Apenas se han apagado las cenizas de la pira funeraria de Darth Vader erigida en Endor, cuando la Alianza intercepta una llamada de socorro procedente de un lejano puesto fronterizo imperial. Bakura se encuentra en el límite del espacio conocido, y es el primer lugar al que se dirigen los ssi-ruuk, invasores reptilianos de sangre fría que, en otros tiempos aliados del fallecido Emperador, se acercan al espacio imperial con un único objetivo: el dominio total. La princesa Leia ve en la misión la oportunidad de conseguir una victoria diplomática para la Alianza, pero aún adquiere mayor importancia cuando Obi-Wan Kenobi se aparece al Luke Skywalker, con el mensaje de que debe ir a Bakura, o correr el riesgo de perder todo cuanto los rebeldes han conseguido a base de tantos esfuerzos.
Cuando la Alianza llega a Bakura, los alienígenas casi han derrotado a la guarnición imperial, cuyo desesperado comandante aceptará la ayuda de cualquier bando, incluido el rebelde, contra el insidioso enemigo que esclaviza las mentes humanas para pilotar sus invencibles máquinas de guerra y destrucción.
Al tiempo que toman el mando de las desmoralizadas fuerzas imperiales, Luke, Han Solo y la princesa Leia han de ganarse la confianza y colaboración de los bakuranos, pues si bien el gobernador imperial Medeus ha garantizado a los rebeldes una amnistía temporal, existe la posibilidad de una traición por parte de aquellos cuya lealtad está consagrada al Imperio.
La víspera del asalto final, rebeldes e imperiales han de ponerse de acuerdo por fin… o entregar toda la galaxia a la espantosa servidumbre prometida por un victorioso enemigo alienígena.
Kathy Tyers
La tregua de Bakura
ePUB v1.0
jukogo14.05.12
Título original:
The Truce at Bakura
Kathy Tyers, 1 de noviembre de 1993.
Traducción: Adolfo García
Diseño/retoque portada: Drew Struzan
Cronología: 4 años D.B.Y (Despues de la Batalla de Yavin)
Editor original: jukogo (v1.0)
ePub base v2.0
No puedo pensar en La guerra de las galaxias sin recordar la fanfarria que abre la banda sonora. No puedo imaginar la larga silueta triangular de un Destructor Estelar Imperial sin oír los ominosos tresillos. ¿Quién es capaz de recrear en su mente la cantina de Mos Eisley sin aquella inimitable orquesta de jazz? Dedico esta novela con mi mayor admiración al hombre que compuso las bandas sonoras para las tres películas de La guerra de las galaxias:
John Williams
S
obre un planeta muerto, una luna habitada colgaba suspendida como una turquesa velada por las nubes. La mano eterna que sujetaba la cadena de su órbita había espolvoreado su telón de fondo aterciopelado de estrellas brillantes, y energías cósmicas bailaban sobre las arrugas del espacio tiempo; cantaban su música intemporal, ajenas por completo al Imperio, la Alianza Rebelde, o sus breves e insignificantes guerras.
Pero en aquella insignificante escala humana de la perspectiva, una flota de astronaves giraba alrededor del planeta primario de la luna. Cicatrices de carbono estriaban los costados de varias naves. Enjambres de androides efectuaban reparaciones alrededor de otras. Fragmentos metálicos que habían sido componentes fundamentales de naves espaciales, así como cadáveres humanos y alienígenas, giraban con las naves. La batalla para destruir la segunda Estrella de la Muerte del emperador Palpatine había costado enormes pérdidas a la Alianza Rebelde.
Luke Skywalker cruzó la rada de aterrizaje de un crucero, con los ojos enrojecidos, pero todavía emocionados por la victoria, después de la celebración de los ewoks. Cuando pasó junto a un grupo de androides, captó el olor a refrigerantes y lubricantes. Sentía todos los huesos del cuerpo doloridos, después del día más largo de su vida. Hoy (no, ayer) se había enfrentado al emperador. Ayer, casi, había pagado con su vida la fe depositada en su padre. No obstante, un pasajero que viajaba en la lanzadera procedente del poblado Ewok, con rumbo al crucero, ya había preguntado si Luke había matado al emperador, y a Darth Vader, con sus propias manos.
Luke aún no estaba preparado para anunciar que «Darth Vader» era, en realidad, Anakin Skywalker, su padre. De todos modos, había contestado con firmeza que Vader había matado al emperador Palpatine. Vader le había arrojado al núcleo de la segunda Estrella de la Muerte. Luke supuso que debería explicarlo durante semanas seguidas. De momento, sólo deseaba comprobar el estado de su caza X.
Descubrió, sorprendido, que el equipo de mantenimiento se le había adelantado. Una magnogrúa había bajado a Erredós Dedos, encajándolo en su nicho cilíndrico, detrás de la cabina.
—¿Qué pasa? —preguntó Luke, y se detuvo para recuperar el aliento.
—Ah, señor —respondió un tripulante vestido con un uniforme caqui, mientras desenganchaba una manguera de combustible plegable—, su piloto de relevo se ha ido. El capitán Antilles regresó en la primera lanzadera y salió de patrulla al instante. Interceptó una nave teledirigida imperial, una de esas reliquias que utilizaban para transportar mensajes antes de las Guerras Clónicas. Llegó desde las profundidades del espacio.
Llegó. Alguien había enviado un mensaje al emperador. Luke sonrió.
—Imagino que aún no se habrán enterado. ¿Wedge quiere compañía? No estoy tan cansado. Podría acompañarle.
El tripulante no sonrió.
—Por desgracia, el capitán Antilles accionó un mecanismo de autodestrucción mientras intentaba extraer los mensajes codificados. Está bloqueando manualmente una brecha peligrosa…
—Olvídese del piloto de relevo —exclamó Luke.
Era amigo de Wedge Antilles desde los días de la primera Estrella de la Muerte, cuando habían volado juntos en el ataque final. Sin esperar a oír más, Luke se volvió hacia el vestidor. Un minuto más tarde, se estaba poniendo un traje presurizado naranja.
Los tripulantes se dispersaron. Subió por la escalerilla, se acomodó en su asiento acolchado, se colocó el casco y accionó el generador de fusión de la nave. Un conocido zumbido de alta energía se elevó a su alrededor.
El hombre con quien había hablado subió tras él.
—Pero, señor, creo que el almirante Ackbar quería oír su informe.
—Volveré enseguida.
Luke cerró la cubierta corrediza de la cabina y efectuó una rápida inspección de sus sistemas e instrumentos. Nada llamó su atención.
Conectó el comunicador.
—Jefe Rogue, preparado para despegar.
—Compuerta abierta, señor.
Conectó el propulsor. Un segundo después, un dolor feroz recorrió su cuerpo. Todas las estrellas desplegadas ante su campo de visión se dividieron en binarias y giraron unas alrededor de otras. Las voces de los tripulantes resonaron en sus oídos. Aturdido, buscó en su interior el centro de serenidad que el Maestro Yoda le había enseñado a tocar…
Tocar…
Ya.
Exhaló un tembloroso suspiro y ejercitó su control sobre el dolor. Las estrellas volvieron a transformarse en destellos. Fuera cual fuese la causa, ya pensaría en ella más tarde. Proyectó la Fuerza y localizó a Wedge. Su manos se movieron sobre los controles del caza casi sin esfuerzo, mientras se desviaba hacia aquel extremo de la flota.
De camino, pudo echar un buen vistazo a los estragos de la batalla, el enjambre de mecánicos androides y naves remolcadoras. Los cruceros Estelares Mon Calamari estaban blindados y acorazados para aguantar múltiples impactos directos, pero creyó recordar que había visto más de aquellas enormes y abultadas naves. Absorto en luchar por su vida, su padre y su integridad en el salón del trono del emperador, ni siquiera había percibido las perturbaciones en la Fuerza provocadas por tantas muertes. Confió en que no se acostumbrara a ellas.
—Wedge, ¿me oyes? —preguntó Luke por la radio subespacial. Eligió una trayectoria entre las enormes naves de la flota. Los analizadores indicaron que el transporte pesado más próximo se estaba alejando con cautela de algo mucho más pequeño. Cuatro cazas A se colocaron detrás de Luke—. Wedge, ¿estás ahí?
—Lo siento —respondió una voz apenas audible—. Estoy casi fuera de tu alcance. He de… —Wedge se interrumpió y gruñó—. He de mantener apartados estos dos cristales. Es una especie de artilugio autodestructivo.
—¿Cristales? —preguntó Luke, para que Wedge continuara hablando.
Había dolor en aquella voz.
—Conductores de cristal electrónicos. Reliquias de los viejos días «elegantes». El mecanismo intenta aproximarlos hasta que se juntan. Si llegan a tocarse, ¡puf! Todo el motor de fusión.
Luke sobrevoló lentamente el resplandor azul de Endor y vio el caza X de Wedge. A su lado flotaba un cilindro de nueve metros de largo con los distintivos imperiales, tan largo como el caza y casi todo motor, un tipo de nave teledirigida que la Alianza aún no podía permitirse. Por algún motivo, la nave le produjo un siniestro presagio. El Imperio ya no utilizaba aquellas reliquias. ¿Por qué, quienes la habían enviado, no habían usado los canales imperiales habituales?
Luke silbó.
—No, no tenemos el menor deseo de que ese motor tan grande estalle.
No era extraño que el transporte se estuviera alejando.
—Exacto.
Wedge estaba sujeto a un extremo del cilindro, con un traje presurizado que le conectaba a su caza mediante un cable de apoyo vital. Debía de haber liberado el aire de la cabina, con el fin de dirigirse hacia el control principal del cilindro en cuanto comprendió que había activado por accidente el mecanismo de detonación. Podría sobrevivir en el vacío durante varios minutos, provistos de su traje presurizado de piloto y el casco de emergencia hermético.
—¿Desde cuándo estás ahí fuera, Wedge?
—No lo sé. Da igual. El panorama es fantástico.
Luke se acercó e invirtió los motores con cuidado. Wedge tenía una mano en el interior de un panel. Volvió la cabeza para seguir con la vista al caza de Luke, cuando éste acompasó su velocidad a la del cilindro.
—Me vendría bien otra mano. —Wedge habló con desenvoltura, pero el tono traicionó su tensión. Debía tener la mano medio aplastada—. ¿Qué hacéis aquí?
—Admirando el panorama.
Luke sopesó sus opciones. Los pilotos de los cazas A deceleraron y se rezagaron, tal vez asumiendo que Luke sabía lo que hacía.
—Erredós —llamó—, ¿cuál es el alcance de tu brazo manipulador? Si me acerco lo bastante, ¿podrías ayudarle?
No: 2,76 metros como mínimo, en un ángulo óptimo
, apareció en la pantalla.
Luke arrugó el entrecejo. Gotas de sudor perlaron su frente. Cualquier cosa pequeña, sólida y desechable serviría de ayuda. Si no se daba prisa, su amigo moriría. La Fuerza concentrada en Wedge ya empezaba a oscilar.
Luke echó un vistazo a su espada de luz. No estaba dispuesto a desprenderse de aquello.
¿Ñipara salvar la vida de Wedge
? Además, podría recuperarla. Deslizó con todo cuidado la espada en el interior del tubo de alimentación de la portilla de eyección. La lanzó y extendió una mano hacia el arma, separada por diez metros de vacío. La envió hacia Wedge. Cuando ya estaba cerca del objetivo, torció la muñeca.
La hoja blancoverdosa apareció, silenciosa en el vacío del espacio. Los grandes ojos pardos de Wedge parpadearon detrás de su visor.