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Authors: Isaac Asimov

Tags: #Ciencia, Ensayo

Las amenazas de nuestro mundo

BOOK: Las amenazas de nuestro mundo
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Con la claridad y el rigor científico que caracteriza el conjunto de su obra, Isaac Asimov, en «Las amenazas de nuestro mundo», considera las posibles catástrofes que podrían poner fin a la especie humana, y las clasifica en cinco grandes tipos. Con gran profundidad y detalle, expone conceptos complejos como las leyes de la termodinámica, la entropía, los agujeros negros, los quásares y las supernovas, explica las propiedades del Sol, examina el fenómeno de los bombardeos que la Tierra recibe de meteoritos y otros objetos extraterrestres, trata de los peligros más familiares con que nos amenazan los volcanes, los terremotos, la deriva de los continentes y los cambios climáticos.

También estudia las amenazas a la vida misma en el planeta, como extinciones masivas y enfermedades incontrolables. Trata temas intrigantes como el surgimiento de inteligencias no humanas y pone de relieve las terribles consecuencias de una guerra nuclear.

Según Asimov, son mucho mayores las posibilidades de evitar una catástrofe si la afrontamos con decisión y calculamos los riesgos.

Isaac Asimov

Las amenazas de nuestro mundo

ePUB v1.0

LeoLuegoExisto
09.06.12

Título original:
A Choice of Catastrophes

© Isaac Asimov, 1979.

Traducción: Montserrat Solanas, 1980

Editor original: LeoLuegoExisto (v1.0)

ePub base v2.0

Dedicado a Robyn y a Bill,

haciendo votos para que el rostro

de la Fortuna les sonría eternamente

INTRODUCCÓN

La palabra «catástrofe» procede del griego
Katastrophé
y significa «poner lo de arriba abajo». Se utilizó originariamente para describir el desenlace, o el final culminante, de una presentación dramática, y, naturalmente, podía ser de naturaleza feliz o triste.

En una comedia, el clímax es el final feliz. Tras una serie de enredos y tristezas, todo el argumento se invierte cuando los amantes súbitamente se reconcilian y se unen. La catástrofe de una comedia es, por tanto, un beso o una boda. En una tragedia, el clímax tiene un final triste. Después de esfuerzos interminables, se produce el desastre cuando el héroe descubre que las circunstancias y el destino le han derrotado. Por consiguiente, la catástrofe de la tragedia es la muerte del héroe.

Como las tragedias suelen emocionar más profundamente que las comedias, y también suelen ser más memorables, la palabra «catástrofe» ha terminado relacionándose mucho más con los finales trágicos que con los felices. En consecuencia, en la actualidad se utiliza para describir cualquier final de naturaleza desastrosa o calamitosa. Este libro trata precisamente de ese tipo de catástrofe.

¿El final de qué? De nosotros, naturalmente, de la especie humana. Si consideramos la historia de la Humanidad como un drama trágico, la muerte final de la Humanidad constituiría una catástrofe en dos sentidos: en el sentido original y por sí mismo. Pero, ¿qué es lo que podría provocar el final de la historia humana?

Por un lado, todo el Universo podría cambiar sus características y convertirse en inhabitable. Si el Universo se convirtiese en mortal, y si no pudiera existir absolutamente la vida dentro de él, la Humanidad tampoco podría existir, y eso sería algo que podríamos denominar «catástrofe de primera clase».

Naturalmente, no es necesario que todo el Universo quede implicado en algo que bastara para provocar el fin de la Humanidad. El Universo podría seguir siendo tan benigno como lo es ahora y, no obstante, algo podría suceder al Sol que hiciera inhabitable el Sistema Solar. En este caso, la vida humana podría llegar a su final, aunque todo el resto del Universo prosiguiera su camino tranquila y suavemente. Eso sería una «catástrofe de segunda clase».

Y hay más. Aunque el Sol siguiera brillando con la misma intensidad y benignidad acostumbradas, la propia Tierra podría pasar por el tipo de convulsión que hiciera la vida imposible en ella. En este caso, la vida humana podría encontrar su fin, a pesar de que el Sistema Solar continuara con sus vueltas rutinarias de rotaciones y revoluciones. Esto sería una «catástrofe de tercera clase».

Y aunque la Tierra continuara estando tibia y agradable, algo podría ocurrir en ella que destruyera la vida humana, aunque, por lo menos, no perjudicara otras formas de vida. En este caso, la evolución podría continuar, y la Tierra, con una carga de vida modificada, progresaría todavía… Pero sin nosotros. Esto sería una «catástrofe de cuarta clase».

Podríamos avanzar un paso más y señalar la posibilidad de que la vida humana pudiera continuar, pero que sucediera algo que destruyera la civilización, interrumpiendo la marcha del avance tecnológico y condenase a la Humanidad a una vida primitiva, solitaria, mísera, embrutecida, desagradable y corta, durante un período indefinido. Esto sería una «catástrofe de quinta clase»

En este libro me ocuparé de todas estas variedades de catástrofes, comenzando por las de primera clase y siguiendo con las demás, por turno. Las catástrofes descritas serán cada vez menos cósmicas, y, sucesivamente, más próximas y peligrosas.

No hay necesidad alguna de que el cuadro descrito sea puramente tenebroso, ya que cabe en lo posible que no exista catástrofe que no pueda evitarse, y, en efecto, las posibilidades de evitar una catástrofe aumentan en la medida en que la afrontamos con valentía y calculamos sus riesgos.

PRIMERA PARTE
CATÁSTROFES DE PRIMERA CLASE
I. EL DÍA DEL JUICIO
Ragnarok

La convicción de que el Universo entero está llegando a su final («catástrofe de primera clase» mencionada en la Introducción) es muy antigua, y, de hecho, representa una parte importante de la tradición occidental. En ella, y a través de los mitos originarios de los pueblos escandinavos, se nos ofrece un cuadro especialmente dramático del final del mundo.

La mitología escandinava es un reflejo del ambiente duro, subpolar, en el que vivieron los intrépidos nórdicos. Es un mundo en el que los hombres y las mujeres desempeñan un pequeño papel, y en el que el drama se basa en el conflicto entre dioses y gigantes, un conflicto en el que los dioses parecen estar en perpetua desventaja.

Los gigantes del hielo (los inviernos escandinavos, largos y crueles) son invencibles, a pesar de todo, e incluso dentro de la fortaleza sitiada de los dioses, Loki (el dios del fuego, que es tan esencial en un clima nórdico) resulta tan engañoso y traidor como el fuego. Y al final surge el
Ragnarok,
que significa «el destino fatal de los dioses». (Ricardo Wagner dio más popularidad a este concepto con el nombre de
Götterdämmerung,
o «crepúsculo de los dioses», en su ópera del mismo nombre.)

Ragnarok es la batalla decisiva final de los dioses y sus enemigos. Detrás de los dioses vienen los héroes del Valhala que, en la Tierra, murieron en la batalla. En el bando contrarío están los gigantes y los monstruos de naturaleza cruel guiados por el renegado, Loki. Los dioses caen uno detrás de otro, aunque los monstruos y los gigantes, también Loki, mueren igualmente. En la lucha perecen la Tierra y el Universo. El Sol y la Luna son tragados por los lobos que han estado persiguiéndoles desde la creación. La Tierra se incendia y se agrieta, incandescente, en un holocausto universal. Casi como una insignificante ocurrencia, al margen de la gran batalla, quedan destruidas la Vida y la Humanidad.

Y eso debería ser, dramáticamente, el final… pero no lo es.

De alguna manera sobrevive una segunda generación de dioses; nacen otro Sol y otra Luna; surge una nueva Tierra; una nueva pareja humana inicia su existencia. Se añade un final feliz anticlímax a la gran tragedia de la destrucción. ¿Cómo pudo ocurrir esto?

La leyenda de Ragnarok, según la conocemos, fue extraída de los escritos del historiador islandés, Snorri Sturluson (1179-1241). En aquella época, Islandia había sido cristianizada y la leyenda del final de los dioses parece haber sufrido una poderosa influencia cristiana. Después de todo, existían historias cristianas de la muerte y regeneración del Universo bastante anteriores a la leyenda islandesa de Ragnarok, y las tradiciones cristianas estuvieron influidas, a su vez, por las historias judaicas.

Esperanzas mesiánicas

Mientras existió el reino de Judea de la casa de David, con anterioridad al año 586 a. de JC, los judíos estaban seguros de que Dios era el juez divino que distribuía premios o castigos entre los creyentes, según sus méritos. Los premios o los castigos se recibían durante esta vida terrenal. Esta creencia no sobrevivió al fracaso.

Cuando Judea fue derrotada por los caldeos en el reinado de Nabucodonosor, después de haber sido destruido el templo y haberse desterrado a Babilonia a un gran número de judíos, entre los exiliados surgió la nostalgia por el retorno del reino y de un rey de la antigua dinastía de David. Como estos deseos, expresados con demasiada claridad, constituían traición contra los nuevos gobernantes no judíos, se introdujo la costumbre de referirse elípticamente al retorno del rey. Se hablaba del «Mesías», es decir «el ungido», ya que, como parte del rito de asumir el gobierno, se ungía al rey con aceite.

El cuadro del regreso del rey se idealizaba relacionándolo con una maravillosa edad de oro, y, ciertamente, las recompensas de la virtud quedaban lejos del presente (era manifiesto que no se recibían) y aplazadas por un dorado futuro.

Algunos versos del Libro de Isaías describen esa edad de oro repitiendo las palabras de un profeta que predicó en una época tan lejana como 740 años a. de JC. Probablemente, tales versos fueron escritos en un período posterior Naturalmente, para poder establecer la edad de oro, las personas virtuosas del pueblo debían conseguir el poder y había que dominar o destruir incluso a los malvados. Así:

«Y juzgará entre las naciones y reprenderá a muchos pueblos; entonces romperán sus espadas, trocándolas en aladros, y sus lanzas en podaderas. No
alzará ya espada pueblo contra pueblo, ni se adiestrarán más en la guerra» (Isaías 2:4).

«…sino que juzgará con justicia a los pobres y fallará con rectitud para los humildes del país; ahora bien, golpeará al tirano con la vara de su boca, y con el soplo de sus labios matará al impío» (Isaías 11:4).

Pasó el tiempo y los judíos regresaron del exilio, pero eso no aportó ningún consuelo. Sus vecinos próximos no judíos se mostraban hostiles, y ellos se sentían impotentes ante el poder abrumador de los persas que ahora gobernaban aquella tierra. Por lo tanto, los profetas judíos fueron más gráficos sobre la llegada de la edad de oro y, especialmente, sobre las calamidades que caerían sobre sus enemigos.

El profeta Joel, que escribió aproximadamente el año 400 a. de JC, dijo: «¡Ay, ay, ay del día! Pues el día de Yahvé está próximo, y viene como devastación del Omnipotente» (Joel 1:15). El cuadro se refiere a la venida de un tiempo determinado cuando Dios juzgará a todo el mundo: «Congregaré a todas las gentes y les haré bajar al Valle de Josafat, y entraré allí en juicio con ellos por mi pueblo y mi heredad de Israel…» (Joel 3:2). Ésa fue la primera expresión literaria del «Día del Juicio», cuando Dios pondría fin al orden presente del mundo.

El concepto se fortaleció y se reforzó en el siglo II a. de JC, cuando los seléucidas, los gobernantes griegos que sucedieron al dominio persa después de la época de Alejandro Magno, trataron de acabar con el judaísmo. Los judíos, dominados por los macabeos, se rebelaron, y el
Libro de Daniel
fue escrito para apoyar la rebelión y prometer un futuro resplandeciente.

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