La zapatera prodigiosa (4 page)

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Authors: Federico García Lorca

Tags: #teatro

BOOK: La zapatera prodigiosa
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V
ECINA
M
ORADA. De zarzaparrilla.

V
ECINA
R
OJA. La menta es mejor.

V
ECINA
M
ORADA. Vecina.

V
ECINA
V
ERDE. Vecinita.

V
ECINA
N
EGRA. Zapatera.

V
ECINA
R
OJA. Zapaterita.

(Las Vecinas arman gran algazara. La Zapatera llora a gritos.)

TELÓN

A
CTO
S
EGUNDO

La misma decoración. A la izquierda, el banquillo arrumbado. A la derecha, un mostrador con botellas y un lebrillo con agua donde la Zapatera friega las copas. La Zapatera está detrás del mostrador. Viste un traje rojo encendido, con amplias faldas y los brazos al aire. En la escena, dos mesas. En una de ellas está sentado don Mirlo, que toma un refresco y en la otra el Mozo del Sombrero en la cara.

E
SCENA
P
RIMERA

La Zapatera friega con gran ardor vasos y copas que va colocando en el mostrador. Aparece en la puerta el Mozo de la Faja y el Sombrero plano del primer acto. Está triste. Lleva los brazos caídos y mira de manera tierna a la Zapatera. Al actor que exagere lo más mínimo en este tipo, debe el Director de escena darle un bastonazo en la cabeza. Nadie debe exagerar. La farsa exige siempre naturalidad. El Autor ya se ha encargado de dibujar el tipo y el sastre de vestirlo. Sencillez. El Mozo se detiene en la puerta. Don Mirlo y el otro Mozo vuelven la cabeza y lo miran. Ésta es casi una escena de cine. Las miradas y expresión del conjunto dan su expresión. La Zapatera deja de fregar y mira al Mozo fijamente. Silencio.

Z
APATERA. Pase usted.

M
OZO DE LA
F
AJA. Si usted lo quiere…

Z
APATERA.
(Asombrada.)
¿Yo?
Me trae absolutamente sin cuidado, pero como te veo en la puerta…

M
OZO DE LA
F
AJA. Lo que usted quiera.
(Se apoya en el mostrador.) (Entre dientes.)
Éste es otro al que voy a tener que…

Z
APATERA. ¿Qué va a tomar?

M
OZO DE LA
F
AJA. Seguiré sus indicaciones.

Z
APATERA. Pues la puerta.

M
OZO DE LA
F
AJA. ¡Ay, Dios mío, cómo cambian los tiempos!

Z
APATERA. No crea que me voy a echar a llorar. Vamos. Va usted a tomar copa, café, refresco, ¿diga?

M
OZO DE LA
F
AJA. Refresco.

Z
APATERA. No me mire tanto que se me va a derramar el jarabe.

M
OZO DE LA
F
AJA. Es que yo me estoy muriendo. ¡Ay!
(Por la ventana pasan dos Majas con inmensos abanicos. Miran, se santiguan escandalizadas, se tapan los ojos con los pericones y a pasos menuditos cruzan.)

Z
APATERA. El refresco.

M
OZO DE LA
F
AJA.
(Mirándola.)
¡Ay!

M
OZO DEL
S
OMBRERO.
(Mirando al suelo.)
¡Ay!

M
IRLO.
(Mirando al techo.)
¡Ay!
(La Zapatera dirige la cabeza hacia los tres ayes.)

Z
APATERA. ¡Requeteay! Pero esto ¿es una taberna o un hospital? ¡Abusivos! Si no fuera porque tengo que ganarme la vida con estos vinillos y este trapicheo, porque estoy sola desde que se fue por culpa de todos vosotros mi pobrecito marido de mi alma, ¿cómo es posible que yo aguantara esto? ¿Qué me dicen ustedes? Los voy a tener que plantar en lo ancho de la calle.

M
IRLO. Muy bien, muy bien dicho.

M
OZO DEL
S
OMBRERO. Has puesto taberna y podemos estar aquí dentro todo el tiempo que queramos.

Z
APATERA.
(Fiera.)
¿Cómo? ¿Cómo?
(El Mozo de la Faja inicia el mutis y don Mirlo se levanta sonriente y haciendo como que está en el secreto y que volverá.)

M
OZO DEL
S
OMBRERO. Lo que he dicho.

Z
APATERA. Pues si dices tú, más digo yo y puedes enterarte, y todos los del pueblo, que hace cuatro meses que se fue mi marido y no cederé a nadie jamás, porque una mujer casada debe estarse en su sitio como Dios manda. Y que no me asusto de nadie, ¿lo oyes?, que yo tengo la sangre de mi abuelo, que esté en gloria, que fue desbravador de caballos y lo que se dice un hombre. Decente fui y decente lo seré. Me comprometí con mi marido. Pues hasta la muerte.
(Don Mirlo sale por la puerta rápidamente y haciendo señas que indican una relación entre él y la Zapatera.)

M
OZO DEL
S
OMBRERO.
(Levantándose.)
Tengo tanto coraje que agarraría un toro de los cuernos, le haría hincar la cerviz en las arenas y después me comería sus sesos crudos con estos dientes míos, en la seguridad de no hartarme de morder.
(Sale rápidamente y don Mirlo huye hacia la izquierda.)

Z
APATERA.
(Con las manos en la cabeza.)
Jesús, Jesús, Jesús y Jesús.
(Se sienta.)

E
SCENA
II

Zapatera y Niño.

Por la puerta entra el Niño, se dirige a la Zapatera y le tapa los ojos.

N
IÑO. ¿Quién soy yo?

Z
APATERA. Mi niño, pastorcillo de Belén.

N
IÑO. Ya estoy aquí.
(Se besan.)

Z
APATERA. ¿Vienes por la meriendita?

N
IÑO. Si tú me la quieres dar…

Z
APATERA. Hoy tengo una onza de chocolate.

N
IÑO. ¿Sí? A mí me gusta mucho estar en tu casa.

Z
APATERA.
(Dándole la onza.)
Porque eres interesadillo…

N
IÑO. ¿Interesadillo? ¿Ves este cardenal que tengo en la rodilla?

Z
APATERA. ¿A ver?
(Se sienta en una silla baja y toma al Niño en brazos.)

N
IÑO. Pues me lo ha hecho el Lunillo porque estaba cantando… las coplas que te han sacado y yo le pegué en la cara, y entonces él me tiró una piedra que, ¡plaff!, mira.

Z
APATERA. ¿Te duele mucho?

N
IÑO. Ahora no, pero he llorado.

Z
APATERA. No hagas caso ninguno de lo que dicen.

N
IÑO. Es que eran cosas muy indecentes. Cosas indecentes que yo sé decir, ¿sabes? pero que no quiero decir.

Z
APATERA.
(Riéndose.)
Porque si las dices cojo un pimiento picante y lo pongo la lengua como un ascua.
(Ríen.)

N
IÑO. Pero, ¿por qué te echarán a ti la culpa de que tu marido se haya marchado?

Z
APATERA. Ellos, ellos son los que la tienen y los que me hacen desgraciada.

N
IÑO.
(Triste.)
No digas, Zapaterita.

Z
APATERA. Yo me miraba en sus ojos. Cuando le veía venir montado en su jaca blanca…

N
IÑO.
(Interrumpiéndole.)
¡Ja, ja, ja! Me estás engañando. El señor Zapatero no tenía jaca.

Z
APATERA. Niño, sé más respetuoso. Tenía jaca, claro que la tuvo, pero es… es que tú no habías nacido.

N
IÑO.
(Pasándole la mano por la cara.)
¡Ah! ¡Eso sería!

Z
APATERA. Ya ves tú… cuando lo conocí estaba yo lavando en el arroyo del pueblo. Medio metro de agua y las chinas del fondo se veían reír, reír con el temblorcillo. Él venía con un traje, negro entallado, corbata roja de seda buenísima y cuatro anillos de oro que relumbraban como cuatro soles.

N
IÑO. ¡Qué bonito!

Z
APATERA. Me miró y lo miré. Yo me recosté en la hierba. Todavía me parece sentir en la cara aquel aire tan fresquito que venía por los árboles. Él paró su caballo y la cola del caballo era blanca y tan larga que llegaba al agua del arroyo.
(La Zapatera está casi llorando. Empieza a oírse un canto lejano.)
Me puse tan azarada que se me fueron dos pañuelos preciosos, así de peqúeñitos, en la corriente.

N
IÑO. ¡Qué risa!

Z
APATERA. Él, entonces, me dijo…
(El canto se oye más cerca. Pausa.)
¡Chisss…!

N
IÑO.
(Se levanta.)
¡Las coplas!

Z
APATERA. ¡Las coplas!
(Pausa. Los dos escuchan.)
¿Tú sabes lo que dicen?

N
IÑO.
(Con la mano.)
Medio, medio.

Z
APATERA. Pues cántalas, que quiero enterarme.

N
IÑO. ¿Para qué?

Z
APATERA. Para que yo sepa de una vez lo que dicen.

N
IÑO.
(Cantando y siguiendo el compás.)
Verás:

La señora Zapatera,

al marcharse su marido,

ha montado una taberna

donde acude el señorío.

Z
APATERA. ¡Me la pagarán!

N
IÑO.
(El Niño lleva el compás con la mano en la mesa.)

Quién lo compra, Zapatera,

el paño de tus vestidos

y esas chambras de batista

con encajes de bolillos.

Ya la corteja el Alcalde,

ya la corteja don Mirlo.

¡Zapatera, Zapatera,

Zapatera, te has lucido!

(Las voces se van distinguiendo cerca y claras con su acompañamiento de panderos. La Zapatera coge un mantoncillo de Manila y se lo echa sobre los hombros.)

¿Dónde vas?
(Asustado.)

Z
APATERA. ¡Van a dar lugar a que compre un revólver!
(El canto se aleja. La Zapatera corre a la puerta. Pero tropieza con el Alcalde que viene majestuoso, dando golpes con la vara en el suelo.)

A
LCALDE. ¿Quién despacha?

Z
APATERA. ¡El demonio!

A
LCALDE. Pero, ¿qué ocurre?

Z
APATERA. Lo que usted debía saber hace muchos días, lo que usted como alcalde no debía permitir. La gente me canta coplas, los vecinos se ríen en sus puertas y como no tengo marido que vele por mí, salgo yo a defenderme, ya que en este pueblo las autoridades son calabacines, ceros a la izquierda, estafermos.

N
IÑO. Muy bien dicho.

A
LCALDE.
(Enérgico.)
Niño, niño, basta de voces… ¿Sabes tú lo que he hecho ahora? Pues meter en la cárcel a dos o tres de los que venían cantando.

Z
APATERA. ¡Quisiera yo ver eso!

VOZ.
(Fuera.)
¡Niñoooo!

N
IÑO. ¡Mi madre me llama!
(Corre a la ventana.)
¡Quéee! Adiós. Si quieres te puedo traer el espadón grande de mi abuelo, el que se fue a la guerra. Yo no puedo con él, ¿sabes?, pero tú, sí.

Z
APATERA.
(Sonriendo.)
¡Lo que quieras!

V
OZ.
(Fuera.)
¡Niñoooo!

N
IÑO.
(Ya en la calle.)
¿Quéeee?

E
SCENA
III

Zapatera y Alcalde.

A
LCALDE. Por lo que veo, este niño sabio y retorcido es la única persona a quien tratas bien en el pueblo.

Z
APATERA. No pueden ustedes hablar una sola palabra sin ofender… ¿De qué se ríe su ilustrísima?

A
LCALDE. ¡De verte tan hermosa y desperdiciada!

Z
APATERA. ¡Antes un perro!
(Le sirve un vaso de vino.)

A
LCALDE. ¡Qué desengaño de mundo! Muchas mujeres he conocido como amapolas, como rosas de olor… mujeres morenas con los ojos como tinta de fuego, mujeres que les huele el pelo a nardos y siempre tienen las manos con calentura, mujeres cuyo talle se puede abarcar con estos dos dedos, pero como tú, como tú no hay nadie. Anteayer estuve enfermo toda la mañana porque vi tendidas en el prado dos camisas tuyas con lazos celestes, que era como verte a ti, zapatera de mi alma.

Z
APATERA.
(Estallando furiosa.)
Calle usted, viejísimo, calle usted; con hijas mozuelas y lleno de familia no se debe cortejar de esta manera tan indecente y tan descarada.

A
LCALDE. Soy viudo.

Z
APATERA. Y yo casada.

A
LCALDE. Pero tu marido te ha dejado y no volverá, estoy seguro.

Z
APATERA. Yo viviré como si lo tuviera.

A
LCALDE. Pues a mí me consta, porque me lo dijo, que no te quería ni tanto así.

Z
APATERA. Pues a mí me consta que sus cuatro señoras, mal rayo las parta, le aborrecían a muerte.

A
LCALDE.
(Dando en el suelo con la vara.)
¡Ya estamos!

Z
APATERA.
(Tirando un vaso.)
¡Ya estamos!
(Pausa.)

A
LCALDE.
(Entre dientes.)
Si yo te cogiera por mi cuenta, ¡vaya si te domaba!

Z
APATERA.
(Guasona.)
¿Qué está usted diciendo?

A
LCALDE. Nada, pensaba… que si tú fueras como debías ser, te hubiera enterado que tengo voluntad y valentía para hacer escritura, delante del notario, de una casa muy hermosa.

Z
APATERA. ¿Y qué?

A
LCALDE. Con un estrado que costó cinco mil reales, con centros de mesa, con cortinas de brocatel, con espejos de cuerpo entero…

Z
APATERA. ¿Y qué más?

A
LCALDE.
(Tenoriesco.)
Que la casa tiene una cama con coronación de pájaros y azucenas de cobre, un jardín con seis palmeras y una fuente saltadora, pero aguarda, para estar alegre, que una persona que sé yo se quiera aposentar en sus salas donde estaría…
(Dirigiéndose a la Zapatera.)
Mira, ¡estarías como una reina!

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