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Authors: Alfredo Bryce Echenique
Tags: #Relato, #Humor
La vida exagerada de Martín Romaña es, probablemente, la novela mayor y la más característica del talante biográfico y narrativo de Alfredo Bryce Echenique. Si por lo primero estamos ante una biografía inclusiva, que hace un balance irónico de la década de los años 60 desde su centro mitológico, el París de la rebelión juvenil del mayo del 68, por lo segundo estamos un relato circular, elocuente y digresivo, que hace la oralidad diomática, de su lengua peruana, la alegoría migratoria de una saga tan desmitificadora como humorística.
Martin Romaña es un peruano que una década después de haber emigrado a París con la intención de convertirse en escritor, empieza a redactar su «cuaderno azul de navegación» en el cual, además de contar su experiencia parisina de Mayo del 68, rescata los recuerdos de Inés, su esposa que lo abandona por su inseguridad, timidez e indecisión.
Algunos temas abordados son su trágico desembarco proveniente del Perú en Dunkerque, en donde pierde toda su biblioteca a causa de un accidente, pasando por su admiración por César Vallejo y Ernest Hemingway, su desencanto de París, su participación irrelevante en un grupo procomunista durante Mayo del 68, la novela que nunca escribió, hasta un caso de hemorroides y el encuentro mágico con ese ser, verdadero bálsamo de su tristeza, que será Octavia de Cádiz, y por la cual redactará el Cuaderno rojo de fatídica navegación.
Es una obra del post boom al dirigir la narrativa hacia el individuo, al revisar la sentimentalidad de los personajes, y al abandonar los discursos épicos y esencialistas sobre América Latina.
Todo ello narrado desde una visión sensible y nostálgica, aunque sin carecer de brotes de intensa ironía y felicidad.
Alfredo Bryce Echenique
La vida exagerada de Martín Romaña
ePUB v1.0
hermes 1006.10.12
Título original:
La vida exagerada de Martín Romaña
Alfredo Bryce Echenique, 1981.
Editor original: hermes 10 (v1.0)
ePub base v2.0
A Sylvie Lafaye de Micheaux, porque es
cierto que uno escribe para que lo quieran
más.
Love is the general name of the quality of
attachment and it is capable of infinite
degradation and it is the source of our
greatest errors.
Iris Murdoch,
The Sovereignty of Good
Si acaso me contradigo
en este confuso error
aquel que tuviere amor
entenderá lo que digo.
Sor Juana Inés de la Cruz,
Amoroso tormento
Con todo mi camino, a verme solo.
CÉSAR VALLEJO
Mi nombre es Martín Romaña y ésta es la historia de mi crisis positiva. Y la historia también de mi cuaderno azul. Y la historia además de cómo un día necesité de un cuaderno rojo para continuar la historia del cuaderno azul. Todo, en un sillón Voltaire.
En efecto, el día siete de junio de 1978, entré en crisis, como suele decirse por ahí, aunque positiva, en mi caso, pues logré por fin salir de la melancolía
blue blue blue
como solía llamarla Octavia, que fue primero Octavia de Cádiz a secas, porque durante largo tiempo la conocí sólo en estado o calidad de aparición, sí, lo cual me impedía, como es lógico, bañarla en ternura con miles de apodos que prácticamente no vendrán al caso en el cuaderno azul, pero que en cambio justificarán plenamente la adquisición del cuaderno rojo. Plenamente, Octavia.
Cabe advertir, también, que el parecido con la realidad de la que han sido tomados los hechos no será a menudo una simple coincidencia, y que lo que intento es llevar a cabo, con modestia aparte, mucha ilusión y justicia distributiva, un esforzado ejercicio de interpretación, entendimiento y cariño multidireccional, del tipo
a ver qué ha pasado aquí
.
En realidad, de quien hablaré mucho, a pesar de que las apariciones milagrosas de Octavia de Cádiz pueden por momentos inquietar (a mí, desde luego, me inquietaron muchísimo), es de Inés, que fue primero todo lo contrario de Inés a secas, porque nada ni nadie en el mundo me impedía bañarla en ternura con miles de apodos, aunque durante largo tiempo viví con ella en estado o calidad de inminente desaparición, sí. Por lo demás, altero, cambio, mantengo, los nombres de los personajes. Y también los suprimo del todo. Creo que me entiendo, pero puedo agregar que hay un afán inicial de atenerse a las leyes que convienen a la ficción, y pido confianza.
Volviendo ahora a la crisis positiva en que
entré
, es preciso decir que, de no haber llegado las tres cartas ese mismo 7 de junio de 1978, tal vez hubiese continuado en mi espantosa melancolía, sin Octavia alguna para decir
blue blue blue
, como quien me explica, a ver si de algo me sirve, y sabe Dios por cuánto tiempo más melancolía y sólo melancolía. Como el tren, el cartero silbó tres veces aquel día, por ser las tres cartas certificadas y urgentes, y tres veces también, el suspiro fue enorme, dije
God bless his boots
, pensando en mi profesora particular de idiomas y autores trascendentales, allá en el Perú, hace siglos, pero ella había muerto sin que nos volviéramos a ver jamás, tras haberse pasado años enviándome direcciones útiles para mi vida en París, en preciosas cartas, y sin que yo me hubiese atrevido a decirle nunca, al responderle, nada de eso existe ya, Merceditas, por haber sido probablemente Merceditas la mujer más fina que conocí en mi vida, y porque para qué, pobrecita, si allá en Lima, cuando recibía mis cartas, ella siempre le bendecía las
boots
al cartero, sin imaginar un solo instante que los chimpunes del cholo más que bendición de Dios seguro necesitaban un buen remiendo. Merceditas tocaba, además, la viola d'amore, y a mí me contaron que murió sin mayores sufrimientos, sin duda alguna para evitarme un sufrimiento aún mayor en París.
Estas tres cartas certificadas y urgentes significaron el final de la melancolía en que me había dejado instalado mi último viaje inútil por el sur de Francia, y después fue el sur inútil de la India, porque ya conocía el norte, y después el sur de Marruecos, Túnez y Argelia. Países estos cuyo norte también ya conocía. No regreso más, suspiré melancólico, al entrar a mi departamento parisino, al cual tampoco debí haber llegado nunca. Ni siquiera la primera vez. Y mientras me dejaba caer en el sillón Voltaire, el melancólico eco de mi estado de ánimo se me arrimó en coro: no regreso nunca más. Qué horror. Qué pena. Ojalá alguien me llamara por teléfono. Pero… En el fondo… Para qué, si… No… Voy… A… Responder. Es prueba de respeto… Por sí mismo… El estarse muriendo de ganas de que lo llamen a uno por teléfono y darse el gustazo de no responder, es prueba de respeto por sí mismo…
Seguía dejándome caer en el sillón Voltaire. Y mientras, pensaba: Me ha gustado mucho esta última frase sobre el teléfono, suena perfecto a máxima contemporánea, debería anotarla en el cuaderno azul. El cuaderno azul, cuyas páginas continuaban íntegramente en blanco, había sido obsequio de una muchacha con la que inicié un largo viaje al norte de Europa y en pleno invierno. Nunca pasamos de Bruselas, a tres horas de París.
—Te lo regalo para que lo llenes de mí —dijo ella, al entregármelo. Aunque luego, como quien reflexiona, añadió—: En fin, de mí o de lo que quieras.
La máxima contemporánea habría sido una buena oportunidad para inaugurarlo, pero cómo, si continuaba dejándome caer en el sillón Voltaire y me resultaba totalmente imposible en esas circunstancias ir en busca del cuaderno azul. Lo dejé, pues, yacer, como tantas otras veces, sobre mi mesa de trabajo, en la lejanísima habitación de al lado. Pensé que no olvidaría aquella reflexión telefónica, que mañana o cualquier otro día la anotaría, pero luego recordé que siempre me olvidaba de todo y tuve la seguridad de que esta vez ocurriría exactamente lo mismo. La idea de una nueva pérdida, y la imagen del cuaderno, virgen, yacente, y
blue
, Octavia, no me apenaron en absoluto. Por el contrario, solté un sonoro y derrumbado ¡qué demonios!, y continué cuesta abajo.
Llevaba meses viviendo en este estado, con el cuaderno azul en la habitación de al lado, el sillón Voltaire en mi vida, y mi vida en el sillón Voltaire. Llevaba ya casi un año hundiéndome en él, dejándome literalmente naufragar
blue blue blue
, y las únicas frases que me importaban eran aquellas que anunciaban categóricamente que no volvería jamás al sur de ninguna parte. E incluso que no volvería a ninguna parte y punto. Y el asunto empezaba a extenderse además a la lejanísima habitación de al lado. Más la cocina, que era donde estaba la comida. Al principio, otras horas borraron las del primer día, y otras las de los primeros días y las siguientes semanas, y así continuaron pasando los meses hasta el 7 de junio en que el cartero me silbó tres veces las cartas porque eran certificadas y urgentes.
Fui tentado igual número de veces por la idea de no abrirle, pero luego recordé vagamente que ese respeto por sí mismo se refería más bien al teléfono, e incorporándome desde el fondo de algo, bendije botas, y avancé como pude entre los recuerdos enmarañados de Merceditas.
Eran tres invitaciones, tres. Laura me invitaba a pasar el verano en Niza. Sur de Francia, me dije. Mario me invitaba a Sicilia. Sur de Italia, me dije. Andrés me invitaba a navegar, partiendo de Torremolinos. Sur de España, me dije, y decidí volverme loco un rato, procedimiento este que había logrado perfeccionar tanto, con los años, que ya ni siquiera necesitaba moverme del sillón para volverme loco un rato. Sí. Y en esta oportunidad el mago Charamama era la solución.
Me atendió de inmediato, y con la misma solicitud de siempre. El mago Charamama nunca me había fallado, una tras otra me había anunciado hace siglos, allá en el Perú, todas y cada una de las calamidades que con el tiempo y mis viajes me fueron abatiendo por diversos países y ciudades, aunque claro, yo nunca quise hacerle caso, yo nunca quise tomar en serio la extendida reputación de aquel hombre que, en el longevo ejercicio de su magia, lo había adivinado todo, todo menos que su hija iba a salirle puta. Eternamente entristecido por tan garrafal falla, hablóme Charamama, repitióme en realidad lo mismo de siempre: No andar yéndose siempre, Martín Romaña, no andar pensando tampoco que se trata de norte y sur, Martín Romaña, no andar enmelancolizándose uno todo el tiempo porque nuevamente se está de regreso de tanto, Martín Romaña, no permanecer tampoco, Martín Romaña, es decir, sobre todo no permanecer sin escribir, la cosa está en escribir y en escribirlo, Martín Romaña, y en ser duro cuando lo exige la ocasión… Por ejemplo, ¿que le va a responder usted al Andrés ese de Torremolinos? Tenga usted este cuaderno, no es azul pero anote usted, ya después lo pasa en limpio cuando escriba de a verdad, vamos, anote, quiero ver qué le va a responder usted, nada de sí, nada de muchas gracias ni de huidas cuando usted hace años que sabe lo que desea, Martín Romaña, no escaparse, Martín Romaña, nada de eso porque terminará usted yaciendo como su cuaderno azul, entender, en cambio, interpretar, en cambio, enfrentarse, en cambio, escribir, en cambio… Vamos, anote: Para Andrés de Torremolinos. Vamos…
Cuanto más lejos te quede Torremolinos, mejor.