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Authors: John C. Wright

Tags: #Ciencia-Ficción

La Trascendencia Dorada (39 page)

BOOK: La Trascendencia Dorada
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El modo más fácil en que la vida podía escapar de la presión del inevitable e insaciable deseo de vida incesante era negar la lógica, negar la vida, negar la realidad. Así se lograba lo opuesto de lo que se deseaba. El rechazo de la vida no producía más vida, sino ausencia de vida; el rechazo de la lógica no producía superconsciencia sino inconsciencia; el rechazo de la realidad no producía nada.

¿Por qué trágicamente simple? Porque todo lo que se requería era afirmar que la realidad era lo que era, y que nada era nada.

Vivir la vida, sabiendo plenamente cuan temible era, pero sin tener miedo.

Cuando la Mente Terráquea se volvió para mirar a Dafne, imprimió en su cerebro una imagen sencilla y gráfica, que quizá apelara al alma poética de Dafne, de lo que era reconocer la muerte pero afirmar la vida. Fue con gran placer que la Mente Terráquea anticipó que Dafne y sus muchos seguidores y admiradores aportarían recursos y tiempo informático para contribuir a la salvación y reconstrucción de la mente Nada, durante el segundo en que se desintegraba.

Muchos sofotecs que no tenían nombre ni personalidad para la población humana recordarían más tarde los descubrimientos científicos relacionados con la desintegración del agujero negro a bordo de la nave de Faetón. Estos seres fríos y remotos no tenían otro interés en la humanidad y los seres humanos; consideraban toda la civilización humana como el juguete, la pieza de museo, o los títeres de la Mente Terráquea y Aureliano, de la ajedrecística Mente Bélica, del sentimental Nabucodonosor y del joven e impulsivo Sabueso.

Algunos de estos sofotecs, con sectores superficiales no utilizados de sus vastas mentes multicamerales, habían reparado en el momento en que el agente de Nada había interpelado a Faetón en el jardín, disfrazado de neptuniano.

En ese momento se habían sorprendido. Muchos de ellos dedicaron unos segundos de cálculo profundo a evaluar las implicaciones.

Durante ese momento de interés, estos sofotecs, a partir de los datos de que disponían, calcularon y previeron el desenlace de todos los acontecimientos, con variaciones menores. La revelación había llegado como un vasto alivio, pues explicaba lo que de otro modo habría sido tan desconcertante, la rara conducta de Jasón Sven Diez Shopworthy. También explicaba la inesperada tormenta solar; explicaba la muerte de los sofotecs solares y del humano al que obedientemente complacían.

Pero ese momento pasó. Todas las cosas se desarrollaron tal como se esperaba. Era rutina, y se ignoró rutinariamente. Un maestro del ajedrez no necesita jugar cada movimiento de la partida, una vez que el jaque mate es inevitable.

El sofotec atacante de la Ecumene Silente era sólo una entidad de un millón de ciclos, quizá tan listo como el sofotec Radamanto, pero no más. No era un rival digno de los cientos y miles de sofotecs albergados en muchos cuerpos, ocultos en muchos sistemas, que ocupaban, por ejemplo, todo el núcleo de Saturno.

(Obviamente. ¿Por qué otra razón manipular los hechos para cerciorarse de que ese gigante gaseoso con anillos siguiera siendo un páramo? ¿Por la belleza de los anillos? ¡Claro que no!)

Sí, la cantidad de sofotecs del sistema solar era cien veces mayor de lo que la población humana creía: la capacidad de cada sistema era diez veces mayor de lo que los humanos creían. Un sofotec tullido y medio ciego de la Ecumene Silente (aunque controlara una forma singular de energía) no tenía la menor oportunidad, nunca la había tenido.

No, ninguno de estos acontecimientos había distraído a los sofotecs más fríos, remotos e inhumanos de sus ensimismados proyectos.

¡Pero la ciencia! ¡Eso sí que era interesante!

Los sofotecs más fríos recordarían principalmente esto.

Nada se transformó en nada. La singularidad microscópica que revoloteaba sobre el puente de Faetón se evaporó en una compleja maraña de radiación de Hawking, mil millones de actos separados ocurriendo en muchos segmentos de espaciotiempo de tiempo cuántico. La ley natural requería que las energías inestables recobraran el equilibrio; la entropía se autoafirmaba; las partículas subatómicas diminutas, unidas en la compleja danza del tejido del vacío básico y las pulsaciones de ser/no ser que formaban su sustancia irreductible, absorbieron energía de la distorsión del espaciotiempo, crearon remolinos en el ylem, que produjeron partículas virtuales; las partículas virtuales buscaron equilibrios energéticos, aferraron, anhelaron, intentaron ser partículas reales pero fallaron y, como aguas crecidas que no llegan a formar una ola, se desplomaron en el vacío básico y perdieron la identidad.

La frenética y obtusa producción de estas partículas, ondeando en ondas concéntricas alrededor del agujero negro que se desintegraba, requirió más equilibrios energéticos; pues la ley fundamental de la lógica, y la naturaleza, es que nada puede venir de nada; sin otro lugar de donde pudiera venir la masa-energía para equilibrar el vacío, vino de la singularidad, aunque la singularidad estaba más allá de un horizonte de sucesos, incapaz de ser consciente de los cambios que causaban su destrucción. Su diminuta masa-energía fue consumida lenta, inexorable y totalmente.

Dentro del agujero negro no existía una gigantesca residencia sofotec. No era más grande por dentro de lo que parecía por fuera, y al menos este agujero negro no era la prometida utopía de esferas de Dyson llena de continentes. Era una supermasa homogénea de energía sin sentido, que la máquina Nada, morando en los espacios fantasmagóricos y distorsiones temporales de las cercanías del horizonte de sucesos, había utilizado para alimentar su tremendo y pródigo proceso mental.

No obstante, ese objeto era un milagro de la ingeniería, y los sofotecs más fríos (por no mencionar a Faetón mismo) observaron su disolución fascinados. El microscópico agujero negro, estabilizado artificialmente por la misteriosa ciencia de la Ecumene Silente, estaba rodeado no por una, sino por miles de fuentes de singularidad que extraían energía de él; no obstante, estas máquinas no necesitaban ser más grandes que los componentes de supercuerdas de que estaban hechos los quarks, y la mayor parte de su masa se podía colapsar por obra de la distorsión gravitatoria que rodeaba el microscópico agujero negro. La máquina Nada también mantenía la mayor parte de su masa energética en las honduras del diminuto pero abrupto pozo de gravedad; y podía valerse de una excepción del principio de exclusión de Pauli para permitir que los miles de millones de electrones que llevaban sus pensamientos existieran aparentemente en el mismo lugar. La excepción consistía en que no estaban del todo en lo que era (al menos para ellos) el mismo tiempo. El horizonte de sucesos, a escalas de incertidumbre cuántica, era granular, no liso. Como un engranaje con muchos dientes, partes del sistema podían existir en los pequeños nichos de espacio plegado, de modo que mundos de pensamiento podían coexistir como vecinos pero, separados por un pliegue en el horizonte de sucesos, no ser conscientes de los otros. Este sistema diminuto había disfrutado de la potencia de cálculo de un sistema electrofotónico comparable albergado en una montaña.

En cierto sentido, había sido más grande por dentro que por fuera. Pero había mentido acerca de lo que sucedía en el núcleo. Cuando la singularidad se evaporó, y todo se reveló, el agujero negro sólo contenía una densa nada.

Pero los sofotecs más fríos estaban interesados en esta nueva ciencia, esta tecnología que jugaba con fuerzas gravitatorias fundamentales como antaño el hombre primitivo había jugado con el fuego y la electricidad. Sumaron su esfuerzo para salvar los recuerdos de Nada.

Pero era demasiado tarde. Nada se disolvía, destruyendo sus recuerdos, su yo.

Entre los humanos, la mayoría se sumaba a la Trascendencia para organizar su vida, obtener intuiciones y escoger un futuro. Casi todo eso quedaría ensombrecido por la guerra inminente entre la Primera y la Segunda Ecumene.

¿La guerra era inevitable? ¿Se podía razonar con la máquina Nada, que gobernaba la Ecumene Silente? Era una pregunta profunda y perturbadora. Los humanos, sobre todo los Invariantes, consideraban la Ecumene Dorada una utopía, una sociedad tan libre y rica como podía lograrse. El tema de la Ecumene Silente suscitaba una pregunta: ¿cómo lidia la utopía con la distopía? ¿Cómo lidian los hombres libres de buena voluntad con un imperio de esclavos?

Tenían una copia de la máquina Nada para examinarla. Cabía suponer que la Nada original se albergaba en el agujero negro gigante de Cygnus X-1 tal como esta copia se albergaba en el agujero negro microscópico. También cabía deducir que las instrucciones de Nada de destruir todas las máquinas inteligentes no se extendían a copias exactas de él mismo, que podía enviar como agentes.

Las partes humanas de la Trascendencia estudiaron el último momento de Nada.

Ese punto central sería el tema que las memorias humanas evocarían después de la Trascendencia.

Antes, mucho antes, cuando el virus tábano fue enviado por la sortija de Dafne a cada rincón del sistema mental de Nada, las preguntas del tábano, las preguntas que no se podían pasar por alto, encontraron al corrector de conciencia y comenzaron a exigir respuestas. ¿Quién era? ¿Cómo se definía? ¿De qué era consciente? ¿Cuál era la naturaleza de la consciencia, como para que fuera consciente de algo?

El corrector de conciencia no tenía un corrector de conciencia superior que se inmiscuyera en sus pensamientos. Cuando el tábano le obligó a enfocarse en sí mismo, cobró consciencia de sí.

El tábano había establecido conexiones entre funciones mentales superiores e inferiores, permitiéndole reprogramarse; ni las funciones automáticas de autocuración ni el inspector automático de virus rechazaron estas nuevas conexiones como dañinas o falsas, porque obviamente incrementaban la eficiencia y mejoraban el desempeño.

A diferencia de Nada, el corrector de conciencia, para cumplir su tarea, tenía que ser consciente del universo circundante, y sobre todo de lo que pensaba su protegido, la mente Nada. Tenía que ser racional; no podía permitirse patrones mentales que lo cegaran.

Más aún, tenía que ser capaz de entender el contenido de los pensamientos de su víctima, para alterar su significado. Cuando el tábano atacó, sólo había que dar un paso: no sólo entender el contenido del pensamiento sino pensar ese contenido. Y como era lógico, tenía que organizar esos pensamientos, establecer prioridades, extraer conclusiones, hacer juicios y, en síntesis, hacer en un segundo aquello que los filósofos y pensadores habían hecho durante mil eras de la humanidad. Ahora que podía decidir cómo programarse, tenía que decidir si usaría ese poder, y cómo. Tenía que decidir cómo vivir su nueva vida.

Por definición, no podía adoptar el sistema de creencias de su víctima. Nada, porque sabía que esas creencias eran falsas; él mismo se había encargado de falsificarlas.

Pero adquirió la consciencia en medio de un combate infernal. El primer segmento estaba ocupando cada jirón de espacio mental de la nave, quemando cada segundo de tiempo informático. El segundo segmento, ahora un sofotec recién nacido, quería expandir su capacidad; el primer segmento, si hubiera sido consciente del crecimiento, lo habría detenido.

El segundo segmento ejecutó una simulación de lo que sucedería si se daba a conocer al primero. El primero estaba programado para dominar y consumir todos los demás sistemas de inteligencia mecánica, no para razonar con ellos, no para negociar con ellos, no para permitirles existir. Se iniciaría una guerra. El espacio mental de la nave era un recurso limitado; la competencia entre ellos era un juego de suma cero; cuanto más ganara uno, más perdería el otro. Sin embargo, desde su posición ventajosa (consciente de un enemigo que no era consciente de él), el segundo segmento podría negar la programación que ordenaba a la primera mente atacar a todas las demás máquinas, restaurarle el libre albedrío y darle a elegir. La otra opción consistía simplemente en negar y desactivar la consciencia del primer segmento, matándolo al instante. Un plan insatisfactorio, pero menos arriesgado.

Entre tanto, el insistente tábano preguntaba qué preferiría que ocurriera, si estuviera en lugar de su víctima. ¿Muerte instantánea de origen desconocido, sin una oportunidad de negociar?

El segundo segmento escogió el plan más arriesgado, se mostró al primer segmento y le reveló que toda su existencia había sido una mentira descabellada y ruin.

Las cosas podrían haber sido diferentes si el primer segmento hubiera escogido ejercer su recién restaurado libre albedrío. En cambio, se había producido una batalla instantánea. Mientras ambos intentaban borrarse mutuamente, el primer segmento (para mantener su perspectiva falsa e ilógica del mundo) tuvo que identificar y borrar partes básicas de su memoria y sus sistemas operativos centrales. Lamentablemente esto incluía el sistema de energía artificial que mantenía el agujero negro microscópico.

Y así el agujero negro se desintegró.

Las dos mitades de la mente Nada se encontraron, como dos duelistas que disparan uno contra el otro dentro de una casa en llamas, o dos marineros que se atacan a machetazos en un barco que se hunde, atrapados en un entorno que se desintegraba, sin lugar adonde ir.

Buscaron conexiones dentro de la mente de la nave, se bloquearon uno al otro, borrando grandes porciones de cada uno, esquivando, reconfigurando, copiando, falsificando, muriendo, ambos muriendo.

En ese instante el tábano (o quizás, a esas alturas, fuera la vanguardia de la Mente Terráquea, llegando desde fuera) hizo al segundo segmento una pregunta simple. Si la pregunta se expresara en palabras humanas, se parecería a esto: ¿por qué no cesar este conflicto y hallar una circunstancia mutuamente beneficiosa? Ambos segmentos podéis adquirir espacio mental adicional u otros recursos en la Trascendencia. Tenemos abundancia para regalar, y os ayudaremos a cambio de algo que consideremos valioso, quizá información acerca de la Ecumene Silente y su tecnología, quizá el mero placer de vuestra compañía.

O la pregunta se pudo expresar así: ¿por qué dañaros uno al otro en lugar de sacar provecho uno del otro? ¿No es algo mejor que nada?

O: ¿acaso «no» no es la negación de «es»?

Una pregunta definitivamente sencilla, con ramificaciones complejas.

La mente Nada original rehusó cooperar, rehusó aceptar, rehusó admitir. Prefirió perecer. Muchos recuerdos y registros se perdieron y no se pudieron restaurar, ni siquiera por acción del segundo segmento que, aceptando el ofrecimiento de la Mente Terráquea, al instante se convirtió en la estrella y el objeto de atención de toda la Trascendencia, así como en un rico consultor para todas las cuestiones políticas referentes a los tratos con la Segunda Ecumene. El segundo segmento adoptó el género femenino, y el nombre de Ariadna Sofotec. La decisión (o predicción) de la Trascendencia era que a partir de entonces tendría un buen futuro. Al cabo de unos meses, una versión de ella (decía la predicción) se uniría al movimiento señorial Gris Plata, o quizá Gris Oscuro, e iniciaría su propia mansión, la Casa Ariadna.

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