Luke cortó la transmisión y se dio cuenta, por los espasmos que sacudían sus pantorrillas, de que se había levantado. Frustrado, volvió a sentarse. Había descansado mucho en el hiperespacio. Las Cañoneras solicitaron información por el canal interno del grupo. Vio por la ventana panorámica que se habían agrupado en parejas.
Leia habló en voz baja desde el
Halcón
.
—Luke, utiliza la sutileza. Estás hablando con imperiales. Nos considerarán hostiles y se lanzarán en nuestra persecución.
—En este momento, no están para lanzarse en persecución de nadie —señaló Luke—. Están a punto de ser borrados…
—No me extraña que nadie captara las transmisiones de auxilio habituales —interrumpió la voz seca del comandante imperial Thanas—. Grupo de combate de la Alianza, agradeceríamos su ayuda, Voy a enviar un informe codificado de la situación en una frecuencia inferior en veinte ciclos a ésta.
—De acuerdo.
Sólo alguien que ya se considerara derrotado aceptaría refuerzos identificados sólo en parte. Luke miró al oficial de comunicaciones Delckis, que abrió el canal indicado por Thanas. Al cabo de unos momentos, un pequeño porcentaje de los puntos remolinantes que aparecían en el tablero de situación viró a un tono dorado amarillento, por parte de los imperiales. Luke silbó por lo bajo. Los seis ovoides y la mayor parte del enjambre seguían con la luz roja de amenaza.
El OAB empezó a escupir información. El comandante Thanas poseía menos potencia de fuego que los invasores, y el ochenta por ciento estaba concentrado en un sólo crucero de clase
Galeón
. No se trataba de una gran nave, y sólo contaba con una quinta parte de la tripulación que solía albergar un Destructor Estelar, pero superaba por amplia ventaja al armamento del
Frenesí
..
—¿Está seguro de que quiere hacer esto? —murmuró Manchisco. *
Luke tocó el botón que enviaba a los pilotos rebeldes escaleras arriba. Los cazas habían sido preparados para despegar, aprovisionados de combustible y trasladados a las ensenadas durante el último día transcurrido en el hiperespacio.
—Informe a su formación —dijo Luke a su interlocutor imperial. No estaba seguro de cómo proceder. Se calmó y pidió consejo a la Fuerza. Una corazonada, como decían los demás…
—¿Están… listos…? —empezó Thanas.
Un siniestro silbido enmudeció al comandante imperial.
Luke tabaleó con los dedos sobre la consola. Cuando se oyó de nuevo la voz de Thanas, sonó serena y controlada.
—Lo lamento. Una perturbación. Si pudieran lanzar una cuña de naves por el hueco que dejan los tres cruceros centrales ssi-ruuk, quizá les obligarían a retroceder. Ganaríamos tiempo.
Ssi-ruuk
. Luke archivó el nombre de los alienígenas en el fondo de su mente. Por fin, su subconsciente lanzó una sugerencia.
—Comandante Thanas, vamos a descender desde el norte solar para rodear a esos tres cruceros. Pongan rumbo —murmuró.
El navegante de la capitán Manchisco se acercó al ordenador de navegación.
—Valtis —farfulló el duro en idioma corriente, con sus labios delgados y elásticos—, curso ocho-siete norte, seis rotación lateral.
El piloto virgiliano efectuó correcciones en el ordenador. Luke notó que el
Frenesí
cobraba vida. Los paneles de la cubierta transmitieron las vibraciones de los motores a sus pies y a la silla de mando. La escotilla de acceso, que habían dejado abierta para la ventilación, se cerró de golpe.
Thanas habló de nuevo al cabo de unos momentos.
—Nos encontramos en un gran apuro, grupo de la Alianza. Vengan… y gracias. Manténganse alejados de la influencia gravitatoria.
—¿Qué opinas, muchacho? —se oyó a Han por el altavoz—. Mal asunto.
—He de llegar a Bakura —insistió Leia por el mismo altavoz—. He de convencer al gobernador Nereus de que declare una tregua oficial. De lo contrario, no podrán colaborar con nosotros. No podemos desafiar a toda la Marina imperial.
—Han, ¿te has enterado de cómo vamos a movernos? —preguntó Luke.
—Oh, ya lo creo. —Su amigo parecía divertirse—. Buena suerte, héroe. Sólo temo que nuestra única diplomática con experiencia tendrá que esperar a que termine esto.
—Buena idea —dijo Luke.
—¿Cómo? —Luke oyó los puntos de exclamación que seguían a la pregunta de Leia—. ¿De qué estáis hablando?
—Perdónanos.
Se imaginó a Han volviéndose, para intentar explicar razonablemente una desagradable verdad al gemelo Skywalker más tozudo. Tal vez su hermano debería intervenir.
—Leia —dijo—, echa un vistazo al tablero. Bakura está bloqueado. Todas las comunicaciones al exterior deben de estar intervenidas. No hemos oído ni pío, salvo fragmentos de emisiones procedentes de emisiones recreativas. Eres demasiado valiosa para arriesgar tu vida en la zona de batalla.
—¿Y tú no? —replicó su hermana—. He de hablar con el gobernador. Nuestra única esperanza es persuadirle de que venimos en son de paz.
—Estoy de acuerdo —contestó Luke—, y podríamos utilizar el
Halcón
para una maniobra rápida, pero no vamos a ponerte en peligro. Da gracias de contar con cañones.
Silencio sepulcral. Luke dio más órdenes y dispuso a sus hombres en formación para el difícil salto entre sistemas.
—Muy bien —rezongó Leia—. El sexto planeta no se encuentra lejos de nuestra trayectoria. Tomaremos esa dirección. Si parece seguro, aterrizaremos y os esperaremos.
—El sexto planeta me parece bien, Leia.
Luke percibió su indignación, que no sólo iba dirigida hacia él. Han y ella debían aprender a resolver sus desacuerdos. A desarrollar su propio sistema.
Cerró el estado de ánimo de su hermana a su percepción.
—Sigue en contacto, Han. Utiliza las frecuencias de la Alianza normales, pero sintoniza las imperiales.
—Afirmativo, pequeñín.
Luke vio por su mirador que el carguero ligero abandonaba la formación. El arco blancoazulado de sus motores se perdió en la negra distancia. Según su tablero de situación, los pilotos de los cazas estaban preparados, y Wedge Antilles se encontraba pasando revista a la situación general del escuadrón. Hoy, su puesto no estaba en el espacio. Su frío caza X reposaría en una oscura bodega, y Erredós en sus aposentos, conectado mediante el
Frenesí
al Ordenador de Análisis de Batalla. La próxima vez, tal vez podría conseguir que Erredós le conectara con el puente de mando del carguero, para dirigir la batalla desde un caza, pero ¿dónde instalaría los tableros de control y situación?
—Cálculos terminados —anunció—. Preparados a saltar.
Las luces azules de las naves viraron a verde.
Luke se aferró a los brazos de su asiento.
—Ahora.
Han Solo no apartó la vista de los sensores del
Halcón
mientras desviaba de su ruta al carguero. Demasiado experimentado para quedar atrapado en el remolino que se produciría cuando el grupo saltara al hiperespacio, no pudo dejar de observar el carguero de Luke (¡pensar que el muchacho estaba al mando de un grupo de portacazas!), hasta que la nave de Luke desapareció. Leia se encogió.
Ahora, Han había vuelto al
Halcón
, donde debía estar. Los equipos de reparación de la Alianza no habían perdido tiempo en poner a punto su amado carguero, después de que Lando lo lanzara contra la segunda Estrella de la Muerte (
… no te culpo, Lando. Fue por una buena causa
). Su lugar estaba en esta cabina, al lado de su buen amigo Chewie.
Pero ya nada era igual. Leia estaba sentada detrás del gigantesco wookie, vestida con un mono de batalla gris ceñido a la cintura. Sí, había manejado muy bien el
Halcón
durante un par de emergencias, pero hasta para un contrabandista había límites.
Cetrespeó ocupaba la otra silla posterior. Su cabeza dorada se movía de un lado a otro.
—Le estoy muy agradecido de que haya reconsiderado su postura, ama Leia. Si bien mi experiencia se desperdiciará más de lo habitual en estas lejanas regiones del sistema, nuestra seguridad es de vital importancia. ¿Puedo sugerir…?
Han puso los ojos en blanco y habló en un tono burlón y amenazador al mismo tiempo.
—¿Leia?
La joven desconectó el interruptor situado en la nuca de Cetrespeó, que se quedó petrificado.
Han exhaló un suspiro de alivio. Chewbacca aportó un gruñido sarcástico y agitó su pelaje color canela. Han extendió la mano hacia el panel de control.
—Siete minutos para el acercamiento.
Leia se desabrochó las correas de seguridad y se acercó a la consola. Apretó su cálida pierna contra la de Han.
—Los imperiales no pueden estar muy lejos. ¿Dónde están los analizadores?
Han los conectó. El sexto planeta llenó las pantallas. Chewbacca emitió varios gruñidos.
—Hielo y polvo —tradujo Han a Leia—. El sistema de Bakura sólo posee un gigante gaseoso y una miríada de cometas que le siguen. —Hizo una pausa—. Si el
Halcón
se calienta, se derretirá en la superficie.
—Mira —dijo Leia—. Una especie de poblado cerca del terminador.
—Ya lo veo. —Han mantuvo el rumbo hacia el grupo de formas regulares—. Pero no hay satélites de comunicaciones o defensa, y no captamos la menor transmisión.
Chewie aulló su acuerdo.
Las cúpulas no tardaron en aparecer ante su vista, Han aumentó la imagen y divisó una hilera doble de paredes destrozadas entre cráteres mellados recientes.
—Qué desastre —comentó Leia.
—Diez a uno a que nuestros misteriosos alienígenas ya han bombardeado este lugar.
—Bien. —Leia sacudió polvo del cabello de Han. Éste, sobresaltado, se volvió—. Eso significa que no volverán —explicó.
—Bórralo de la lista —admitió Han.
—Y se dirigen hacia un objetivo más importante. Espero que Luke sea precavido.
—No le pasará nada. Muy bien, Chewie, parece un barrio muy tranquilo. Nos esconderemos mejor si aterrizas… Nos confundiremos con las rocas, ya sabes. Bajemos y aminoremos la velocidad, sólo lo suficiente para neutralizar la gravedad. Vamos a probar suerte.
No aclaró a Leia lo difícil que iba a resultar. Sus sensores registraban una gravedad inferior a 0,2 en aquella bola de hielo, y ninguna atmósfera que recalentara una' nave dispuesta a descender, pero mantener la temperatura no sería fácil. El calor del núcleo seguía siendo intenso después del salto hiperespacial, y la fricción no era moco de pavo; aun en la completa frialdad del espacio exterior al sistema, habían chocado con millones y millones de iones y átomos. Han tocó un control que utilizaba pocas veces y elevó al máximo los radiadores dorsales. Deseó que las aletas de aterrizaje poseyeran refrigerantes, pero si los deseos se cumplieran, los calamarianos ostentarían el mando del cuartel general de la Alianza.
Justo al otro lado del terminador, localizó un cráter lo bastante amplio y profundo para albergar al
Halcón
. Apagó los radiadores, hizo descender al aparato y lo dejó flotar. Ahora, nada de cohetes de frenado…
A punto de descender, distinguió un charco oscuro y brillante en el fondo del cráter.
No era agua helada, sino amoníaco u otro gas oloroso, que se fundía a una temperatura tan superfría que hasta los chorros de los motores lo enturbiaban.
Y ahora, ¿qué?
Chewie gruñó una sugerencia.
—Sí —contestó Han—. Órbita sincrónica. Buena idea.
—¿No vamos a aterrizar?
Leia se relajó en su asiento de respaldo alto cuando el
Halcón
pasó sobre las ruinas y ganó altitud.
Chewbacca aulló un pequeño problema.
—Funciona bastante bien —dijo Han.
—¿Qué funciona bastante bien? —preguntó Leia.
Han miró a Chewie con el ceño fruncido.
Gracias, colega
.
—El rastreador estelar del
Halcón
. Para mantener la órbita con el piloto automático conectado. Depende de un circuito que no suele cubrir estas coyunturas.
—¿Por qué?
Han lanzó una breve carcajada.
—Es imposible llevar a cabo tantas modificaciones en un carguero sin pulirse algunos circuitos. El rastreador funciona bastante bien, pero… Chewie, procura que no nos salgamos del rumbo. Mientras nos mantengamos cerca, nadie nos localizará. —Han pulsó un sensor—. Parece que el hermano Luke se dirige hacia el lado de los imperiales. Supongo que querrás quedarte a mirar.
Leia arrugó el entrecejo.
—Con este analizador, es imposible distinguir quién está a cada lado. Además, toda esta situación me pone nerviosa…
—Oh. —¿Era otro insulto el comentario sobre el analizador?—. Oh —añadió, en tono alegre. Quizá, por fin, tendrían un momento de respiro. Sus así llamadas vacaciones, después de la gran fiesta ofrecida por los ewoks, había sido un fracaso Leia estaba muerta de cansancio. Pero durante el salto, con todas las manos ocupadas y Cetrespeó yendo de un lado a otro, había indicado con discreción a Chewie que hiciera algunas modificaciones en la bodega principal del
Halcón
, que no constaban en la
Guía de Campo de Cracken
.
Esperaba que Chewie lo hubiera hecho bien. El enorme wookie era un genio de la mecánica, pero su sentido de la estética no era…, bueno…, humano.
Han Solo no se había apuntado a aquella excursión sólo por aportar su granito de arena a la guerra.
Leia volvió a conectar a Cetrespeó y siguió a Han hacia la popa. Después de la batalla de Endor, habían hablado durante horas. Tras la máscara de cínico contrabandista, aquel hombre albergaba ideales similares a los suyos, pero se los habían destrozado. Además, temía estar sola desde que Luke le había comunicado la terrible noticia: Darth Vader era su…
No.
Su mente esquivó las defensas que había alzado y atacó de nuevo. Mientras contemplaba la destrucción de Alderaan desde la Estrella de la Muerte, había pensado que estaba asistiendo a la muerte de su familia. En realidad, su padre estaba…
¡No! Jamás le aceptaría como padre. Aunque Luke sí lo hiciera.
Se agachó para no tropezar con una manguera colgante. Si tenía que encontrar un escondrijo y sepultar la cabeza durante horas, debía de aprovechar ese tiempo. Ya había desperdiciado demasiados días en su recuperación. Se frotó el hombro derecho. Ni siquiera la símilipiel contrarrestaba por completo la comezón de una quemadura de desintegrador al curarse. Como había dicho a Han, no dolía…, pero era difícil de olvidar.