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Authors: Elaine Cunningham

Tags: #fantasía

La Venganza Elfa (10 page)

BOOK: La Venganza Elfa
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—Ah. Naturalmente. —Como siempre, el discreto posadero se dio por satisfecho con su escueta explicación. Entonces la tomó por el brazo y la escoltó con toda ceremonia hasta la gran barra. Arilyn tomó asiento en uno de los taburetes más visibles, y Myrin se empeñó en ponerse al otro lado de la barra y servirla personalmente ante todos los clientes.

Arilyn bebió a sorbos el licor elfo que el posadero le sirvió, tratando de contener un acceso de hilaridad.

—Gracias Myrin. Creo que he conseguido ser vista.

—Ha sido un placer. ¿Deseas algo más?

—¿Tienes algún mensaje para mí?

—Esto ha llegado esta misma tarde —contestó Myrin tendiéndole un pequeño rollo.

Arilyn echó un vistazo al sello y su buen humor se esfumó. Con un suspiro cogió el rollo que le tendía el posadero, lo abrió y leyó las elegantes y precisas runas elfas. Kymil quería reunirse con ella en la posada esa misma noche. Probablemente los Arpistas le habían encomendado otra misión para ella, justo cuando lo que más deseaba era regresar a casa, a Evereska. La semielfa lanzó otro involuntario suspiro.

—Buenas noticias, espero.

Arilyn levantó la vista y se encontró con una mirada de preocupación en los ojos plateados de Myrin.

—Más bien no. Kymil Nimesin se reunirá aquí conmigo esta noche, donde siempre.

El elfo de la luna recibió el anuncio de Arilyn sin inmutarse.

—Me ocuparé de que vuestro reservado habitual esté libre.

—Qué diplomático eres, Myrin —murmuró Arilyn. El orgulloso posadero y el patricio maestro de armas no se podían ver ni en pintura, pero Myrin Lanza de Plata siempre recibía a Kymil Nimesin con exquisita cortesía. No obstante, para desconcierto de Arilyn, el maestro de armas trataba al posadero con mucho menos respeto.

—No es la primera vez que me lo dicen —replicó Myrin. Se excusó con otra inclinación de cabeza y se dirigió al reservado de Arilyn. Mientras, la semielfa subió a su habitación para recoger los objetos que había recuperado en el fuerte Tenebroso, tras lo cual, regresó a la taberna y se dirigió al fondo de la sala común, donde se deslizó tras la pesada cortina de un reservado.

Casi inmediatamente unas diminutas motas de luz parpadearon sobre el banco de enfrente. Los puntos dorados se fueron haciendo más anchos, se expandieron y, finalmente, se unieron dando como resultado la forma de su viejo amigo y mentor Kymil Nimesin.

—Nunca me acostumbraré a tu manera de entrar en los sitios —murmuró Arilyn con una sonrisa de bienvenida a su maestro.

—Bah, es sencillo —respondió Kymil sin dar importancia al comentario—. Espero que tu misión haya tenido éxito.

—Si no, no estaría sentada aquí. —La semielfa le entregó el saco que contenía los objetos. —¿Los devolverás a los sacerdotes de Sune y te encargarás de que nuestro informante reciba el resto del dinero?

—Desde luego. —Tras un breve silencio Kymil pasó a temas menos agradables—. Ya me he enterado de la muerte de Rafe Espuela de Plata. Una verdadera lástima. Era un buen explorador, y seguro que los Arpistas lo echarán en falta.

—Y yo también —dijo suavemente Arilyn. Las palabras de Kymil no eran más que la cortés fórmula que imponían las convenciones, pero las suyas revelaban una verdadera emoción—. ¿Cómo has sabido de su muerte tan rápidamente? —preguntó, alzando de pronto la mirada hacia su maestro.

—Estaba preocupado por ti e hice indagaciones.

—¿Oh?

—Supongo que ya sabes que el asesino te buscaba a ti. —Kymil miraba a su alumna de hito en hito.

—Sí —contestó Arilyn con voz calmada y bajando la mirada hacia sus manos apretadas—, yo he llegado a la misma conclusión. Ahora, si no te importa, ¿podríamos hablar de otras cosas? ¿Tienes otra misión para mí?

—No. He querido reunirme contigo para hablar de los asesinatos. —Kymil se inclinó hacia adelante para dar más fuerza a sus palabras—. Estoy inquieto por tu seguridad, muchacha. Debes tomar medidas para protegerte de ese asesino.

Arilyn alzó bruscamente la cabeza y una expresión de furia se adueñó de su cara.

—¿Y qué me propones que haga? ¿Que me esconda?

—Todo lo contrario —la corrigió Kymil severamente—. Debes buscar al asesino.

—Ya hay muchos buscándolo.

—Sí, pero tal vez no buscan donde deberían. Como agente Arpista tú puedes triunfar donde otros han fracasado. En mi opinión, el asesino es un Arpista.

Arilyn contuvo el aliento, para inmediatamente repetir, incrédulamente:

—¿Qué? ¿El asesino, un Arpista?

—Sí. O un agente de los Arpistas.

La semielfa sopesó las palabras de su maestro y asintió lentamente. Era una posibilidad terrible, pero tenía sentido. Los Arpistas no eran una organización muy estructurada sino que cada uno actuaba con relativa independencia. Sus agentes —como Arilyn, que no eran miembros oficiales del grupo pero realizaban determinadas misiones para ellos— solían trabajar solos, y muchos Arpistas mantenían su afiliación secreta. A Arilyn se le antojaba increíble que ese velo de secretismo pudiera volverse contra los mismos Arpistas. No obstante, también había aprendido a confiar en el juicio de Kymil Nimesin. Kymil era un aliado de los Arpistas desde niño y si él creía que el asesino de Arpistas se ocultaba entre sus filas, ella se sentía inclinada a creerlo.

—Debes descubrir al asesino, y pronto. —Kymil interrumpió sus reflexiones hablando en tono urgente—. El pueblo tiene en alta estima a los Arpistas. Si no somos capaces de encontrar y detener al asesino, el honor y la reputación de los Arpistas saldrán perdiendo.

»¿Te haces una idea de la implicaciones de este asunto? —le preguntó el elfo dorado tras un pausa—. ¡Podría llegar a romper el equilibrio! Los Arpistas desempeñan una función vital en la lucha contra el mal, en particular contra los zhentarim y sus...

—Sé perfectamente qué representan los Arpistas —lo interrumpió Arilyn con un toque de impaciencia. Kymil le había sermoneado sobre la necesidad de mantener el equilibrio desde que tenía quince años, y se conocía sus argumentos de memoria—. ¿Tienes algún plan?

—Sí. Yo sugeriría que te introdujeras entre las filas de los Arpistas, disfrazada si es necesario, para descubrir al asesino.

—Sí, supongo que tienes razón. —La semielfa esbozó una leve y triste sonrisa—. En cualquier caso, es mejor que no hacer nada. No puedo seguir esperando cruzada de brazos a que el asesino ataque. No lo soportaré mucho tiempo más.

—¿Por qué te inquieta tanto esta amenaza? Tu vida ha estado en peligro muchas veces. —Kymil hizo una pausa y fijó en ella sus ojos de penetrante mirada—. ¿O es que hay algo más?

—Sí —admitió ella a regañadientes—. Desde hace algún tiempo, meses, tengo la sensación de que alguien me sigue. Pero por mucho que lo intento no percibo ninguna señal del perseguidor.

—¿De veras? —se limitó a comentar Kymil.

La joven esperaba oír sus reproches o, al menos, que le preguntara sobre su incapacidad de atrapar a su misterioso perseguidor.

—No pareces muy sorprendido —osó decir Arilyn.

—Muchos Arpistas son consumados exploradores y rastreadores —replicó Kymil sin alterarse—. Entra dentro de lo posible que el asesino o la asesina que buscamos, especialmente si es un Arpista, sea lo suficientemente hábil para evitar que lo descubran, ni siquiera alguien tan experto como tú. Razón de más, creo, para que pases a la ofensiva. ¿De acuerdo?

—De acuerdo.

—Esto es todo lo que tenía que decirte esta noche. Será un placer teletransportarte a Aguas Profundas para...

—No, gracias. —Arilyn lo interrumpió bruscamente.

—¿Acaso no piensas ir a Aguas Profundas? —inquirió Kymil enarcando una ceja—. Parece el mejor lugar para empezar a buscar.

—Tienes razón, y pienso ir a Aguas Profundas. Pero prefiero hacer el viaje a caballo.

Kymil se mostró exasperado.

—Mi querida
etrielle
, nunca comprenderé tu aversión hacia la magia, especialmente teniendo en cuenta que llevas una espada mágica desde que eras una niña.

—No me lo recuerdes —replicó Arilyn, expresando una amargura nada habitual en ella—. Tratándose de magia, sólo soy capaz de aceptar mi hoja de luna.

—No te comprendo. —Kymil sacudió la cabeza—. Cierto que hubo ese desafortunado incidente durante la Época de Tumultos...

—¿Desafortunado? —lo atajó Arilyn con voz incrédula—. Yo no calificaría de «incidente» la desintegración accidental de toda una partida de aventureros.

—Los Siete del Martillo —dijo Kymil, dando entender con su tono de voz que la muerte de los aventureros humanos había sido algo intrascendente—. Tú no tenías motivos para preocuparte del fuego mágico.

—¿Oh? ¿Y por qué no?

Por un momento Kymil pareció desconcertado, pero luego sonrió débilmente.

—Siempre la alumna exigente. Ese intervalo de tiempo no afectó tan seriamente a los elfos y a su magia como a los humanos.

El elfo dorado se recostó en el banco y juntó las yemas de los dedos de ambas manos, ofreciendo la imagen perfecta del profesor erudito. Sabiendo lo que se le venía encima, Arilyn gruñó por lo bajo. Actualmente Kymil impartía un seminario en la Academia de Magia y Armas de Evereska sobre el efecto de la Época de Tumultos en la magia elfa en calidad de profesor invitado. Arilyn nunca había sido una buena estudiante y lo último que necesitaba ahora era escuchar una conferencia. Además, no quería revivir la Época de Tumultos; aquel desastroso intervalo durante el cual los dioses anduvieron por Faerun adoptando la forma de mortales, causando el caos y una inmensa destrucción.

—Lo que ocurrió fue lo siguiente —empezó a disertar Kymil, y su voz adquirió un tono pedante—. En lenguaje profano, los humanos usan el tejido para conjurar magia, pero los elfos pueden considerarse parte integrante del tejido. Por nuestra misma naturaleza los
tel'quessir
somos seres mágicos y...

Arilyn alzó bruscamente una mano para interrumpirlo.

—Muchos me considerarían
n'tel'ques
, no persona. Soy medio humana, ¿recuerdas? Tengo muy poca habilidad mágica inherente.

Kymil se quedó pensativo un instante y entonces inclinó la cabeza en gesto de disculpa.

—Perdóname, muchacha. Tus superiores talentos hacen que me olvide de las desafortunadas circunstancias que concurrieron en tu nacimiento.

Arilyn conocía a Kymil desde hacía demasiado tiempo para sentirse insultada por sus aires patricios.

—¿Desafortunadas circunstancias? Soy una semielfa, Kymil, no una bastarda. Claro que algunos pensarían lo segundo —añadió con una fugaz sonrisa.

Justamente entonces una áspera voz rugió su nombre. Arilyn apartó la cortina unos centímetros para echar un vistazo. Entonces sacudió la cabeza y juró por lo bajo en una mezcla de común y élfico.

Kymil ahogó un grito de sorpresa al oír el juramento bilingüe de Arilyn. Ella le lanzó una fugaz mirada y tuvo que morderse el labio para no echarse a reír ante la ultrajada expresión del elfo dorado.

—Lo siento —se disculpó.

Kymil iba a hablar, sin duda para censurarle su indigno uso del élfico, pero sus palabras quedaron ahogadas por un barullo semejante a una pequeña invasión de bárbaros.

Una horda de rufianes había irrumpido en la posada y se dedicaba a armar jaleo, volcando mesas vacías y lanzando una sarta de gritos y chillidos. El líder de la banda era un zafio de proporciones gigantescas, casi la caricatura de un matón. Tenía una apariencia siniestra: llevaba un parche en un ojo, una maza tachonada con púas de hierro al cinto y una oxidada cota de malla que, más o menos, le cubría la barriga. Pero, al mismo tiempo, había algo en él que suscitaba sonrisas encubiertas. Quizás era su calva, tan pelada como un huevo, enmarcada por un reborde de ralo cabello rubio que se había recogido en dos escuálidas trenzas largas.

El hombre calvo y rubio fue directamente hacia el delgado Myrin Lanza de Plata, lo cogió bruscamente y lo alzó en vilo hasta que los ojos del posadero quedaron a la misma altura que los suyos.

—¿Es que no me has oído, elfo? He preguntado si Arilyn Hojaluna está aquí esta noche. Si no respondes, mis hombres... —El hombretón señaló con un violento movimiento de cabeza al grupo de rufianes congregados a su espalda—. Mis hombres empezarán a interrogar a tus clientes. Y eso no sería muy bueno para el negocio.

Pocos hombres, humanos o elfos, eran capaces de conservar la dignidad mientras sus pies pendían a varios centímetros de altura del suelo, pero Myrin Lanza de Plata devolvió la amenazante mirada del bruto con otra serena y mesurada. Algo en la expresión del posadero amedrentó al bravucón, que dejó al elfo en el suelo.

—Estamos perdiendo el tiempo —anunció a sus hombres con una voz lo bastante alta para que resonara por toda la sala. Era un intento burdo de guardar las apariencias—. Este elfo no sabe nada. Separaos. ¡Si esa moza gris anda por aquí, la encontraremos!

—¿Conoces a ese hombre? —preguntó Kymil a Arilyn, al tiempo que dejaba caer la cortina.

—Oh, sí —respondió la semielfa irónicamente, contemplando aún el drama que se desarrollaba en el área principal de la taberna—. Se llama Harvid Beornigarth, un aventurero de tercera fila. Hace unos meses íbamos tras el mismo premio, y él perdió.

—Ah. Y supongo que no supo perder con elegancia —concluyó Kymil.

—Más bien no. —Arilyn abrió unos pocos centímetros más la cortina para mirar cómo los matones de Harvid se separaban y empezaban a registrar la posada—. De hecho, no representa ninguna amenaza pero en estos momentos ya tengo suficientes cosas en las que pensar.

«Adiós a mi plan de escabullirme de mi misteriosa sombra —pensó Arilyn—. Con Harvid Beornigarth creando tanto revuelo ya podría poner un letrero fuera del apartado que dijera: "Arilyn Hojaluna. Asesinos, S. A.". Claro que, todo ese jaleo podría venirme de perlas para esfumarme.»

La semielfa dejó caer las cortinas de golpe. Entonces metió la mano en una pequeña bolsa que le pendía del cinturón y sacó un minúsculo espejo, un puñado de malla dorada y un par de diminutos botes llenos de ungüentos con brillantes runas elfas de color rosa que los identificaban como «Faereen la cortesana».

Hábilmente se extendió por la cara una crema de color marfil pálido que cubrió el leve matiz azulado que realzaban sus finos huesos. El segundo bote contenía una crema de color rosa, que usó para darse pequeños toques en labios y mejillas. A continuación agitó la malla dorada, un curioso tocado ornamental hecho con diminutos anillos metálicos entrelazados en formas intrincadas y tachonado con gemas verdes. Después de alisarse el pelo tras sus puntiagudas orejas, se cubrió sus ondas azabache con el tocado.

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