Nos queda, pues, como único camino para evitar la catástrofe, un descenso en el promedio de nacimientos. ¿Cómo conseguirlo?
Controlar los nacimientos, por infanticidio o incluso por aborto, repugna a muchas personas. Aunque no se haga de ello una cuestión de la «santidad de la vida» (principio que en toda la historia de la Humanidad sólo ha sido una frase), cabe preguntar por qué una mujer debería sufrir la incomodidad de un embarazo sólo para que el resultado fuese destruido, o, por qué debería sufrir la incomodidad de un aborto. ¿Por qué no evitar, simple y directamente, la concepción?
Un sistema a toda prueba para evitar la concepción está en evitar las relaciones sexuales, pero existen todas las razones para creer que este método nunca gozará de popularidad para controlar la explosión demográfica. Es necesario, en cambio, separar sexo y concepción, haciendo posible el primero sin la última como consecuencia, excepto en el caso en que se desee el hijo, y cuando sea preciso para mantener un nivel tolerable de población.
Existen diversos métodos contraceptivos quirúrgicos, mecánicos y químicos, todos los cuales son bien conocidos y sólo necesitan ser utilizados de forma inteligente. De hecho, hay diversas prácticas conocidas de actividad sexual, que proporcionan plena satisfacción sin causar perjuicio a los practicantes ni a nadie más, y que no presentan ni el más leve riesgo de concebir.
Por tanto, no existen dificultades prácticas para lograr una disminución en el promedio de nacimientos, sólo dificultades sociales y psicológicas. La sociedad ha estado acostumbrada durante tanto tiempo a una cifra excesiva de niños (a causa de la elevada mortalidad infantil), que en muchos lugares la economía, y en todos los lugares la psicología individual, dependen de ellos. Muchos grupos conservadores han luchado duramente contra los contraceptivos, considerándolos inmorales, y, tradicionalmente, todavía se sigue contemplando como una bendición que haya muchos niños en una familia.
Por tanto, ¿qué sucederá? Con una posible salvación, ¿continuará la Humanidad deslizándose por la pendiente hasta la catástrofe simplemente por seguir la costumbre de un modo de pensar anticuado? Exactamente, esto es lo que podría suceder. Y, sin embargo, cada vez hay más personas (como yo), que hemos estado hablando y escribiendo sobre el peligro del crecimiento demográfico, y sobre la visible destrucción del medio ambiente provocado por el aumento de la población y por las crecientes demandas, por parte de la Humanidad en aumento, de más comida, más energía y más artículos de consumo. También los gobernantes, cada vez más, empiezan a reconocer que
ningún
problema podrá resolverse mientras no quede resuelto el problema de la población, y que
todas
las causas son causas perdidas mientras la población continúe incrementándose. Como consecuencia, existe una tendencia creciente, de uno u otro modo, para disminuir el número de nacimientos. Ésta es una señal esperanzadora, extraordinaria, pues la presión social es la que más puede contribuir a la reducción del promedio de nacimientos.
Aparentemente, a medida que avanzaba la década de los setenta, el promedio mundial de nacimientos
estaba
declinando, y el promedio de población descendió del 2 al 1,8 %. Como es lógico pensar, no es suficiente todavía, pues en el momento actual
cualquier
incremento producirá con el tiempo una catástrofe en caso de continuar. Sin embargo, la disminución es un signo esperanzador.
Podría ocurrir que, aunque la población continúe aumentando, lo haga a un promedio inferior, llegando a un máximo que no exceda de los ocho mil millones, y que a partir de entonces comience a descender. El proceso ya causará bastantes perjuicios, pero es posible que la civilización sepa afrontar la tempestad y que la Humanidad, aunque abatida, consiga sobrevivir, reparar la Tierra y su equilibrio ecológico, y reconstruir una cultura más sensata y más práctica, basada en una población mantenida en una cifra tolerable.
Por consiguiente, podemos imaginar una época, por ejemplo, dentro de cien años, en la que el problema de la población esté resuelto, en la que la energía sea barata y abundante y en la que la Humanidad recicle sus recursos y viva en paz y serenamente. Con toda seguridad, todos los problemas estarán resueltos entonces, y todas las catástrofes evitadas.
No ha de ser así por fuerza. Cada solución lleva intrínsecamente sus propios remolques a remolque de su victoria. Un mundo en el que se controle la población significa un mundo en el que el promedio de nacimientos es tan bajo como el de defunciones, y puesto que gracias a la medicina moderna el promedio de muertes es ahora mucho más bajo de lo que lo fue en el pasado, el número de nacimientos ha de disminuir en la misma proporción. Por tanto, sobre una base de porcentaje, la cifra de recién nacidos y de niños será inferior que en el pasado, y mucho mayor, en cambio, el número de gente adulta y madura. Ciertamente, si imaginamos los avances de la tecnología médica, el término medio de vida puede seguir aumentando. Y, por consiguiente, el promedio de defunciones, con lo cual el promedio de nacimientos debería seguir reduciéndose.
En este caso, el tipo de sociedad que se vislumbra si llegamos a conseguir una población estable, es una sociedad de edad media avanzada. Seremos testigos del «encanecimiento de la Tierra», por expresarlo de algún modo. Actualmente podemos ver que esto está sucediendo en esas zonas de la Tierra en donde el promedio de nacimientos ha disminuido y se ha prolongado, en cambio, el término medio de vida; en Estados Unidos, por ejemplo.
En el año 1900, cuando el promedio de vida en los Estados Unidos, se calculaba solamente en unos cuarenta años, había 3.100.000 personas con más de sesenta y cinco años, de una población total de 77 millones, es decir, el 4 % aproximadamente. En 1940, había 9 millones de personas de más de sesenta y cinco años de una población total de 134 millones, o sea un 6,7 %. En 1970, había 20,2 millones de personas de más de sesenta y cinco años de una población total de 208 millones, o sea cerca de un 10 °/o. Hacia el año 2000 la cifra puede llegar a los 29 millones de personas de más de sesenta y cinco años de una población estimada en 240 millones, o sea el 12 %. Dentro de cien años, aunque la población será algo más del triple, la cifra de personas de más de sesenta y cinco años se habrá incrementado cerca de diez veces.
El efecto sobre la economía y la política americanas es evidente. Las personas de edad avanzada representan una facción poderosa y creciente del electorado, y las instituciones políticas y financieras de la nación han de preocuparse cada vez más de las pensiones, la seguridad social, el seguro médico, y así sucesivamente.
Sin duda, todas las personas desean una vida larga y todos desean que se les cuide en la vejez, pero, desde el punto de vista de la civilización en general, podría presentarse un problema. Si como resultado de la estabilización de la población desarrollamos una humanidad vieja, ¿no podría suceder que el espíritu, la aventura y la imaginación de la juventud se tambaleasen y quedasen ahogados bajo el peso del rígido tradicionalismo y la edad avanzada? ¿Sucedería, quizá, que el cuidado de las innovaciones y audacia estuviera a cargo de tan pocos que el peso muerto de la vejez destruyera la civilización? ¿No podría la civilización, después de haber rehuido la muerte catastrófica provocada por una explosión demográfica, encontrarse con la muerte plañidera de una población anciana?
Aunque, ¿están necesariamente vinculadas la estulticia y la vejez? Nuestra sociedad es la primera que lo considera natural, puesto que ha sido nuestra sociedad la primera en la que la ancianidad se ha convertido en sinónimo de inutilidad. En las sociedades de cultura media, en donde no se llevaban registros, los ancianos eran los depositarios y guardianes de las tradiciones, los libros vivientes de las referencias, las bibliotecas y los oráculos. Sin embargo, hoy día no necesitamos de la memoria de los viejos; disponemos de medios mucho mejores para conservar la historia y tradiciones del pasado. Como consecuencia, los ancianos han perdido su misión y la conservación de nuestro respeto.
También, en las sociedades en donde la tecnología se transformaba lentamente, era el viejo artesano, rico en experiencia y en conocimientos, la persona en quien debía confiarse para una ojeada hábil, un juicio astuto y un buen trabajo. Hoy día, la tecnología cambia muy rápidamente, y es al graduado universitario imberbe a quien buscamos, esperando que con él lleguen las últimas técnicas. Para conceder un puesto al joven técnico, retiramos forzosamente al anciano, y, de nuevo, la edad pierde su función. Y a medida que aumenta el número de personas de edad avanzada sin tareas que cumplir, parece que esas personas se conviertan en un peso muerto. ¿Ha de ser forzosamente así?
Por término medio, las personas viven hoy día el doble de lo que vivían nuestros antepasados hace un siglo y medio. Sin embargo, una prolongación de la vida no es el único cambio. Por término medio, la gente goza actualmente de mejor salud y fortaleza, cualquiera que sea su edad, comparándola con la edad y condiciones de sus antepasados.
No se trata tan sólo de que la gente muriese joven en épocas anteriores a la medicina moderna. Muchos de ellos eran visiblemente ancianos a los treinta años. Vivir hasta esa edad, o más, significaba tener que soportar repetidos ataques de enfermedades infecciosas que ahora podemos prevenir o curar fácilmente. Significaba vivir con dietas deficientes, cuantitativamente y cualitativamente. No existían medios para combatir enfermedades dentales o infecciones crónicas, o para mejorar los efectos del mal funcionamiento hormonal, o deficiencias vitamínicas; y docenas de otras dolencias que no había medios de contrarrestar. Para empeorar las cosas, muchas personas se agotaban con trabajos duros que hoy día las máquinas realizan para nosotros
[80]
.
Como resultado, las personas maduras de hoy son vigorosas y jóvenes comparándolas con las de la misma edad de los días medievales de la caballería, e incluso, para los Estados Unidos, la época de los pioneros.
Es lógico suponer que esta tendencia hacia un mayor vigor en las edades avanzadas continuará en el futuro si la civilización sobrevive y la tecnología médica progresa. El simple concepto de «juventud» y «edad» puede quedar algo confuso en la población estable del futuro. En este caso, si la diferencia física entre la juventud y la vejez disminuye, ¿qué sucederá con las diferencias mentales? ¿Qué puede hacerse respecto al inmovilismo de la vejez, a su incapacidad para aceptar cambios creativos?
Y al propio tiempo, ¿en qué proporción este estancamiento de la edad avanzada es debido a las tradiciones de una sociedad centrada en la juventud? A pesar de la ampliación gradual del período escolar, la educación continúa asociándose con juventud, y sigue teniendo una especie de fecha límite. Persiste todavía una convicción firme en que llega un momento en que la educación
se ha completado
y que este momento no está muy avanzado en el período de vida de una persona.
En cierto aspecto, esto confiere una aureola de oprobio a la educación. La mayoría de los jóvenes que se irritan bajo la disciplina de una escuela obligatoria y sufren las incomodidades de enseñanzas incompetentes, se dan cuenta de que los adultos no necesitan ir a la escuela. Para un joven rebelde, uno de los premios de la madurez debe de ser, seguramente, el de liberarse de las cadenas educacionales. Para ellos, el ideal de superar la niñez es lograr una posición en la que nunca tengan que estar estudiando siempre.
La naturaleza actual de la educación hace que inevitablemente aparezca ante la juventud como un castigo, y, por consiguiente, el fracaso es un premio. El joven que abandona prematuramente los estudios para ocupar un puesto de trabajo, ante la vista de sus mayores parece haberse graduado en madurez. Por otra parte, el adulto que intenta aprender algo nuevo, es contemplado a menudo con cierto aire de burla, como si se descubriera de alguna manera en su segunda niñez.
Al poner a un mismo nivel educación y juventud, y hacer socialmente difícil el estudio para las personas de edad media una vez terminado su período formal de aprendizaje, estamos seguros de que la mayoría de las personas sólo se quedan con la información y las actitudes adquiridas durante los años de adolescencia, recordadas vagamente, y después nos lamentaremos de la estulticia de la edad avanzada.
Esta deficiencia de la educación con respecto al individuo puede quedar disminuida con respecto a la sociedad en general. Es posible que la sociedad se vea obligada a no seguir aprendiendo más. ¿Sucederá algún día que el progreso del conocimiento humano se vea obligado a detenerse simplemente por su propio éxito superlativo? Hemos aprendido tanto que se está haciendo difícil encontrar los materiales específicos que necesitamos entre la gran masa del conjunto, materiales específicos que pueden ser cruciales para proseguir los avances. Y si la Humanidad no puede seguir avanzando en el camino del progreso tecnológico y científico, ¿podrá seguir manteniendo nuestra civilización? ¿Será éste otro de los peligros de la victoria?
Podríamos resumir el peligro diciendo que la suma total del conocimiento humano carece de un índice y que no existe un método eficaz de recuperar la información. ¿Cómo podríamos corregir esto si no es recurriendo a una memoria superior a la humana que sirviera de índice y a un sistema de recuperación más rápido que el humano para utilizar ese índice?
Resumiendo, necesitamos un ordenador, y durante cuarenta años hemos estado desarrollando a un paso vertiginoso ordenadores mejores, más rápidos, más compactos y más caprichosos. Esta tendencia debería continuar si la civilización sigue intacta, y en ese caso es inevitable la memorización del conocimiento. A medida que el tiempo transcurra se memorizará más información en el microfilme, y, por tanto, cada vez se dispondrá de más información a través del ordenador.
Habrá una tendencia a centralizar información, de modo que para satisfacerse una demanda sobre un tema determinado se podrá recurrir a todas las memorias de las bibliotecas de una región, de una nación, o, incluso, del mundo. Finalmente, existirá el equivalente a una Biblioteca Global Memorizada, en la que se almacenará todo el saber disponible de la Humanidad, de cuyo total, a petición, se podrá obtener cualquier información sobre cualquier tema determinado.