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Authors: Bill Bridges

Tags: #Fantástico

La última batalla (25 page)

BOOK: La última batalla
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—Parecen un tipo de híbrido avispa-pájaro —dijo Grita Caos.

—¡Chsssss! —dijo Mari, al tiempo que levantaba la mano para hacer que todos se callaran. Se quedaron en silencio y escucharon con ella, estirando las orejas para poder oír. Mari señaló un punto fuera del complejo, hacia el borde del cráter—. Por allí. Una respiración. Algún tipo de animal. Aunque es débil.

Caminó cautelosamente en dirección a donde había apuntado y le hizo un gesto a la manada del Río de Plata para que se desplegara detrás de ella en ambas direcciones. Grita Caos y John fueron hacia la izquierda, mientras que Carlita y Ojo-de-Tormenta fueron hacia la derecha. Julia se quedó con Mari.

Mari se detuvo y señaló un rastro de sangre mezclada con el hollín caído. Conducía hacia una cuesta, hacia el borde del cráter. Mari avanzó y levantó lentamente la cabeza por encima del borde, mientras buscaba con la mirada cualquier señal de movimiento. El rastro de sangre torcía hacia un terraplén. Ahora el sonido de la respiración era más alto y venía de detrás del terraplén.

Mari condujo a la manada del Río de Plata hacia el borde y se desplegaron por la nieve, acercándose al terraplén desde dos direcciones distintas. Mari, Julia y Carlita cogieron la derecha, mientras que los demás lo hicieron por la izquierda.

Cuando Mari se acercó al borde, se arrastró lentamente, intentando no asustar a lo que fuera que estaba allí escondido. Se detuvo, asombrada por lo que vio y levantó una mano para que los demás se detuvieran. Luego dio un paso adelante, cautelosamente.

Un oso gigantesco, de tamaño prehistórico yacía en el terraplén, su cuerpo hecho trizas por mil pequeños cortes, de los que manaba sangre lentamente. Su respiración era como un fuelle enorme, aunque un profundo estertor delataba que estaba muriendo.

Sus ojos se abrieron débilmente cuando Mari se acercó y luego se volvieron a cerrar. Pareció reunir fuerzas, se irguió, se sentó y se apoyó contra el terraplén, con los ojos otra vez abiertos. Sin duda, era una hembra.

Cuando la osa se movió, Julia contuvo un gritito de asombro. Aunque la osa estaba sentada, su cabeza todavía se alzaba medio metro por encima de ellos, que estaban en sus formas de batalla.

—Acercaos, hijos-de-lobo —dijo la osa.

Ojo-de-Tormenta avanzó, sin vacilar, con reverencia. Se inclinó ante la osa, que sonrió y en respuesta le hizo un débil gesto con la cabeza.

Mari ladeó la cabeza, confundida. Miró al resto de la manada del Río de Plata, pero todos se encogieron de hombros. No sabían quién era la osa, pero Ojo-de-Tormenta sí parecía saberlo.

—Me queda muy poco aliento —dijo la osa—. He herido a Astilla-de-Corazón. No podrá golpear directamente, pero envenenará los corazones de vuestra gente y los enemistará. Cuando golpee vuestros corazones, debéis golpear el suyo.

La osa resolló de manera horrible y volvió a cerrar los ojos, mientras soportaba una oleada de dolor en los pulmones. Respiró profundamente unas pocas veces y luego volvió a abrir los ojos. Paseó la mirada por los Garou y la posó en Mari; la miró fijamente, como si estuviera preparando un desafío.

—Cuando me haya ido, coge uno de mis dientes. Haz una cuerda con uno de mis tendones y cuelga el diente de ella. Id a donde el diente os indique y oponed resistencia allí. —Tosió un goterón de sangre, que se derramó por su pecho—. No hay tiempo. No hay tiempo. Busca en mi pelaje, debajo de mi oreja.

Mari avanzó, cautelosamente. Lo osa no se movió, sino que se quedó a la espera. Mari buscó detrás de la oreja que le había indicado, la izquierda, y la recorrió con los dedos. El pelaje era grueso y largo, pero encontró algo duro enredado en él, como una nuez.

—Sí —dijo la osa—. Es eso. Córtalo de mi pelaje. Lo he llevado toda mi vida. Cuando todo acabe, debes enterrarlo en la tierra, en el sitio adonde os lleve mi diente.

Mari asintió y tiró del pelaje, cortándolo con las uñas. Le llevó un momento, pero la concha dura se soltó. Mari la levantó, girándola en la palma de su mano y luego se la metió en el bolsillo.

La osa gruñó ruidosamente y clavó los ojos en los de Mari.

—¡No lo olvides! Lo demás no importa. —Hizo una mueca de dolor, contuvo la respiración y luego miró a cada uno de ellos—. Acercaos. Debo… limpiaros de la mancha de la Garra.

Grita Caos miró inquieto a Mari, pero ella le hizo un gesto de asentimiento con la cabeza. Él se acercó y la osa le pasó por la cara su lengua enorme y áspera. Se tambaleó hacia atrás y pareció desorientado. Meneó la cabeza y miró a los demás, sonriendo, mientras les hacía un gesto con la cabeza.

Uno a uno, todos se acercaron, Mari incluida, y dejaron que la osa les pasara la lengua por la cara, como una madre que limpia a sus cachorrillos.

Cuando terminó, la osa dejó escapar un gemido suave y su cabeza cayó pesadamente. Sus ojos se cerraron con lentitud y de su garganta salió un estertor escalofriante. Su respiración se detuvo y no se volvió a mover.

Ojo-de-Tormenta aulló de dolor. Transformó su angustia en el Aullido de Partida, una honra por los héroes caídos. Los demás se unieron también. No sabían a quién estaban elogiando, pero a todos les había conmovido la majestuosidad y gracia de la osa y Ojo-de-Tormenta estaba sin duda muy emocionada.

Una vez que el aullido perdió fuerza y se convirtió en unos ecos que se perdieron en la nieve, todos miraron a Ojo-de-Tormenta, expectantes.

La loba dio un paso adelante y restregó el hocico contra la pata de la osa, como si esperase ser golpeada. Se dio media vuelta para mirar a sus compañeros de manada y a Mari.

—La hemos perdido. La Más Anciana de los Osos. La más anciana de los Hijos de Gaia. La última de entre los que presenciaron el Amanecer.

John Hijo-del-Viento-Norte dejó escapar un grito de pesar. Cerró los ojos, conteniendo unas repentinas lágrimas, y cerró los puños con fuerza.

—He oído las leyendas. No sabía… No pensaba que fueran verdad.

Mari asintió lentamente, al recordar.

—Yo también las he oído. La más anciana de los hombres-oso Gurahl. Se supone que tiene mil años.

Ojo-de-Tormenta gruñó.

—Más. La más anciana de todos.

John asintió.

—Hiberna durante muchos siglos, los suficientes para que la gente crea que se ha ido para no volver. Luego se deja ver otra vez durante un corto periodo de tiempo, antes de volver a dormir. Ha pasado tanto tiempo que pensaba… No esperaba encontrarme con ella. Y desde luego no de esta manera.

—Tenemos que enterrarla —dijo Mari—. Lejos de este lugar.

Mari se acercó al enorme cuerpo e hizo una reverencia ante él.

—Que tu espíritu encuentre su camino hacia la Gran Cueva de tu gente, que ha estado esperando tu llegada mucho tiempo. —Se quedó callada, rezando por el espíritu de la Más Anciana.

Luego Mari dio un paso adelante y pasó el brazo por debajo del hombro derecho de la osa.

—De acuerdo, va a pesar. Voy a necesitar que todos vosotros os juntéis aquí. Creo que combinando nuestra fuerza lo conseguiremos.

La manada del Río de Plata se reunió a su alrededor. Cada uno eligió una parte del cuerpo para levantarla. Mari contó hasta tres y tiraron de ella. Incluso con todas sus fuerzas tuvieron problemas para levantar el enorme bulto. A pesar de todo, lo consiguieron. Mari hizo un gesto hacia la tundra, lejos de la base de Pentex y empezaron a caminar, llevando su carga sagrada.

Media hora después, una vez que la nube de humo dejó de verse, Mari ordenó que se detuvieran. Bajaron cuidadosamente el cuerpo y luego se tiraron al suelo, relajando los músculos y respirando profundamente.

—¡Es la cosa más grande que he visto nunca! —dijo Grita Caos.

—No —dijo Carlita—. Hay muchos más que son más grandes. Pero ninguno trabaja de nuestra parte.

—De acuerdo —interrumpió Mari, recuperando el aliento—. Contemos hasta cinco. Luego nos la llevamos con nosotros de vuelta al mundo material. Allí cavaremos una tumba.

—¿Y ella querría realmente una tumba? —preguntó Julia, mirando a Ojo-de-Tormenta.

—Sí —contestó John, respondiendo antes de que Ojo-de-Tormenta pudiera hacerlo—. Los Gurahl son muy ritualistas. Se dice que ellos enseñaron a los humanos su primera religión: el culto al oso. Las tumbas humanas más antiguas están asociadas a ritos de osos. Según lo que sabemos, ella es quien enseñó a nuestros ancestros humanos a conocer a sus espíritus ancestros.

Ojo-de-Tormenta gruñó y meneó la cabeza.

—No ancestros humanos.

—Tu sangre Garou tiene un poco de legado humano —dijo Grita Caos— tanto si te gusta como si no.

Ojo-de-Tormenta volvió a gruñir y abandonó la conversación.

Tras unos pocos minutos de descanso en silencio, Mari indicó que ya estaba lista. Se reunieron de nuevo alrededor del cuerpo y esta vez siguieron a Mari a través de la Celosía, de vuelta al mundo material, sin repararse de la Más Anciana mientras lo hacían.

Examinaron los alrededores con la mirada. La tundra virgen se extendía por todas partes.

—No será fácil encontrar nuestro camino de vuelta —dijo Mari.

John resopló.

—Debes de estar tomándome el pelo, ¿no? Capitalinos…

Mari sonrió.

—Ah, sí, tenemos un Wendigo con nosotros. Estoy segura de que tú puedes encontrar tu camino en este paisaje nevado y monótono, pero nosotros no podemos.

—Entonces seguidme. Cuando hayamos acabado aquí, claro. —John miró el cuerpo de la Más Anciana con pesar.

Ojo-de-Tormenta arañó el barro. Estaba endurecido y sería difícil cavar en él.

—Mucho tiempo para cavar —dijo.

—Tal vez deberíamos buscar piedras —dijo Julia—. Construir un túmulo.

—Sí —asintió John—. Eso sería más tradicional en este sitio.

Se separaron y rastrearon los alrededores, buscando piedras debajo de la nieve. Mari se quedó junto al cuerpo, vigilándolo por si acaso a alguna criatura le daba por aparecer para despojarlo. Luego llevó a cabo su tarea, la última petición de la Más Anciana.

Mari abrió las mandíbulas de la osa y metió la mano. Dio un tirón con todas sus fuerzas y finalmente consiguió soltar un diente. Se lo metió en el bolsillo y fue hacia las piernas. Despacio, cuidadosamente y con respeto, empezó a cortar un tendón largo y curtido. Era fuerte como un cable de acero, pero tan flexible y delgado como un hilo. Lo ató alrededor del diente y se lo colgó del cuello.

Un rato después, los demás volvieron con los brazos cargados de piedras y empezaron a apilarlas alrededor de la osa. Su fuerza Garou les permitió transportar trozos grandes de esquisto; una hora después, el enorme cuerpo estaba completamente cubierto de piedras, una pequeña montaña en aquella llanura por lo demás vacía.

Se quedaron de pie, con las cabezas inclinadas, rezando en silencio.

Mari miró a John, que asintió y cambió a su forma de lobo. Echó a correr hacia la tundra. Mari también cambió a la forma de lobo para seguirlo, igual que el resto de la manada del Río de Plata.

Corrieron tan rápido como pudieron, mientras buscaban a sus compañeros Garou, esperando que en su ausencia no hubiera ocurrido nada más.

Capítulo catorce:
Mañana marchamos

Mephi Más-Rápido-que-la-Muerte miró hacia abajo, desde lo alto del paso de la montaña y examinó las tiendas de campaña y las siluetas de lobos, hombres y formas intermedias que se movían por el atestado y amplio valle de abajo. Se detuvo y respiró, apoyándose en su bastón con cabeza de cobra. Intentó calcular cuántos Garou estaban reunidos abajo, pero lo dejó enseguida; había demasiados para conseguir contarlos o incluso para llegar a una aproximación. El ejército del margrave era poderoso, el más grande que Mephi había visto en su vida. Sintió una punzada de aprensión en las tripas cuando pensó en ello. Así que aquí está realmente, como el Fénix dijo.

Mephi meneó la cabeza con tristeza y siguió bajando por la senda espiral, hacia el valle. Odio ser el portador de malas noticias…

Unos violentos graznidos estallaron por encima de su cabeza. Se detuvo y vio a tres cuervos que volaban en círculos en lo alto, vigilándolo.

—¡No pasa nada! —gritó Mephi—. ¡Konietzko me conoce!

Los pájaros volvieron a graznar y se marcharon revoloteando; descendieron por el valle y aterrizaron en el exterior de una gran tienda de campaña que estaba en el centro. Mephi ya no podía distinguirlos desde lejos, así que siguió andando, con el bastón sobre el hombro.

Cuando llegó por fin al valle y puso un pie sobre su suelo negro, dos enormes Garou salieron de unas grietas escondidas a cada lado de Mephi y le apuntaron con unas lanzas afiladas.

Levantó las manos, que todavía sostenían el bastón.

—¡Eh, chicos! Ya les he dicho a los cuervos que soy amigo.

—¿Quién eres? —preguntó uno de ellos.

—Mephi Más-Rápido-que-la-Muerte, Caminante Silencioso. Ayudé al margrave durante el asunto de Jo’cllath’mattric. ¿Recordáis?

Bajaron las lanzas pero no mostraron ninguna señal de que se alegraran de verle.

—Te recordamos, nómada —dijo uno de ellos en tono frío. Miró a Mephi de pies a cabeza, desde la coleta larga y negra hasta su guardapolvo de piel, vaqueros desgastados y botas de montaña raídas. Sus ojos se detuvieron un momento cuando vio los brazaletes de oro que Mephi llevaba en las muñecas, que se veían bajo las mangas de su guardapolvo. Daba la impresión de que estaba juzgando a Mephi y de que no le gustaba mucho lo que veía, pero asintió de todas formas.

—Puedes pasar.

—Magnífico —dijo Mephi con una sonrisa sarcástica—. Ahora, ¿podéis decirme cuál es la tienda del margrave?

—La del centro del campamento. Es evidente.

—Vale. Bien. Me voy hacia allí. Hasta luego.

Mephi empezó a caminar y miró hacia atrás para asegurarse de que los guardias daban el visto bueno al plan que les había dicho. Ya habían desaparecido dentro de las oscuras grietas. Él se encogió de hombros y se adentró en aquel lío de tiendas de campaña y Garou mezclados.

Por lo que había visto durante su caminata descendente, el campamento estaba desplegado en un gigantesco semicírculo, que partía desde una tienda de campaña central, que era a la que se habían dirigido los cuervos. Se imaginó que aquel era el cuartel general del margrave. Detrás de aquella tienda había un campo enorme, probablemente para reunir a las tropas. Delante y a cada lado de la tienda, hileras de tiendas de campaña con caminitos entre ellas se extendían en semicírculos. Banderas y estandartes colgaban de lo alto de algunas tiendas. No había podido distinguirlos desde arriba, pero ahora podría usarlos para guiarse, porque muchos llevaban los pictogramas de una tribu o un clan renombrado.

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