Read La Venganza Elfa Online

Authors: Elaine Cunningham

Tags: #fantasía

La Venganza Elfa (13 page)

BOOK: La Venganza Elfa
2.17Mb size Format: txt, pdf, ePub
ads

—¿Es necesario?

El tono que empleó la aventurera lo hizo enmudecer durante unos dos minutos. Ambos comieron en silencio, únicamente roto por el martilleo de la lluvia que caía sobre la estructura de madera. Justo cuando Arilyn empezaba a relajarse el joven noble volvió a la carga.

—Bueno —dijo con energía—, ¿se puede saber de qué huimos? Yo diría que es de ese gigante barrigudo y de sus hombres. Nunca descartes lo evidente, es mi lema.

—No —repuso Arilyn, cortante.

—¿No qué?

—No, no huimos de él.

—¿Pues de quién entonces?

Arilyn se limitó a dar otro mordisco a una galleta. Danilo se encogió de hombros y lo intentó de nuevo.

—Tengo un amigo que fabrica armas muy buenas y comercia con ellas, Nord Gundfwynd. ¿Lo conoces por casualidad? ¿No? Bueno, colecciona armas antiguas y le encantaría hacerse con esa daga que empleaste antes.

—No está en venta —dijo ella en tono cortante.

Sin inmutarse, Danilo continuó con sus esfuerzos por entablar conversación con Arilyn. La semielfa comió en silencio mientras él hacía lo propio entre chismorreos y preguntas impertinentes. Finalmente se tumbó.

—Bueno, bueno, qué bien que he cenado. Me siento como nuevo. ¿Quieres que yo me encargue de la primera guardia? Aunque te advierto que no veré nada.

—¿La primera guardia? —Arilyn lo miraba incrédula—. Pero si eres mi rehén.

—Ah, sí —admitió, como si fuera algo sin importancia—, pero tenemos un largo camino por delante y tendrás que dormir en algún momento.

Arilyn se quedó silenciosa mientras consideraba las últimas palabras del joven noble.

—¿Es una amenaza? —dijo en voz baja.

Danilo echó la cabeza hacia atrás y rió.

—Por todos los dioses, no. Solamente quería exponer una realidad.

Tenía razón, pero a Arilyn le recordó que no estaría de más tomar ciertas precauciones. La semielfa lanzó una fugaz mirada a la espada de Danilo, anudada con un trozo de cuerda a su trabajada vaina. Era una precaución que impedía muchos ataques furtivos y luchas impulsivas, pero tratándose del pisaverde que tenía al lado, parecía del todo inútil. Arilyn no se imaginaba que se lanzara a atacarla en un momento de ofuscación. No obstante, insistió:

—Tu espada, por favor, y cualquier otra arma que lleves.

Danilo se encogió de hombros graciosamente. Soltó el nudo y entregó a la aventurera la espada envainada. A continuación se sacó de una bota una daga adornada con joyas.

—Cuidado con la daga —aconsejó—. Aparte de las gemas, que son verdaderamente bonitas ¿no te parece?, tiene un gran valor sentimental. La adquirí por casualidad el último invierno. De hecho, es una historia muy interesante.

—No lo dudo —lo interrumpió Arilyn secamente—. ¿Qué llevas ahí? —preguntó, señalando la bolsa verde de cuero que le colgaba de la cintura.

Danilo sonrió de oreja a oreja.

—Ropa, joyas, dados, brandy, rivengut, elixir de las islas Moonshaes y todo lo que quieras. Sólo lo esencial, ya sabes.

—¿Tantas cosas? —Arilyn miraba la bolsa y no se lo podía creer. Parecía tener capacidad para una túnica y dos pares de calcetines de lana, nada más.

—Es que es una bolsa mágica —le explicó Danilo en tono de suficiencia—. Contiene muchas más cosas de las que parece.

—Vacíala.

—Si insistes.

Danilo metió la mano dentro de la bolsa y sacó una camisa blanca de seda primorosamente doblada, y que colocó amorosamente sobre el heno; luego sacó más camisas, éstas de colores. A las camisas les siguieron una túnica de terciopelo y algunos guantes suaves forrados de piel, tres pares de pantalones, varias piezas de ropa interior y calcetines. También contenía joyas suficientes para adornar a todas las meretrices de un burdel, además de varios juegos de dados y tres petacas de plata ornamentadas. Asimismo sacó, ni más ni menos, que tres sombreros, uno de ellos con plumas de pavo que se mecían. La pila de cosas fue creciendo hasta que pareció un mercado al aire libre.

—¡Ya basta! —exclamó finalmente Arilyn.

—Casi he terminado —dijo Danilo, al tiempo que hurgaba en el fondo de la bolsa—. He dejado lo mejor para el final. ¡Ah, aquí está! —El joven sacó un objeto grande y plano, que agitó triunfante.

Arilyn gruñó. Aquel mentecato había sacado de las entrañas de esa condenada bolsa un libro de hechizos. ¡Era lo peor que la diosa del Infortunio podría haberle enviado para atormentarla! Había raptado a un mago de pacotilla.

—Por favor, dime que no lanzas hechizos —suplicó la semielfa.

—Bueno, me defiendo —admitió él modestamente.

Antes de que Arilyn se diera cuenta de sus intenciones, el humano había sacado un trozo de pedernal y apuntaba con él hacia la leña cuidadosamente apilada junto a la chimenea, al tiempo que murmuraba:

—Aliento de dragón.

Saltó una chispa, el pedernal desapareció de su mano y un agradable fuego llenó la habitación de luz y calor. El joven noble se volvió hacia Arilyn con una sonrisa triunfante, que se le congeló.

—¡Por los Nueve Infiernos! —barbotó—. Eres una elfa.

Arilyn luchó por controlar la creciente llama de su furia y respondió.

—Sí, eso tengo entendido. Apaga ese fuego.

—¿Por qué? —replicó él en tono razonable—. Está oscuro y hace frío. Además, aunque esté mal decirlo, me ha salido un fuego precioso.

¿Cómo explicar a aquel lechuguino la aversión que sentía por el fuego mágico? Él no había presenciado el desastre de la bola de fuego; no había oído los gritos de sus camaradas; no había percibido el olor a carne quemada mientras las llamas consumían a todos menos a ella. Arilyn pugnó por apartar de su mente el recuerdo de cómo murieron Los Siete del Martillo, y haciendo un gran esfuerzo formuló una media verdad con voz calmada y argumentos objetivos.

—Como tú mismo has adivinado antes, nos siguen. Creo que los hemos despistado, pero no quiero arriesgarme a encender un fuego cuando estamos aún tan cerca de Evereska.

Danilo se quedó mirándola y luego, como si no acabara de oír nada de lo que acababa de decir, repitió:

—Una elfa. Eres una elfa. Y tus ojos no son verdes de verdad.

Esta última observación la hizo en tono de tan profunda congoja que Arilyn parpadeó sorprendida.

—¿Es eso un problema?

—No —respondió Danilo lentamente—. Es sólo que, bueno, tengo una debilidad por los ojos verdes. Por Mystra, realmente no eres lo que parecías a primera vista.

—¿Y quién lo es? —preguntó ella con aspereza. Entonces se fijó en la elegante ropa de Danilo, totalmente empapada, y añadió maliciosamente—: Excepto tú, quizá.

—Gracias —contestó él distraídamente.

Arilyn levantó los ojos al techo, incrédula. Danilo la continuaba observando con tanta fijeza que no había parado mientes en el insulto.

—¡Espera! ¡Ya lo tengo! —cacareó triunfante, apuntando con un dedo a Arilyn—. Sabía que me recordabas a alguien: tú eres la persona a quien ese zoquete del bar buscaba. Ariel Hoja... algo, ¿tengo razón?

—Más o menos —admitió ella de mala gana.

Después de todo, no era tan tonto como parecía. Incapaz de permanecer sentada por más tiempo, la semielfa se puso en pie y empezó a pasear por la habitación.

—¡Qué interesante! Bueno, cuéntame tu historia —pidió Danilo, mientras se acomodaba, preparándose para pasar una entretenida velada. Se tumbó de lado, cruzó ambos tobillos y se apoyó sobre un codo. Arilyn le lanzó una torva mirada y se acercó al hogar.

»No, no. Déjalo encendido —insistió él, viendo que Arilyn empezaba a hurgar en los troncos encendidos con un palo—. Los dos estamos mojados y tenemos frío, y el fuego nos sentará bien. Olvídate de él y ven a sentarte. —El joven aristócrata dio unas palmaditas en el heno para invitarla a que se sentara junto a él—. Oh, vamos. Relájate. En la posada los engatusaste a todos con tu disfraz. Ese matón no nos sigue.

—Ya te lo he dicho; no es él quien me preocupa.

—¿Pues quién si no? Has dicho que nos siguen.

—Nos seguían, en pasado —replicó Arilyn, recalcando las palabras y lanzándole por encima del hombro una mirada asesina.

Pero Danilo Thann no era de los que se dan por vencidos fácilmente, y miró al techo en una cómica expresión de repugnancia.

—«Seguían.» Bueno, eso lo explica todo.

Arilyn le dio la espalda sin hacer caso de su cordial sarcasmo.

—Oye —dijo Danilo, hablando a la nuca de la semielfa—, ya que te acompaño en este viaje, por decirlo de alguna manera, ¿no crees que debería tener alguna idea de a quién o a qué me enfrento? Y tampoco estaría mal saber adónde vamos.

«¿Por qué no? —se dijo Arilyn—. Quizá la verdad lo asustará y cerrará el pico.» La aventurera se sentó en el heno junto a Danilo y dobló las rodillas contra el pecho.

—De acuerdo, ahí va. Puesto que pareces estar al corriente de todo lo que se comenta en esta zona, supongo que habrás oído que hay alguien que está eliminando sistemáticamente a Arpistas.

—Es algo espantoso —comentó Danilo estremeciéndose—. ¡Oh, dioses! —exclamó, abriendo mucho los ojos—. No estoy seguro de adónde quieres ir a parar. ¿Estás diciendo que el asesino de Arpistas te persigue a ti?

—Eres más listo de lo que pareces —fue el seco comentario de Arilyn.

—Gracias, ¿pero cómo lo sabes? Que el asesino te sigue, quiero decir.

La aventurera se encogió de hombros, tratando de no parecer alterada.

—Ya hace alguien tiempo que alguien me sigue dondequiera que voy. Varios amigos míos han sido asesinados, y yo estaba cerca cuando ocurrió.

—Oh, madre mía. Qué terrible.

La voz del joven noble sonaba sinceramente cálida e inquieta, por lo que momentáneamente Arilyn se quedó desconcertada. Su mirada buscó las llamas y se quedó prendida de aquel fuego mágicamente conjurado que tan malos recuerdos le traía. Pero en aquellos momentos prefería mirar cualquier cosa antes que los amables ojos grises de Danilo Thann. Ella había puesto en peligro la vida de ese joven y, por estúpido que fuera, no había hecho nada para merecer el tratamiento que le había dado.

—Lamento haberte metido en todo esto —murmuró la semielfa—. Créeme, no pensaba llevarte tan lejos.

—Por mí no hay problema —replicó Danilo, aceptando jovialmente las disculpas de Arilyn—. Además, es todo un honor para un humilde figurín como yo estar al servicio de los Arpistas. Tú eres una de ellos, ¿no?

—No —contestó ella lentamente—. Yo no soy una Arpista.

—¿Oh? ¿Entonces por qué te persigue el asesino de Arpistas?

—De vez en cuando trabajo para ellos.

—Ah. ¿Y qué es lo que sabes hacer? —preguntó Danilo con afectación, mirándola y moviendo las cejas en una burda parodia de mirada lasciva.

Arilyn le lanzó una mirada iracunda y, en respuesta, él le sonrió; ¡Aquel idiota se divertía provocándola! Arilyn se dio cuenta de pronto de que para él era sólo un juego. No la miraba con lascivia sino como un niño travieso. Toda la irritación que le inspiraba Danilo Thann regresó de golpe, arrinconando el sentimiento de culpa que la había invadido un momento antes. La aventurera sintió un impulso indigno pero irresistible de meterle un poco de miedo en el cuerpo.

—Soy una asesina —declaró con voz amenazante.

Danilo se lo tomó a broma.

—No me digas. Y supongo que también tienes una propiedad en el Gran Desierto con vistas al lago que quieres venderme, ¿no?

—Recuerda; las apariencias engañan —replicó Arilyn, sin poder evitar sonreír—. Al menos, en algunos casos —añadió con un toque de sarcasmo.

Pero la pulla rebotó en la dura piel de Danilo, que desestimó su comentario con un ademán.

—No, no, no es eso. Me creo que eres una asesina, aunque me imagino que habrá pocas tan guapas como tú. Pero ¿desde cuándo los Arpistas ordenan asesinatos?

—No lo hacen —admitió Arilyn—. Hace años que no hago ese tipo de trabajo, y nunca para los Arpistas. Ahora me dedico a recuperar objetos perdidos, dirigir incursiones y proteger a viajeros. Soy una exploradora, una espía o una mercenaria, lo que haga falta.

Danilo se tumbó sobre el estómago y apoyó el mentón en ambas manos.

—Tu versatilidad me asombra, pero, para mi propia paz de espíritu, volvamos a tu ocupación anterior. ¿De verdad que te acercas..., huy, perdona, te acercabas sigilosamente a la gente y la matabas?

—No, nunca. —Arilyn alzó la barbilla—. Retaba a luchadores armados y competentes, y los vencía en duelo.

—Ya veo. —Danilo asintió como si ahora lo entendiera todo—. No me extraña que el asesino de Arpistas vaya tras de ti. —Arilyn enarcó inquisitivamente las cejas, y el humano sonrió y explicó—: Por tratar de elevar el nivel del oficio. Seguro que transgredías un montón de normas del gremio.

Arilyn estuvo a punto de soltar una carcajada, pero logró controlarse.

—De hecho, nunca pertenecí a la Cofradía de Asesinos.

—¿Ves? Otro motivo. Quieren cobrarse todas las cuotas que debes a la cofradía.

Finalmente Arilyn no pudo contener una risita.

—No creo que la Cofradía de Asesinos me aceptara.

—¿De veras? ¿Hay una historia interesante detrás de eso?

—Pues no. —Arilyn se encogió de hombros—. Al principio de mi carrera me pusieron el mote de «asesina». Si alguien cruzaba su espada conmigo, moría —dijo simplemente, respondiendo a la inquisitiva mirada de Danilo.

—Humm... Lo recordaré. ¿Y después?

—El mote se me quedó. Con el tiempo se me consideró una auténtica asesina, y yo misma empecé a creer que lo era, aunque una asesina honorable, eso sí. Durante años fui una aventurera independiente a la que contrataban para luchar y, por ende, a matar.

—Pues sí que eras una asesina —murmuró Danilo.

—Sí, pero nunca luché contra nadie que estuviera desarmado, nunca derramé sangre inocente.

—Estás totalmente convencida de ello, ¿verdad? Debe de ser bonito confiar tan plenamente en el juicio de uno —dijo él con aire pensativo.

—Para bien o para mal no tengo que fiarme de mi buen juicio —replicó la semielfa. Incluso a ella su voz le sonó un tanto amarga. Se llevó una mano a la empuñadura de la espada y explicó—: La espada que llevo no puede derramar sangre inocente. Es imposible. Lo averigüé cuando apenas era una niña que estudiaba en la Academia de Armas. Uno de los estudiantes mayores, Tintagel Ni'Tessine, solía burlarse de mí por mi raza. Un día perdí los estribos y lo ataqué.

BOOK: La Venganza Elfa
2.17Mb size Format: txt, pdf, ePub
ads

Other books

Sean Dalton - Operation StarHawks 03 - Beyond the Void by Sean Dalton - [Operation StarHawks 03]
Senate Cloakroom Cabal by Keith M. Donaldson
This Present Darkness by Peretti, Frank
The Son by Philipp Meyer
The Silver Age by Gunn, Nicholson
Taking a Shot by Catherine Gayle
Arranged by Wolf, Sara
Treason's Daughter by Antonia Senior