Read Las amistades peligrosas Online

Authors: Choderclos de Laclos

Tags: #Novela epistolar

Las amistades peligrosas (6 page)

BOOK: Las amistades peligrosas
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LA MARQUESA DE MERTEUIL A CECILIA VOLANGES

Siento mucho, querida mía, estar privada del gusto de verla y la causa de esta privación. Espero que esta ocasión volverá a presentarse. Cumpliré con exactitud su encargo para el caballero Danceny, a quien seguramente disgustará mucho el saber que su madre de usted está indispuesta. Si mañana quiere recibirme iré un rato a hacerle compañía. Atacaremos ella y yo al caballero de Belleroche
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a los cientos, y al ganarle su dinero tendremos para mayor gusto el de oír cantar a usted con su amable maestro, a quien yo se lo propondré. Si esto conviene a su madre y a usted misma, respondo de ir con mis dos caballeros. Adiós, mi querida; mis cumplimientos a mi estimada señora de Volanges. La abrazo tiernamente.

En…, a 13 de agosto de 17…

CARTA XIV

CECILIA VOLANGES A SOFÍA CARNAY

No te he escrito ayer, mi amada Sofía, pero no ha sido por haberme divertido, te lo aseguro. Mamá estaba y la he acompañado todo el día. Cuando me separé de ella por la noche, no tenía ganas de nada y me he acostado luego para asegurarme de que el día estaba acabado. No es decir que no quiera mucho a mamá, pero yo no sé lo que era. Yo debía haber ido a la ópera con la marquesa de Merteuil, y el caballero Danceny debía hallarse allí. Sabes ya que son las dos personas que me agradan más; cuando llegó la hora en que yo también debí haber ido, se me oprimió el corazón a pesar mío. No hallaba gusto en nada y lloré, lloré sin poderlo remediar. Felizmente mamá estaba acostada y no me veía. Estoy segura de que el caballero Danceny lo ha sentido también, pero se habrá distraído con el espectáculo y con la concurrencia; es muy diferente.

Por fortuna mamá está hoy mejor, y la señora de Merteuil vendrá con otra persona y el caballero Danceny; mas siempre viene muy tarde, y cuando una está sola tanto tiempo es cosa muy fastidiosa. Aún no son más de las once. Es verdad que debo tocar el arpa, además mi toilette me ocupará algún tiempo, pues hoy quiero estar bien peinada. Creo que la madre Perpetua tiene razón, y que luego que entramos en la sociedad nos hacemos presumidas. Jamás he deseado tanto parecer bonita como de algunos días a esta parte, y hallo que no lo soy tanto como lo creía. Además se pierde mucho al lado de las señoras que se ponen colorete, como por ejemplo la señora de Merteuil, a la que veo que todos los hombres la encuentran más bella que yo; pero esto no me disgusta mucho, porque me quiere bien, y además me asegura que Danceny me halla más bonita que ella. Es mucha bondad de su parte el habérmelo dicho, y aun tenía el aire de estar muy contenta de ello; no lo concibo. ¿Es que me quiere tanto? ¿Y él? ¡Ah! esto me da también mucho gusto. Me parece que con sólo mirarle se le hermosea a una el semblante. Yo le miraría siempre si no temiese encontrarme con sus ojos, porque siempre que esto me sucede, me desconcierta y casi me apena; pero no importa.

Adiós, mi querida amiga; voy a ponerme al tocador. Te amo siempre como acostumbro.

París, 14 de agosto de 17…

CARTA XV

EL VIZCONDE DE VALMONT A LA MARQUESA DE MERTEUIL

Hace usted muy bien, amiga mía, en no abandonarme a mi triste suerte. La vida que llevo aquí es realmente fatigosa por lo demasiado descansada y su uniformidad insípida. Al leer su carta y el pormenor del modo admirable con que ha pasado el día, me han dado tentaciones veinte veces de pretextar un negocio cualquiera, de volar a los pies de usted y de pedirle una sola infidelidad a su caballero, que al cabo de cuenta no merece tanta dicha. ¿Sabe que tengo celos de él? ¿Qué me habla usted de eterno rompimiento? Renuncio a un juramento hecho en la fuerza de un delirio; no hubiéramos sido dignos de hacerlo si lo hubiéramos de observar. ¡Ah! puédame yo vengar un día en sus brazos del despecho involuntario que me ha causado la fortuna del caballero. Confieso que me lleno de indignación cuando pienso que ese hombre sin razonar, sin tomarse el menor trabajo, siguiendo tontamente el instinto de su corazón, halla una felicidad que yo no puedo alcanzar. ¡Oh! yo la turbaré. Prométame que yo la turbaré. ¿Usted misma, no se siente humillada? Se da usted la pena de engañarle y él es más feliz que usted; lo cree atado a su cadena y es usted la que está a la suya; duerme tranquilamente mientras usted vela para procurarle placeres. ¿Qué más podría hacer su esclavo?

Mire, querida amiga, mientras usted se entregue a muchos no tendré ningunos celos, porque sólo veré en ellos los sucesores de Alejandro, incapaces de conservar entre todos el imperio en que yo reinaba solo. Pero si usted se da enteramente a uno de ellos, si existe otro hombre tan feliz como yo, eso no lo sufriré, no espere que lo tolere. Vuelva usted a ligarse conmigo, al menos con otra que no sea el actual; no falte por un capricho exclusivo a la amistad inolvidable que hemos jurado.

Basta que yo tenga que quejarme del amor. Usted ve que sigo sus ideas y confieso mis errores. En efecto, si se llama estar enamorado el no poder vivir sin poseer lo que se desea, sin sacrificar el tiempo, los placeres y la vida, yo lo estoy verdaderamente. No estoy más adelantado que antes, y aun no tendría nada que decirle en este punto, sin un suceso que me da mucho que pensar y por el cual yo no sé todavía si debo esperar o temer.

Usted conoce mi lacayo, tesoro de intrigas y verdadero gracioso de comedia. Bien piensa usted que sus intenciones eran cortejar a la doncella y emborrachar a los criados. El tunante es más dichoso que yo. Ha logrado su fin. Y ahora acaba de descubrir que la señora de Tourvel ha encargado a uno de sus criados de tomar informaciones sobre mi conducta, y aun de seguirme en mis excursiones por las mañanas, en cuanto pueda, sin que yo me percate de ello. ¿Qué quiere esta mujer? ¿Con que la más honesta de toda se arriesga a cosas que apenas osaríamos nosotros?… Juro a usted… Pero antes de pensar en vengarme de esta astucia femenina, ocupémonos de hacer que resulte en nuestra ventaja. Hasta ahora, estos paseos que excitan sus sospechas, no tenían objeto ninguno; es preciso hacer que lo tengan. Este plan merece mi atención; dejo a usted para meditarlo. Adiós, mi hermosa amiga

Siempre en la quinta de…, a 15 de agosto de 17…

CARTA XVI

CECILIA VOLANGES A SOFÍA CARNAY

¡Ay! Mi querida Sofía; he aquí muchas noticias que acaso no debería darte. Pero es preciso que hable con alguien, no puedo resistir. El caballero Danceny… estoy tan turbada que no puedo escribir; no sé por dónde empezar. Después de que te conté la noche tan divertida que pasé con él y la señora de Merteuil en el cuarto de mi madre, no volví más a hablarte de esto porque no quería hablar a nadie; pero siempre pensaba en ello
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. Desde entonces se puso él muy triste; pero tan triste, tan triste, que me daba mucha pena. Y cuando le preguntaba yo por qué lo estaba me decía que no era cierto; mas yo veía que sí. En fin, ayer lo estaba más de lo acostumbrado, aunque eso no le impidió tener la complacencia de cantar conmigo como de ordinario; pero cuantas veces me miraba me oprimía el corazón. Cuando hubimos acabado fue a encerrar mi arpa en su caja, y al darme la llave me suplicó que tocase otra vez luego que me quedase sola. No tenía yo sospecha ninguna; pero me rogó tanto, que al fin dije que estaba bien. Él tenía sus motivos. Efectivamente, cuando me metí en mi cuarto y mi doncella se retiró, fui a tomar el arpa y hallé entre la cuerdas una carta plegada solamente, sin sello, y escrita por él. ¡Ah ¡Si supieses todo lo que me dice! Desde que la he visto estoy tan contenta, que no puedo pensar en otra cosa. Leí la carta cuatro veces seguidas y luego la encerré en mi papelera. La sabía ya de memoria; y acostada, la repetía tantas veces, que no pensaba en dormir. Cuando cerré los ojos, la veía siempre diciéndome cuanto acababa de leer. Cuando me desperté (era muy temprano) volví a tomar la carta para leerla con toda comodidad. La llevé a mi cama y la besé, como si… Tal vez está mal hecho el besar un carta como ésta, pero no he podido menos. Ahora bien; si esto muy contenta, también estoy muy embarazada, porque, seguramente no debo responder a una carta semejante. Sé que no lo debo hacer y, sin embargo, él lo pide. Si no le respondo, sé positivamente que va a ponerse de nuevo triste; es una desgracia para él. ¿Qué me aconsejas tú? Pero tú no sabes más que yo. Tengo muy gran deseo de hablar a la marquesa, que me quiere mucho. Mucho querría consolarle, pero no quiero hacer nada malo. Se nos recomienda tanto que tengamos buen corazón, y luego se nos prohibe seguir sus inspiraciones cuando se trata de un hombre. Eso no es justo ¿Un hombre no es nuestro prójimo, como una mujer, y aún más? Porque, en fin, ¿no tiene una un padre como una madre, un hermano como una hermana, y queda siempre, a más, un marido? Sis embargo, si yo hiciese ahora alguna cosa que no estuviera bien, ta vez el mismo Danceny se formaría una mala opinión de mi. ¡Oh no, prefiero que esté triste! Siempre estaré a tiempo. A su carta de ayer no estoy obligada a responder hoy. Además, esta noche he de ver a la señora de Merteuil, y si tengo valor para ello le contaré todo. Haciendo sólo lo que ella me diga, nada tendré de qué acusarme. Acaso me dirá que puedo responderle alguna cosita para que no esté triste. ¡Ah, tengo mucha pena!

Adiós, mi buena amiga. Dime siempre lo que te parece.

En…, a 19 de agosto de 17…

CARTA XVII

EL CABALLERO DANCENY A CECILIA VOLANGES

Antes de rendirme, señorita, ¿diré al placer o a la necesidad de escribir a usted? empiezo por pedirle se sirva escucharme. Conozco que necesito de indulgencia para atreverme a declararle mis sentimientos, y me sería inútil si sólo quisiera justificarlos. Y al cabo, ¿qué pretendo hacer con mostrarle lo que usted misma ha causado? Y ¿qué decirle que mis ojos, mi turbación, mi conducta y aun mi silencio, no le hayan dicho ya? ¿Por qué se ofendería de un sentimiento que usted misma ha producido? Dimanado de usted es sin duda digno de serle ofrecido; y si es ardiente como mi alma es puro como la suya… ¿Podría ser un crimen el haber sabido apreciar su semblante adorable, sus habilidades sorprendentes, sus gracias encantadoras y esa atractiva candidez que añade un valor inestimable a unas cualidades tan preciosas? No, sin duda. Pera sin ser culpado, puede uno ser infeliz. Y es la suerte que me espera si usted desecha mi obsequio. Es el primero que mi corazón ha ofrecido. Desde que la he visto el reposo ha huido de mí y mi feli cidad es dudosa; usted se admira de verme triste y me pregunta la causa, y aun he creído ver que alguna vez lo siente. Diga una sola y habrá labrado mi dicha… Pero piense también que una palabra sola puede colmar mi desventura. Usted puede hacerme eternamente feliz o desdichado. ¿En qué manos más amadas puedo poner un interés más grande? He rogado a usted me escuche y ahora me atrevo a pedirle que me responda. Acabaré como he comenzado: solicitando su indulgencia. Rehusármela sería hacerme creer que se ha ofendido y mi corazón me asegura que mi respeto hacia usted es igual a mi amor.

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