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Authors: Melanie Gideon

Tags: #Romántico

Las mujeres casadas no hablan de amor

BOOK: Las mujeres casadas no hablan de amor
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Un inesperado correo electrónico para participar en el estudio «El matrimonio en el siglo XXI» llega para Alice Buckler en el mejor momento posible. Lleva diecinueve años casada con William y tienen dos hijos casi adolescentes. Su matrimonio, aunque medianamente feliz, carga con el peso innegable de la rutina y de los años. Además, Alice acaba de descubrir que tiene los párpados caídos y que su único vestido de fiesta ya no le cabe.

Así pues, se anima a participar en el proyecto, y sin saber muy bien por qué, decide no explicárselo a William. Por primera vez en muchos años Alice Buckler tiene un secreto. Lo que empieza siendo un inofensivo intercambio de correos electrónicos acabará cambiando su vida por completo, porque cuando aflora todo lo que había encerrado en su interior ya no hay forma de volver atrás. Es hora de que Alice retome las riendas de su vida, pero ¿será capaz de hacerlo?

Las mujeres casadas no hablan de amor es un certero, divertido y sorprendente relato sobre la vida y todo lo que le da forma: la alegría, la decepción, la esperanza, los celos, la convivencia, la comprensión, el cariño, el perdón, la felicidad… y el amor, porque hoy, más que nunca, es necesario que hablemos de amor.

Melanie Gideon

Las mujeres casadas no hablan de amor

ePUB v1.0

Enylu
18.08.12

Título original:
Wife 22

Melanie Gideon, 2012.

Traducción: Claudia Conde

Nº Páginas: 366

Editor original: Enylu (v1.0)

ePub base v2.0

Para BHR – Marido 1

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E. M. F
ORSTER

PRIMERA PARTE
1

29 de abril

17.05

BÚSQUEDA EN GOOGLE: «Párpados caídos»

Aproximadamente 54.300 resultados (0,14 segundos).

Caída del párpado: MedlinePlus enciclopedia médica

Es el descuelgue excesivo del párpado superior… Los párpados caídos pueden hacer que la persona parezca soñolienta o cansada.

Consejos para párpados caídos… Alternativas naturales

Mantén la barbilla levantada cuando hables e intenta no arrugar la frente, porque se agravaría tu problema…

El perro Droopy…

Personaje de dibujos animados, de cara triste y párpados caídos. Apellido, McPoodle. Su lema: «¿Sabes qué? ¡Eso me ha enfurecido!»

2

Me miro en el espejo del baño sin comprender por qué no me ha dicho nadie que tengo un plieguecito en el párpado izquierdo. Durante mucho tiempo aparenté menos edad. Pero ahora, de repente, me han salido todos los años juntos y aparento la edad que tengo: cuarenta y cuatro, o quizá un poco más. Levanto con el dedo la piel colgante y la meneo. ¿Venderán alguna crema? ¿Habrá gimnasia para párpados?

—¿Qué te pasa en el ojo?

Peter asoma la cabeza por la puerta del baño y, pese a lo mucho que me irrita que me espíen, me siento feliz de ver la cara llena de pecas de mi hijo. A sus doce años, sus necesidades todavía son simples y fáciles de satisfacer: gofres para el desayuno y calzoncillos Fruit of the Loom modelo bóxer, de los que tienen la pretina de algodón.

—¿Por qué no me has dicho nada? —pregunto.

Confío en Peter. Tenemos una relación muy cercana, sobre todo en lo referente al cuidado personal. Hemos hecho un trato. Él se ocupa de mi pelo y me avisa cuando se me empiezan a notar las raíces, para que le pida hora a Lisa, mi peluquera. A cambio, yo soy responsable de su olor corporal y me aseguro de que no vaya por ahí atufando. Por algún motivo que desconozco, los niños de doce años son incapaces de olerse los sobacos. Por las mañanas, pasa corriendo a mi lado, con los brazos levantados y enseñándome una axila, para que me lleguen los efluvios. «
Ducha
», le digo casi siempre. Unas pocas veces, le miento y le digo que está bien. Un chico tiene que oler a chico.

—¿Decirte nada de qué?

—Del párpado izquierdo.

—¿Qué? ¿Qué te cuelga un poco?

Suelto un gruñido.

—Sólo un poquito.

Vuelvo a mirarme al espejo.

—¿Por qué no me lo dijiste?

—¿Por qué no me dijiste tú que peter es otra manera de llamar al pene?

—Porque no es verdad.

—Pues parece que sí. ¿Te suena «un peter y dos pelotas»?

—Te juro que no había oído nunca esa expresión.

—Ahora entenderás por qué me he cambiado el nombre por Pedro.

—¿No te llamabas Frost?

—No, eso fue en febrero, cuando estábamos estudiando aquella unidad sobre Robert Frost.

—¿Y ahora el camino se ha desviado, y quieres ser Pedro? —Pregunto.

He oído que en torno a los doce o trece años toca experimentar con la propia identidad. Nuestra función como padres es permitir que nuestros hijos jueguen a ser diferentes personas, pero cada vez me cuesta más seguir el ritmo: Frost un día, Pedro al otro… ¡Gracias a Dios que Peter no es uno de esos «emos»! ¿O se dirá «imo»? Ni siquiera sé qué significa esa palabra. Tengo entendido que son un sub-grupo de los góticos, chicos que se tiñen el pelo de negro y se pintan los ojos con delineador. Pero Peter no es así. Peter es un romántico.

—Está bien —digo—. ¿Y no has pensado en Peder? Es la versión noruega de Peter. Podrías llamarte Peder Nal. Es más difícil encontrar un buen apellido para Pedro. ¿Tenemos cinta adhesiva?

Quiero levantarme el párpado con cinta adhesiva, para ver cómo quedaría si me lo arreglara.

—Pedro Poliedro —dice Peter—. A mí me gusta que te cuelgue el párpado. Pareces un perro.

Me quedo boquiabierta. («¿Sabes qué? ¡Eso me ha enfurecido!», como decía el perro
Droopy
de los dibujos animados.)

—Pero no un perro cualquiera. Te pareces a
Jampo
.

Peter se refiere a nuestro chucho de dos años, mitad spaniel tibetano y mitad sabe Dios qué: un frenético Mussolini canino que se come su propia caca. Sí, es asqueroso, pero resulta práctico si te paras a pensarlo, porque no hay que llevar bolsitas de plástico.

—¡Suéltalo,
Jampo
, idiota! —le riñe Zoé en el piso de abajo.

Oímos al perro corriendo como un poseso por los suelos de parquet. Probablemente va arrastrando un rollo de papel higiénico, que después de la caca es su golosina preferida.
Jampo
significa «dulce» en tibetano, aunque la personalidad del perro ha resultado ser todo lo contrario. Pero no me importa; prefiero un perro con carácter. El último año y medio ha sido como tener otra vez un niño pequeño en casa, y he disfrutado de cada minuto.
Jampo
es mi bebé, el tercer hijo que nunca tendré.

—Necesita salir. ¿Lo sacas tú, cielo? Yo tengo que arreglarme para la recepción.

Peter hace una mueca de disgusto.

—Por favor.

—Está bien.

—Gracias. ¡Eh, espera! Antes de irte, ¿sabes si tenemos cinta adhesiva?

—Creo que no, pero he visto cinta aislante en el cajón de las herramientas.

Me miro el párpado.

—¿Me harías un favor más?

—¿Cuál? —suspira Peter.

—¿Podrías subirme la cinta aislante después de sacar al perro?

Asiente con la cabeza.

—Eres el mejor de mis hijos varones —le digo.

—Soy tu único hijo varón.

—Y el número uno en mates —le replico, dándole un beso en la mejilla.

Hoy acompaño a William a la recepción del vodka FiG, una cuenta en la que su equipo de KKM Publicidad lleva varias semanas trabajando. Me muero de ganas de ir. Habrá música en directo, con un supergrupo de moda: tres mujeres de los montes Ozark o Adirondack (no recuerdo cuáles) con violines eléctricos.

«Vestimenta elegante de negocios», dijo William; de modo que saco mi viejo traje de chaqueta Ann Taylor, color rojo carmín. En los noventa, cuando yo también trabajaba en publicidad, era mi traje de ejecutiva. Me lo pongo y me miro al espejo de cuerpo entero. Parece un poco anticuado, pero si me pongo el collar grueso de plata que me regaló Nedra el año pasado para mi cumpleaños, quizá pueda disimular que ha conocido tiempos mejores.

Conocí a Nedra Rao hace quince años, en un grupo de juego para mamas con bebés. Es mi mejor amiga y casualmente es una de las mejores abogadas especialistas en divorcios del estado de California, por lo que siempre puedo contar con ella para que me ofrezca gratis, simplemente porque me quiere, sus consejos sensatos y profesionales, que cuestan 425 dólares la hora. Intento ver el traje con los ojos de Nedra. Sé lo que diría con su refinado acento británico: «¿Estás de broma, querida?». Lo siento, pero no tengo ninguna otra cosa en el armario que pueda considerarse «vestimenta elegante de negocios». Me pongo los zapatos de tacón y bajo la escalera.

Sentada en el sofá, con la larga melena castaña recogida en un desordenado rodete, está mi hija de quince años, Zoé. Es vegetariana de quita y pon (actualmente se ha quitado), recicladora fanática y fabricante de su propio protector labial orgánico (de jengibre y menta). Como la mayoría de las chicas de su edad, es «ex» de un montón de cosas: exbailarina de ballet, exguitarrista y exnovia de Jude, el hijo de Nedra. Jude es bastante famoso por aquí. Llegó a la fase de Hollywood de «American Idol», pero lo expulsaron por cantar «como un eucalipto de California cuando se quema, que hace un montón de ruido, sisea y estalla, pero en definitiva no es una especie autóctona y, por tanto, no acaba de encajar en el bosque».

Yo quería que ganara Jude y, como todos los que lo conocemos, me emocioné cuando superó las dos primeras eliminatorias. Pero después, poco antes de irse a Hollywood, se le subió la repentina fama a la cabeza, engañó a Zoé con otra y al final la dejó. Le destrozó el corazón a mi chiquilla. ¿Moraleja? Nunca permitas que tu hija adolescente salga con el hijo de tu mejor amiga. Me llevó meses reponerme. Bueno, a mí no. Le llevó meses a Zoé. Le dije cosas horribles a Nedra, cosas que probablemente no debí decirle, como por ejemplo: «Me esperaba mucho más del hijo de una feminista y de un chico que tiene dos madres.» Nedra y yo estuvimos un tiempo sin dirigirnos la palabra. Ahora volvemos a ser amigas, pero cada vez que voy a su casa, Jude está convenientemente ausente.

La mano derecha de Zoé se mueve a velocidad de vértigo sobre las teclas del teléfono móvil.

—¿Vas a ponerte eso? —dice.

—¿Por qué no? Es
vintage
.

Zoé resopla.

—Zoé, cariño, ¿podrías levantar la vista de esa cosa? Necesito tu opinión sincera. —Aparto los brazos del cuerpo—. ¿De verdad es tan horrible?

Zoé ladea la cabeza.

—Depende. ¿Estará muy oscuro allí adonde vais?

Suspiro. Hace apenas un año, Zoé y yo estábamos muy unidas. Ahora me trata como a su hermano: como a un miembro de la familia al que es preciso tolerar. Yo hago como que no me doy cuenta, pero siempre me paso de rosca tratando de ser simpática por las dos y acabo hablando como si fuera un cruce entre Mary Poppins y la señorita Truly Scrumptious de
Chitty Chitty Bang Bang
.

—Hay una pizza en el congelador. Y, por favor, asegúrate de que Peter esté en la cama a las diez. Volveremos poco después de esa hora —le digo.

Zoé sigue tecleando.

—Papá te está esperando en el coche.

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