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Authors: Patrick Dennis

Tags: #Humor, Relato

La tía Mame (27 page)

BOOK: La tía Mame
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—Supongo que ni por un momento te habrás parado a pensar que la familia de Gloria también debería esforzarse por causarme buena impresión a mí.

—Desde luego, quieren que pienses que son gente agradable.

—Y un cuerno.

—Dejemos las cosas claras —respondí—. Esto es importante para mí. Quiero casarme con Gloria y es lo que pienso hacer…

—¿Aun cuando no te convenga? —preguntó la tía Mame sin alzar la voz.

—Eso debo decidirlo yo. Tan sólo quiero que vayas allí y te comportes como una persona normal. A Gloria y a su familia les caes muy bien por las dos veces que te han visto…

—¡Menuda alegría me das!

—… y, si te limitas a actuar como hiciste entonces, todo irá bien. Pero no tienen por qué enterarse de que fuiste corista en
Chu Chin Chow
, ni es necesario que les hables de tus amigos maricas de Fire Island…

—No soy responsable de las preferencias sexuales de mis amigos.

—… y ¡tampoco es preciso que se enteren de un montón de detalles de los que el común de los mortales no tiene por qué saber nada!

—¿Y deberían saber que opino que te has convertido en uno de los esnobs más vulgares, aburguesados y conformistas de la costa Este, o te las arreglarás para dejárselo claro sin mi ayuda?

Recogió su mapa bélico y se marchó dando un portazo.

* * *

Condujimos hasta Connecticut en relativo silencio. La tía Mame iba muy elegante con un traje de lino y así se lo hice saber.

—Gracias, cariño —respondió, mordaz—. Había pensado comprarme un modelito azul marino con toques de blanco y unas cerezas en la solapa, ¡pero Best and Company está siempre abarrotado!

—Tía Mame —dije sin alterarme—, ¿es que no quieres que me case con Gloria?

—No lo sé —respondió mirando a lo lejos—. No lo sé. Y ahora calla y deja que averigüe qué se trae entre manos el general Montgomery.

Agitó teatralmente su ejemplar del
Time
. Fue todo lo que dijimos hasta llegar a Mountebank, en el estado de Connecticut.

Después de media hora de desvíos equivocados que conducían a caminos con nombres pintorescos, finalmente dimos con Larkspur Lane.

—Es bonito, ¿no? —observé por decir algo.

—Adorable —respondió, y cerró el
Time
.

Seguimos conduciendo y llegamos a una puerta hecha con ruedas de carreta blanca, con un farol colonial en un poste y un letrero que decía:

UPSON DOWNS

—¡Qué ingenioso! —dijo la tía Mame.

—Oye, si…

—No hace falta que me saltes al cuello, Patrick —respondió con los ojos muy abiertos y cierto aire de inocencia herida—. Sólo me refería a que me parece terriblemente divertido
[13]
. De verdad. Quisiera saber a cuál de los tres se le ocurrió un nombre tan inteligente.

Le eché una mirada escrutadora, pero no pude descubrir nada en su semblante. Seguimos por el camino de grava.

La casa era una construcción baja de piedra con un poste delante, unas campanillas al lado de la puerta principal y un par de faroles de carruaje a los lados.

—¡Qué dulzura! —canturreó la tía Mame—. Parece sacada de
Better Homes and Gardens
.

Una vez más su rostro estaba totalmente inexpresivo.

—¡Yuuujuuu! —gritó la señora Upson, y salió corriendo por la puerta principal como un atleta rompiendo la cinta al llegar a la meta.

—¡Hooo–la! —respondió la tía Mame—. Acabo de enamorarme de su casa. ¡Es lo más mono que he visto en mi vida!

—Sí, a nosotros nos encanta —sonrió la señora Upson—. La mayor parte del edificio es de antes de la Revolución. Claro que no era lo bastante grande y tuvimos que añadirle dos alas para poder ocuparnos de los niños, aunque, ahora que Boyd está casado y Gloria está a punto de abandonarnos, sólo quedaremos nosotros dos para hacer ruido por la casa.

—Diga usted lo que diga, querida, es preciosa —dijo la tía Mame con una enorme y nada sincera sonrisa.

—Y, por supuesto, Mountebank es una zona exclusiva.

—¿En qué sentido?

—Usted ya me entiende —respondió azorada la señora Upson.

El criado de color cogió nuestro equipaje y seguimos a la señora Upson hasta el recibidor. Estaba pintado de color verde Williamsburg y decorado con un reloj de pared, un montón de grabados de Currier and Ivés y una alfombra bordada a mano sobre el suelo de tablas.

—¡Ooooh! —gritó la tía Mame cuando la alfombra se escurrió bajo sus pies. Se agarró a la barandilla de la escalera.

—¡Cuidado! —canturreó la señora Upson—. Por suerte, Claude tiene un seguro de responsabilidad a terceros, pero no queremos que se rompa usted una pierna.

—Qué considerado por su parte —respondió la tía Mame con una mueca, moviendo el dedo como una actriz de opereta.

—Voy a esconderlos en el ala de los huéspedes —dijo la señora Upson mientras subía, jadeante, por la estrecha escalera.

—¡Qué cosa tan divina! —repuso la tía Mame—. ¡Ayy! —gritó cuando le clavé sin la menor consideración el codo en la espalda.

—¿Ocurre algo, querida? —preguntó la señora Upson.

—¡Oh, no, querida!, sólo estaba pensando en las botas de los valientes generales coloniales que debieron de subir y bajar por estos benditos escalones.

—Bueno, ésta será su habitación —dijo la señora Upson—, y a ti, Patrick, voy a meterte aquí. Hay un pequeño saloncito en medio, por si os sentís solos.

Soltó una risita.

—Dios mío —gritó la tía Mame—, la mía es tan femenina, y la de Patrick tan masculina. ¡Apuesto a que fue idea suya!

—Pues sí. Le pedí al decorador de los almacenes Altman…

—¿Altman? Habría jurado que era Sloane. Puro Sloane.

—¡Qué lista eres, Mame! ¿Puedo llamarte Mame? Y tú llámame Doris. El piso de abajo es Sloane y el de arriba Altman.

—Llámame como quieras, Doris, con tal de que no me llames tarde a comer. ¡Ja, ja, ja…!

Las dos mujeres estuvieron a punto de abrazarse con alegría femenina. Yo estaba horrorizado.

—Ahora daos prisa y poneos cómodos. Claude y yo estaremos en la terraza con un buen daiquiri en cuanto estéis preparados. Gloria está en el club con los jóvenes…, todo chicas, por supuesto…, pero no tardará en volver. Apresuraos. No es necesario que os cambiéis para cenar, vida sencilla de campo.

Se marchó dando pasitos apresurados.

—¡Oh, cariño! —dijo la tía Mame—, este sitio es una monada. Mira mi habitación: estilo rústico francés, hasta el último detalle. E incluso me han dejado material de lectura: el
Reader's Digest, La canción de Bernadette
, siempre he querido leerlo…, y el ejemplar de marzo de
Vogue.

—Como se te ocurra…

—Cariño, ¿se puede saber qué te pasa? Todo esto me encanta, y Doris es simpatiquísima. Ya ves que le caigo bien, incluso me ha pedido que la tutee. Y voy a ser una invitada tan perfecta que te apuesto lo que quieras a que Claude acabará pidiéndomelo también. Me encanta que las familias se tuteen, ¿a ti no?

Yo había enmudecido de rabia, pero al mismo tiempo tenía que reconocer que la tía Mame había causado sensación. Se estaba portando muy bien y hacía todo lo que le decía, incluso demasiado bien.

Me estaba afeitando cuando la tía Mame llamó a la puerta y entró sin más preámbulos.

—Dios mío —susurró—, qué baño tan masculino tienes, cielo. No como el mío. Fíjate en todas esas toallas ásperas y marrones, qué lástima que no tengan un «él» bordado, y esos grabados de patos en pleno vuelo. Mi cuarto de baño es de color rosa con un grabado de un galgo de Tony Icart y…

—¡Ay! —rugí.

—Cariño, ¿te has cortado por mi culpa?

—¿De qué demonios te has disfrazado? —grité—. ¡Quítate esa cinta del pelo ahora mismo!

—Pero, Patrick —gimoteó—, me la regalaron con la botella de protector solar y Doris lleva una. Pensé que quedaría monísima con esa muselina floreada.

Se había puesto un vaporoso vestido rosa con muchas joyas de adularia que le daban el aspecto de alguien que no acaba de creerse lo que hacía, aunque no estaba tan mal para merecer mayor comentario.

—Voy de lo más apropiada para Mountebank, ¿verdad, cariño?

—Estás bien —dije acuchillándome la mandíbula.

—Cariño —dijo, besándome la nuca—, date prisa en afeitarte. Me encontrarás en el salón leyendo
Oliver Wiswell
en uno de esos sillones tan cómodos estilo gobernador Winthrop. Me siento como si fuese un pedacito de historia en esta joya de casa.

* * *

El piso de abajo, la sección Sloane de Upson Downs, se parecía mucho a la de arriba: todo muy pintoresco, rústico y colonial. Había faroles de carro, lámparas de trinquete, lámparas esmaltadas y lámparas hechas con mantequeras, molinillos de café y tarros de botica. En las paredes colgaban calientacamas, fuelles antiguos, trébedes de latón y alegres dechados, con viñetas de
Spy
, escenas de caza, mapas amarillentos y respetables daguerrotipos. La señora Upson ocupaba, nerviosa, una silla de hierro en la terraza y, por encima de los suspiros de la tía Mame, «Qué preciosidad…, qué pintoresco…, qué inteligente…», oí al señor Upson mezclando bebidas y ejerciendo de anfitrión.

Con su delantal verde y sus llamativas sandalias, el señor Upson parecía más un oso de feria que una persona. Hizo una profunda reverencia para besar la mano a la tía Mame y me puso una enorme garra paternal en el hombro.

—Bueno —rugió—, ya estamos todos. ¡Y a esta hora del día no hay nada como un buen daiquiri Upson!

—¡Qué rico! —dijo la tía Mame.

—Sí —prosiguió—, no los preparo como todo el mundo. Cuando Doris y yo estuvimos en Cuba este invierno había un
barman
en un sitio al que íbamos mucho…, ¿cómo se llamaba, Doris? ¿Casa Huan? Sí, Casa Huan…, bueno, pues el barman, Huan, nos dijo que no utilizáramos azúcar. Un buen daiquiri no lleva azúcar.

—¡No me diga! —comentó la tía Mame.

—No, ni pizca. ¿Quiere saber el secreto que me contó Huan?

—¡Oh!, me muero por saberlo…, siempre que no sea un secreto de Estado.

—Pues bien, Huan utiliza siempre miel filtrada.

—¡Quién lo iba a decir, miel filtrada!

—¡Sí! Miel filtrada y un ron muy, muy suave y luego…

—No sé por qué se habrá entretenido tanto Gloria —dijo la señora Upson, poniendo su mano rolliza sobre mi rodilla—. Pero no te preocupes. Tomaremos un buen…

—… hay que rallar literalmente el hielo…

—Parece muy complicado, señor Upson.

—¡Oh, Bertha! —llamó la señora Upson—, ¿le importaría meter los canapés en el horno? Los de chutney.

—… y agitarlos. Nada de esas batidoras modernas. Eso es para mariquitas. Si se quiere un buen daiquiri, hay que agitarlo con ganas. Oiga, señora…, ya que somos casi familia, ¿por qué no la llamo Mame y me llama usted Buster?

—Buster —respondió la tía Mame con un gritito—. Creía que se llamaba usted Claude.

—¡Oh! Doris me llama Claude, pero todo el mundo me llama Buster, y usted también puede hacerlo.

—Desde luego que lo haré, Buster —respondió con coquetería la tía Mame—, siempre que tú emplees también mi apodo.

—¿Y cuál es? —preguntó sirviendo las bebidas.

—Arrumacos.

Me atraganté al probar la bebida y tuve que excusarme.

Gloria llegó muy bronceada y seductora, y contó una rebuscada excusa por haberse entretenido tanto en el club. A las siete en punto, se reunió con nosotros otra pareja, llamada Abbot, o Cabot, o Mabbit, no llegué a tenerlo claro. Él trabajaba en la banca y ella en planificación familiar, los dos adoraban París y hablaban sin cesar de un hotel en el que se habían alojado, llamado, por lo visto, el Crayon. Dimos cuenta de una comida pesada y sabrosa y la tía Mame deleitó a todo el mundo con varias anécdotas sobre el año en que llevó a su tropa de
girl scouts
al parque de Yosemite. Yo no las conocía —de hecho, tampoco sabía que ella supiera lo que eran las
girl scouts
— y me reí tanto como los demás invitados. Fue, con mucho, la sensación de la velada, y, hasta que me metí en la cama, no recordé que, en la época en que aseguraba haber estado en Yosemite con las
girl scouts
, en realidad había sido corista de
Chu Chin Chow
.

El sábado, la tía Mame insistió en levantarse a las siete y pasó la mayor parte de la mañana cortando con delicadeza rosas en el jardín —tantas que los Upson no tuvieron bastantes jarrones para colocarlas—. No creí que estuviese siendo sincera, pero, aunque exageraba un poco el lado bucólico de su naturaleza, le funcionaba muy bien. Tenía al señor y a la señora Upson prácticamente a sus pies. A la hora del almuerzo habló de sus alegres días de debutante en Buffalo, que también coincidían con
Chu Chin Chow
y las
girl scouts
, y luego ella y la señora Upson se embarcaron en una complicada discusión sobre genealogía, durante la cual me sorprendió oír que yo descendía de Carlomagno por línea directa.

Por la tarde, nos separamos; el señor Upson fue a jugar una partida de golf, la señora Upson y la tía Mame —para entonces, Doris y Arrumacos— asistieron a una subasta en el pueblo, y Gloria me llevó al bosque a pelar la pava.

—Amor mío —murmuró Gloria con sus preciosos ojos más verdes y profundos que nunca—, ¿no te gusta estar aquí, lejos de toda esa gentuza de Nueva York?

La rodeé entre mis brazos y le di un beso muy largo.

—Cariño —dijo incorporándose—, ¿ves todas las tierras que hay detrás de esa pared de piedra?

—¡Hmmm!

—¿Sabías que están en venta? Hasta el último centímetro. Veinticinco hectáreas.

—¿Ah, sí? ¡Bésame otra vez!

—¡No! ¡Que me pinchas! Seguro que tienes que afeitarte dos veces más a menudo que la mayoría de los hombres. Estaba pensando en que sería como un sueño que pudiésemos comprar esas tierras y vivir aquí. Justo al lado de papá y mamá.

—¿Quieres decir ir y venir a la ciudad a diario?

—¡Oh, no! Podríamos tener otra casa en la ciudad. Un pequeño
pied à terre
. Pero pasaríamos la mayor parte del tiempo aquí, en Mountebank. Además, a papá le preocupa mucho que alguien raro pueda comprar las tierras vecinas.

—¿Raro?

—Ya me entiendes, cariño. Desagradable.

—Caramba, Gloria, aquí las tierras deben de costar un ojo de la cara.

—Hombre, no son baratas, pero el aire es tan puro y tan fresco, y la gente que vive aquí es muy agradable. Ya has visto lo mucho que le ha gustado a tu tía. Apuesto a que, si se lo pidieras con dulzura, o si lo hiciera yo, nos regalaría esa ladera de la colina y tal vez una casita, toda de cristal y muy moderna…, una especie de regalo de boda.

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