La tregua de Bakura (24 page)

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Authors: Kathy Tyers

Tags: #Ciencia ficción

BOOK: La tregua de Bakura
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—Los alojamientos son excelentes. —Señaló el saloncito del rincón—. He estado de pie todo el día. Siéntese, por favor, y así podré imitarla.

—Creo que no es conveniente.

Luke procuró que la Fuerza dotara a su voz de un tono tranquilizador.

—Ojalá confiaras en mí.

Gaeri introdujo la mano de nuevo en su bolsa.

—Supongo que mi reacción a los Jedi es como la de usted a los milicianos.

—Estoy aprendiendo a reprimir las mías.

—Yo también. Eppie aún seguía dormida cuando volví. —Desvió la vista—. Gracias —murmuró—. Ahora… Mi ayudante y yo interceptamos una transmisión de los ssi-ruuk. El gobernador Nereus pidió un día para encargarse de los detalles.

—Un día. —Luke asintió—. Gracias.

Cambio.

—¿Necesita algo especial su alienígena? ¿Qué dijo que era, un wook?

—Wookie. Nada especial, sólo el doble de comida que los demás.

—Comprendo. —Gaeri manipuló el generador—. No irán a por usted como hacen con la gente normal, ni tampoco el gobernador Nereus. Vigile su espalda. Vigile a sus guardias. Vigile todo lo que coma, beba y respire.

—¿Qué quieren de mí los ssi-ruuk?

La joven se encogió de hombros.

—Iré con cuidado —dijo Luke en voz baja.

Nereus intentaría controlar todas las posibilidades, para convencer a los ssi-ruuk de que deseaba colaborar.

Quizá era cierto.

—¿Ya ha cenado? —preguntó Gaeriel—. Puedo ordenar que le suban una cena ligera.

Conmovido, Luke rozó una mancha de grasa de su mono y la ocultó bajo la mano.

—¿Lo haría?

Una vez la joven dijo algo por el centro de comunicaciones que Luke no pudo recordar, ni mucho menos pronunciar, se hizo un embarazoso silencio. Luke se quedó inmóvil y se preguntó qué iba a decir Gaeri. Por fin, la joven dejó de pasear por la habitación, mirar por el ventanal al parque y fijar la vista en el techo. Le miró.

—¿Está escuchando mis pensamientos? —preguntó con audacia.

Su bolsa de malla descansaba sobre el salón repulsor.

—No puedo hacerlo —contestó con prudencia—. Algunos de sus sentimientos se filtran por la Fuerza, pero eso es todo.

Falso por completo.

—No es justo. Yo no sé lo que usted siente.

Luke cogió la caja gris y localizó el control.

—¿Le gustaría saber lo que siento?

—Sí.

Luke respiró hondo. La sinceridad era una cosa, y la estupidez otra muy distinta. Deseó poseer la capacidad de Leia de improvisar.

—Ya la conozco a un nivel mucho más profundo que cualquier otra persona. Eso empeora las cosas, por supuesto, porque todo lo que sabe de mí es lo que piensa creer. —¿Lo había dicho bien? Continuó—. Sus sentimientos hacia mí son fuertes. Muy ambivalentes.

La joven caminó hacia el saloncito.

—No es que tenga miedo de usted, comandante…

—Luke.

—Tengo una objeción religiosa a lo que eres. A lo que has llegado a ser. No naciste Jedi. Y será mejor que vuelva la espalda unos segundos, o ambos nos encontraremos en un lío.

Entonces, lo captó: un remolino de intensa atracción, canalizada mediante la Fuerza, que no provenía de él. Cinco años atrás, habría cogido la mano de Gaeri y renunciado a todo: la flota, la Alianza y la Fuerza.

Pero aquellos cinco años habían moldeado su destino. Quizá podría convencerla de que cambiara de opinión.

Se serenó. ¿Qué derecho tenía a destruir sus creencias? Ella se servía de la Fuerza como todo el mundo, aunque era incapaz de aceptarlo.

Se apresuró a desconectar el campo.

—¿Desde cuándo es senadora? —preguntó; así se podría considerar una conversación superficial.

—El senado me eligió hace cinco años. He ido al colegio desde entonces, aquí o en Centro Imperial. No se deje impresionar demasiado por el cargo. —Juntó los pulgares—. En esencia, se reduce a encontrar formas creativas de imponer nuevos impuestos a los bakuranos. Ahora, también debemos sostener la afluencia de datos y cultura imperiales. Una parte es muy buena —añadió—, pero otra sólo atrae a las escasas personas que piensan como el gobernador Nereus.

En cualquier cultura sometida, habría muy poca gente que daría la bienvenida al Imperio, porque ya eran imperiales de corazón.

—No creo que usted sea una de ellas.

Gaeri miró hacia el generador. Quizá la conversación estaba adquiriendo un cariz demasiado personal para sentirse cómoda.

—¿Siempre llueve tanto? —preguntó Luke—. Me crié en un planeta desierto.

Tras algunos comentarios impersonales más sobre el tiempo, Luke conectó de nuevo el generador.

—Respetaré tus temores —dijo—. Y tus creencias.

El timbre de la puerta sonó.

Gaeri se levantó de un brinco y abrió, agradecida por la distracción. Era absurdo flirtear con el destino de aquella manera, e inútil tratar de lograr que Skywalker comprendiera el universo tal como ella lo veía.

Un miembro de su personal empujó un carrito flotante por la puerta. Gaeri indicó que lo dejara entre las sillas. Cuando el hombre se marchó, la joven destapó el único plato.

—Espero que te guste el pescado.

Criado en un planeta desierto… y dos veces en dos días.

—¿Te quedarás?

—Disculpa mi cobardía, Luke, pero…

Luke, sin palabras, desenganchó un objeto cilíndrico plateado de su cinturón y lo dejó sobre el carrito repulsor. Parecía un arma, lo bastante largo para ser aferrado con las dos manos.

—¿Es lo que yo pienso? —preguntó ella en voz baja.

—Puede que estés más segura aquí que en casa. —Su rostro se ruborizó—. Lo siento. He hablado como un miliciano pendenciero.

Al menos, podía reírse de sí mismo. Ella vaciló. Estaría a salvo, sí, durante unos minutos.

—Hay dos en el pasillo —le recordó—. Yo en tu lugar, ya no confiaría en ellos. De todos modos, eso huele muy bien. Te acompañaré.

Era evidente que le gustaba el marisco, porque comió como un hombre hambriento. Disimulaba su hambre con mordiscos delicados y espaciados. Al cabo de unos minutos, Luke cogió el proyector, que descansaba sobre el carrito, al lado de la espada.

—¿La mayoría de los bakuranos comparten tus creencias? —preguntó Luke.

—Muchos son más estrictos —contestó, contenta de que hubiera sacado el tema a colación—. Mi hermana es una ascética. Vive casi sin nada, con el fin de que los demás tengan más. Yo soy menos… devota. Somos una minoría, pero el peso del universo podría equilibrarse gracias a un átomo colocado en el sitio adecuado.

—Percibo mediante la Fuerza que eres una mujer de sentimientos profundos.

—Creía haber convencido a todo el mundo de que soy una política de carrera.

—Todos los demás parecen convencidos.

—Estupendo.

No debo mirarle a los ojos…, pero son de un azul tan delicado.

—Los ssi-ruuk acechan ahí fuera. —Luke movió su tenedor—. Me queda un día, como máximo, para deshacerme de ellos.

—Menos.

—Una vez solucionado el problema, volveré. Para hablar contigo, Gaeri, si existe alguna esperanza de que cambies de opinión acerca de mí. Acerca de los Jedi. Sólo tenías razón en parte cuando dijiste que no había nacido Jedi. La Fuerza es poderosa en mi familia.

Gaeri, sorprendida, bebió agua. Parte de su cabeza había adivinado que diría algo semejante, y otra parte había anhelado oírlo. «¿Por qué no admitirlo? —se preguntó—. A ver cómo reacciona».

—Gracias por ser… sincero. No tenemos tiempo para ser socialmente correctos. Y me siento atraída hacia ti, lo cual es peligroso.

Luke meneó la cabeza.

—No quisiera…

—Sí que lo querrías. Si yo te alentara. —Contempló sus dedos entrelazados—. Si quisieras hacerlo, podrías manipular a la gente con facilidad.

—No lo haría —replicó Luke, ruborizado—. Sería fraudulento. No tiene futuro.

La joven acarició su colgante.

—¿Qué eres, Luke Skywalker? ¿Qué te ha concedido el derecho a esos poderes?

—Soy un… —Vaciló—. Un granjero, supongo.

—¿Una familia de granjeros poderosos en la Fuerza? —preguntó ella con sarcasmo.

Luke palideció. Gaeri había tocado un punto sensible.

—Piénsalo así —murmuró, mientras terminaba el último pedazo de su plato—. Siempre habrá gente poderosa en la maldad. Si la única forma de proteger a los demás es que algunos de nosotros lleguemos a ser poderosos en la Fuerza para obrar el bien, ¿qué más da? Aunque tus creencias sean correctas, y eso signifique disminuir a alguien. La gente se sacrifica constantemente por las buenas causas. Yo no pedí a nadie que muriera por mí.

Casi convencida, Gaeri se resistió a su aparente sinceridad.

—El Cosmos ha de equilibrarse.

—Estoy de acuerdo. El lado oscuro exige constantemente la agresividad, la venganza, la traición. Cuanto más fuerte eres, más tentaciones sientes.

La mano de Gaeri tembló.

—Entonces, si amaras a alguien, podrías odiarle con la misma facilidad.

Luke bajó la vista hacia el generador y enarcó una ceja.

Ella se obligó a olvidar el dolor que asomaba a su mirada.

—El generador no es necesario —dijo—. Podríamos comer en silencio.

—Aquí hay otro equilibrio. —Luke apoyó la mano sobre su frente manchada de polvo—. Las cumbres montañosas de mi mente están equilibradas por hondonadas. He perdido amigos, familia, maestros. El Imperio mató a casi todos. Si no hubiera iniciado mi adiestramiento Jedi, seguirían muertos. —Frunció el ceño—. De hecho, yo también estaría muerto. El día que conocí a mi primer maestro, el Imperio atacó nuestra granja. Mataron a tío Owen y tía Beru mientras yo estaba ausente. Toda la gente que estaba en casa murió. ¿Acaso no han hecho lo mismo aquí también? ¿Apruebas el Imperio?

—Una pregunta difícil.

—¿Lo apruebas?

Pues claro que sí. ¿O no?

—El Imperio ha acumulado más poder del que cualquier gobierno necesita —admitió la joven—. Sin embargo, equilibra sumisión con privilegios. Una ventaja de vivir bajo el Imperio es un maravilloso abanico de oportunidades educativas. Los niños inteligentes pueden estudiar en Centro Imperial.

Luke compuso una expresión irónica.

—He oído que el más inteligente nunca vuelve a casa.

¿Cómo lo sabía? Algunos se quedaban, tentados por empleos lucrativos. Algunos desaparecían. Ella había preferido volver a casa.

—Digamos que se aprende a disimular un poco. El dominio imperial ha sido ventajoso para Bakura, en cualquier caso. Restauró el orden cuando nos encontrábamos al borde de la guerra civil. Tiene inconvenientes, pero estoy segura de que tu gente dirá que la Alianza tiene problemas.

—Son los problemas derivados de la libertad.

Sus palabras la hirieron.

—Nos asustaste cuando tu grupo de combate llegó. La reputación de la Alianza Rebelde es destructiva, no constructiva.

—Desde un punto de vista imperial, tal vez, pero no es cierto. Palabra.

No es muy diplomático.

—Gracias por hablar de esto —dijo Gaeri—. Me siento mejor…

—Ojalá.

—… y más segura de mí misma —mintió con firmeza. Introdujo la mano en la bolsa, torció la muñeca y se cargó la bolsa al hombro—. Trabajaremos juntos contra los ssi-ruuk.

Luke hizo un gesto con la mano. Gaeri conectó el generador por última vez.

—¿Existe alguna posibilidad de que podamos comprar uno de ésos?

Señaló la bolsa.

Ella negó con la cabeza.

—Es de Eppie. Sólo quedan unos pocos en Bakura, propiedad de las primeras familias. El gobernador Nereus desconoce su existencia.

—Qué lástima.

—Pues sí —admitió Gaeri—. Me llevaré el carrito.

Luke sujetó la espada al cinto.

Luke la acompañó a la puerta. Quiso acariciar su mano, razonar con ella, derruir sus defensas con la Fuerza. Hasta suplicar parecía razonable. En cambio, abrió la puerta y encajó los pulgares en el cinturón.

—Gracias —dijo Gaeri.

Los milicianos de guardia la observaron mientras empujaba el carrito y se alejaba por el pasillo sin volver la vista atrás. En cuanto desapareció por la esquina, Luke dejó caer las manos. Las apretó, las relajó, las volvió a apretar. Su talento había abierto puertas. Puertas al peligro, tanto en el espacio como en los lugares más luminosos, oscuros y amplios de su alma, pero siempre había poseído la libertad de recorrerlos.

Gaeriel había intentado cerrarle aquella puerta en las narices, pero había fracasado. Había percibido el conflicto que la desgarraba. Tal vez nunca más le opusiera resistencia.

O tal vez sí. Agotado, cerró la puerta del apartamento y se alejó por el pasillo en dirección contraria. Una puerta que daba acceso al tejado se abría a su izquierda. Subió en ascensor.

De noche, el jardín del tejado era como un buque primitivo y aislado. El aire inmóvil refrescó su cara. Grupos de troncos de árbol blancos brotaban de raíces enmarañadas, se erguían y terminaban en ramas amarillo anaranjadas húmedas, que ya no goteaban. Dos lunas redondas pequeñas y varias docenas de estrellas luminosas brillaban en lo alto, y las luces nocturnas revelaron un sendero de piedra entre orillas oscuras y cubiertas de musgo.

Mientras se alejaba del pozo del ascensor, el sendero se ramificó. Después de recorrer unos metros en dirección al límite del complejo, se arrodilló en un banco, apoyó los codos en el muro de contención y miró hacia abajo. Los círculos de la ciudad se extendían a su alrededor, iluminados por farolas flotantes blanco azuladas en el centro, después amarillo pálido, que viraban a rojo…

Como un diagrama de tipos de estrellas. La comparación acudió a su mente. Los fundadores de Salis D'aar habrían diseñado la ciudad para la navegación mediante colores de estrellas, y las mejores mansiones, como la de Captison, se encontraban en la zona que representaba los soles amarillos, cálidos y hospitalarios.

Aquel momento de introspección le reanimó. No era malo que un humano aprendiera a utilizar sus talentos naturales. Si la religión de Gaeriel se llevaba hasta sus extremos lógicos, todas las personas deberían ser iguales, incluso idénticas, en todos los aspectos, por temor a disminuir a los demás.

Y ya no era dueño de su vida.

Creyó distinguir en el cielo puntos de luz que se movían con lentitud, tal vez naves de la red defensiva orbital. En formación con otras naves, unidas por órdenes comunes y un enemigo común.

Muchos de aquellos pilotos tenían compañeras que les esperaban, y que en caso necesario les llorarían. Cuanto más poderoso era en la Fuerza, más difícil le resultaba encontrar la mujer adecuada.

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