La puerta se deslizó a un lado. Luke retrocedió.
¿Tú también aquí, Gaeriel
?
—Yo… —tartamudeó—. Hem, hola. Quería hablar con el senador Belden.
—Ha salido.
Iba a volver al pasillo, cuando una voz quebrada la llamó desde atrás.
—Déjale entrar, Gaeri. Déjale entrar.
—Es la señora Belden —susurró Gaeri—, y no se encuentra bien. —Se tocó la frente—. Entre un momento. Clis, su enfermera, pasa por una crisis familiar, y yo he venido a tomar el té esta mañana.
—Sólo entraré a saludarla —murmuró Luke—. No quería molestarla.
Una mujer enjuta estaba sentada sobre unos almohadones, en una silla de brocado con apoyabrazos en forma de ala. Iba vestida con prendas amarillo anaranjadas, de color muy parecido al de los bombones de namana, y se había teñido de castaño rojizo su escaso cabello.
—Has vuelto, Roviden. ¿Por qué has tardado tanto?
Luke dirigió a Gaeri una mirada de estupefacción.
—Piensa que usted es su hijo —susurró en su oído Gaeri—. Le mataron en las purgas, hace tres años. Cree que todos los jóvenes son su hijo. No le lleve la contraria. Será mejor.
¿Había alguna vía de escape? Luke vio muebles de madera, probablemente antiguos, una caja gris que debía de ser un aparato electrónico, y los pies descalzos de Gaeri bajo su falda y chaqueta azules…, pero ningún modo de evadir aquella mascarada. Cogió la mano de la señora Belden, vacilante.
—Lo siento —murmuró—. Estoy muy ocupado. Por culpa de la rebelión, ¿sabe? —añadió, y pensó: «Su hijo murió durante las purgas».
La mujer apretó su mano.
—Sabía que estabas trabajando en la clandestinidad, Roviden. Me dijeron… Oh, da igual. Gaeriel se ha marchado, y…
—No, está… —empezó Luke.
—Estoy aquí, Eppie.
Gaeri se sentó en un escabel repulsor.
—¿Estás…? —La señora Belden paseó su mirada desde Luke a Gaeri, y agitó la cabeza—. ¿Estoy…?
Cerró los ojos y tensó la mandíbula.
Gaeri se encogió de hombros.
—Estás bien, Eppie. ¿Te apetece una siestecita?
—Siestecita —repitió la mujer, con voz cansada.
Luke siguió a Gaeri hasta la puerta.
—Hábleme de la señora Belden. ¿Desde cuándo está así?
—Tres años. —Gaeri meneó la cabeza con pesar—. Por desgracia, se implicó mucho en la resistencia contra el Imperio. Se derrumbó cuando Roviden murió. Eso la… destruyó.
—Tal vez por eso la dejaron vivir —aventuró Luke.
Gaeri alzó su puntiaguda barbilla, irritada.
—Usted no puede…
La señora Belden se removió en su silla.
—No te vayas sin despedirte de mí —gritó.
Luke, demasiado impresionado, volvió a toda prisa y se arrodilló junto a la señora Belden. Purificó su mente de preocupaciones y deseos y examinó la intensa presencia de la mujer. Latía con demasiada energía para alguien necesitado de cuidados intensivos. La mente, recordaba, afectaba a la Fuerza… Creaba un pulso vital tan fuerte que Luke intuyó una energía desencadenada. Sin embargo, algunos de los vínculos que conectaban la mente con los sentidos y la comunicación no funcionaban. Habían sido mutilados.
El Imperio es el responsable
, adivinó.
Parpadeó y examinó aquellos ojos tristes y húmedos. Gaeri le estaba vigilando desde atrás. Si utilizaba la Fuerza, le echaría. O empezaría a respetar su talento.
Pese a los deseos de Gaeriel, era preciso curar a Eppie Belden. Luke acarició la mano huesuda y moteada. ¿Debía seguir fingiendo que era su hijo? Utilizar la Fuerza se le antojó una peligrosa falacia.
—Quiero enseñarle algo —murmuró, sin hacer caso de Gaeriel. Le costó—. Si es capaz de hacerlo, quizá se cure.
El estado de ánimo de la anciana mejoró al instante.
—No —ordenó—. Tranquilícese y escúcheme con atención.
Presionó su conciencia y le enseñó cómo se había curado él, viajando por el hiperespacio… El silencio, la concentración, la energía… Y se encargó de que viera, aún sin comprender, que no había sido capaz de hacerlo a la perfección. Después concentró la atención de la mujer en sí misma.
Algo ha resultado dañado
, le dijo.
Creo que fue culpa del Imperio. Encuéntrelo. Cúrelo. Rechácelo
.
Luche, Eppie. Que la Fuerza la acompañe
. Yoda habría dicho que era «demasiado vieja para adiestrarla», pero no se trataba de adiestramiento. No exactamente.
Además, Yoda, no irá a meterse en líos como yo
.
Una oleada de gratitud invadió su mente. Aspiró una profunda bocanada de aire y tensó sus rodillas. Eppie Belden se recostó contra sus almohadones, cerró los ojos y respiró con serenidad.
—¿Qué ha hecho?
Gaeriel había adoptado una postura de combate inconsciente.
Luke estudió sus ojos. De alguna manera, el gris calculaba, en tanto el verde expresaba irritación.
—Aún posee una conciencia muy penetrante —murmuró—. Creo que su problema no es natural. La mutilaron.
Gaeriel titubeó.
—¿De forma deliberada?
Luke asintió. Al notar que su hostilidad se desvanecía, guardó silencio unos momentos y dejó que elaborara sus deducciones. Alguien la había mutilado. ¿Quién, sino el Imperio?
—Sé algo acerca de la autocuración —explicó—. Le enseñé algo que podía intentar. Eso es todo.
—¿Tan sencillo le resulta? —preguntó con amargura la joven.
Incomprensible para alguien que no fuera Jedi.
—No le he hecho nada. Le doy mi palabra de… honor.
Por fin, Gaeri se encogió de hombros y desechó el problema.
—Vamos a sentarnos en otro sitio.
Pasó bajo una arcada que daba a un comedor de losas blancas. No paró de alisar su larga chaqueta blanca mientras caminaba. Le indicó que se sentara a una mesa transparente, dejando atrás un calentador de té humeante.
—Si la Fuerza le permite semejantes milagros —dijo—, ¿por qué no sube a un caza, se abre paso hasta la nave insignia ssi-ruuvi y se deshace de ellos?
Podría intentarlo, si me lo pidieras
. Desechó el impulso con un suspiro.
—Si utilizara mis poderes impulsado por la cólera o la agresividad —explicó—, en lugar del conocimiento y la autodefensa, el lado oscuro se apoderaría de mí. Afectó…
Reprimió una terrible tentación. Algún día, admitiría su parentesco. Casi deseó terminar de una vez por todas, pero aún no había llegado el momento de que su provocadora y humilde revelación importara a alguien. Explicando a Gaeriel sería desastroso.
—Afectó a muchos Jedi. Se transformaron en agentes del mal, y fue necesario eliminarlos.
—Tendría que haberlo adivinado.
Gaeriel le miró de arriba abajo, y después ladeó la cabeza hacia la puerta abierta.
Aún podría conquistarla, mediante Eppie.
—Si prueba lo que le enseñé, puede que de la impresión de dormir durante… Bueno, días.
—Sería una bendición. —Gaeri cruzó las piernas por debajo de la mesa, más tranquila—. ¿De qué tenía que hablar con Orn?
Oh, maldición. Estar al mando del
Frenesí
era más fácil que admitir aquello.
—Esta madrugada, algunos de los suyos atacaron a unos de mis tripulantes en el espaciopuerto. Eran alienígenas fieles a la Alianza, y su gente pensó que eran ssi-ruuk. Sospecho que el gobernador Nereus buscó bakuranos proclives a la camorra, y les azuzó.
Percibió la suspicacia de la joven.
—¿Hubo bajas?
—Dos bakuranos. La princesa Leia ha presentado disculpas oficiales —se apresuró a añadir—. Ojalá pudiéramos hacer más. No tendría que haber sucedido.
Miró por un amplio ventanal. El sol de la mañana brillaba en todo su esplendor, pero sentía frío. Los ssi-ruuk no tardarían en ir tras él. No creía correr un grave peligro, pero aún no estaba seguro de por qué le querían apresar. ¿Qué estaba haciendo aquí, poner en peligro a Gaeriel y la señora Belden?
—Si al senador Belden se le ocurre alguna idea sobre el incidente, dígale que se ponga en contacto conmigo. —Se levantó—. Espero que la señora Belden mejore. Lo que sentí bajo sus aflicciones… —Buscó las palabras apropiadas—. Creo que me habría caído bien. Era una luchadora, ¿verdad?
Gaeriel arqueó la ceja izquierda.
Fantástico. Había vuelto a recordarle sus talentos Jedi. Clavar la vista en el suelo tampoco servía de nada, porque sus pies descalzos sugerían cierta despreocupación.
Excepto cuando estoy con ella
.
—Gracias. Será mejor que me vaya.
Mientras se encaminaba a la puerta, miró a la señora Belden. No se había movido. Gaeriel le siguió.
—Luke —murmuró—, gracias por intentarlo.
«
Luke». Por fin ha pronunciado mi nombre
. Corrió hacia el aeródromo del tejado, mucho más animado.
Leia precedió a Cetrespeó por una puerta arqueada de la antigua Ala de la Corporación. Erredós rodaba en silencio detrás, seguido por Han. El despacho del primer ministro Captison estaba chapado en madera rojiza. Su enorme escritorio había sido cortado en bloque del nudo de un árbol gigantesco. Estaba sentado cerca del centro, donde un espacio liso había sido tallado y pulido, y aguardaba con el ceño fruncido.
¿Tan tarde llegaba? De pronto, se dio cuenta de que miraba con el ceño fruncido a Cetrespeó y Erredós, no a ella. Blandió el cepo Propietario para demostrar a Captison que tenía controlados a los dos androides. También había programado a Cetrespeó para que no hablara hasta que eliminara la orden. No le había parecido correcto —ni posible— pedirle que guardara silencio.
—Lamento el retraso —dijo.
Captison no era un hombre de gran envergadura, pero al igual que Luke, proyectaba confianza en sí mismo.
—Espero que haya logrado solucionar su problema personal.
—Sí, gracias.
Captison extendió las manos hacia dos sillas repulsoras. Han empujó una hacia Leia y se acomodó en la otra. De costado.
Te quiero, manojo de nervios
, repitió Leia en silencio, mientras tomaba asiento.
—Debo presentar una disculpa oficial por las muertes ocurridas esta mañana. ¿Puedo ponerme en contacto con los familiares de los hombres que resultaron muertos?
Una comisura de la boca de Captison se agitó cuando miró a Han.
—Creo que sería muy de agradecer. Sí, yo me encargaré. También hemos observado una nueva configuración de las naves ssi-ruuk apostadas ante nuestra red defensiva —añadió Captison—. La red hizo lo propio para adaptarse. Eso me ha comunicado el comandante Thanas, en cualquier caso.
Leia captó la mirada de soslayo de Han.
—¿Le informa a usted y al gobernador Nereus? —preguntó Han.
Captison se encogió de hombros.
—Se lo pedí. Era lo menos que podía hacer.
Leia resopló.
—Tal vez ignore que un oficial imperial raramente presta la menor atención a la gente que, en teoría, defiende.
—No me diga.
Tal vez Captison lo sabía. Tal vez había cultivado la amistad del comandante Pter Thanas.
—En cualquier caso, he traído a los androides que le ofrecí. ¿Quiere que traduzcan lo que ha conseguido?
—No soy muy aficionado a los androides —replicó con sequedad Captison—, pero en este momento ardo en deseos de utilizarlos, si existe una posibilidad de que nos sirvan de ayuda.
Leia apuntó con el Propietario a Cetrespeó, que zumbó suavemente.
Como si jamás hubiera sido silenciado, Cetrespeó canturreó.
—Domino más de seis millones de formas de comunicación, señor.
Leia había oído tantas veces la frase que ya había olvidado lo impresionante que resultaba. El súbito interés de Captison se lo recordó.
—Eso dijo su Alteza después de cenar. —Tocó un panel de su consola—. Zilpha, pasa esas grabaciones nave-nave que captamos de los Flautas. —Se reclinó en la silla—. Tenemos grabadas cantidad de conversaciones —explicó—. Parecen una bandada de aves… Feas, grandes y de voz grave.
—Bien, si alguien es bueno en eso, nadie como nuestro Vara de Oro.
Han palmeó el hombro metálico de Cetrespeó. La cabeza del androide se giró hacia él.
—Gracias, general Solo.
Una luz cambió de color junto al hombre de Captison.
—Empecemos. Que su androide escuche esto.
—Puede hablarle directamente —dijo Leia—. Se llama Cetrespeó.
—Estupendo —contestó Captison—. Escucha, Cetrespeó. Traduce lo que están diciendo.
La consola emitió una serie de silbidos, chasquidos y gruñidos, algunos tan agudos como la voz de un contralto, y otros como un bajo. Los Flautas tocaban un instrumento muy complejo. Mientras Leia escuchaba, paseó la vista por el despacho de Captison. Sus ventanas gemelas daban a un parque circular, sembrado de estatuas de piedra. Árboles altos y de hoja abundante, que bordeaban los cristales inmaculados de las ventanas, habían sido tallados en cristal coloreado tridimensional. Árboles namana, supuso.
Cetrespeó ladeó y meneó la cabeza.
—Lo siento, primer ministro, pero no entiendo nada. Trasciende por completo mi comprensión. He prestado servicios durante muchos años, y soy capaz de comunicarme en cualquier idioma utilizado dentro de los límites del espacio republicano o imperial.
—Nuestros Flautas proceden del espacio exterior —comentó Captison—. Creo que ya lo había mencionado.
Han se acarició el mentón. Leia no supo qué decir.
Oyó un silbido. Sorprendida, giró en redondo. Erredós, desde su esquina, estaba canturreando lo que consideró una perfecta imitación de la grabación que obraba en poder del primer ministro Captison.
—Cetrespeó —dijo Leia, cuando Erredós terminó—, ¿no sonaban así los ssi-ruuk?
—No —replicó con firmeza Cetrespeó—. Ha errado cuatro vibraciones completas de una nota.
Erredós aulló.
—Sobrecarga tus transistores —protestó Cetrespeó—. No soporto ese lenguaje.
Captison enarcó una ceja blanca.
—¿Es capaz de reproducirlo con tanta fidelidad?
—Yo no dudaría de Erredós, aunque nunca pensé que sería capaz de hacerlo —admitió Leia—. Señor, estoy segura de que, con suficiente tiempo y grabaciones, Cetrespeó llevará a cabo un esfuerzo sobreandroide para descodificar ese idioma.
—Si puede —dijo Captison, mientras señalaba al androide—, tenemos un nativo parlante, en caso necesario. Lleve a sus amigos metálicos a la oficina de mi ayudante. Zilpha les proporcionará suficientes grabaciones para mantenerlos ocupados hasta mañana por la noche.