Read Las amenazas de nuestro mundo Online

Authors: Isaac Asimov

Tags: #Ciencia, Ensayo

Las amenazas de nuestro mundo (60 page)

BOOK: Las amenazas de nuestro mundo
4.78Mb size Format: txt, pdf, ePub
ads

Por otra parte, las mujeres se convertirían en premios codiciados a medida que se acentuara la competición para ganarlas, y los padres precavidos optarían por tener hijas en la próxima generación, considerándolas como una astuta inversión. No se tardaría mucho tiempo en que todos se darían cuenta de que la relación uno a uno es la más adecuada.

¿Y qué diremos de los «bebés de los tubos de ensayo»? En 1978, los titulares de los periódicos hicieron creer que había nacido un niño de este tipo, pero se trataba solamente de la fecundación en un tubo de ensayo, una técnica que se ha venido utilizando desde hace mucho tiempo para los animales domésticos. El óvulo fecundado se implantaba en la matriz de una mujer donde el feto se desarrollaba.

Esto nos permite imaginar un futuro en el que las mujeres profesionales, dedicadas por entero a su trabajo, contribuyeran con células de óvulo para ser fecundadas e implantadas en madres sustitutas. Cuando el bebé hubiese nacido, se pagaría a la madre sustituta y se recogería el recién nacido.

¿Se haría popular este sistema? Tengamos en cuenta que un bebé no es solamente una cuestión de genes. Buena parte de su desarrollo durante el período fetal depende del ambiente materno; de la dieta de la futura madre, de la eficacia de su placenta, de los detalles bioquímicos de sus células y su corriente sanguínea. La madre biológica podría tener la impresión de que el recién nacido que recibe, salido del útero de otra mujer, no es realmente su hijo, y cuando el niño mostrara defectos o insuficiencias (reales o imaginarios), es posible que la madre biológica no los soportara paciente y amorosamente, creyendo que la culpa es de la madre anfitriona.

Aunque la fecundación en tubos de ensayo puede existir como una opción más, no sería extraño que no alcanzara mucha popularidad. Claro está que podríamos recorrer todo el camino y llegar a prescindir totalmente del útero humano. Cuando desarrollemos una placenta artificial (no será tarea fácil), las células de los óvulos humanos fecundados en el laboratorio podrían seguir desarrollándose durante nueve meses con las técnicas de laboratorio, haciendo circular por ellas las mezclas nutritivas necesarias para alimentar al embrión y eliminar los residuos. Esto sería una auténtico feto de tubo de ensayo.

¿Degeneraría el aparato reproductivo femenino al dejar de funcionar? ¿Pasaría la especie humana a depender exclusivamente de la placenta artificial y quedaría amenazada con la extinción si fallase la tecnología? Probablemente, no. Los cambios en la evolución no se producen con tanta rapidez. Aunque utilizásemos laboratorios reproductores durante cien generaciones, los úteros femeninos seguirían funcionando todavía. Además, los bebés de tubo de ensayo no se convertirían probablemente en el único medio para nacer, aunque podrían ser una posible alternativa. Muchas mujeres preferirían seguramente el proceso natural de gestación y parto, aunque sólo sea para tener la certeza de que el hijo es realmente suyo. Asimismo, pueden sentir que sus hijos les son más propios por haberlos nutrido con su propia sangre y haberse desarrollado en su claustro.

Por otra parte, los niños de laboratorio tienen algunas ventajas. Los embriones en desarrollo estarían constantemente sometidos a una observación minuciosa. Se corregirían las faltas menores. Los embriones con deficiencias graves serían rechazados. Algunas mujeres quizá preferirían la seguridad de tener hijos sanos.

Llegará un momento en que se podrán identificar todos los genes de los cromosomas humanos y determinar su naturaleza. Se localizarían los genes con defectos graves y se calcularían las posibilidades de que nacieran seres defectuosos de la unión de dos personas según los genes característicos de cada uno de ellos.

Todo el mundo, bien informado de la composición de sus genes, buscaría como pareja a aquella otra persona cuyos genes fuesen más adecuados a los propios, o se casarían por amor, pero buscarían ayuda exterior para tener hijos combinando los genes mejores. Con estos métodos, y con una modificación directa de los genes, la evolución humana podría ser guiada.

¿Existiría el peligro de que surgieran intentos racistas para combinar genes productores exclusivos de individuos altos, rubios y de ojos azules? O, por el contrario, ¿se intentaría crear un gran número de gente simplona y boba, paciente e indiferente, que se encargara del trabajo duro y sirviera en los Ejércitos mundiales?

Ambos pensamientos son demasiado simples. ¿Hemos de suponer que, en todas las partes del mundo, habrá laboratorios equipados eficazmente para desarrollar semejantes técnicas genéticas? Y, ¿por qué los asiáticos, por ejemplo, tendrían interés en producir auténticos tipos nórdicos? En cuanto a una raza de subhumanos, en un mundo sin guerras y con ordenadores automáticos, ¿cuál sería su trabajo?

¿Y qué diremos del
cloning
[82]
? ¿No podríamos prescindir totalmente del método de reproducción corriente extrayendo una célula somática del cuerpo de una persona, hombre o mujer, sustituyendo el núcleo de aquella célula e implantando un núcleo extraído de la célula de huevo? Se podría estimular la división de esa célula de huevo haciéndola desarrollar para crear un descendiente, una réplica exacta del individuo objeto de replicación.

Pero, ¿por qué proceder así? Después de todo, la reproducción corriente es un método bastante eficaz de producir niños y tiene la ventaja de mezclar genes creando nuevas combinaciones.

¿Es que existen personas que desearían que precisamente sus propios genes fuesen conservados para darles nueva vida? Quizá, pero la réplica no podría ser auténticamente exacta. Podría tener la misma apariencia, pero no se habría desarrollado en el vientre de la madre del individuo replicado, y después de nacer tendría un ambiente social muy diferente al que tuvo el ser replicado. No sería tampoco un sistema que asegurase la continuidad de los Einstein y los Beethoven del futuro. La réplica de un matemático podría desarrollar sus aptitudes a un nivel inferior en su propio ambiente social. La réplica de un músico podría, influida por sus propias circunstancias, aburrirse con la música, y así sucesivamente.

En resumen, muchos de los temores provocados por la manipulación del material genético, y que vaticinan catástrofes, son generalmente el resultado de una manera de pensar simplista. Por otra parte, suelen pasar por alto, por ejemplo, algunas de las ventajas de la replicación.

Utilizando técnicas de manipulación genética que todavía no se han desarrollado, podría lograrse que una célula replicada se reprodujera irregularmente poniendo en funcionamiento un corazón y quedando el resto del cuerpo al margen. O podría crearse un hígado, o un riñón, etc. Órganos que podrían utilizarse para remplazar órganos del cuerpo lesionados o enfermos en el cuerpo del donante original de la célula que había sido replicada. El cuerpo aceptará un nuevo órgano que ha sido creado con células de su propia composición genética.

También, la replicación podría utilizarse para salvar especies de animales en peligro. Pero, ¿será la evolución, conducida o no conducida, el final de la Humanidad? Podría serlo, si definimos a la Humanidad como el
Homo sapiens.
Pero, ¿por qué hemos de hacerlo? Si los seres humanos pueblan el espacio en distintas colonias artificiales que con el tiempo se separarán para adentrarse en el Universo, cada una por su cuenta, seguramente cada una de ellas tendrá una evolución algo distinta, y dentro de un millón de años pueden existir docenas, o centenares, o una miríada de especies distintas, todas descendientes del hombre, pero todas diferentes.

Y tanto mejor, puesto que la variedad y la diversidad sólo pueden fortalecer la familia humana de las especies. Es de suponer que la inteligencia se mantendrá, o, probablemente, se incrementará, dado que una especie de inteligencia en disminución no será capaz de mantener la colonia y se extirpará como inútil. Y si la inteligencia se conserva y aumenta, ¿qué importa si cambian los detalles de la apariencia externa y las funciones fisiológicas internas?

Ordenadores

¿Es posible que mientras la Humanidad evolucione, y probablemente mejore, otras especies lo hagan también? ¿Podrían, quizás, esas otras especies ponerse a nuestro nivel y suplantarnos?

En cierto aspecto, nosotros nos pusimos al nivel del delfín, y le sobrepasamos a pesar de su cerebro de tamaño humano que ya poseía millones de años antes que los seres humanos. Sin embargo, no hubo competencia entre los cetáceos habitantes marinos y los primates habitantes terrestres, y sólo los seres humanos han sido capaces de desarrollar una tecnología.

No está en nuestro modo de ser admitir la competencia: o, si lo hacemos, sería sobre la base de permitir que otra especie tan inteligente como la nuestra se nos uniera como aliada en la batalla contra la catástrofe. No obstante, no existe la posibilidad de que ello ocurra, por lo menos durante millones de años, a no ser que estimulásemos la evolución de alguna especie encaminándola hacia la inteligencia por la manipulación de técnicas genéticas.

Sin embargo, existe otro tipo de inteligencia en la Tierra, que no tiene nada que ver con la vida orgánica y es una invención de la Humanidad. Se trata del ordenador o computadora.

Los ordenadores capaces de resolver problemas matemáticos complicados, con más rapidez y con mayor seguridad que los seres humanos (después que han sido adecuadamente programados) ya fueron mencionados en 1822. En ese año, el matemático inglés Charles Babbage (1792-1871) comenzó a construir una computadora. Empleó en ello algunos años, y fracasó, no porque su teoría fuese mala, sino porque sólo disponía de piezas mecánicas para su construcción que sencillamente no eran las adecuadas para la tarea.

Lo que se necesitaba era la electrónica; la manipulación de partículas subatómicas antes que el manejo de toscas piezas mecánicas. El primer gran ordenador electrónico fue construido en la Universidad de Pensilvania, durante la Segunda Guerra Mundial, por John Presper Eckert, Jr. (1919-) y John Willliam Machly (1907-) siguiendo un sistema ideado, en principio, por el ingeniero eléctrico norteamericano Vannevar Bush (1890-1974). Este ordenador electrónico, ENIAC («Electronic Numerical Integrater and Computer») costó tres millones de dólares, contenía 19.000 tubos al vacío, pesaba 30 toneladas, ocupaba un espacio básico de 140 metros cuadrados y empleaba tanta energía como una locomotora. Dejó de funcionar en 1955 y fue desmantelado en 1957, totalmente anticuado.

Los tubos al vacío, desvencijados, inestables y consumidores de energía, fueron remplazados por transistores sumamente estables, mucho más pequeños, mucho más seguros y que consumían menor energía. A medida que pasaron los años, los mecanismos fueron reduciéndose, ganando, no obstante, en seguridad. Con el tiempo, unas plaquitas de silicona, de un cuarto de pulgada cuadrada, tan finas como el papel, finamente impregnadas de otras sustancias en algunos lugares, fueron empleadas en pequeños grupos compactos y complicados, equipados con finos cables de aluminio y unidos para formar microordenadores.

Al finalizar la década de los sesenta, por trescientos dólares cualquier persona podía adquirir, pidiéndolo por correo o en casi todas las tiendas de la vecindad, un ordenador que no consume una energía mayor que la que gasta una bombilla corriente, que es lo bastante pequeño para manejarlo con facilidad, y que puede realizar una tarea muy superior, y veinte veces más rápida, y millares de veces más segura, que el ENIAC original.

A medida que los ordenadores se han hecho más pequeños, más accesibles y más baratos, han empezado a invadir los hogares. La década de los ochenta seguramente los verá convertidos en parte integrante de la vida diaria como ocurrió en la década de los cincuenta con la televisión. De hecho, en este mismo capítulo, anteriormente, me he referido a los ordenadores en desarrollo como las máquinas de la enseñanza del futuro. ¿Hasta dónde llegarán?

Hasta ahora, el ordenador ha sido un mecanismo para resolver problemas, estrictamente sujeto a su programación y capaz de hacer sólo las operaciones sencillas, pero con una rapidez y paciencia extraordinarias. Sin embargo, a medida que los ordenadores se autocorrigen y modifican sus programas, está empezando a notarse una especie de inteligencia rudimentaria.

A medida que los ordenadores y su «inteligencia artificial» asuman una mayor parte de las tareas rutinarias mentales del mundo, y después, quizá también, de las tareas mentales no tan rutinarias ¿podrán las mentes de los seres humanos deteriorarse por falta de uso? ¿Pasaremos a depender de las máquinas, y así, cuando no tengamos la inteligencia que permita utilizarlas adecuadamente, se hundirá nuestra especie degenerada y con ella la civilización?

Con este mismo problema e iguales temores, debió de enfrentarse la Humanidad en épocas pasadas de su historia. Por ejemplo, es fácil imaginar el desprecio de los constructores primitivos cuando empezó a usarse el equivalente de la yarda de medir. ¿Degeneraría para siempre la ojeada hábil y el juicio práctico del arquitecto experimentado cuando cualquier necio podía decidir qué longitud de madera o de piedra encajaría en algún lugar, simplemente con la lectura de unos números en una vara?

Y seguramente los antiguos vates debieron horrorizarse ante la invención de la escritura, un código de marcas que eliminaba el recurrir necesariamente a la memoria. Un muchacho de diez años que hubiese aprendido a leer podía recitar
La Ilíada,
aunque nunca la hubiese oído mencionar, simplemente traduciendo esas marcas. ¡Qué degeneración para la mente!

Sin embargo, ni el criterio ni la memoria quedaron destruidas por la ayuda inanimada que recibían. Es verdad que hoy día no es fácil encontrar a nadie que posea una memoria tan buena como para recitar largos poemas épicos. Pero, ¿quién lo necesita? Si nuestros talentos han dejado de dar muestras de proezas que ya nadie necesita demostrar, ¿no superan las ganancias ventajosamente a las pérdidas? ¿Podrían el Taj Mahal o el Golden Gate Bridge haberse construido a ojo? ¿Cuántas personas conocerían las obras de Shakespeare o las novelas de Tolstoi si hubieran tenido que depender de alguien que las conociera de memoria y estuviese dispuesto a recitarlas, suponiendo, además, que hubiesen podido ser creadas sin la ayuda de la escritura?

Cuando la Revolución industrial aportó la fuerza del vapor y más tarde la electricidad, grandes colaboradores de las tareas físicas de la Humanidad, ¿se hicieron fláccidos los músculos humanos como resultado de esa ayuda? Las proezas en los campos de deporte y en los gimnasios demuestran que no es así. Hasta la persona que trabaja en una oficina de la ciudad puede mantenerse en forma corriendo, jugando al tenis, haciendo gimnasia, compensando voluntariamente el ejercicio que ya no le era imprescindible realizar por necesidades apremiantes del trabajo.

BOOK: Las amenazas de nuestro mundo
4.78Mb size Format: txt, pdf, ePub
ads

Other books

Fangs And Fame by Heather Jensen
Falling Into Place by Scott Young
Sergei by Roxie Rivera
Avalanche by Julia Leigh
Alif the Unseen by Wilson, G. Willow