serio. Si estáis planeando entrometeros en mi…
—Pero, Patrick, cariño —replicó la tía Mame con una sonrisa arrebatadora—. Sólo quiero hacer las cosas bien. Y, por supuesto, trato de ayudar a esos dos jóvenes. Es muy difícil para los actores encontrar trabajo en verano y les voy a pagar mucho más de lo que les daría el sindicato por un trabajo de una noche. Incluso he pagado la lavandería y el planchado de sus disfraces.
—Como se te ocurra gastarme alguna jugarreta… —murmuré.
—¿Es que has perdido la razón, cariño? ¿Por qué iba a querer arruinar tu felicidad? Sólo quiero aumentarla. Es evidente que a los Upson les impresiona la riqueza y simplemente quiero demostrarles que a nosotros también nos van bien las cosas.
Temeroso y derrotado, me retiré al cuarto de baño.
Fue una velada memorable. Todo el mundo, excepto los Upson, llegó un poquito pronto, casi como si lo hubieran hecho a propósito. La tía Mame estaba arrebatadora de azul pálido y con casi todos sus diamantes, y Vera estaba muy majestuosa vestida de blanco y dijo toda clase de cosas desagradables sobre Ina Claire, Gertrude Lawrence y los Schubert antes de que llegaran los Upson. El honorable Basil vestía su uniforme de gala de los Coldstream Guards, y el príncipe De la Tour iba muy francés con su traje de verano. Sólo más tarde recordé que el señor Upson odiaba a los franceses y los británicos. Los dos lacayos del sindicato estaban igual de impresionantes, y la señora Upson se sintió en el séptimo cielo al descubrir que su actriz favorita, Vera —He visto todas sus obras dos veces, señorita Charles—, era íntima de la tía Mame.
—¡Menuda casa tiene usted! —repetía sin parar el señor Upson.
La tía Mame sirvió sólo champán y se sonrojó cuando la alabaron por el pichón trufado.
—No sea tonta, querida, en realidad es sólo una cena de picnic. La mitad de los criados tienen el día libre.
Me acaloré, avergonzado, pero fui el único en hacerlo.
Una o dos veces sorprendí a la señora Upson observando la casa con ojos relucientes y estaba a punto de ofrecerme a enseñársela cuando la fiesta concluyó. Gloria, con el diamante brillándole en el dedo, me dio un beso de buenas noches aún más afectuoso de lo normal, y ya en la puerta, mientras los actores del sindicato se ponían en posición de firmes, la señora Upson susurró al oído de la tía Mame que fuésemos a visitarlos a Connecticut.
—Bueno —suspiró la tía Mame cuando nos quedamos solos—. ¿Qué tal se ha portado tu vieja tía?
—Muy bien, tía Mame —respondí con absoluta sinceridad—. Has estado muy bien.
Ahora que habíamos observado las costumbres tribales, todo discurría en términos amistosos.
Pocos días más tarde, partimos a pasar el fin de semana con los Upson. La tía Mame, que por lo general convertía una excursión en coche en un crucero alrededor del mundo, mostró un notable aletargamiento a la hora de hacer las maletas para el fin de semana en Connecticut.
—He pensado que una sombrerera con unas cuantas prendas a cuadros y una falda larga de campesina para las noches será lo más apropiado —dijo alzando la mirada de su mapa bélico Rand–McNally del desierto occidental—. ¿Sabes, cariño?, hay que admitir que ese desgraciado de Rommel sabe lo que hace.
Le quité el mapa de entre las manos.
—Oye, Molly Pitcher de pacotilla —rugí—, no sé lo que estás pensando, pero te aseguro que no vas a ir a casa de los Upson con una bolsa de papel llena de disfraces de lechera.
—De acuerdo, cariño, si crees que esa mujer me considera una celebridad, echaremos la casa por la ventana y llevaré el Rolls–Royce, a Ito, a mi doncella y un baúl lleno de ropa.
—No he dicho que los Upson vayan a aprovechar para lucirte. No son de ésos.
—¿Ah, no?
—Escucha —siseé—, si estás tramando una de tus simpáticas encerronas, cancelaré todo ahora mismo.
—Pero, Patrick, cariño —respondió con inocencia—, sabes que tu felicidad es de vital importancia para mí. Es mi única prioridad. Si no fuese por este fin de semana con los Upson, al que voy sólo por ti, podría haber ido a Fire Island con algunos de los chicos más simpáticos de…
—Si fuese tú, tampoco sacaría a relucir lo de Fire Island.
—¿Prefieres que no actúe como soy en realidad?
—En una palabra, ¡sí!
—Bueno, iré a buscar mis boas de plumas, pediré que preparen el Rolls, sacaré mi joyero, es una pena que el abrigo de piel de marta esté en el almacén…
—Maldita sea, ¿es que no puedes actuar por una vez como una persona normal?
—¿Me querrías si lo hiciera?
—¿Por qué tienes que interpretar siempre un personaje? ¿Acaso sólo puedes ir vestida como una campesina con una cofia o como la reina de Saba con un furgón blindado repleto de diamantes? ¿No comprendes que sólo quiero causar buena impresión a la familia de Gloria?