Lazos de amor (15 page)

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Authors: Brian Weiss

BOOK: Lazos de amor
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—¿Y qué pasó con su hijo? —le pregunté dubitativo.

—No pude devolverlo a la vida. No me estaba permitido. Por lo tanto, fui castigada —dijo entristeciéndose otra vez y con lágrimas en los ojos—. Es absurdo —añadió pausadamente—. Nunca me dejaron aprender nada sobre las varitas... Tampoco me permitieron que adquiriera conocimientos sobre la regeneración y la reanimación, Mi hermano me enseñó algunas cosas, pero no lo suficiente... Ellos no sabían lo que él me había contado.

—¿Qué le ocurrió a tu hermano?

—Como estaba fuera, se salvó. Todos los sacerdotes estaban de viaje: Sólo quedaba yo... Él llegó a tiempo para verme antes de que me desterraran. No temo al exilio ni a la muerte, sólo me asusta abandonarle... pero no tengo otra opción. —¿Cuánto tiempo estuviste en el exilio? –le pregunté.

—No mucho. Sabía cómo salir de mi cuerpo. Un día lo abandoné y no volví más. Ésa fue mi muerte, pues sin el alma, el cuerpo muere.

Ella ya había saltado a ese punto y me hablaba desde una dimensión superior.

—¿Así de fácil?

—Cuando se escoge una muerte de este tipo no hay dolor ni interrupción de la conciencia. Por esta razón no tenía miedo a morir. Sabía que nunca volvería a ver a mi hermano y que tampoco podría trabajar en aquella árida isla. Era absurdo conservar el cuerpo físico. Los dioses lo entienden.

Se quedó en silencio, descansando. Yo sabía que el amor que sentía por su hermano sobreviviría a la muerte física, al igual que el amor que sentía él por ella. El amor es eterno. ¿Se habían vuelto a encontrar en alguna vida entre aquélla y la actual? ¿Iban a reunirse de nuevo en el futuro?

También sabía que este recuerdo la ayudaría a calmar su dolor. Se había vuelto a encontrar a sí misma en una lejana vida pasada. Su conciencia, su alma, había superado la muerte física y el paso de muchos siglos para resurgir de nuevo, esta vez como Elizabeth. Si ella podía sobrevivir a través del tiempo, su madre también podía hacerla. Todos podemos. No se había encontrado con su madre en el antiguo Egipto, pero había hallado a un hermano muy querido, un alma gemela que no supo reconocer como alguien de su vida presente, por lo menos hasta ese momento.

Me gusta pensar que las almas se relacionan como los millares de hojas de un viejo árbol. Las que penden de nuestro propio tallo están estrechamente relacionadas con nosotros e incluso llegamos a compartir diferentes experiencias con ellas, vivencias del alma. También nos sentimos estrechamente unidos a las hojas de nuestras ramas. Tenemos algo en común con ellas. Están cerca de nosotros, pero no tanto como lo están las hojas de nuestro tallo. De igual modo, conforme nos vamos alejando por las ramas del árbol, nuestra relación con las otras hojas o almas sigue existiendo pero no es tan íntima como la que tenemos con las hojas más cercanas. Todos formamos parte de un árbol y un tronco. Podemos compartir experiencias. Nos conocemos. Pero los que pertenecen a nuestro tallo son los más íntimos.

En este bello bosque hay muchos otros árboles. Cada uno de ellos está conectado con los demás a través del sistema de raíces subterráneo. De este modo, aunque una hoja se encuentre en un árbol muy lejano y diferente del nuestro, seguiremos conectados a ella. Estamos conectados a todas las hojas, pero tenemos una relación más estrecha con las de nuestro árbol, todavía más íntima con las de nuestra rama y un vínculo que es casi una fusión con las de nuestro tallo.

Es posible que nos hayamos reunido en vidas pasadas con otras almas que pertenecen al mismo árbol pero que se encuentran lejos de nosotros. Podemos haber tenido muchas relaciones diferentes con esas almas, relaciones que quizás hayan sido muy breves. Tal! vez hayamos aprendido algo nuevo, incluso de un encuentro de media hora. Una de estas almas tal vez haya sido un mendigo que se ha cruzado en nuestro camino y que nos ha conmovido. Con ello ha crecido nuestra capacidad de sentir compasión por otro ser humano y hemos contribuido a que esa persona aprenda a recibir amor y ayuda. Seguramente nunca más nos volvimos a encontrar con el mendigo en esa vida, pero
formamos
parte de la misma historia. La duración de nuestros encuentros varía: cinco minutos, una hora, un día, un mes, una década o más; así es como se relacionan las almas. Las relaciones no se miden en tiempo sino en lecciones aprendidas.

Cuando veo la imagen de Tipper Gore sosteniendo en brazos y bañando a un niño ruandés afectado de cólera, pienso que puede haber sido un encuentro de dos almas vinculadas desde el pasado, porque en un breve encuentro este niño probablemente haya ayudado a cambiar la vida de la señora Gore.

No hay ninguna duda de que fue un encuentro que ella nunca olvidará.

Capítulo 18

Qué interesante sería escribir la historia de las experiencias en esta vida de un hombre que se suicidó en su vida anterior; cómo tropieza ahora con las mismas exigencias que se le habían presentado anteriormente, hasta que llega a comprender que debe satisfacerlas... Los hechos de una vida previa encauzan la vida presente.

TOLSTÓI

Sentía cómo su alma se impregnaba de aquel mensaje. Las palabras vivas se imprimieron para siempre en su ser. Mientras descansaba después de abandonar su cuerpo destrozado, ambos sopesamos las distintas lecturas de aquellas palabras aparentemente tan sencillas.

La sesión se había iniciado como de costumbre. Induje a Pedro a una regresión mediante un método rápido y enseguida penetró en un profundo y tranquilo estado de trance. Respiraba honda y regularmente y sus músculos se relajaron por completo. Su mente, muy concentrada gracias a la hipnosis, atravesó los límites habituales del espacio y el tiempo y empezó a recordar acontecimientos anteriores a su nacimiento como Pedro.

—Llevo unos zapatos marrones —me dijo al emerger en los confines físicos de una encarnación anterior—. Están viejos y gastados... Soy un hombre de unos cuarenta años —añadió sin que yo se lo preguntara—. Me estoy quedando calvo por la coronilla y mi cabello empieza a encanecer. Las patillas y la barba ya están grises. La barba es muy corta. .

Estaba prestando atención a los mínimos detalles. Yo valoraba la precisión de sus explicaciones, pero también era consciente de que el tiempo se nos escapaba.

—Ve hacia delante —le aconsejé—. Averigua qué haces en esta vida. Trasládate al siguiente acontecimiento Importante.

. —Mis gafas son pequeñas y tienen una montura metálica —continuó, centrándose todavía en el aspecto externo—. Tengo la nariz muy ancha y la piel blanquecina.

No es nada raro que un paciente hipnotizado se resista a mis indicaciones. He aprendido que no siempre puedes guiar al paciente; a veces es él quien lo hace.

—¿A qué te dedicas en esta vida? —le pregunté.

—Soy médico —respondió enseguida—, un médico de pueblo. Tengo mucho trabajo. La mayoría de la gente es pobre, pero me las arreglo. En general, son buenas personas.

—¿Sabes el nombre del lugar donde vives? —Creo que es en este país, en Ohio... —¿Sabes el año?

—Creo que finales de 1800.

—¿Y tu nombre? —le pregunté con cautela. — Thomas... Me llamo Thomas.

—¿Sabes tu apellido?

—Empieza por D... Dixon, Diggins o algo parecido... No me siento bien —añadió. —¿Qué te ocurre?

—Estoy muy triste... muy triste. ¡No quiero seguir viviendo!

Pedro se había trasladado a una época de crisis. —¿Qué es lo que te produce tristeza? —pregunté.

—Ya he estado deprimido antes —me aclaró—. Es una sensación que viene y se va, pero .esta vez es la peor. Nunca me había sentido tan mal antes. Las dos cosas son igual de insoportables... No puedo seguir así.

—¿Las dos cosas? —dije sin comprender. —Murió uno de mis pacientes. La fiebre acabó con él. Confiaron en mí para que lo salvara. Pusieron toda su fe en mí y no pude conseguirlo. Les he decepcionado... Ahora se han quedado sin padre, sin marido. Tendrán que luchar mucho para sobrevivir... ¡No he sido capaz de salvarlo!

—A veces los pacientes mueren a pesar de nuestros más denodados esfuerzos, especialmente en el siglo XIX —añadí, intentando paradójicamente atenuar su sentimiento de culpabilidad y su desesperación a causa de un hecho que había acontecido hacía un siglo.

Yo no podía cambiar aquel suceso, pero sí su manera de verlo. Sabía que Thomas ya había tenido estos sentimientos y que había actuado guiándose por ellos. A lo hecho, pecho. Pero todavía estaba a tiempo de echar una mano a Pedro, ayudándole a comprender, a cambiar su perspectiva y mirar las cosas desde un punto de vista más objetivo.

Permaneció en silencio. Esperaba no haberle hecho salir de su vida anterior como médico al someterle a una terapia que sobrepasaba el nivel de comprensión de Thomas. Ni siquiera había descubierto cuál era el otro motivo que había desencadenado su depresión. —¿Cuál es la otra causa de tu tristeza? –le pregunté intentando que el genio entrara otra vez en la lámpara.

—Me ha abandonado mi mujer —respondió. Me tranquilicé al comprobar que era Thomas quien estaba hablando de nuevo.

—¿Te ha abandonado? —repetí para que me diera detalles.

—Sí —respondió apenado—. Nuestra vida era demasiado difícil. Ni siquiera podíamos tener hijos. Regresó a Boston con su familia... Me siento muy avergonzado... No pude ayudarla. No supe hacerla feliz.

En aquel momento ni siquiera intenté someter a terapia su mente superior. En lugar de eso, le pedí que avanzara en el tiempo al siguiente hecho importante de aquella vida. Podíamos volver a la terapia más tarde, mientras él repasaba aquella vida todavía en estado hipnótico o incluso después, una vez que saliera del trance.

_Tengo una pistola —explicó—. ¡Me pegaré un tiro y así acabaré con esta miseria!

Preferí no perder tiempo en preguntarle por qué escogió una pistola y no uno de
los
muchos medicamentos o venenos que un médico de aquella época tenía a su alcance. Él ya había tomado la decisión hacía un siglo. Esa pregunta probablemente era mi manera de intelectualizar su desesperación, que era tan grande como para conducirle al suicidio.

—¿Qué pasa después? —fue la pregunta que le hice.

—Lo he hecho —dijo sencillamente—. Me he disparado en la boca y ahora veo mi cuerpo...¡Cuánta sangre!

Había salido de su cuerpo y lo observaba des de lejos.

—¿Cómo te sientes ahora? —le pregunté.

—Confundido... Todavía me siento triste... y muy cansado —añadió—. Pero no puedo descansar. Aún no... Alguien ha venido a verme.

—¿Quién es?

—No lo sé. Alguien muy importante. Tiene algo que decirme.

—¿Qué te dice?

—Que siempre fui bueno, y que no debería haber puesto fin a mi vida. Sin embargo, él sabía que haría lo que hice.

—¿Hay algo más? —le pregunté dejando de lado la paradoja.

En aquel momento la respuesta iba dirigida directamente a mí, con una voz más potente. ¿Se trataba de Thomas, de Pedro o de otra persona?

Por un instante pensé en los Maestros que hablaban a través de Catherine, pero esto me sucedía unos años después, y Catherine no se encontraba ahí:

—Lo que importa es tender la mano con amor y ayudar al prójimo, y no los resultados. Sólo tenéis que llegar a los demás con amor, amaos los unos a los otros. Los resultados de este proceder no son lo que buscáis. Sanar el cuerpo físico. Lo que debéis curar es el corazón de las personas.

La voz se dirigía a Thomas y a mí, ambos médicos. Los dos escuchábamos absortos el mensaje.

Aquella voz era más poderosa, segura e instructiva que la de Pedro.

—Yo os enseñaré cómo curar el corazón de los hombres. Lo comprenderéis. ¡Amaos los unos a los otros!

Ambos sentíamos la fuerza de aquellas palabras mientras se grababan en nuestro interior. Las palabras estaban vivas. Nunca más las podríamos olvidar.

Más adelante, Pedro me dijo que vio y oyó perfectamente todo lo que aquel luminoso visitante nos había comunicado, y que sus palabras bailaban al ritmo de la luz a medida que se iban enlazando unas con otras.

Yo había oído las mismas palabras. Estaba seguro de que también iban dirigidas a mí. Eran unas importantes lecciones que me apresuré a aceptar. Tiende una mano con amor y compasión y no te preocupes tanto de los resultados. No pongas fin a tu vida antes de que se extinga de forma natural. Existe una sabiduría superior que se ocupa de las consecuencias y sabe el momento en que deben ocurrir todas las cosas. El libre albedrío y el destino coexisten. N o valores la curación por los resultados físicos. La curación se produce en distintos niveles y no únicamente en el físico. La curación verdadera debe producirse en el corazón.

De un modo u otro yo aprendería cómo curar el corazón de los hombres. Lo más importante es que nos amemos los unos a los otros: una sabiduría eterna al alcance de todos, pero aplicada sólo por unos pocos.

Volví a pensar en Pedro. Las separaciones y las pérdidas lo atormentaban en todas sus vidas. En esa ocasión le habían llevado al suicidio. Se le había amonestado por haber puesto fin a su vida prematuramente, pero volvió a sufrir más pérdidas y a experimentar de nuevo aquel terrible dolor. ¿Se acordará de los consejos o la desesperación lo invadiría de nuevo?

Ser médico y no poder curar a tu paciente te hunde en la tristeza. Es el «fracaso» de Elizabeth en el antiguo Egipto, la desesperación de Pedro. en su vida como Thomas, el médico de Ohio; son mis propias experiencias dolorosas como terapeuta.

El primer fracaso que viví como médico, pues no pude impedir los efectos devastadores de una enfermedad, se produjo hace más de veinticinco años, en mis primeras prácticas clínicas como estudiante de tercer año de medicina en la Universidad de Yale. Empecé en el departamento de pediatría y me encargaron cuidar de Danny, un niño de siete años con un tumor de Wilms muy extendido. Se trata de un tumor maligno del hígado que ataca exclusivamente a los niños. Cuanto más joven es el enfermo, mejor es el pronóstico, y siete años no eran pocos para este tipo de cáncer.

Danny fue mi primer paciente real. Antes de él, mi experiencia se reducía a las clases, conferencias, experimentos en laboratorios e interminables horas delante de mis libros.

En el tercer año de carrera se empezaban las prácticas clínicas. Se nos asignaba una sala de hospital con enfermos de verdad. Había llegado la hora de llevar a la práctica todos nuestros conocimientos.

Me encargué de los análisis de sangre de Danny y de otras tareas menores, lo que los médicos más veteranos llamaban «tareas de novatos»; pero eran actividades muy útiles para nosotros, unos simples estudiantes de tercer año de medicina.

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