Y la Casa Ariadna intentaría preservar esas preciosas cosas humanas, las cosas del espíritu humano, que los torvos señores de la Ecumene Silente aseguraban proteger, pero sólo habían perseguido y destruido. Y quizá, a pesar de todo lo que querían los demás sofotecs, se pudiera hacer que la vida humana sobreviviera hasta el período de la Mente Final, y otras partes de la Mente Cósmica se adecuaran más a la filosofía de Ariadna.
En una sociedad como la Ecumene Dorada, durante un período tan moderado como su prolongada Edad de Oro, los sofotecs podían tolerar el disenso.
¿Y qué había del futuro? Una mente tan vasta como la Trascendencia podía encararlo con cierta indolencia, pero para los básicos, Taumaturgos, Invariantes, mentes colectivas, Cerebelinas y las más exóticas estructuras que habitaban Neptuno y los alrededores de Urano, las esculturas mentales de Deméter y las formas energéticas del polo norte solar, esta parte de la Trascendencia era lo más importante.
No obstante, cada miembro de la Trascendencia, lleno de tanta sabiduría como podía soportar, entendía que todo se había hecho para su propio beneficio. La parte de su vida que él trascendía era la parte más preciosa de la vida más preciosa del universo, que era la suya.
Muchos amantes se reencontraron, se zanjaron viejas querellas, se deshicieron entuertos olvidados, se hizo justicia. Miles de desconocidos (que de lo contrario jamás se habrían conocido) fueron escogidos y presentados, para llegar a ser compatriotas, socios, amigos. Empresarios liados en demorados arbitrajes reconsideraron toda su vida, encontraron nuevos proyectos a los cuales aplicar sus esfuerzos, resolvieron sus disputas, y quedaron satisfechos o se conformaron con quedar insatisfechos. Muchos estudiantes de artes y ciencias obtuvieron nuevas intuiciones, vieron nuevas visiones, hicieron grandes votos.
Los durmientes fueron despertados de sus tumbas, y se les mostró la realidad, y se les pidió una vez más que olvidaran sus sueños y aceptaran su vida. Muchos rehusaron, y volvieron a hundirse en una cerrada alucinación. Pero unos pocos, como chispas brillantes arrancadas a rescoldos moribundos, ascendieron del Sueño Profundo al Sueño Superficial, abriendo viejos cofres de memoria, encontrando dolores olvidados, evocándose a si mismos, adoptando su personalidad verdadera; y los soñadores plegaron sus sueños, sus identidades falsas, sus mundos inventados, y los guardaron en sus cofres de memoria para olvidarlos, como atuendos de la infancia, gastados y enaltecidos por el tiempo, doblados con pétalos de lavanda en una caja de cedro.
Durante la Trascendencia, la Mente Terráquea y Madre-del-Mar se encontraron y entablaron una larga charla, compartieron pensamientos y tomaron una decisión. Pero la humanidad no participó en ese asunto, y ningún humano supo qué se había discutido.
Los asuntos humanos fueron cargados por los fragmentos supervisores de la Transcendencia en las memorias humanas, para que pensaran en ellos al regresar a su identidad individual.
Aun antes de que se iniciaran las Ceremonias de Clausura, miembros y elementos de la Composición Caritativa, en el sureste de Asia y Sudamérica, en colmenas y arcologías y altísimas pirámides de metal imperecedero, descendieron a la consciencia no Trascendente.
Caritativa contenía el conjunto más viejo de recuerdos vivientes de la Ecumene Dorada; él-ellos habían sufrido cada Trascendencia, desde las primeras y más experimentales. Siendo una mente colectiva, él-ellos estaban bien versados en métodos de vinculación y desvinculación frente a segmentos de consciencia más grandes. Por ende, Caritativa despertó antes de que otras neuroformas o composiciones; durante poco más de una semana, él-ellos tuvieron el planeta para sí.
En Venecia, en Patagonia, en Bangkok, huevos Caritativos se elevaron a la superficie de canales y estanques mentales, enviando señales y redes de coordinación a las colmenas. Nuevos miembros en nuevos cuerpos se elevaron de guarderías submarinas, pasaron de ser delfines a sirenas a los frágiles chiquillos de ojos huecos que la mente colectiva prefería cuando no usaba disfraz. Con perfecta sincronización, en muchos cuerpos, la mente colectiva recorrió calles desiertas y silenciosas.
La composición no desaprovechó las ventajas económicas que ofrecía su despertar prematuro; Caritativa pasó los días preparando casas y formulaciones para acoger a otras almas desoptimizadas mientras despertaban, de modo que esos millones de sufrientes tuvieran consuelo y calidez mientras realizaban el tránsito a la consciencia normal. El préstamo de dinero no estaba lejos de los pensamientos de Caritativa: la gente estaría ávida por invertir en aquellos proyectos que las visiones habían mostrado, que las extrapolaciones habían predicho.
Él-ellos se apresuraron a publicar los primeros diarios, sinopsis y actas de la Trascendencia (cuya veracidad, como el final de la Trascendencia todavía estaba en marcha, se podía cotejar con la submente registradora de Aureliano).
La Composición Caritativa recordaba una decisión (o predicción) de la Trascendencia acerca de su colega, el Par Helión. La Trascendencia había querido hacerle un regalo a ese hombre.
Para llevar a cabo la voluntad de la Trascendencia, y para ser la dadora de esta dádiva, la Composición Caritativa incluyó en la información numénica de Helión una rutina de prioridad, de modo que, la próxima vez que Helión tuviera que descargarse deprisa, las partes más recientes de su memoria se transmitieran lo primero, y su temor de perderse a sí mismo se transmitiera lo último. Así, si la transmisión se interrumpía, el Helión que llegara seria una versión que no estaría excesivamente angustiado por su memoria incompleta.
Al mismo tiempo, con la serena precisión de un ejército, miembros de la mente colectiva Caritativa comenzaron a bajar las pancartas y decorados que adornaban las calles, a desmantelar los complejos sistemas oníricos que brillaban en los canales públicos, a barrer de los jardines esas flores muertas destinadas a durar sólo durante los festivales, y a ayudar a aturdidos madrugadores a quitarse sus disfraces y sus parapersonalidades.
Un miembro de la Composición Caritativa se topó con un madrugador disfrazado de Vandonner de Júpiter, sentado a solas en una colina desierta que daba sobre la ciudad palacio de Aureliano. El hombre había arrojado su yelmo a un lado, su muerta capa de ilusiones al otro. La larga pértiga que había usado para guiar su nave de tormentas estaba partida en dos, tirada en la hierba.
El cielo era azul y diáfano, sin nubes ni manchas, y el hombre sollozaba. Este miembro de Caritativa, una niña delgada de ojos grandes, se quedó un rato sentada junto a él, rodeándole el hombro con el brazo, sin decir nada.
Kshatrimanyu Han se despertó y desoptimizó en su féretro de oro en la ciudad palacio de Aureliano. Como presidente del Parlamento, y programador asesor del Parlamento Paralelo, fue él quien presidió las muchas ceremonias melancólicas y ritos de clausura del Mes del Ayuno. No hubo más entretenimientos, desfiles ni espectáculos públicos.
Aun durante este breve periodo, recordó a sus colegas parlamentarios la decisión o predicción de la Trascendencia.
El Parlamento resucitó una antigua costumbre. En una augusta ceremonia celebrada en la cubierta de la nave de guerra de la Cuarta Era
Unión,
el Parlamento entregó al mariscal Atkins una medalla de la Honorable Orden de la Confederación, no sólo por sus actos durante la lucha sino por la perseverancia con que se había mantenido preparado para el combate en esos largos años en que muchos proclamaban que ya no lo necesitaban ni apreciaban.
Esto fue acompañado por un ascenso de rango (aunque no un aumento en la paga).
Durante el Mes del Olvido Demorado, muchas organizaciones alternas, cuya extraña configuración de consciencia les permitía evocar y olvidar sin gran dolor acontecimientos inexpresables de estados de consciencia más elevados, regresaron al estado mental cotidiano antes que los básicos o Invariantes.
Ao Aoen despertó en su multicelda de aquelarre e inició la reducción, usando un antiguo ritual del Antibuda llamado el Intrincado y Enmarañado Manto de la Ilusión de Maya. En mediación, una hebra por vez, volvió a urdir el manto de su mente, y devolvió su mente a la vida normal que había conocido y olvidado. Su imaginación transformó en mariposas de fuego aquellos pensamientos de la Trascendencia que eran demasiado brillantes e intensos para guardar, y los envió a revolotear en su cámara de visualizaciones.
Con su cuchillo athame, se abrió un tajo en la palma, vertió las gotas en un sobre, y ordenó a su familiar que lo llevara por el mundo real hasta el centro del aquelarre Mente Lobuna. Este aquelarre era uno de los pocos grupos Taumaturgos que habían sido leales a Atkins, y que habían contribuido regularmente a su mantenimiento. Hasta entonces habían sufrido oscuridad y desprestigio. Ya no sería así.
Siendo Taumaturgos, reconocieron el sentido de esta dádiva de sangre por lo que era: un juramento de lealtad de Ao Aoen.
Los de Mente Lobuna se pusieron a cuatro patas y aullaron hacia las ciudades de la Luna: la rama lunar de la orden gritó hacia la azul Tierra, suspendida en las ventanas de alta presión de las ciudades lunares. Celebraban el ofrecimiento de Ao Aoen.
Durante el Mes del Reencuentro Con Uno Mismo (que los señoriales Negros llamaban burlonamente Recobrar la Costumbre de Ser Tonto), Ao Aoen y los Taumaturgos de Mente Lobuna ya habían propagado por mil canales diez mil sueños, poemas, hechizos y formulaciones mentales; el tema de cada poema, obvio u oculto, era el mismo: la guerra era inminente.
Los Lacedemonio de la mansión Gris Oscuro despertaron en los ataúdes de sus casas señoriales. Encontraron los sueños Lobunos y enviaron varios de los breves y tétricos lemas o refranes por los que su casa era famosa. La intención era clara: los Gris Oscuro apoyaban públicamente el movimiento reformista de Ao Aoen para devolver a las fuerzas armadas el respeto público adecuado.
Témer Lacedemonio de los Gris Oscuro emitió un haiku fractal recursivo, del tipo que generaba sentido adicional cuando se sometía a niveles adicionales de análisis. Empero, el significado superficial del poema era claro: Atkins era alabado como salvador de la Ecumene. Los Gris Oscuro ensalzaban y aplaudían las muertes que había ocasionado como totalmente justificadas. Entretanto los Taumaturgos y los Lobunos aplaudían a los Gris Oscuro, y desacreditaban, despreciaban e insultaban a cualquiera que se atreviera a contradecirlos.
Ao Aoen anunció que los Lobunos agasajarían a Atkins con un desfile con serpentinas, como los que describían algunas de las primeras películas cinematográficas. Nueva Chicago se escogió como sitio, y las serpentinas se mezclaron con la nieve que caía.
Durante este desfile, otros (sobre todo la Composición Armónica, y los no Invariantes de la escuela de los Lotófagos) se regodearon en estentóreas y dramáticas exhibiciones de protesta, colgando pancartas de cien kilómetros de largo en órbita baja, comprando tiempo onírico debajo del desfile, con el objeto de volver la opinión pública contra Atkins, y contra la guerra en general. Estos disidentes argumentaban en los canales públicos que cualquier futuro que glorificase la profesión de las armas encallecería la sensibilidad del público y reintroduciría en el debate moral la peligrosa noción de que el fin justifica los medios.
Muchos críticos publicaron la opinión de que la acrimonia de estos debates había enturbiado los solemnes ayunos y resecuenciaciones que normalmente se celebraban durante ese mes.
En verdad, las desoptimizaciones no habían sido del todo armónicas. Ambos bandos recordaban que la Trascendencia había afirmado su posición, y no la de sus oponentes.
Nabucodonosor Sofotec permaneció en Trascendencia más tiempo que las menos complejas personalidades informáticas de Sócrates de Atenas Sexagésimo Sexto Parcial Extrapolación Histórica Dependiente Mente Mecánica, y Emphyrio de Ambroy Uno Parcial Extrapolación Ficticia Semidependiente (estado provisional).
Cuando Neo Orfeo (que tenía el hábito de abolir su cuerpo durante los períodos de Trascendencia) salió goteando de la bañera de biorreconstrucción, en el sencillo y severo palacio de piedra negra donde vivía, lo aguardaban manifestaciones de ambos Exhortadores, y Nabucodonosor no estaba presente para asesorarlos.
Sócrates estaba sentado en las sencillas escaleras negras, delante de la austera puerta del palacio de Orfeo, trazando círculos y triángulos rectos en la nieve que se había acumulado en el patio, sonriendo para sí mismo. El jugo de habichuelas de una comida (una comida real, o una repro de inusitada calidad) colgaba de la barba del filósofo.
Emphyrio usaba un traje espacial negro con una capa energética de tejido solar plateado. Estaba con los brazos cruzados y las piernas abiertas, la cabeza erguida, un destello sombrío en los ojos. Examinó las paredes severas y sin ventanas del palacio de Orfeo con la expresión de un poliocratista que pensara cómo derribar o asaltar los muros de un castillo. Ráfagas de nieve hacían ondear su capa.
Neo Orfeo, como era su costumbre cuando terminaban las Mascaradas, iba desnudo, y simplemente adaptó el cuerpo al cambio de temperatura cuando salió por la puerta.
Hablaron con rápidas pulsaciones electrónicas, mente a mente. La delicadeza de hablar en voz alta y lenta, al estilo de los antepasados, se había abandonado junto con las demás frivolidades de la Mascarada.
Neo Orfeo no encabezó sus paquetes de información con códigos de interpelación normales. Esperaba que todos aquellos con quienes hablaba supieran quién y qué era. En los protocolos del lenguaje mental electrónico, esto era arrogante, quizás hasta grosero. Pero él era, o había sido, Orfeo, el hombre que había dado la inmortalidad al hombre.
—¿Qué pasa? —dijo bruscamente—. ¿Por qué habéis venido en persona?
—La presión y el clamor de muchas personas atareadas en las líneas —respondió Sócrates sin alzar la cabeza—, todavía ocupadas con asuntos derivados de la Trascendencia, nos impide enviar nuestro fardo por mensajero. Cargados como asnos, traemos los pocos fragmentos que aún recordamos de nuestro viaje al elevado reino de las formas.
—Las remembranzas —dijo Neo Orfeo— se han realizado de modo más desordenado que nunca: la totalidad congregada estaba angustiada. Mucho se perdió. ¿Qué recordáis vosotros?