Las uvas de la ira (20 page)

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Authors: John Steinbeck

BOOK: Las uvas de la ira
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Una noche el viento soltó una teja y la arrojó al suelo. El siguiente viento curioseó en el agujero que la teja había dejado y arrancó otras tres tejas, y el siguiente, una docena. El sol del mediodía ardió a través del agujero y dejó una señal luminosa en el suelo. Los gatos montaraces se acercaban por la noche desde los campos, pero ya no se conformaban con maullar a la puerta. Se movían como sombras de una nube que pone un velo a la luna, entraban a los cuartos a cazar ratones. Y en las noches ventosas las puertas golpeaban contra los marcos y las cortinas en jirones aleteaban en las ventanas sin cristales.

Capítulo XII

L
a carretera 66 es la ruta principal de emigración. La 66, el largo sendero de asfalto que atraviesa el país, ondulando suavemente sobre el mapa, de Mississippi a Bakersfield, por las tierras rojas y las tierras grises, serpenteando montaña arriba hasta cruzar las cumbres, siguiendo luego por el deslumbrante y terrible desierto hasta atravesarlo, alcanzar la nueva cordillera y llegar a los ricos valles de California.

La 66 es la ruta de la gente en fuga, refugiados del polvo y de la tierra que merma, del rugir de los tractores y la disminución de sus propiedades, de la lenta invasión del desierto hacia el norte, de las espirales de viento que aúllan avanzando desde Texas, de las inundaciones que no traen riqueza a la tierra y le roban la poca que pueda tener. De todo esto huye la gente y van llegando a la 66 por carreteras secundarias, por caminos de carros y por senderos rurales trillados. La 66 es la carretera madre, la ruta de la huida.

Clarksville y Ozark, Van Burén y Fort Smith están en la 64, que llega a un extremo de Arkansas. Y todas las carreteras pasan por Oklahoma City, la 66 que viene de Tulsa, la 270 que sube desde McAlester. La 81 desde Wichita Falls al sur, hasta Enid al norte. Edmond, McLoud, Purcell. La 66 sale de Oklahoma City; El Reno y Clinton, hacia el oeste siguiendo la 66. Hydro, Elk City y Texola; allí acaba Oklahoma. La 66 atraviesa el Panhandle de Tejas. Shamrock y McLean, Conway y Amarillo. Wildorado y Vega y Boise, y termina Tejas. Tucumcari y Santa Rosa, por las montañas de Nuevo Méjico hasta Albuquerque, a donde llega la carretera después de pasar por Santa Fe. Luego siguen las gargantas del Río Grande hasta Los Lunas y más hacia el oeste por la 66 hasta Gallup y la frontera de Nuevo Méjico. Entonces vienen las altas montañas, Holbrook y Winslow y Flagstaff, en las altas montañas de Arizona. Después la extensa altiplanicie, ondulante como un oleaje terrestre. Ashfork y Kingman y de nuevo montañas de piedra donde el agua hay que acarrearla y se vende. Pasadas las montañas de Arizona, podridas por el sol, se llega a las riberas pobladas de cañas verdes del Colorado y allí termina Arizona. La otra orilla del río es California, que empieza con una bonita ciudad, Needles, a la orilla del río. Pero aquí el río es un extraño. Hacia el norte y tras una pradera abrasada está el desierto. Y la 66 continúa por el terrible desierto, donde la distancia reluce y en el centro las montañas negras cuelgan de forma imposible en la lejanía. Finalmente se llega a Barstow y sigue el desierto hasta que por fin vuelven a elevarse las montañas, las buenas montañas, y la 66 serpentea a través de ellas. De pronto un paso y al pie un hermoso valle, huertas y viñedos y casitas, y a lo lejos una ciudad, y, ¡oh, Dios mío! hemos llegado.

Las gentes en fuga desembocaron en la 66, a veces un solo coche, otras un pequeño remolque. Avanzaron lentamente por la carretera, todo el día y a la noche se detuvieron junto a algún arroyo. De día viejos radiadores que perdían lanzaban chorros de vapor, las bielas flojas martilleaban con constancia. Y los hombres que conducían los camiones y los coches cargados en exceso escuchaban con aprensión. ¿Cuánta distancia hay entre las ciudades? Da pánico el camino entre dos centros. Si se rompe alguna cosa… bueno, si se rompe algo, acampamos aquí mismo mientras Jim va andando a la ciudad, compra la pieza de recambio y vuelve y… ¿cuánta comida nos queda?

Escucha el motor, presta atención a las ruedas. Escucha con los oídos, con las manos en el volante, con la palma de la mano en el cambio de marchas, con los pies en las tablas del suelo. Escucha el golpeteo del viejo cacharro con los cinco sentidos; fíjate en un cambio de tono, en una variación del ritmo que puede significar… ¿una semana aquí parados? Esa vibración son las válvulas. Eso no es nada. Las válvulas pueden vibrar hasta el día del juicio sin que pase nada. Pero ese ruido sordo que hace el coche al moverse… no es que lo oiga… es como si solo lo sintiera. A lo mejor el aceite no llega a algún sitio. Quizá los cojinetes empiezan a fallar. Por Dios, si se trata de un cojinete, no sé lo que vamos a hacer. El dinero se nos va muy deprisa.

Y ¿por qué hoy se ha calentado tanto este hijo de puta? Ni siquiera es cuesta arriba. Vamos a mirar. ¡Dios Todopoderoso!, la correa del ventilador ha desaparecido. Mira, haz una correa con este trocito de cuerda. A ver qué longitud…, ya está. Yo empalmo los extremos. Ahora conduce despacio, hasta que lleguemos a una ciudad. Esa cuerda no va a resistir mucho tiempo.

Si pudiéramos llegar a California, donde crecen los naranjos, antes de que esta cafetera explote. Si pudiéramos…

Y los neumáticos… dos capas de tela gastadas. Sólo un alambre de cuatro capas. Podrían tirar cien millas más si no damos con una piedra y estalla. ¿Qué preferís, cien millas más, tal vez, o quizá dejar inservible la cámara? ¿Cuál de las dos? Cien millas. Bueno, te lo tienes que pensar. Tenemos parches de cámara. Quizá cuando se rompa no sea más que una pérdida pequeña. ¿Y si hacemos unas botas? Podríamos tirar otras quinientas millas. Sigamos hasta que revienten.

Debemos comprar un neumático, pero, por Dios, cobran mucho por una rueda vieja. Te miran de arriba a abajo. Saben que tenemos que seguir adelante, que no podemos esperar. Y el precio sube.

Tómelo o déjelo. Yo no trabajo por amor al arte. Vendo neumáticos, no los regalo. Yo no puedo evitar lo que le ha pasado a usted. Tengo que pensar en mí mismo.

¿A cuánto está la próxima ciudad?

Ayer vi pasar cuarenta y dos coches como el suyo. ¿De dónde salen todos ustedes? ¿A dónde van?

Bueno, California es un estado grande.

No tan grande. Ni siquiera el país entero es tan grande. No es tan extenso. No es lo suficientemente amplio. No hay bastante espacio para usted y para mí, para la gente de su clase y la de la mía, para ricos y pobres todos juntos en un país, para ladrones y hombres honrados. Para el hambre y la abundancia. ¿Por qué no se vuelven por donde han venido?

Este es un país libre. Cada uno puede ir donde le apetezca.

¡Eso es lo que usted se cree! ¿Ha oído hablar alguna vez de la patrulla fronteriza de California? Es de la policía de Los Angeles. Les detendrán, desgraciados, les harán volver. Mire, si no puede comprar tierras no le queremos aquí. Por cierto, ¿tiene
carnet
de conducir?, déjeme verlo. Se ha roto. No se puede entrar sin
carnet
de conducir.

Es un país libre.

Bueno, intente comprar la libertad. Por aquí decimos que un tipo tiene tanta libertad como su dinero le permite comprar.

En California se pagan salarios altos. Tengo aquí un papel que lo dice.

Tonterías. He visto a gente que se ha dado la vuelta. Hay alguien que les está tomando el pelo. ¿Quiere ese neumático o no?

Tengo que comprarlo, pero le aseguro que se nos lleva un buen pellizco. No nos queda mucho dinero.

Bueno, yo no soy la beneficencia. Cójalo.

Creo que no me queda más remedio. Déjeme verlo. Ábralo, veamos la cubierta. Hijo de puta, dijo que la cubierta estaba bien. Está a punto de reventar.

No es verdad. A ver… ¡anda!, ¿cómo es posible que no me diera cuenta?

Claro que se había dado cuenta, es usted un hijo de puta. Quiere cobrarnos cuatro dólares por una cubierta reventada. Me gustaría pegarle un puñetazo.

Bueno, bueno, no se rasgue las vestiduras. Le digo que no me di cuenta. ¿Sabe lo que podemos hacer? Le dejo este por tres cincuenta.

Sí, ¿y qué más? Intentaremos llegar hasta la próxima ciudad.

¿Crees que lo conseguiremos con ese neumático?

No tenemos elección. Antes me pongo yo como neumático que darle a ese tipo ni un centavo.

¿Y qué te crees que es un vendedor? Como él mismo dice, no trabaja por placer. Así son los negocios. ¿Cómo pensabas que era? Cada uno tiene que… ¿Has visto ese anuncio en la carretera? Servicios del club. ¿El sábado fiesta en el hotel Colmado? Bienvenido, hermano. Eso es un club. Un tipo que yo conocía solía contar una historia, decía: cuando yo era pequeño mi viejo me dio una novilla por el ronzal y me dijo que la llevara y que le hicieran un buen servicio. Yo lo hice y, desde entonces, cada vez que oigo a un hombre de negocios hablar de servicios me pregunto a quién están jodiendo. Uno que hace negocios tiene que mentir y engañar, pero él lo llama de otra manera. Eso es lo importante. Si tú vas y robas el neumático, resulta que eres un ladrón, pero él intentó robarte cuatro dólares por un neumático reventado. A eso lo llaman hacer un buen negocio.

Danny, sentado en el asiento de detrás quiere un vaso de agua.

Tendrá que esperar. Aquí no hay agua.

Escucha… ¿oyes el tubo de escape?

No sé qué decirte.

La estructura suena igual que un telégrafo.

Se ha soltado una junta. Hay que continuar. Fíjate cómo silba. En cuanto veamos un sitio bueno para acampar, aparco inmediatamente. Pero, ¡Dios mío!, se está acabando la comida, nos quedamos sin dinero. ¿Qué pasará cuando ya no podamos comprar gasolina?

Danny quiere un vaso de agua. El pobre crío tiene sed.

Fíjate cómo silba esa junta.

¡Santo Dios! Ya está. Ya han reventado la llanta, la cubierta y todo. Hay que arreglarlo. Guarda la cubierta para hacer botas; la cortas y la pegamos por dentro de refuerzo de partes gastadas.

Coches parados junto a la carretera, motores apagados, neumáticos remendados. Coches cojeando a lo largo de la carretera 66 como si estuvieran heridos, jadeando y luchando por seguir. Demasiado caliente, conexiones flojas, cojinetes sueltos, estructuras traqueteantes.

Danny quiere un vaso de agua.

Tendrá que esperar, el pobre chiquillo. Tiene calor. Próxima estación de servicio, de
servicio
, como decía aquel.

Doscientas cincuenta mil personas en la carretera. Cincuenta mil coches viejos, heridos, humeando. Ruinas abandonadas a la orilla de la carretera. ¿Qué les pasó? ¿Qué pasó con la gente que viajaba en ese coche? ¿Echaron a andar? ¿Dónde están? ¿De dónde sale el valor, de dónde la fe tremenda?

Y aquí tienen una historia que apenas se puede creer, pero es cierta, y es divertida y hermosa. Eran una familia de doce personas, que se vieron obligados a marcharse de sus tierras. No tenían coche. Construyeron un remolque a base de chatarra y lo cargaron con sus pertenencias. Lo arrastraron hasta la orilla de la carretera 66 y esperaron. Y al poco tiempo los recogió un coche. Cinco de ellos viajaron en el coche y siete en el remolque, además del perro. Llegaron a California en dos saltos. El dueño del coche les dio de comer en el viaje. Es una historia cierta. Pero, ¿cómo se puede tener tanto valor y una fe semejante en los miembros de la propia especie? Son muy pocas las cosas que podrían enseñar a tener una fe tan grande.

Gente huyendo del terror que queda atrás… le suceden cosas extrañas, algunas amargamente crueles y otras tan hermosas que la fe se vuelve a encender, y para siempre.

Capítulo XIII

E
l viejo Hudson cargado en exceso crujió y gruñó en dirección a la carretera de Sallisaw y allí giró hacia el oeste, bajo un sol cegador. Pero en la carretera asfaltada Al aumentó la velocidad porque las forzadas ballestas ya no corrían peligro. De Sallisaw a Gore hay veintiuna millas y el Hudson avanzaba a treinta y cinco millas por hora. De Gore a Warner la distancia era de trece millas, de Warner a Checotah catorce millas, de Checotah a Henrietta una buena tirada, treinta y cuatro millas, pero al menos al final se llega a una ciudad de verdad. De Henrietta a Cartle diecinueve millas, con el sol de plano, y los campos rojos, calentados por el sol, hacían vibrar el aire.

Al, sentado al volante, con expresión determinada en el rostro, escuchaba el camión con todo el cuerpo, sus ojos inquietos yendo incesantes de la carretera al salpicadero. Al era uno con su motor, cada uno de sus nervios a la busca de puntos débiles, de vibraciones o chirridos, de zumbidos y ronroneos que pudieran indicar un cambio capaz de provocar una avería. Se había transformado en el alma del camión.

La abuela, sentada a su lado, medio dormida, se quejó en sueños, abrió los ojos para mirar adelante y luego volvió a quedarse traspuesta. Madre iba al lado de la abuela, con un codo fuera de la ventana, y su piel se enrojecía bajo el fiero sol. Madre también miraba al frente, pero sus ojos no tenían expresión y no veían la carretera, ni los campos, ni las estaciones de servicio, ni los graneros donde se servían comidas. No los miraba al pasar. Al cambió de postura en el asiento destrozado y acomodó las manos en el volante. Y suspiró:

—Es muy escandaloso, pero creo que va bien. Dios sabe cómo va a responder si hay que subir alguna colina con la carga que llevamos. ¿Hay alguna colina de aquí a California, Madre?

Ella volvió lentamente la cabeza y sus ojos recobraron vida.

—Me parece que hay colinas —respondió—. En realidad no lo sé. Pero me parece haber oído que hay colinas e incluso montañas. Muy altas.

La abuela dio un largo suspiro lastimero en el sueño.

—Esto va a arder si tenemos que subir alto —dijo Al—. Tendremos que tirar algunas cosas. Quizá no deberíamos haber traído al predicador.

—Te alegrarás de que haya venido antes de que finalice el viaje —dijo Madre—. Ese predicador nos va a ayudar —y volvió a mirar al frente, a la radiante carretera.

Al sujetó el volante con una mano y puso la otra en la vibrante palanca de cambios. Le costaba hablar. Formó las palabras con la boca, silenciosamente antes de decirlas en voz alta.

—Madre… —ella se volvió despacio hacia él, la cabeza temblando ligeramente por el movimiento del coche—. Madre, ¿te da miedo marchar? ¿Ir a un sitio nuevo?

Sus ojos se volvieron pensativos y dulces.

—Un poco —contestó—. Pero que no es tanto como miedo. Me limito a estar aquí sentada y esperar. Cuando pase algo que exija una reacción por mi parte, me moveré.

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