La zapatera prodigiosa (6 page)

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Authors: Federico García Lorca

Tags: #teatro

BOOK: La zapatera prodigiosa
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Z
APATERO. Y queriéndolo tanto como lo quería, ¿la abandonó? Por lo que veo su marido de usted era un hombre de pocas luces.

Z
APATERA. Haga el favor de guardarse la lengua en el bolsillo. Nadie le ha dado permiso para que dé su opinión.

Z
APATERO. Usted perdone, no he querido…

Z
APATERA. Digo… ¡cuando era más listo!

Z
APATERO.
(Con guasa.)
¿Siiii?

Z
APATERA.
(Enérgica.)
Sí. ¿Ve usted todos esos romances y chupaletrinas que canta y cuenta por los pueblos? Pues todo eso es un ochavo comparado con lo que él sabía… él sabía… ¡el triple!

Z
APATERO.
(Serio.)
No puede ser.

Z
APATERA.
(Enérgica.)
Y el cuádrupl
e… Me los decía todos a mí cuando nos acostábamos. Historietas antiguas que usted no habrá oído mentar siquiera…
(Gachona.)
y a
mí me daba un susto… pero él me decía: « ¡Preciosa de mi alma, si esto ocurre de mentirijillas! ».

Z
APATERO.
(Indignado.)
¡Mentira!

Z
APATERA.
(Extrañadísima.)
¿Eh? ¿Se le ha vuelto el juicio?

Z
APATERO. ¡Mentira!

Z
APATERA.
(Indignada.)
Pero ¿qué es lo que está usted diciendo, titiritero del demonio?

Z
APATERO.
(Fuerte y de pie.)
Que tenía mucha razón su marido de usted. Esas historietas son pura mentira, fantasía nada más.
(Agrio.)

Z
APATERA.
(Agria.)
Naturalmente, señor mío. Parece que me toma por tonta de capirote… pero no me negará usted que dichas historietas impresionan.

Z
APATERO. ¡Ah, eso ya es harina de otro costal! Impresionan a las almas impresionables.

Z
APATERA. Todo el mundo tiene sentimientos.

Z
APATERO. Según se mire. He conocido mucha gente sin sentimiento. Y en mi pueblo vivía una mujer… en cierta época, que tenía el suficiente mal corazón para hablar con sus amigos por la ventana mientras el marido hacía botas y zapatos de la mañana a la noche.

Z
APATERA.
(Levantándose y cogiendo una silla.)
¿Eso lo dice por mí?

Z
APATERO. ¿Cómo?

Z
APATERA. ¡Que si va con segunda, dígalo! ¡Sea valiente!

Z
APATERO.
(Humilde.)
Señorita, ¿qué está usted diciendo? ¿Qué sé yo quién es usted? Yo no la he ofendido en nada; ¿por qué me falta de esa manera? ¡Pero es mi sino!
(Casi lloroso.)

Z
APATERA.
(Enérgica, pero conmovida.)
Mire usted, buen hombre. Yo he hablado así porque estoy sobre ascuas; todo el mundo me asedia, todo el mundo me critica; ¿cómo quiere que no esté acechando la ocasión más pequeña para defenderme? Si estoy sola, si soy joven y vivo ya sólo de mis recuerdos.
(Llora.)

Z
APATERO.
(Lloroso.)
Ya comprendo, preciosa joven. Lo comprendo mucho más de lo que pueda imaginarse, porque… ha de saber usted con toda clase de reservas que su situación es… sí, no cabe duda, idéntica a la mía.

Z
APATERA.
(Intrigada.)
¿Es posible?

Z
APATERO.
(Se deja caer sobre la mesa.)
A mí… ¡me abandonó mi esposa!

Z
APATERA. ¡No pagaba con la muerte!

Z
APATERO. Ella soñaba con un mundo que no era el mío, era fantasiosa y dominanta, gustaba demasiado de la conversación y las golosinas que yo no podía costearle, y un día tormentoso de viento huracanado me abandonó para siempre.

Z
APATERA. ¿Y qué hace usted ahora, corriendo mundo?

Z
APATERO. Voy en su busca para perdonarla y vivir con ella lo poco que me queda de vida. A mi edad ya se está malamente por esas posadas de Dios.

Z
APATERA.
(Rápida.)
Tome un poquito de café caliente que después de toda esta tracamandana le servirá de salud.
(Va al mostrador a echar el café y vuelve la espalda al Zapatero.)

Z
APATERO.
(Persignándose exageradamente y abriendo los
ojos.) Dios te lo premie, clavellinita encarnada.

Z
APATERA.
(Le o frece la taza. Se queda con el plato en las manos y él bebe a sorbos.)
¿Está bueno?

Z
APATERO.
(Meloso.)
¡Como hecho por sus manos!

Z
APATERA.
(Sonriente.)
¡Muchas gracias!

Z
APATERO.
(En el último trago.)
¡Ay, qué envidia me da su marido!

Z
APATERA. ¿Por qué?

Z
APATERO.
(Galante.)
¡Porque se pudo casar con la mujer más preciosa de la tierra!

Z
APATERA.
(Derretida.)
¡Qué cosas tiene!

Z
APATERO. Y ahora casi me alegro de tenerme que marchar, porque usted sola, yo solo, usted tan guapa y yo con mi lengua en su sitio, me parece que se me escaparía cierta insinuación…

Z
APATERA.
(Reaccionando.)
Por Dios, ¡quite de ahí! ¿Qué se figura? ¡Yo guardo mi corazón entero para el que está por esos mundos, para quien debo, para mi marido!

Z
APATERO.
(Contentísimo y tirando el sombrero al suelo.)
¡Eso está pero que muy bien! Así son las mujeres verdaderas, ¡así!

Z
APATERA.
(Un poco guasona y sorprendida.)
Me parece a mí que usted está un poco…
(Se lleva el dedo a la sien.)

Z
APATERO. Lo que usted quiera. ¡Pero sepa y entienda que yo no estoy enamorado de nadie más que de mi mujer, mi esposa de legítimo matrimonio!

Z
APATERA. Y yo de mi marido y de nadie más que de mi marido. Cuántas veces lo he dicho para que lo oyeran hasta los sordos.
(Con las manos cruzadas.)
¡Ay, qué zapaterillo de mi alma!

Z
APATERO.
(Aparte.)
¡Ay, qué zapaterilla de mi corazón!
(Golpes en la puerta.)

E
SCENA
VI

Zapatera, Zapatero y Niño.

Z
APATERA. ¡Jesús! Está una en un continuo sobresalto. ¿Quién es?

N
IÑO. ¡Abre!

Z
APATERA. ¿Pero es posible? ¿Cómo has venido?

N
IÑO. ¡Ay, vengo corriendo para decírtelo!

Z
APATERA. ¿Qué ha pasado?

N
IÑO. Se han hecho heridas con las navajas dos o tres mozos y te echan a ti la culpa. Heridas que echan mucha sangre. Todas las mujeres han ido a ver al juez para que te vayas del pueblo, ¡ay! Y los hombres querían que el sacristán tocara las campanas para cantar tus coplas…
(El Niño está jadeante y sudoroso.)

Z
APATERA.
(Al Zapatero.)
¿Lo está usted viendo?

N
IÑO. Toda la plaza está llena de corrillos… parece la feria… ¡y todos contra ti!

Z
APATERO. ¡Canallas! Intenciones me dan de salir a defenderla.

Z
APATERA. ¿Para qué? Lo meterían en la cárcel. Yo soy la que va a tener que hacer algo gordo.

N
IÑO. Desde la ventana de tu cuarto puedes ver el jaleo de la plaza.

Z
APATERA.
(Rápida.)
Vamos, quiero cerciorarme de la maldad de las gentes.
(Mutis rápido.)

E
SCENA
V

Zapatero.

Z
APATERO. Sí, sí, canallas… pero pronto ajustaré cuentas con todos y me las pagarán… ¡Ay, casilla mía, qué calor más agradable sale por tus puertas y ventanas!; ¡ay, qué terribles paradores, qué malas comidas, qué sábanas de lienzo moreno por esos caminos del mundo! ¡Y qué disparate no sospechar que mi mujer era de oro puro, del mejor oro de la tierra! ¡Casi me dan ganas de llorar!

E
SCENA
VIII

Zapatero y Vecinas.

V
ECINA
R
OJA.
(Entrando rápida.)
Buen hombre.

V
ECINA
A
MARILLA.
(Rápida.)
Buen hombre.

V
ECINA
R
OJA. Salga en seguida de esta casa. Usted es persona decente y no debe estar aquí.

V
ECINA
A
MARILLA. Ésta es la casa de una leona, de una hiena.

V
ECINA
R
OJA. De una mal nacida, desengaño de los hombres.

V
ECINA
A
MARILLA. Pero o se va del pueblo o la echamos. Nos trae locas.

V
ECINA
R
OJA. Muerta la quisiera ver.

V
ECINA
A
MARILLA. Amortajada, con su ramo en el pecho.

Z
APATERO.
(Angustiado.)
¡Basta!

V
ECINA
R
OJA. Ha corrido la sangre.

V
ECINA
A
MARILLA. No quedan pañuelos blancos.

V
ECINA
R
OJA. Dos hombres como dos soles.

V
ECINA
A
MARILLA. Con las navajas clavadas.

Z
APATERO.
(Fuerte.)
¡Basta ya!

V
ECINA
R
OJA. Por culpa de ella.

V
ECINA
A
MARILLA. Ella, ella y ella.

V
ECINA
R
OJA. Miramos por usted.

V
ECINA
A
MARILLA. ¡Le avisamos con tiempo!

Z
APATERO. Grandísimas embusteras, mentirosas, mal nacidas. Os voy a arrastrar del pelo.

V
ECINA
R
OJA.
(A la otra.)
¡También lo ha conquistado!

V
ECINA
A
MARILLA. ¡A fuerza de besos habrá sido!

Z
APATERO. ¡Así os lleve el demonio! ¡Basiliscos, perjuras!

V
ECINA
N
EGRA.
(En la ventana.)
¡Comadre, corra usted!
(Sale corriendo. Las dos Vecinas hacen to mismo.)

V
ECINA
R
OJA. Otro en el garlito.

V
ECINA
A
MARILLA. ¡Otro!

Z
APATERO. ¡Sayonas, judías! ¡Os pondré navajillas barberas en los zapatos!
Me vais a soñar.

E
SCENA
IX

Zapatero, Zapatera y Niño.

N
IÑO.
(Entra rápido.)
Ahora entraba un grupo de hombres en casa del Alcalde. Voy a ver lo que dicen.
(Sale corriendo.)

Z
APATERA.
(Valiente.)
Pues aquí estoy, si se atreven a venir. Y con serenidad de familia de caballistas, que he cruzado muchas veces la sierra, sin hamugas, a pelo sobre los caballos.

Z
APATERO. ¿Y no flaqueará algún día su fortaleza?

Z
APATERA. Nunca se rinde la que, como yo, está sostenida por el amor y la honradez. Soy capaz de seguir así hasta que se me vuelva cana toda mi mata de pelo.

Z
APATERO.
(Conmovido y avanzando hacia ella.)
Ay…

Z
APATERA. ¿Qué le pasa?

Z
APATERO. Me emociono.

Z
APATERA. Mire usted, tengo a todo el pueblo encima, quieren venir a matarme, y sin embargo no tengo ningún miedo. La navaja se contesta con la navaja y el palo con el palo, pero cuando de noche cierro esa puerta y me voy sola a mi cama… me da una pena… ¡qué pena! ¡Y paso unas sofocaciones!… Que cruje la cómoda: ¡un susto! Que suenan con el aguacero lós cristales del ventanillo, ¡otro susto! Que yo sola meneo sin querer las perinolas de la cama, ¡susto doble! Y todo esto no es más que el miedo a la soledad donde están los fantasmas, que yo no he visto porque no los he querido ver, pero que vieron mi madre y mi abuela y todas las mujeres de mi familia que han tenido ojos en la cara.

Z
APATERO. ¿Y por qué no cambia de vida?

Z
APATERA. ¿Pero usted está en su juicio? ¿Qué voy a hacer? ¿Dónde voy así? Aquí estoy y Dios dirá.
(Fuera y muy lejanos se oyen murmurllos y aplausos.)

Z
APATERO. Yo lo siento mucho, pero tengo que emprender mi camino antes que la noche se me eche encima. ¿Cuánto debo?
(Coge el cartelón.)

Z
APATERA. Nada.

Z
APATERO. No transijo.

Z
APATERA. Lo comido por lo servido.

Z
APATERO. Muchas gracias.
(Triste se carga el cartelón.)
Entonces, adiós… para toda la vida, porque a mi edad…
(Está conmovido.)

Z
APATERA.
(Reaccionando.)
Yo no
quisiera despedirme así. Yo soy mucho más alegre.
(En voz clara.)
Buen hombre, Dios quiera que encuentre usted a su mujer, para que vuelva a vivir con el cuido y la decencia a que estaba acostumbrado.
(Está conmovida.)

Z
APATERO. Igualmente le digo de su esposo. Pero usted ya sabe que el mundo es reducido, ¿qué quiere que le diga si por casualidad me lo encuentro en mis caminatas?

Z
APATERA. Dígale usted que lo adoro.

Z
APATERO.
(Acercándose.)
¿Y q
ué más?

Z
APATERA. Que a pesar de sus cincuenta y tantos años, benditísimos cincuenta años, me resulta más juncal y torerillo que todos los hombres del mundo.

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